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Malditos Versos

[...]

—Dijiste que me enseñarías.

—No, dije que te regalaría una noche de insomnio junto a mi.

—Pero no has hecho nada además de leer ese libro viejo.

—Espero estes disfrutando la velada.

Colín se encontraba sentado en la parte derecha de su cama mientras leía y a su lado estaba el icónico y valeroso héroe recostado sin vergüenza alguna con ambas manos extendidas a sus lados, importandole poco que una quedara colgando en el vacío y la otra estuviera descansado sin permiso en las piernas del dueño.

—Bueno, al menos lee en voz alta.— pidió. 

—¿Y si mejor te vas a tu casa?

—¿Estas echándome?

—¿Tu qué crees?— dejó por fin el libro a un lado, de cualquier forma había dejado de prestarle atención desde hace rato. No creyó que el moteado fuera de nuevo a su habitación, y mucho menos que entrara a ella sin siquiera tocar la puerta. —¿No tienes nada más importante que hacer?

—La verdad es que no. — respondió sin más, ignorando el sarcasmo del otro. El rubio no pudo ocultar el malestar que la noticia le produjo. —¿Tanto detestas que esté aquí?

—No es eso...— trató de explicar. —Es solo...

—¿Es porque sé tu secreto?, prometo no decirle a nadie...

—Por supuesto que no le dirás a nadie, — interrumpió.  —pero ¿no te parece algo tonto?

—¿Por qué sería tonto?, no eres el único que lo hace...

—Entonces ¿por qué estás tan obsesionado con volverlo a escuchar?

Esta vez el de rojo pareció nerviso.

—Solo quiero hacerlo.— mintió, aunque no sabía en qué exactamente.

—¿Por qué?— insistió confundido. —No es bueno, no tiene sentido, no quieres extorsionarme, no te vas a burlar, no vas a decirle a nadie, yo ni siquiera te agrado...— se levantó de la cama exaltado.  —¿Por qué?

—Porqué es especial.— dijo sin pensar. —Yo lo sentí especial...— explicó.  —No lo sé ¿bien?, las palabras difusas solo se repiten una y otra vez en mi cabeza, no logro recordarlas del todo  y siento que me voy a volver loco. — se levantó de la cama, comenzando a caminar de un lado a otro, tomado de su cabello. —Quiero dejar de pensar en tu poema, en tu voz, en los ojos que hacías al leerlo, en esa sonrisa que tenias en los labios. Quiero dejar de pensar en ti.— se detuvo de golpe. —Creí que si te escuchaba, yo... —suspiró.  —Olvídalo, me voy.

Se apresuró a salir al balcón, y aunque Colín le siguió fue incapaz de detenerle.

Se sentía confundido y abrumado por sus palabras. Tal vez eso mismo le había  provocado a él; comenzó a entender su insistencia. 

Se sentó frente a su escritorio y sacó de uno de los cajones la arrugada hoja que había provocado todo.

Se había vuelto loco, definitivamente, y por primera vez en su vida se lamentó de aquello.

Él solía elogiar a la locura por su perfecta manera de dar cordura. La creía la mejor virtud de las personas, la salvación de la humanidad e incluso como la verdad absoluta.

Todos los grandes de la ciencia, de los números,  de las letras, de la astrología, del todo ¿cómo fueron clasificados?, antes de ser los mayores genios del mundo, ¿no fueron ellos llamados locos por oponerse, dudar o cuestionar a su verdad?

La locura era solo para valientes y él esperaba algún día ser un loco más en el mundo, pero era un cobarde. La locura, por más poderosa que fuera, no podía coexistir con el miedo.

Entonces pensó, mientras cortaba aquel trozo de cinta adhesiva y pegaba el trozo de papel en su puerta de cristal, en su cordura. ¿Se había convertido por fin en aquel loco que añoraba?

No.

Solo sufría de deslices demenciales.

(...)

—¿Mario?, ¿estás bien?

—No, Tikki, no estoy bien ¿por qué me dejaste ir en primer lugar?

—Claro, como puedo detenerte.— la pequeña criatura se cruzó de brazos molesta. ¿Acaso su portador estaba regañandola por algo que él había hecho?

El azabache suspiró,  logrando tranquilizarse un poco. Extendió ambas manos, pidiéndole a su amiga que se posara en ellas.

—Lo siento Tikki, no fue mi intención culparte.— ella había accedido a sentarse en las palmas, pero se negaba a mirarle a la cara. —Tikki, cariño, bonita...— llamaba dulcemente, robándole una pequeña risa a la otra.

—Está bien. —aceptó, comenzando a volar. —¡Pero tienes que decirlo!— le recordó.

—Vamos, ¿en serio?

—¡Me voy a enojar otra vez!— amenazó.

—De acuerdo...— se rindió. —Oh, gran Tikki, sabia y bondadosa,  perdone mi terquedad...— pidió sin ganas. —Prometo escucharla la próxima vez que me diga que algo no es bueno o que va a salir mal.

—Perfecto.— se apresuró a su lugar especial en la habitación para tomar una galleta. —¿Ya me vas a explicar que fue eso?— pidió una vez volvió y tomó asiento en la parte superior del monitor.

Mario se sentó en la silla de su escritorio, recargando su cabeza en ambas manos con cansancio. Miraba directamente a su kwami.

—No sé.

—¿No sabes o no quieres decirlo?

—De verdad que no lo sé. — repitió. —Ayer me emocionó que me dijera que si podía volver.

—Colín no dijo eso.

—Asintió con la cabeza cuando lo pedí.

—Sigue sin decirlo ¿sabes?

—Bueno, ¿y qué?— restó importancia. —También estaba emocionado hoy cuando iba a verle y en realidad estaba bastante cómodo en esa cama.

—Entonces ¿por qué comenzaste a molestarlo?, si te hubieras quedado callado él no te hubiera echado.

—No me echó, yo me fui.

—Huiste.

—¿Tu de que lado estás?

—De ninguno, solo quiero tratar de entenderte.— dejó la comida a un lado. —¿No odias a Colín?

—No me agradaba porque desde que lo conozco me molesta, dice cosas hirientes, hace comentarios despectivos de mi...— enumeró,  frunciendo el ceño al recordarlo. —Aunque nunca le hice nada malo, incluso traté de ser su amigo ¿sabes?, es un mocoso mimado.

Tikki rió ante el comportamiento del azabache,  lo conocia tan bien como para saber qué es lo seguía en su monólogo.

—Pero...— soltó divertida.

—Pero cuando soy Lordbug él actúa muy distinto.— siguió,  sin notar la sonrisa burlesca en su compañera. —Es honesto, abierto, incluso un poco cariñoso y amigable. Claro, eso cuando era mi fan...— hizo un pequeño puchero.

—Pensé que no te gustaba que lo fuera...

—Yo también.— confesó. — Pero ahora Colín actúa como si detestara que Lordbug estuviera cerca... eso significa que definitivamente me odia ¿verdad?, a mis dos yo.

Puede que Mario no lo haya notado, pero aquella última afirmación había sonado casi como un pequeño lamento. Tikki le abrazó la mejilla.

—¿Por qué no solo eres honesto con él y le dices que quieres ser su amigo?

—¿Para que rechace esa propuesta también con Lordbug?, te recuerdo que Mario ya lo intentó.

—Exacto, Mario lo hizo.  —comenzó a pellizcarle para que se levantara. —¡Es turno del héroe! .— animó. —¡Ten un poco de fe!

Era un poco impulsivo, lo sabía, eso le había hecho pasar por muchísimas situaciones en su mayoría incómodas, desasteozas y vergonzosas. Así que como siempre, comenzó a arrepentirse a mitad de camino.

Y si seguía despierto ¿qué iba a decir?, ¿qué iba a hacer si decía que no?, más importante, ¿¡qué iba a hacer si decía que si?!

Sus pensamientos murieron totalmente al llegar de nuevo al balcón, encontrándose con las luces apagadas, un silencio magistral y aquella hoja pegada junto a un postic amarillo en el vidrio.

"He aquí los malditos versos
Que querías escuchar
Ahora, por favor, vete lejos
Pues ya no hay razón de estar."


Ignoró la nota y se apresuró a tomar la hoja blanca para leerla una y otra vez, hasta que fue capaz de saber que decía el papel sin siquiera ver.

Si tan sólo tuviera el valor de entrar, despetarlo y decirle que su petición era imposible ¿qué es lo que ocurriría?

[...]

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