Malditos Besos.
[...]
La luna le veía.
Tal vez preguntándose en qué momento le había dejado de amar, cuándo fue que dejó de importarle su presencia y por qué había dejado de dedicarle aquellas dulces palabras. Tal vez su miedo de que le contara a las estrellas de sus delirios ya no estaba, le había superado.
Tal vez la luna comenzaba a sentirse celosa del azabache que ahora ocupaba su lugar.
Aquel que había llegado de improvisto y que sin permiso entraba a la habitación para presenciar del delicado y suave recitar, justo como ella hacía tiempo atrás.
¿No te da miedo, poeta, que él le cuente al viento de tu secreto?, ¿que le susurre a la fría ráfaga nocturna de tu prohibido amor y que esta lo lleve al dueño de tu corazón?, ¿qué ha hecho él para ser digno de escuchar todo lo que no quieres decir?
Yo que prometí callarlo en la noche, él que le ilumina al escuchar.
¿Mi brillo no fue suficiente para ganarle al de sus ojos?, ¿mi mágica luz aún no es capaz de ganarle a su sonrisa?, ¿no fui yo tu musa antes de que él fuera tu excusa?
¿Por qué te engañas poniendo la imagen de tu pecado en él?
Aunque ambos sean azul, bien sabes que las tonalidades, aunque quieras, no pueden ni deben ser las mismas.
Él, azul cielo; tú, azul mar.
¿Tendrá el héroe aquellas pecas bajo el antifaz?, ¿tendrá el mismo lunar en el dedo bajo aquel rojo guante?, ¿tendrá aquel humilde panadero las mismas ganas de estar contigo como las que el valiente héroe tiene?
Tu querías que las tuviera, y no se necesitaba ser luna para saberlo.
(...)
—¿Puedo preguntar una última cosa antes de irme?— pidió, levantándose de la cama en la que hasta ahora había estado.
Colín dejó de lado el bolígrafo y la hoja en la que estaba escribiendo un montón de cosas sin sentido. Ya no le incomodaba escribir en presencia del otro, ni sentía la extraña necesidad de ocultar o de esconder los textos cuando el otro se acercaba a curiosear en sus letras.
—¿Si digo que no te iras sin preguntar?— volteó a verlo. No entendía porque Lordbug se empeñaba en preguntar si podía o no hacer algo, si de cualquier manera hacía lo que quería.
—No...— rió al notar que, de hecho, el rostro cansado que le dedicaron estaba justificado.
Después de unos segundos en silencio, Colín suspiró y giró por completo su silla para estar frente a él.
—¿Qué quieres saber?— cruzó una de sus piernas para poder estar más cómodo, recargó el codo en el descansa brazos y dejó caer su mejilla en su palma, preparándose para la estúpida pregunta que probablemente le haría.
—¿Quién es?
No entendió, y su rostro lo demostró perfectamente.
—¿A qué te refieres?
—Quiero decir... —revolvió su cabello nervioso. —La chica a la que decidas tus poemas de amor, la que logró que alguien tan frío como tu pudiera componer ese tipo de cosas, ya sabes, la chica que te gusta...
Se reincorporó lentamente, enderezando su sentar. Toda expresión que podía haber estado en él murió entonces. Giró su silla, dándole la espalda al héroe nuevamente.
Comenzó a sentir esa punzada en el pecho a pesar de haber creído que no la volvería a sentir nunca, cuando por fin estaba olvidando cuánto dolía. Su estómago se revolvió y sintió ganas de vomitar.
"La chica que te gusta."
Porque definitivamente se debía tratar de una chica. Era cierto. Comenzó a sentirse como un tonto por haber olvidado ese pequeño detalle.
De repente, la cómoda silla en la que estaba comenzó a sentirse grande... demasiado grande, el blanco del papel se comenzó a manchar de la negra tinta, las letras se transformaron en manchas y los puntos de su texto en miles de miradas observandole.
Así se sentía el gustar de alguien.
Así se sentía el amor para él.
—¿Colín?— llamó preocupado al verlo quedarse congelado y tenso en su asiento. —¿Ocurre algo?— se acercó, lo tomó del hombro levemente para obligarle a que le volteara a ver y saber que es lo que ocurría.
No esperó aquel manotazo para que no le tocara, mucho menos esperaba ver las pupilas del rubio tan dilatadas. Lordbug no entendió porque Colín estaba de repente tan agitado... tan asustado.
—No ocurre nada...— le dijo, cuando notó que su comportamiento era extraño. —No me esperaba esa pregunta...— soltó una pequeña risa, aunque se notaba perfectamente que había sido fingida.
—Lo siento, tal vez es una chica que ni siquiera conozco, o una chica que vive lejos o tal vez...
—Vete.— pidió.
Sintió su garganta hacerse un nudo y no pudo recordar otra ocasión en su vida en la que haya sentido tanto asco como ahora lo sentía.
—¿Qué?
—Vete... — se levantó y comenzó a empujarlo hacia el balcón. —Vete, vete, vete...
Lordbug se giró para preguntar el porqué de su repentino cambio de actitud. Nunca le había echado de su habitación de esa manera, con esa desesperación, ni siquiera la primera vez que leyó su cuaderno sin permiso.
—Colín... — susurró, sintiéndo culpa y arrepentimiento de verlo en ese estado de casi pánico.
No lo reconocía.
¿Qué había hecho mal?, ¿por qué su aura de alteza estaba tan destrozada?, quería disculparse aunque no supiera porqué exactamente. Solo quería que Colín quitara esa expresión de su rostro.
—Vete Lordbug... por favor...
Esa fue la primera vez en su vida que vió a su eterno rival bajar la mirada, tratando de ocultarse de su vista y huyendo sin éxito alguno de cualquier pregunta.
Tal vez hizo aquello porque recordó que su madre lograba calmarlo de esa manera, porque pensó que le haría sentir protegido; y protegerlo era lo único que quería hacer en ese momento.
—Lo siento...— dijo, después de depositar aquel pequeño y suave beso en su frente. —Ten buenas noches, mi rey.
Se quedó de pie en su lugar viendo como el otro obedecía a su mandato. Llevó una mano a su frente, tocando con cuidado y sin entender que era lo que había pasado.
Maldita su suerte que le dió ese momento. Maldita su hipocresía porque a pesar de odiarse a sí mismo no podía odiarlo a él.
Malditos besos que, aunque sea por un segundo, lograron tranquilizarlo y hacerle olvidar el fenómeno que era.
[...]
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