A veces, la memoria se viste de pasillos sombríos
y en esas noches largas me tropiezo con tu nombre.
No es ayer el que vuelve, no son promesas incumplidas,
es este hoy vacío, de posibilidades secas,
el que me abraza y me consume.

Hay recuerdos que no escuchan razones,
que persisten, firmes, como ruinas de lo eterno.
Y tú, Bell, eres la piedra en mi memoria,
mi tiempo detenido en antigua gloria.

Porque aún te quiero, Bell,
te quiero con el peso del recuerdo que se hace carne,
te quiero con el eco de lo que fuimos y no fuimos,
en cada rincón de mi mente, en cada momento que perdimos.

Decir adiós fue lo correcto,
el momento, aquel entonces, no era perfecto.
Y aún siendo así, aún comprendiendo,
aún la razón prevaleciendo,
aun así, aun así, lo siento.

¿Y cómo le dice uno al corazón
que lo correcto no basta, que no sana?
Que el anhelo no sigue reglas,
que insiste, necio y constante,

Ahora, Bell, eres esa herida sin sangre,
esa verdad que no necesita preguntas.
Ni la lógica ni la distancia apagan este fuego,
que ya no quema, pero arde lento

No hay "y si" en este anhelo,
no hay arrepentimiento, ni caminos alternos.
Es la lógica que me susurra lo correcto,
y el corazón que me grita, muerto,
que tú eras  — que tú eres—
la única y verdadera chispa, hiel dulce en perfume
el fuego que no consume,
la paz que no llega.

Y aquí estoy, atrapado en la memoria de tu sombra,
en el eco de un amor que no se despide,
en este deseo que ya no es amor,
que es anhelo, que es obsesión.