Me levanto de su lado en silencio,
con cuidado de no despertarla,
tomo una sábana que cubre mi desnudez.

Camino hacia el sofá, frente a la ventana, y la observo.

Ella duerme,
cubierta por una sábana blanca,
su piel blanca, su cabello negro como alas de cuervo, contrastan con las sábanas rojas.

Es la criatura más hermosa que he visto, mi paraíso y mi perdición.

El sol aparece, pero mi atención,
solo la ocupa su belleza.

Ella se remueve, abre sus ojos miel,
los más bellos que he visto.

Me mira, se levanta,
camina hacia mí, desnuda.

Trago saliva, me avergüenzo,
las sábanas son interesantes de repente.

Escucho su risa, alegre, divertida.
Se detiene frente a mí,
me toma de la barbilla,
me obliga a levantar la cabeza.

Me besa en la nariz,
en los labios,
y susurra un te amo,
que me paraliza.

Ella es difícil, fría, distante,
pero así la conocí, así la amo.

No espero lo que no puede darme,
ella es de hechos, no de palabras.
Su mirada, dice más que mil palabras.

Oír ese susurro,
desde el fondo de su corazón,
me conmueve hasta el alma.

Sé que me ama, con la misma intensidad, que yo a ella.
Sé que estoy donde debo estar,
donde quiero estar,
donde soy inmensamente feliz.