El velo de novia oculta la tormenta que azota mi corazón. El vestido blanco, un sudario de sueños rotos, de ilusiones desvanecidas.

Me miro al espejo, una mujer vestida para la felicidad, pero con el alma sumida en la más profunda tristeza.

Un suspiro ahogado escapa de mis labios, mientras lucho contra las lágrimas que amenazan con desbordarse.

Aún te amo, aún sueño con un futuro juntos, pero hoy, mi destino se bifurca, y el altar me espera, vestida de blanco, pero con el alma teñida de gris.

Tal vez nunca estuvimos destinados a estar juntos, tal vez lo nuestro fue un amor efímero, una estrella fugaz que iluminó brevemente mi vida. Pero a pesar de todo, el amor que siento por ti sigue vivo, latiendo con fuerza en mi corazón.

Hoy, mi cuerpo se entrega a otro hombre, pero mi alma te pertenece a ti, para siempre. Me caso por principios, por honor, por cumplir una promesa.

Pero mi corazón, mi amor, mi lealtad más profunda, siempre serán tuyos.

Adiós, amor de mi vida, hoy tu amada se desvanece entre la multitud, como una estrella fugaz que se extingue en la inmensidad del cielo.

Me alejo para siempre, mi corazón destrozado, pero mi conciencia tranquila. Conocías mi moral, mis principios inquebrantables. Hoy, mi lealtad se divide entre el amor que te profeso y el compromiso que he adquirido.

Mi corazón, un santuario donde tu recuerdo reside eternamente. Mis sonrisas, un reflejo de los momentos compartidos, de la felicidad que me regalaste.

Mis lágrimas, un torrente de dolor que hoy me inunda. Pero mi cuerpo, mi vida, a partir de hoy, pertenecen a otro hombre, a quien he prometido amor y fidelidad. A él le debo respeto, entrega y lealtad.

Te digo adiós, amor mío, con el alma desgarrada, con el corazón en duelo. Pero mi adiós es un hasta luego, una promesa de que en otra vida, en otro tiempo, nuestro amor renacerá con la fuerza de un volcán.