Un día el juguetero se aburría,
ya su local nunca abría,
si seguía así quebraría,
así que harto de esas tonterías,
se dispuso a trabajar en su juguetería.

Quería un juguete, uno perfecto.
Empezó a trabajar, mas era muy selecto:
como doce prototipos, aún tenían defecto,
en aquel proyecto todavía quedaba trayecto.

Y entonces, un milagro aparece;
un juguete que él no aborrece,
que cobra vida y no desaparece,
así el orgullo del juguetero se fortalece.

"Se parece a Pinocho" piensa el juguetero;
"con esto sacaré muchísimo dinero".
Así al juguete lo nombró Gero,
así al juguete lo colgó en el perchero,
para los visitantes el dueño era hechicero,
y Gero no era más que un divertido recuerdo,
y así durante mucho tiempo vivieron.

Casi nunca Gero conseguía comer,
porque siempre había trabajo que hacer,
incluso cuando se ponía a llover,
Gero debía ayudar para que su dueño todo pudiera tener.

Un día Gero conoció a una chica,
hasta para él era más bien pequeñita,
venía con una mujer que se abanica,
y con un hombre que solo replica.

"¿De verdad eres feliz?" le pregunta con descaro;
"¡por supuesto!" responde influenciado.
"¿Incluso atado por las cuerdas, incluso siendo una marioneta?"
Gero a esa frase se quedó dándole vueltas.

¿Una marioneta, eso es lo que Gero era?
A la noche, su padre de vuelta con borrachera.
Ese era el momento, no podía montar escandalera,
saldría por la puerta y se iría por las escaleras.

Pero en cuanto puso un pie en la calle,
su sistema empezó a fallarle;
las tuercas se salían,
para él ya era muy tarde.
Su padre, desde la ventana, lo observaba preocupado,
intentó ayudarle, pero Gero acabó ahogado.

Gero había muerto, pero al juguetero no le importaba,
porque podría crear más como él,
siempre que le hiciera falta.