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14. Estás ardiendo

Al llegar al hospital, Fermín condujo a Gavi hasta la sala de espera y se dirigió rápidamente hacia el área de recepción para hacer los trámites necesarios. En el camino, se encontró con Ferran, quien le dedicó una sonrisa amable y le preguntó qué ocurría. Fermín, preocupado, le explicó la situación, describiendo el estado enfermizo de Gavi.

Ferran, con una expresión comprensiva, le dijo que no se preocupara y que fuera a sentarse de nuevo con Gavi en la sala de espera. Con una mirada cómplice y una idea loca en mente, Ferran guiñó un ojo a Fermín, comunicándole sin palabras su plan. Fermín captó la indirecta y asintió antes de dirigirse de nuevo hacia Gavi.

—Gavi, estate tranquilo, el doctor te llamará en breve —le aseguró Fermín mientras se sentaba a su lado, agradeciendo la ayuda inesperada de Ferran.

...

Pedri estaba inmerso en la atención de la señora Cristina, una paciente que le recordaba a su abuela y con quien tenía un afecto especial. Mientras verificaba el suero de la mujer, ella notó la expresión pensativa en el rostro de Pedri y le preguntó qué le pasaba.

—¿Qué te pasa, cariño? Se te ve preocupado —dijo la señora Cristina con tono afectuoso.

Pedri, tratando de disimular su preocupación, negó con una sonrisa, diciendo:

—No, no, todo bien, solo un poco cansado.

La señora Cristina, con una calidez reconfortante, le sonrió comprensivamente y le tomó la mano.

—Tranquilo, sea lo que sea, se va a solucionar. Tienes esa carita de preocupación que me recuerda a mi nieto cuando era pequeño.

Antes de que Pedri pudiera responder, Ferran entró por la puerta, interrumpiendo el momento.

—Perdona, Pedri, pero hay un paciente en urgencias que necesita tu atención —anunció Ferran, notando la interacción entre Pedri y la señora Cristina.

Pedri agradeció a la señora Cristina y se despidió con una sonrisa reconfortante antes de seguir a Ferran hacia urgencias.

Pedri, intrigado por la actitud misteriosa de Ferran, no pudo contener su curiosidad y le preguntó quién era el paciente al que debía atender. Ferran, con una sonrisa divertida, le respondió en tono enigmático:

—Ya lo verás, amigo.

Luego, le pidió a Pedri que esperara un momento y se acercó a una enfermera para hablarle en voz baja. Pedri observó cómo Ferran le sonreía coquetamente a la enfermera, aparentemente para persuadirla de algo. Al regresar con una tablet en la mano, Ferran se la entregó a Pedri con una sonrisa juguetona y le deseó suerte.

Pedri revisó la información en la tablet y se sorprendió al ver el nombre del paciente: "Pablo Martín Paéz Gavira, Masculino, 19 años". La sorpresa le hizo murmurar:

—Pablo...

Levanto la vista para encontarse con Ferran, ya alejándose.

—¡Ferran Torres!

Comenzó a caminar hacia atrás, levantando los pulgares en un gesto de buena suerte, y añadió con humor:

—¡Suerte, Pedri Potter!

...

Gavi, con los ojos cerrados y abrazándose a sí mismo para combatir el frío, sintió la mirada de Fermín sobre él. 

Murmuró entre dientes —No estoy muerto... aún —lo que sorprendió al rubio.

—Me asustaste—susurro sacando una débil sonrisa de los labios de Gavi.

En ese momento, una enfermera llamó a Gavi por su nombre completo: 

—Pablo Paéz. 

Con la ayuda de Fermín, se levantó de la silla, aunque su amigo insistió en acompañarlo. Gavi negó levemente con la cabeza, agradeciendo el gesto, pero prefiriendo enfrentar lo que viniera solo.

Gavi tocó la puerta del consultorio con cuidado, casi como si temiera perturbar el ambiente tranquilo que reinaba en la habitación. Al recibir el permiso del doctor, entró y se encontró con Pedri, quien estaba concentrado en revisar algunos papeles sobre el escritorio. La luz tenue del consultorio hacía que los rasgos fatigados de Gavi resaltaran más: sus ojos parecían cansados, con ojeras pronunciadas que contrastaban con la palidez de su rostro. Su nariz y mofletes estaban enrojecidos, y sus labios mostraban signos de sequedad.

Con un tono apenas audible, Gavi murmuró un débil "Hola, Pedri". Al levantar la vista y encontrarse con la imagen de su amigo en ese estado, Pedri sintió un pinchazo de preocupación en el pecho. Aquel no era el Gavi enérgico y alegre que conocía. Gavi, por su parte, intentaba mantener una actitud positiva a pesar de sentirse tan mal.

Pedri le devolvió una sonrisa leve, aunque la preocupación se reflejaba en sus ojos. —Hola, chico rinoplastia —saludó, intentando infundir un poco de ánimo en el ambiente. —Siéntate en la camilla, ¿vale?

Gavi obedeció, aunque el simple movimiento parecía requerir un esfuerzo adicional por su parte. Mientras Pedri lo revisaba, sus dedos cálidos tocaban la frente del enfermo, que sentía cómo su piel ardía bajo su tacto. —Estás ardiendo —mencionó con evidente preocupación, apartando la mano y frunciendo el ceño.

Gavi, en un intento de desviar la atención de su malestar, intentó hacer un comentario ligero: —Pues tú no estás nada mal —dijo con una sonrisa forzada, pero sus ojos delataban el malestar que sentía.

Pedri negó con la cabeza, preocupado. —Gav, tienes fiebre —respondió con tono serio, sin poder ocultar su preocupación ante el estado de su amigo.

Pedri continuó con el examen, confirmando sus sospechas.

 —Tienes laringitis aguda —informó, mientras revisaba la garganta de Gavi con una linterna. 

—¿Desde cuándo te has estado sintiendo mal? ¿Has podido dormir bien? ¿Cómo ha sido tu alimentación estos últimos días? —preguntó, manteniendo la conversación para distraer a Gavi de su malestar.

Gavi respondió con voz ronca, tratando de recordar los detalles de sus últimos días. —Empecé a sentirme mal hace unos cuatro días, he tenido dificultades para dormir por la tos y la congestión, y no he tenido mucho apetito —confesó, mientras se acomodaba en la camilla, sintiéndose más cansado de lo que recordaba.

Pedri asintió, tomando nota de la información. 

—Te recetaré algunos medicamentos para ayudarte con la inflamación y el malestar. Además, necesitarás reposo absoluto durante al menos una semana —advirtió, mirando a Gavi con seriedad.

La noticia no le sentó bien a Gavi, que frunció el ceño y protestó: —¡Una semana completa! No puedo faltar tanto a clases, Pedri, ¡es importante para mis estudios!

Pedri se detuvo, mirándolo fijamente. —Tu salud está primero, Gavi. No puedes ignorar los síntomas y arriesgarte a empeorar. —Su tono era firme, dejando claro que no iba a ceder ante las protestas del menor.

Gavi bufó, cruzando los brazos con gesto obstinado. Pedri lo observó con una sonrisa suave.

 —Te ves tierno enfadado, sabes —comentó, intentando aliviar la tensión en el ambiente mientras continuaba escribiendo la receta médica con calma.

En medio de la clínica, Gavi se sentía como un poema inacabado, una melodía sin su última nota. La presencia de Pedri a su lado, tan cercano y a la vez tan distante, le recordaba la complejidad de sus sentimientos. Cada rasgo de Pedri, iluminado por la luz tenue de la sala de examen, era un verso en su corazón enamorado.

La mirada de Gavi vagaba por el rostro de Pedri, deteniéndose en cada detalle que lo enamoraba y lo hería a la vez. Los ojos miel que solían ser su refugio ahora eran como faros distantes, guiándolo pero fuera de su alcance. Los labios que tanto anhelaba besar ahora eran solo una línea delgada, sin la promesa de un beso compartido.

El ceño fruncido de Pedri, una expresión de concentración, era para Gavi como una barrera invisible que lo separaba de su amor no correspondido. Aun así, en medio de la enfermedad y la distancia emocional, Gavi encontraba belleza en el dolor, como si cada suspiro entrecortado fuera una estrofa en su poema de amor no correspondido.

En ese momento, Gavi se sentía como un poeta perdido en su propia creación, buscando las palabras adecuadas para expresar lo que su corazón tanto anhelaba. En la silenciosa sala de examen, su amor por Pedri resonaba como una canción no cantada, un secreto guardado en lo más profundo de su ser, esperando ser descubierto algún día.

Pedri extendió la receta médica hacia Gavi con una sonrisa amable, sus ojos miel brillando con una mezcla de preocupación y calidez. —Aquí tienes, chico rinoplastoa —dijo con su voz dulce pero firme —Sigue estas indicaciones y pronto te sentirás mucho mejor.

Gavi tomó la receta con gratitud, sintiendo el roce reconfortante del papel entre sus dedos. Levantó la mirada para encontrarse con los ojos de Pedri, agradecido por su cuidado.

 —Gracias, Pedri —respondió con sinceridad, su voz apenas un susurro cargado de emociones.

Entonces, Pedri sacó otro papel de su bolsillo y lo extendió hacia Gavi con un gesto juguetón. 

—Y aquí tienes una dosis extra de diversión —anunció con un brillo travieso en sus ojos. Gavi observó el papel con curiosidad, leyendo las instrucciones con una sonrisa creciente en su rostro.

—Una dosis de películas ñoñas con palomitas y chuches con Pedri dos veces por semana —leyó en voz alta, dejando escapar una risa suave. Levantó la mirada para encontrarse con la mirada cómplice de Pedri, y su corazón se aceleró ante la idea de pasar más tiempo juntos.

—Llamadas por las noches con Pedri todos los días cada ocho horas —continuó leyendo, y una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios. —¿Así que ahora eres mi medicina personal? —bromeó con diversión, sintiendo cómo la tensión se disipaba en el aire entre ellos.

Pedri rió suavemente, su voz resonando con complicidad. —Algo así —admitió con una sonrisa—. Después de todo, ¿qué mejor cura que la compañía de un buen amigo?

Gavi asintió, sintiendo un cálido hormigueo en su pecho ante las palabras de Pedri y algo de dolor por la palabra amigo. —Definitivamente no hay mejor medicina —estuvo de acuerdo, con una mirada llena de gratitud hacia su amigo.

Entonces Pedri le volvió a tender un papel que el menor cogió con curiosidad.

Gavi negó con diversión mientras leía las últimas líneas de la nota: "Tienes que cuidarte más, chico rinoplastia. No podría vivir sin tu sonrisa <3". La ternura de las palabras de Pedri le hizo sentir cálido por dentro. Levantó la mirada hacia Pedri, con una mezcla de curiosidad y gratitud en sus ojos.

—¿Qué es esto? —preguntó Gavi, mostrando la nota con una sonrisa.

Pedri sonrió con complicidad. —Esa es una receta especial —respondió en tono juguetón—. Para mis pacientes favoritos.

Gavi rió suavemente, sintiéndose agradecido por el gesto. Pedri se acercó y lo ayudó a bajar de la camilla, envolviéndolo en un cálido abrazo. Gavi se sintió reconfortado por el gesto y las mariposas revolotearon en su estómago.


Buenas buenas que tal?

Ame este capitulo gente. Que les pareció a ustedes?

En fin.

Los leo.

Lai una poeta enamorada <3

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