Poemas de Arthur Rimbaud
En invierno nos iremos, sobre cojines azules,
en un vagoncito rosa.
Tan a gusto, cuando un nido de besos locos se duerme
en cada blando rincón.
Cerrarás los ojos para no mirar por los cristales
la noche y sus negras muecas,
los monstruos amenazantes, lobos negros, negros diablos
como muchedumbre atroz.
Después sentirás en la mejilla un arañazo…
Y un beso te correrá, como una araña alocada,
alocado por el cuello.
Y me dirás: «¡Busca, busca!», inclinando la cabeza.
-Pero, ¡cuánto tardaremos en encontrar ese bicho
que viaja y viaja sin meta…!
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Desnuda, casi desnuda;
y los árboles cotillas
a la ventana arrimaban,
pícaros, su fronda pícara.
Asentada en mi sillón,
desnuda, juntó las manos.
Y en el suelo, trepidaban,
de gusto, sus pies, tan parvos.
-Vi cómo, color de cera,
un rayo con luz de fronda
revolaba por su risa
y su pecho -en la flor, mosca,
-Besé sus finos tobillos.
Y estalló en risa, tan suave,
risa hermosa de cristal.
desgranada en claros trinos…
Bajo el camisón, sus pies
-¡Basta, basta!» -se escondieron.
-¡La risa, falso castigo
del primer atrevimiento!
Trémulos, pobres, sus ojos
mis labios besaron, suaves:
-Echó, cursi, su cabeza
hacia atrás: «Mejor, si cabe…!
Caballero, dos palabras…»»
-Se tragó lo que faltaba
con un beso que le hizo
reírse… ¡qué a gusto estaba!
-Desnuda, casi desnuda;
y los árboles cotillas
a la ventana asomaban,
pícaros, su fronda pícara.
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Un hidrolito lagrimal lava
los cielos color de berza
bajo el árbol de tiernos retoños
que vuestros cauchos babea,
blancos, con sus lunas singulares
y sus redondos pialatos:
¡entrechocad vuestras rodilleras
mis adefesios amados!
En aquellos tiempos nos queramos,
¡mi azul y triste adefesio!
comíamos huevos al minuto
y murajes color cielo.
Una noche me ungiste poeta,
mi adefesio rubio y garzo:
ven a mi lado, quiero azotarte
cuando estés en mi regazo.
Vomité tu crasa bandolina
lustroso adefesio negro:
tú, mi bandolón me cortarías
por lo sano, a ras del pelo.
¡Qué asco, mi saliva reseca,
adefesio pelirrojo,
emponzoña aún las trincheras
de tus dos pechos orondos!
¡Pequeñas enamoradas mías,
cuánto y cuánto puedo odiaros!
¡Parchead con tristes bofetadas
vuestras tetas, que dan asco!
¡Saltad, saltad, viejas escudillas
repletas de sentimiento;
vamos, saltad, a ser bailarinas
tan sólo por un momento!
Los omóplatos se os desencajan,
amores, amores míos:
con una estrella en el lomo, cojas,
¡a seguir con vuestros giros!
¡Y para colmo, yo he rimado
en honor de estos perniles!
¡Si os pudiera romper las caderas
y de mi amor redimirme!
Montón sin gracia de estrellas rotas
volved a vuestros rincones
––Reventaréis en Dios, bien cargados
de ignominia los serones.
Bajo las lunas particulares
y sus redondos pialatos,
¡entrechocad vuestras rodilleras,
mis adefesios amados!
Arthur Rimbaud
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