Hoy contaré mis días con una prosa dolorosa,
una prosa denigrante, una prosa poco hermosa.

Ten cuidado de estas letras, no te recomiendo su lectura;
ya que no hay cordura,
que comprenda esta locura.

Solo y en silencio, lleno de ideas poco luminosas,
vivía sin luz, vivía con miedo, vivía sin querer vivir.

Caminaba por el sendero de la gente victoriosa,
pero lo debo admitir; nunca logré sentir placer por existir.

Caminaba hombro a hombro con gente ilustre y exitosa,
siempre con una sonrisa de oreja a oreja, nadie sospechaba mi tristeza.

Cual camaleón experto,  andaba aparentando dicha y riqueza,
ostentaba alegría y vigor, cuando vivía angustia y dolor.

Con el rostro siempre en alto,
prohibí a toda costa el llanto,
cerré la llave de la conciencia,
me lancé en busca de la dolencia.

Y fue fácil, sufrir no requiere mucha ciencia,
basta con despreciar lo que se tiene
y beber del río de la envidia.
Porque por si no lo sabían, al sufrimiento
justo como a la alegría, se le alimenta
sin importar si es de noche o es de día.

Comencé un romance con la negatividad,
todos mis errores le gustaban en verdad.
El dolor en mi cuerpo, para ella una caricia,
la tristeza en mi espíritu, su alimento preferido;
mis perlas negras, el oro de su avaricia.

Los meses pasaron ligeros e intangibles,
mi vida ya se cantaba en melodías grises,
piel, ropa, cabello y rostro;
todo lucía elegantemente tenebroso,
vivía un encanto doloroso.

Hasta que decidí consumar mi amor.

Así que compré el lazo más hermoso,
para unir nuestras almas con gozo, y
así, presumir por todo el cosmos.

¡Fue maravilloso!

Poco a poco dejé de necesitar oxígeno,
poco a poco dejé este cuerpo maldito,
poco a poco dejé esto que llaman conciencia,
poco a poco regresé al majestuoso infinito.

Seguí la estrella más brillante,
esperando descubrir mil y un maravillas,
deseando ver nueva especie pensante,
anhelando ver deidades en sillas,
Ansiando conocer al mesías.

Mas al alcanzarla, di un grito que estremeció oídos por doquier...

Si, había vuelto a nacer.