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La damisela recorrió con pasos firmes y agigantados
el castillo encantado.
Vagó por las interminables y relucientes escaleras, bañadas en pulcro oro; hasta encontrar la torre teñida de rayos ultravioletas.
Su misión era rasgar el firmamento con sus delgados y delicados dedos. Y así obtener el poder de controlar los pensamientos, como la leyenda lo predecía.
Se acercó al antiguo y resplandeciente balcón,
custodiado por rosas pastel y hojas de tonos rojizos y amarillentos.
Extendió su mano, acallando el rugido del viento e inclinó su esbelto cuerpo hacia el suntuoso cielo.
De pronto, un súbito grito estremeció el exterior del castillo, un cuerpo cayó sobre el húmedo césped.
Era el final de la damisela traviesa, que por un fallido capricho, una tragedia nubló su retorcido sueño.

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