Una habitación oscura, antes clara e iluminada por resplandores dorados, se encuentra destruida y en ruinas en lo profundo de mi mente, que entre tanto llanto ha decidido mirar a otro lado.

Hoy recurro al diáfano placer de la escritura, y al árido desierto de las letras, como un perro que regresa con su amo; muriendo por vivir mientras vivo muriendo.

Odio este odio inmenso, que como los rescoldos de una hoguera, pequeños destellos fugaces ahora exploran la inmensidad del espacio, buscando encontrar en él lo que no halló en mi.

¿Es un poema lo que escribo? ¿O tan solo un grito? No lo sé, el yo que con tanta añoranza extraño parece nunca haber existido.

¿Quizás también me abandonó?

Puedo ver mi destino a lo lejos: una silueta tan delgada como oscura, que desentraña infinitamente el entretejo con el que me entretengo cada noche, quizás para evitar que mis ojos sucumban a la intensa locura de amar, o quizás por simple y banal capricho.

Puedo oír los gritos de agonía, una suerte del yo sempiterno que ajeno a si mismo, decide arrancarse los tímpanos antes de terminar el día odiándose, pues bendita es la virtud del querer, mas infinito es el castigo por no hacerlo.

Puedo sentir mi corazón, cada vez mas pesado, pero a la vez lejano, ¿Tu también me abandonarás, vida mía? Incluso la virtud de mi letra se difumina ante la intensidad de mi pasado.

Temo por el futuro, pero temo mas por qué no lo haya, y que lo que mis manos ahora escriben sea la ultima pista de mi existencia, ya no sé que mas hacer, ¿Si el amor es un sentir tan puro, porqué me daña? Es como si la ciencia fuera contraria a mi fe.