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El reloj dorado del Conejo Blanco


El tiempo que su reloj mide

con gran presión recibe.

Corriendo y saltando

el camino detrás va dejando


-¡Qué tarde es!¡Qué tarde es!

¡Ya son más de las tres!

exclamaba preocupado al pensar

el castigo que la Reina le tendrá.


Donde el Sombrerero a brincos llegó.

Celebraba junto a la Liebre y Lirón,

como cada vez, una fiesta de té

que habrá iniciado desde hace un mes.


-¡Hey, Conejo!¡¿Gustas una taza de té?!

Le invitan cuando al pasar lo ven.

-¡No, no, no! Me voy, me voy, me voy!

¡Qué tal! ¡Adiós! ¡Si me hablan ya no estoy!


Se aleja a toda prisa del lugar

dejando a los presentes hablar:

-Apuesto a que su reloj se ha vuelto a atrasar

Y es por eso que tarde se le ha hecho ya.


Decía la liebre mientras mantequilla al pan untaba.

El Sombrerero con terrones de azúcar su té endulzaba.

-Como la última vez, dos días de atraso tenía su viejo reloj.

Esta vez ha de ser lo mismo, seguro y con razón.


-¿Aquella vez que ahogaste ese aparatejo?

cuestionó lirón un poco harto de aquello.

-¡Con eso, mantequilla y dos tenedores,

reparé esa maquinaria sin reproches!


Entre infusiones y galletas seguían

discutiendo por el recuerdo de aquel día.

Mientras, el conejo avanzaba a toda prisa.

La Reina lo esperaba porque la partida de Croquet

pronto empezaría.


-¡Oh, no! ¡Es tarde! ¿Qué haré?

¡Oh, no! ¡la cabeza perderé!

De su suerte se lamentaba

al correr rodeado por casas.


Si no hubiese tardado Mary Ann

en sus guantes encontrar,

en problemas no estaría,

pero eso para su criada no correría.


Al final del sendero se alzaba el castillo

con los naipes apilados custodiándolo con brío.

A unos pasos de la entrada alisa su ropa arrugada.

Como heraldo de la Reina Roja, debe estar impecable,

puntual y sin ser petulante, también elegante.


En el patio real se celebraría la partida

pero ni decorado ni arreglos había.

Allí, tranquilamente fumando su pipa,

encontró a su gran y buen amigo Dodo.


-¡Colega! ¡Amigo! Dodo, ¿aquí qué ha ocurrido?

-¡Conejo! ¿De qué hablas? ¿No ves lo temprano que has venido?

Sin entender, el conejo en su reloj mide el tiempo transcurrido.

-Pero...¡hace una hora tendría que haber empezado el partido!


Dodo, intrigado, saca su reloj de su bolsillo

comparando la hora dada con el dorado de su amigo.

-Conejo, colega estimado, su reloj lleva dos horas adelantado.

Responde Dodo, luego de comprobarlo.


Incrédulo, él mismo compara ambos medidores de tiempo.

-¡Imposible! ¡Imposible! ¡A ajustarlo lo llevé hace poco!

Se dijo al no entender tamaño desfasaje de horario,

¿será que el relojero no hizo bien su trabajo?


-¡Tranquilo, compañero! Ajustaremos y puliremos

tu pequeña herramienta.

Al menos has llegado a tiempo y la Reina

no mandará que te corten la cabeza.


Aliviado, suspira el Conejo Blanco,

mientras sigue escuchando a su colega,

quien pagaría los arreglos de su reloj,

como obsequio de su no cumpleaños número cuarenta.


Luego recuerda, hace algunos días,

que pasando por lo del Sombrerero y compañía,

regresaba a su hogar desde la relojería.

El demente Sombrerero su reloj bañó en mantequilla.


Según él, eso realzaría el dorado y más brillante luciría.

Eso explicaría el desarreglo y lo opaco que el reloj se veía.

Y se prometió a sí mismo, no volver a sacar su tesoro

en una fiesta de té ni delante del Sombrerero loco.


Pues amaba ese regalo de No Cumpleaños,

su preciado reloj dorado.

https://youtu.be/lcxRKV79oiI

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