Lo tuve todo: la dicha plena, la concreción de un sueño, un amor puro. 

Todo lo que se anhela en este mundo fue mío por segundos.

No sé cuál fue mi error, mi desacierto. Tal vez la culpa, el karma, aquel pecado que todo ser viviente carga y un día paga.

Tal vez fue mala suerte, un hilo mal tejido, un desatino que la mano de Dios, quizá el destino, se vio en la obligación de corregirlo.

No sé y quizá ya nunca sepa por qué lo tuve todo y ahora nada, más que un vacío perenne que se filtra, como la amarga hiel, por mis entrañas o aquellas flores mustias germinando, como la mala hierba, por mi alma.

La única certeza que hoy me invade es aquella que tengo por sentada: que tuve todo y ya no tengo nada, más que un puñado de proyectos rotos, deseos fragmentados cuyos trozos flotan en mi inconsciente cual espectros, deambulando en mi mente sus despojos.

No tengo nada más que cicatrices grabadas en mi piel como un estigma, un recuerdo constante que recita la angustia más profunda e infinita que mi corazón guarda y solo el cuerpo grita...