En un hospital, todo cambió de repente. Yo salía de una habitación de cirugías de urgencia, empapada de sangre, y en posición fetal. Mis ojos estaban cerrados, y solamente escuchaba a los médicos murmurar y a mí corazón latir lentamente.

Pero mi aliento se detuvo, cuando escuché tu voz de fondo, que decías mí nombre. Me estabas llamando.

Corriste hacia mi camilla, y viniste a verme. No podía creerlo.

— Amor, ¿Qué te ha sucedido? — te escuché tan lejanamente.

Con haberte tocado, te pedí que me llevaras tú entre tus brazos hacia la habitación. Me cargaste, y no te importó mancharte de sangre tu camisa blanca y nueva.

Y así comenzó todo. Estuve un mes y medio en el hospital, y estuve 42 noches escribiéndote, un poema por cada luna que pasaba, y que te quedabas dormido en mis brazos.

Cuando yo me fui, te diste cuenta de la existencia del Poemario. Si seguía viva, me hubiese dado vergüenza que lo leyeras. Pero ahora no, porque quiero que sepas todos los sentimientos que se cruzaron por mí cabeza durante 42 noches. Sentí que lo merecías.

Espero que no me olvides ahora. Porque mi corazón quedó en ese libro, y no podría soportar que te deshicieras de él.