En el silencio de todo lo que nunca dijimos,
se esconde un eco que vibra en lo más profundo.
Es el murmullo de palabras que jamás salieron,
un susurro que sigue ahí, constante y rotundo,
guardado en rincones donde la verdad se hundió.

Cada vez que quiero hablar, siento un peso invisible,
un miedo que ahoga todo lo que llevo dentro.
Las palabras llegan, pero se esfuman al instante,
como hojas que el viento arrastra en su lento,
dejando solo lo que nunca logré compartir.

El eco se vuelve más fuerte en la soledad,
cuando el silencio grita lo que no quise decir.
Es un grito que no encuentra consuelo,
y llena el aire con emociones que no saben salir,
una melodía triste que siempre vuelve a surgir.

A veces, ese eco me recuerda lo perdido,
todo lo que quedó atrás, sin ser aprovechado.
Es como un respiro que nunca llegó a nacer,
una señal de que lo no dicho también duele,
y deja huellas invisibles que no se ven.

Pero el eco de lo callado también enseña algo,
que enfrentar lo que tememos puede ser liberador.
Porque cuando por fin soltamos lo que llevamos,
el eco se desvanece y el silencio deja de ser temor,
y en las palabras por fin dichas, encontramos valor.