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En lo profundo de cada ser, 
hay una luz que no deja de crecer, 
brilla en la sombra, guía en la tormenta, 
es la chispa eterna que siempre se presenta.

Aunque a veces nos sumerge en dudas y miedos, 
su fulgor es constante, incluso en los momentos más quedos. 
Es un faro invisible que ilumina el sendero, 
donde el alma se encuentra con su propio misterio.

A través de las grietas, entre lágrimas caídas, 
esta luz emerge, renovando vidas. 
No importa cuán oscuro sea el camino, 
su resplandor siempre ofrece un destino.

Es la esperanza que no se apaga, la fuerza que persiste, 
en el corazón de quien la siente, el brillo nunca se resiste. 
La luz que nos habita es la esencia del ser, 
un faro interno que nunca deja de crecer.

Así, en cada amanecer y en cada noche cerrada, 
esa luz nos guía, nunca está apagada. 
Es el reflejo de lo mejor de nosotros, 
una llama eterna en nuestros corazones rotos.

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