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مذكرات /mudhakkarat/

"¿En qué piensas, irmao? En todo lo que has pasado en las Indias, quizás ¿Hallaste las respuestas que querías, en este lado del mundo?" suspiró un momento "Porque desde que pisé el suelo tan lejano a casa, solamente tengo más preguntas sobre los cuestionamientos que aún me persiguen como fantasmas". Los ibéricos habían aprendido, más tarde que pronto, que aunque uno viaje al fin del planeta, los problemas siempre se cargaban en la misma espada. Por eso, sonrió a medias ". Sin contar las heridas nuevas que Iracema me obsequió con sus flechas."

Portugal no se dejaba ver entre las pesadas cortinas de su habitación, un piso arriba en el gran caserón. Mientras bebía su vino, concentrado en el continente hermano, enumeró sus cambios; las cicatrices nuevas, la clavícula debajo del blusón abierto; las calzas de lana, húmedas por el viaje... sin duda, esa no era ropa para ese sitio.

Entonces, miró su baúl personal.

—Esas ropas no son para este tiempo — Antonio halló de repente a su hermano a su lado, estirándole en frente una muda de ropa— . Póntela, son mías. Creo que aún tenemos el mismo talle.

Ahora no estaba esquivando sus ojos. El anochecer había traído consigo el tono dulce de esa voz diferente e igual, los ojos brillantes solamente marcados por esa cicatriz que había arruinado la simetría que su hermano amó siempre. Antonio quedó mirando un largo rato, sin saber cómo reaccionar con precisión.

>>—Será mejor que entres, o vas a enfriarte con todo el sudor que has tenido hoy.

—No es necesario que vuestra merced se ocupe de darle ropas frescas a este hombre distraído —comentó con gentileza, quitándose frente a su hermano las vestimentas para ponerse las otras, secas y frescas — . Estuve en Lima, y a estas alturas del año viene un invierno muy crudo. Olvidé que más arriba el calor arrecia y siempre parece verano.

Sin pudor se sentó en el borde de la fuente, el agua cristalina reverberante en las luces fenecientes del atardecer, mientras el viajero todavía cansado descansaba sus plantas en las losetas frescas, sembradas de mosaicos y arabescos, antes de ponerse las telas. Entonces se puso de pie y se bajó los jubones, desnudándose y dándole la espalda a Portugal, en tanto se calzaba la prenda inferior.

Todo esto lo hizo de manera natural; guiado no por el deseo de seducir, sino que por el inocente ahnelo de desprenderse lo antes posible de la ropa sudada. Apenas se vio vestido con el blanco de la camisa y el rojo encarnado de las calzas, tomó agua en el hueco de su mano y se soltó la coleta a su espalda, para refrescar la nuca también. Luego tomó la ropa sucia y la dobló.

>>—Gracias, sois un anfitrión muy agradable.

Cuando volteó, el hispano notó un severo sonrojo en las mejillas lusas, tostadas por el sol de ese nuevo mundo; y esas orbes apuntadas hacia partes impúdicas debieron rápidamente cambiar el rumbo de su atención, tosiendo con un carraspeo falso.

—No debes preocuparte. Sé que es un viaje agotador y necesitas descansar. Todo esto debe ser muy tedioso para ti — continuó con suavidad, tratando de tocar el punto que le había desviado la mirada—. Tu... has crecido un poco de la última vez. Estás mas fornido... ¿Están difíciles las cosas en el Sur?

Portugal sabía que era una de las cláusulas de Tordesillas la que rompía con esa pregunta. Pero no le importaba: O le sacaba un tema de conversación acorde, o se quedaba mirándolo pecaminosamente.

—Los indios están más bravos hacia el sur, si a vuestra persona os interesa saber —respondió Antonio con calma, distraído por completo — . Me ha tocado crecer para controlar a todos esos chiquillos impúdicos y perezosos — volvió a sentarse en la fuente, mirando a Gabriel a la cara, su propio corazón vendiéndolo por unas palabras dulces y la vana ilusión de que han vuelto a ser hermanos nuevamente — . Se me ha ensanchado la espalda; un lío, el herrero me dice que no siga con mis rutinas o nuevamente deberá hacer otra pechera, porque me van quedando pequeñas.

Bebió un poco de agua de la fuente, mojándose para hacer más ligera la protección de las telas, un poco pegadas a la piel de su pecho.

De pronto, en aras de la conversación que sintió los acercó un poco, cometió su propia tropelía, rompiendo otro tanto.

>>—¿Y cómo ha lidiado vuestra excelencia con su indio? He oído que no salió tan salvaje como los míos. Bueno, en comparación con el último salvaje que tengo que domesticar, cualquiera de vuestros hijos puede ser llamado "civilizado" — se quedó pensativo — . Tiene los mismos gestos que vos cuando se le da una orden; prefiere pasar colgado de los árboles como los monos y metido bajo mi escritorio, con sus ojos brillantes como los de un búho. El desdichado me da sustos de muerte, y ni con los azotes compone el camino...

Hablaba de Athn Mapu solo para prolongar el diálogo. Sabía que Dos Anjos era de pocas palabras; y necesitaba un poco más de su compañía para volver a su infierno personal con el alma un poco mejor dispuesta.

—El pequeño Brasil es muy dócil. Parece que está en una especie de crisis, pasa encerrado y se niega a comer. A veces se ha escapado, pero rápidamente es aprehendido. No quiero que vaya al Sur a acompañar a los mensajeros. Ha venido más hostil desde allí. Por eso lo mantengo entre los cortesanos, para que aprenda los modales que Nuestro Dios y Su Señoría saben que es lo más adecuado.

Sí, estaba orgulloso de Tabaeretá - aunque aún debía buscarle un nombre, más allá de Terra de Santa Cruz; pero no quería presumirlo demasiado. Cualquier cosa podía ser quitada con facilidad, y no quería hacer la voz correr para que llegara el loco de Francia, o la tentación de España fuera demasiada, goloso como siempre lo había conocido. No. Debía ser modesto y discreto con sus logros.

>>—Es lo complejo de abarcar tantas encomiendas y misiones en un solo territorio en tan poco tiempo. Decidí enfocar mis esfuerzos en muy pocos aquí, como habrás notado. Por el momento no he encontrado nada más útil que mi nuevo menino. Se que aplicará pronto a mis necesidades — puso los brazos tras la espalda y sonrió con algo de altivez, pero brevemente —. Seguramente vuestra merced tendrá la misma suerte en un futuro.

Se acomodó el cabello ondeado, tras el silencio marcado en su rictus. Pensando.

>>—¿Gustaría cenar?

—Me sería agradable compartir la mesa con vos —respondió España más resuelto, dejando a su propio carácter salir a flote de manera natural, sin tropiezos ni concesiones de ninguna especie — . No os engañéis. Por este díscolo tengo varios hijos fuertes, lozanos y hermosos, dignos de presumir en todas las reuniones. Precisamente — hubo cierta altivez en sus gestos también — iba a presentaros en esta oportunidad a mi prodigio, Virreinato del Perú. Sin embargo, me fue aconsejado acudir a la cita sin niños que entorpecieran el viaje, para volver pronto a pacificar a los indios araucanos.

Se movía con los pies descalzos y el cabello revuelto, desprovisto por completo de las ceremonias de su rango. Se sentía tranquilo, como si en el agua hubiera hallado momentáneo alivio a sus graves tormentos diarios. Estar lejos de aquella demandante Capitanía era sin duda una bendición a agradecer.

>>—Insisto. El parecido entre vos y ese pequeño demonio del Sur es inquietante. Posee las mismas tensuras de vuestro cuello, sin la cicatriz en la juntura —le mostró tocándose la propia carne; confiado en la relajación ajena para acercar el tono suave a la charla — . Pero así de bravo solo es él. Mis otros hijos, preciosos, saben obedecer. Sobre todo el rubio; tiene el cabello del color de nuestro Señor Jesucristo, y los ojos verdes como las enredaderas de los balcones de Toledo mismo. Sonríe con encanto y canta como un pajarillo mañanero. Plata es culto y ceremonioso, no pierde el tiempo en naderías, estudia y se esfuerza por aprender para ser digno de convertirse en mi brazo derecho. Sí, todos míos — suspiró recordándolos por cuantos eran; como un padre orgulloso — . Mis amados niños...

—Comprendo. Supongo entonces que el otro salvaje de las espesuras del Sur continúa siendo un problema, pues no le has dedicado palabras dichosas, en tu felicidad referida a la progenie adquirida.

La mención de la falta de control sobre el pequeño Charrúa había sido un sutil golpe a la soberbia ajena, y amargó rápidamente a Fernández Carriedo. Ante esa sutileza que, sabía, su hermano había aprendido de Kirkland, el hispano sonrió con cortesía. Gabriel supo que había acusado recibo por hablar demasiado, y cerró los ojos con un gesto triunfante.

>>—Ya es hora; en la sala de espera de mi habitación hay botas que van a sentarte bien con las calzas.

—Entonces prefiero saltarme la cena; estoy más agotado que hambriento, y deseo sentirme un poco más rey y menos paje. Vuestra vestimenta serán buena en eso.

—Podríamos ser menos reyes y más pajes, en cambio — contestó el otro morocho, afilando la mirada — ; dejando ciertos temas a un lado.

—Cierto es. —respondió Antonio, sin amedrentarse ante la venenosa lengua de Albión, escondido en las palabras ajenas.

Bom, sígueme.

Caminaron hasta el interior de la casa, y un nuevo tenso silencio se armó entre los hermanos.

Antonio, por un lado, marchaba contemplando los vidrios cegados por las contraventanas de madera, como un monje en un templo devoto. De repente, cayó en cuenta que todos los mortales que los rodeaban siempre dormían a esas horas, y ahora estaban solos, después de muchos años humanos. Aquella idea le generó culpa, ya que la apetencia volvió a él, bajo un deseo reprimido y profundamente pecaminoso.

Gabriel, por otro lado, caminó perdido en sus pensamientos; cuando esos dos pares de pies corrían silenciosos, descalzos o en zapatillas de telas de oro, entre los tules y los futones de las habitaciones de aquel que los había usurpado, y del que aprendieron absolutamente todo, mal que les pesara.

La puerta de ébano y metal le devolvió a la realidad, y la abrió con cuidado. Las luces de los vidrios coloreados con la luz mortecina llenaron de colores la habitación. Tras cerrar la hoja y aislarse por completo de todo lo demás, se miraron erguidos; el español a unos pasos de las botas; y el portugués, esperando algo que no sabía si era prudente que debía llegar.

Como si se reconocieran por primera vez en mucho tiempo. De verdad.

—Hemos cambiado mucho— habló el luso, y dio un paso, buscando ver al otro con atención. Noto entonces que, por alguna razón, los ojos ajenos eran más grandes y su boca mas carnosa, sus caderas suaves y sus brazos mas firmes—. Y te has puesto hermoso.

La respuesta de España fue extraña, ya que dio un profundo suspiro, cargado de un alivio inconmensurable. Se había quebrado el ambiente hostil del todo. Ya no estaban en las calurosas Indias, ni reunidos para un aburrido tratado que no les correspondía discutir. Tampoco estaban en las solitarias castidades de los conquistadores, cuando las mujeres no lograban satisfacer sus hambres de Naciones.

No.

Ahora estaban juntos y, como le había dicho el araucano con lo poco de español que aprendió de Perú, Antonio ya era una manzana madura. Pendía del árbol en la espera de ser mordida, y perder a los hombres en los más nefandos pecados. Y era cierto.

El reino español quería, anhelaba, olvidarse de Dios y el crucifijo en su cuello; de las promesas a los humanos, efímeras como sus propias vidas sacralizadas en el temor a nunca trascender. El amor volvió, como el deseo. Antes de comprender su situación, su boca descontrolada comenzó a musitar palabras, embriagado de esa belleza delante suyo que ningún ser en la tierra era capaz de opacar... ni reemplazar.

Arroja naranjas en una alberca como el que mancha de sangre una cota de malla...

Avanzó, recordando al musulmán que le enseñó a escribir y a cortejar a los efebos para entregarse a ellos en placer y sensualidad, deseoso de un día ser capaz de llegar al corazón de su hermano.

>>—Es como si arrojase los corazones de sus amantes en el abismo de un mar de lágrimas.

Gabriel abrió los ojos como platos, al reconocer las palabras; esos versos traducidos sin pensar del árabe antiguo; que él mismo escuchó en su cabeza, recitados por otra voz lejana, en aquel idioma.

El Libro de la Flor... — el luso reconoció la intencionalidad—Eso es lírica udrí.

—Sí, hermano. El último poema andalus — sonrió con amplitud — . Los versos que nos enseñó Harun, ¿recordáis? — Antonio dio un paso más, con los ojos brillantes.

—Esto está mal... — susurró Dos Anjos, sabiendo lo que evocaba— No debemos...

Y ese ingrediente era, precisamente, el más seductor. Aunque dentro de sí mismo rezaba a Dios - quizás al cristiano más que a Allah, aunque a veces los confundía - algo de templanza, casi podía escuchar la risotada de aquel hombre, burlándose de la indecisión de ambos, entre las volutas de humo espesas del narguile; mientras les mostraba personalmente como se debía cortejar aquel amor especial; primero con las palabras, a través del lenguaje. 

Y después...

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