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Capítulo 9

Contemplé la espléndida bañera, protagonista de toda la sala. Imaginé a mi hermana enfrente de mí y mis manos frotando su espalda y mojando su cabello. Pensé en cómo se sentiría de incómoda al ser acicalada por una mujer completamente extraña.

Miré a los ojos a Alice y detallé su hermoso y joven rostro. Pudo darse cuenta que le analizaba y apartó su pelo rizado de su rostro para que pudiera verla mejor. Me acerqué, me quité el guante y puse una mano en su mentón para levantárselo con cuidado y observarla más en detalle. Pude notar que no se estaba tensando. No se estaba sintiendo pequeña ante mi mirada y mantenía sus ojos clavados en mí.

Era peligrosa. No dulce y gentil como quería mostrarse.

Aparté mi mano y le di la espalda.

—Prepara el agua y déjame sola.

—Pero mi señora, mi deber es ayudarle.

Me giré y le miré. No se lo esperó y pude observar por un segundo como su mirada depredadora pasaba a una de cervatillo.

Entonces sonreí.

—Estoy exhausta, tanto de cuerpo como de mente. Necesito estar sola para sentirme cómoda. Ve preparando el agua y después el vestuario para esta noche.

—Mis disculpas, mi señora. —Hizo una reverencia y comenzó a calentar el agua.

Me senté en uno de los sillones que había en el baño. Me imaginé que estaban pensados en parte para que los hombres pudieran observar a sus mujeres despojarse de sus ropas y lavar sus pieles en el dulce agua.

—¿Lord Iabal está casado o prometido? —pregunté mientras la mujer trabajaba.

—Ninguna. Al parecer, Iabal ya ha rechazado bastantes propuestas. No le he visto nunca interesado en ninguna mujer.

Me sorprendió que no usase el "lord" o "señor" al referirse a él, teniendo un lenguaje tan pulcro y pensado. También analicé la presentación que les había dado el lord en nuestra llegada. Las nombró sin ningún tipo de "señorita" o ni siquiera mencionar sus apellidos.

Eso me hacía pensar que eran más cercanos de lo que querían mostrar en público. Incluso llegando a mentir con datos tan simples para evitar pensamientos equivocados.

—Será un sodomita entonces. —La mujer se sorprendió por semejante comentario, pero intentó tomárselo con humor. Sonriendo.

—Digamos que nunca se ha interesado en lo que guarda la mente y corazón de ninguna mujer, solo lo que hay bajo sus faldas.

Entonces reí.

—Eso va implícito en él solo por ser hombre, querida. Ninguno se preocupa por lo que pensamos o sentimos, solo somos fichas que mover sobre un tablero.

—Aquí es diferente, no es como en Kälte, mi señora.

—Holz no está suficientemente adelantado en ese aspecto —dije de pronto—. Si así lo fuera no existirían casamientos arreglados, por hombres claramente, y además habría mujeres entre sus mandatarios. Ya solo con no existir el voto femenino demuestran que les importa una mierda lo que pensamos. —La mujer quedó callada ante ello y me miró—. Perdón, me he dejado llevar por el romanticismo de mis ideologías políticas.

Su respuesta ante ello fue solo una sonrisa, aceptando las disculpas, y terminó de verter el agua caliente sobre la bañera. Me dejó una pastilla de jabón sobre un mueble ligero de metal que estaba al lado de la bañera.

—Si me necesita solo llámeme.

Hizo una reverencia y se marchó.

Cuando supe que estaba sola, dejé caer mi camisón sobre el suelo e introduje mi cuerpo desnudo en la bañera. Cuando ya estuve tumbada, dejé resbalar mi cuerpo hasta quedar con la cabeza bajo el agua. Contemplé el techo y sentí el cosquilleo de las burbujas acariciando mis orificios nasales. Acaricié mis muslos y mi vientre con la yema de mis dedos. Era la primera vez en mucho tiempo que estaba completamente... Sola. Entonces mis labios se arquearon dibujando una sonrisa de tranquilidad y felicidad. Me abracé a mi misma, colocando cada mano en el hombro inverso, y me deleité de cada segundo de calidez, soledad y silencio.

Algún día conseguiría escapar de todo y todos. Sería la dueña de mi destino. Lucharía por alzar mis alas imaginarias al viento.

Una lágrima se escapó confundiéndose con el agua de la bañera.

—Señora Lucrecia, ¿está bien?. Lleva ahí dentro casi dos horas —pronunció la sirvienta y al ver que no respondí obtuvo coraje y entró.

Me encontró aún en la bañera, con el pelo mojado y observando al frente.

—¿Se encuentra bien, Lucrecia? —Metió la mano en el agua y se percató que estaba fría—. ¡Mi señora! Es mejor que salga ya o le dará una pulmonía.

—Sabes, Alice. Soñé que era un pájaro. Un pajarito asustado dentro de un nido cálido y protegido. Pero sabía, que a pesar de ser peligroso, tenía que saltar al vacío aunque nunca antes hubiera volado. Solo podía confiar en mis alas y mi espíritu. Entonces, cuando fui a saltar... Me di cuenta que ya no tenía alas... Me las habían cortado, Alice.

Alice me miró sin saber qué decir. Pensaría que estaba loca. Entonces acarició mi cabeza.

—Voy a traerle toallas limpias, ¿sí? Ahora le ayudo a salir.

Me sentía desolada. Aquella pesadilla había sido tan real y tan simbólica. El frío del agua no me molestaba, mas me confortaba. Ayudaba a materializar los sentimientos que había escondido durante muchos años. Que nunca había podido mostrar por no atormentar a mi hermana.

Recordé cuando le di la noticia a Melania sobre el venir a Holz, el cómo quiso dejarme a mí completamente con el problema del trono. Era una niña egoísta e inmadura. Una pizca de odio surgió en mi pecho pero la eliminé por completo. No debía dejarme llevar por la negatividad y sentimientos efímeros solo por haber recaído un momento. Debía seguir fuerte y segura de mí misma. Era lo único que me quedaba.

Intenté pensar en un plan sólido y no solo en la ambigüedad de casarme con un hombre de buen renombre. Debía pensar en algo más grande. También, pensé en que si dejaba salir mi verdadero yo, acabaría sobresaliendo mucho más que Melania y, por ende, atrayendo el interés de lord Declan, cosa que no me interesaba.

Si ese hombre acababa pidiendo mi mano, mi padre aceptaría para quitarme de encima y quedarse con su hija favorita: yo quedaría más enjaulada de lo que ya estaba y, encima, como una máquina de tener hijos. ¿De verdad deseaba aquello para mi hermana? Lo único que tenía claro era que... No lo deseaba para mí.

Cerré los ojos y pensé en el mapa del continente, en cómo recortaba la costa hacia el oeste, hasta toparse con el gran muro que ni a padre ni a nadie le gustaba mencionar. ¿Qué habría detrás de sus cimientos? ¿Por qué lo construyeron? ¿Qué... Pretendieron con él? ¿Encerrarnos o encerrar a algo peligroso?

Volví a abrir los ojos. El muro comenzaba a pocos kilómetros del reino de Holz, al oeste, cruzando la gran cordillera negra hasta acabar en el Mar del Sur. La parte oeste, después del muro, se borraba en el mapa, siendo desconocida para los habitantes del este. Mi curiosidad siguió creciendo y entonces mi cerebro ató cabos hasta llegar a uno interesante: La caballería del Oeste, miembros de La Guardia de la Rosa de los Vientos. Si no existía tal punto cardinal para nosotros, ¿cómo era posible que Holz tuviera tal ejército? Y estaba segura que no era puramente simbólico, había algo más. El castillo de Holz volvió a mi recuerdo y su forma tan característica también. Necesitaba saber más del lugar, ver mapas y planos y, sobre todo, buscar información sobre La Guardia.

Alice interrumpió mis pensamientos y cuando la vi entrar me levanté. Puso una gran toalla blanca sobre mis hombros y con otra empezó a envolver mi cabello.

—Debí despertarla antes, el baile empieza dentro de dos horas y no me dará tiempo a arreglarla.

—Desasosiéguese, muchacha. Quien debe lucirse esta noche es mi hermana, no yo. No sé ni siquiera por qué debería ir y más con los rumores que están posados sobre mis hombros. Llevo años sin aparecer en un evento público —dije, mientras ambas íbamos hacía el dormitorio.

Sobre la enorme cama, habían diez vestidos diferentes, todos de corte muy exótico y femenino. Casi todos de color rojo o amarillo.

Entonces miré a Alice.

—¿Quieres que me vea como la ramera de la celebración? —dije muy seria.

—Disculpe, mi señora. No sé a que se refiere.

—Estos colores rojizos son pretenciosos y pasionales, dignos de una puta. No quiero convertirme en el amante de su señor si eso pretendéis.

—¡Mis disculpas! —La mujer hizo una reverencia—. No fue mi intención, solo quería que vieran su gran poder.

—Si así pensarais realmente, hubieras elegido un morado: elegante y fuerte. No un rojo. Y en cuanto al amarillo, que escasea en número, tampoco me agrada, no soy una niña. Por otro lado, no usaré ninguno de estos cortes. Llévatelos todos.

Observé a la doncella. Dudé entonces si realmente estaba bajo las órdenes de lord Declan o de alguien que realmente quería dejarme en ridículo público. Me acordé del libro de costumbres de Holz que leí hacía varios meses. En ellos, el color rojo pasión era usado por las prostitutas para hacer saber a sus clientes su oficio. Si no hubiera sabido de dicho simbolismo y me hubiera dejado llevar por la opinión de la dama mi reputación hubiera caído considerablemente en una sola noche. También, antiguamente lo solían vestir en un color más pálido las amantes de los reyes, que no dudaban en mostrar orgullosas que su cuerpo pertenecía a su señor y que nadie debía acercarse con dichas intenciones. Marcadas como ganado.

—¿Qué vestido desea la señora entonces?

—Mire entre mi equipaje. Allá encontrará un vestido azul cobalto de corte kältiana típico.

Hizo caso de mis órdenes y cuando llegó con el vestido en mano la duda alumbró su rostro.

—¿Está segura de esta elección, señorita Lucrecia? Este tipo de vestidos se usaban hace décadas en estas tierras.

—Estoy segura de no abandonar tan rápido las culturas de mi reino. Ayúdame a ponérmelo.

La chica dejó caer la toalla. Me ayudó a ponerme un fino camisón que fue lo primero que cubrió mi cuerpo para después colocar encima un corsé. Me coloqué recta apoyándome en una de las cómodas de la sala y Alice hizo un tirón rápido, atando las cuerdas. No era de los corsés más asfixiantes que me había puesto, cosa que me alivió. Después, vinieron las dos capas del vestido: primero una mas pegada al cuerpo, de mangas hasta las muñecas y después la última de magas largas, que casi tocaban el suelo, y de una falda que caía sofisticada y que se ajustaba complemente a mi cintura. Até el fino cinturón tejido de hilo azul más oscuro que el del propio vestido.

Me miré en el espejo y mi mirada se deslizó por mi fino cuello y mis clavículas al aire hasta toparme con el colgante blanco que dejaba ver mi inicial. Mi pelo aun estaba mojado y despeinado. Me senté y dejé que Alice lo cepillara con cuidado y con miedo de darme ningún tirón. Yo mientras le observaba desde el reflejo hasta que al final me cansé y busqué en mi joyero, que la criada había dejado en el tocador sin yo ordenárselo.

Sequé de él una pequeña tiara de plata, a juego con las decoraciones que poseía el escote del vestido, y unos pendientes plateados y azules. Recordé que todo aquello, vestido y joyería, fueron usados por mi madre tiempo atrás y desde niña había deseado ponérmelo, dejando de lado el profundo negro que siempre vestía.

Encontré un anillo, que observé cuidadosamente. No recordaba haberlo dejado allí. Aunque no me extrañaba el pensar que había pasado desapercibido entre el resto de joyas. Era simple como una alianza, con la diferencia que no era ni de oro ni de plata. Más bien era de acero, y tenía bastantes imperfecciones: cómo si lo hubiera golpeado el mismo martillo que forja espadas y escudos. Me gustó, a pesar de sus carencias y lo coloqué en mi dedo corazón.

Le di la tiara a Alice, quien me la colocó sobre la cabeza y empezó a entrelazar los mechones superiores de mi cabello con la misma, hasta acabar un medio recogido sencillo. Ya estaba lista. Me puse los pendientes y giré mi cabeza para ver mi rostro desde varios puntos de vista, en el el espejo.

—Está preciosa, mi señora.

—No mientas. Veo la desaprobación total en tu mirada —dije, mirándola desde el reflejo. Noté que apretó levemente la mandíbula—. Ve al cuarto de mi hermana, necesito saber cómo está.

Asintió, hizo una reverencia y se marchó rápido. Supuse que mi presencia no le gustaba en absoluto. Al cabo de los minutos volvió a entrar por la puerta y dudé si le había dado tiempo a llegar a la alcoba de mi Melania.

—Mi señora, ha venido un mayordomo a darme una mala noticia. —Tragó saliva—. Lord Declan ha suspendido el baile.

Entonces sentí como un peso cayó de mis hombros al suelo. Sentí una tranquilidad inexplicable y sonreí dulcemente. No obstante, me imaginé los motivos de tal novedad y me miré en el espejo. Esperé que mi criterio estuviera confundido al menos por una vez...

Quería y tenía la esperanza de que Lucrecia La Maldita muriera en Holz.




Alice me dejó sola. Mi idea fue escabullirme pasadas las horas y explorar el palacio, pero al abrir levemente la puerta comprobé que la sirvienta vigilaba mi alcoba. Se lo habían ordenado, de eso estaba segura. Alguien en parte conocía mi instinto curioso y, además, no quería que descubriera algo.

Pensé en un plan y supuse que tendría que tener paciencia. Me quité la tiara y despeine mi pelo. Me metí en la cama y me armé de perseverancia, tapando todo mi cuerpo, menos mi rostro. Al rato, escuché la puerta abrirse y los pasos de la muchacha, taconazos sigilosos contra el suelo, llegando hasta la orilla de mi cama. Estuvo unos minutos y después salió.

Cuando escuché la puerta cerrarse me levanté rápido y fui veloz —descalza— con el objetivo de perseguirla. Esperé y abrí levemente la puerta, viendo cómo la mujer doblaba esquina al final del pasillo. Salí rápido y cerré la puerta con cuidado. Intenté seguirla, recordado los pasillos que dejaba atrás para volver después.

Cuando llegué a la esquina me asomé con cuidado y vi a Alice volviendo a doblar otra esquina. La seguí durante unos cuantos minutos, teniendo cuidado de que no me viera. Esta, de vez en cuando miraba atrás y yo debía retirarme rápido. Así, llegamos a un pasillo a la altura del jardín, largo y con ventanas a la altura del hombro.

Ella se encontraba al final y se paró, por lo que tuve que quedarme en la esquina para que no me viera. Escuchaba un murmullo provenir del final, pero no podía escuchar la conversación. Miré la ventana que tenía entre abierta en frente de mí y di gracias a El Poderoso por darme esa suerte.

Rápido, la abrí del todo y salté por ella hasta que mis pies cayeron sobre el húmedo césped. La noche estaba cálida a pesar de la brisa fresca. Agarré las faldas de mi vestido y agachada corrí hasta la ventana más cercana en la que se encontraba Alice.

Había un hombre asomado por ella desde el pasillo y tuve que ir más atrás para que no me viera. No pude detallar su rostro.

—Es mucho más astuta de lo que creíamos. Llevo preparándome este encuentro días y me ha arrancado la máscara en cuestión de minutos —escuché pronunciar a Alice—. Melania ha sido más sencillo, se ha dejado embaucar fácilmente, pero Lucrecia ya sospecha algo. Debemos tener cuidado.

—Lo supe en el momento en el que hablé con ella por primera vez en Kälte. Necesitamos ser más cautos.

Aquella voz... La conocía y recordaba. Tranquila, cauta y suave.

Lord Iabal.

—Por ahora trabajaremos más en Melania, será más sencillo llenarle la cabeza de nuestras ideas. Hay que hacer todo lo posible para que Declan se case con ella, sería la marioneta perfecta —pronunció el alto lord—. Hay que alejarla lo antes posible de su hermana, ponerlas en contra y crear un escándalo público. Lucrecia es un gran obstáculo en nuestros planes. No deseo que arruine mi destino. Nuestro destino.

—Iabal... Dijimos que no íbamos a mancharnos las manos de sangre —pronunció Alice. La noté tensa.

—Y no lo haremos, por el momento. Al menos no nosotros. Si los planes no salen como deseamos, no será muy raro que un habitante de Holz decida matar a Lucrecia La Maldita. No habría sospechas. El pueblo de Kälte odia a su rey por haberles mentido sobre el fallecimiento de su hija y los de Holz no quieren tener los mismos problemas que en el pasado. Aunque sea la hija de su querida Almaia, las supersticiones y el miedo mueven más a las masas que la melancolía y el recuerdo.

Me puse la mano en la boca para no producir ningún sonido. Por un momento el terror se apoderó de mi cuerpo. Nunca llegué a pensar que querrían borrarme completamente del camino. Y lo más importante, Melania estaba en peligro.

—Hazte cargo de las gemelas. No te separes de ellas en ningún momento ni dejes que estén juntas. Y si lo están, no las dejes solas. Lucrecia no será tan imprudente como para hablar de sus preocupaciones contigo delante.

—Está bien, Iabal. No obstante, creo que deberías hablar tú con Melania. Esta noche. Podrías empezar a ponerle en contra de su hermana para que ella misma no quiera verla.

No. No les permitiría salirse con la suya. No dejaría que destrozaran lo único que me quedaba en la vida. Escuché los tacones de la muchacha yendo por el pasillo. Oh, no. Iría a mi cuarto de nuevo y no me encontraría en la cama. Debía ir rápido.

Iabal se asomó más por la ventana para tomar aire fresco.

¿Cómo alguien con un rostro tan gentil y una mirada tan inocente podría guardar tan malos sentimientos?

Cuando su rostro se hundió en la penumbra del pasillo comencé a correr por el jardín para encontrar una entrada y llegar hasta mi cuarto, aunque empecé a perder la esperanza de poder llegar antes que Alice.

Paré en seco y cogí aire.

Me di cuenta que estaba respirando muy rápido y que mis manos estaban temblando. Apoyé mi espalda contra la pared, cerré los ojos e intente relajar mi malestar. Debía pensar con frialdad. No debía dejarme llevar por el miedo. Mi mente conseguiría sacarme de aquella situación. Confiaba en ello.

Noté como la hierba me hizo cosquillas entre los dedos de los pies mientras me tranquilizaba.

—¿Lucrecia?

No me había dado cuenta que una lágrima había resbalado, tímida, por mi mejilla y cuando abrí los ojos, le vi.

No sé cómo supe que tenía delante al mismísimo lord Declan, pero lo sabía. Mi instinto gritaba su nombre por cada recoveco de mi mente y supe que él también estaba en peligro. Era un hombre normal, de unos treinta años, o eso al menos aparentaba. Media melena atada en una coleta sencilla, cuerpo fino y rostro aguileño. Su mirada era gentil y... Pura, mostrando una preocupación increíble. Era como ver un mismo ángel caído del propio cielo. Me recordó tanto a lady Daisy y a esa calidez que desprendía su mirar que tanto extrañaba.

—¿Lord... Declan? —pronunciando su nombre e intentando que no se notara mi desasosiego.

—El mismo. —Me tendió una mano—. ¿Está usted bien? La notó intranquila. Y lo más importante, ¿qué hace aquí sola a estas horas?

Entonces no sé por qué, pero algo dentro de mí se rompió liberando mi pecho y obligándome a mostrar más lágrimas. No quería que me viese así por primera vez: débil, delicada y frágil. Yo no era así.

Pero en aquel momento, me sentí segura para hacerlo. Nunca supe por qué.

—Discúlpeme... Vine aquí para llorar a solas. No quería que me tuviera que verme así. —Intenté forzar un sonrisa.

—¡No pasa nada muchacha! —Sacó un fino pañuelo de su bolsillo y se quitó la chaqueta para colocarla sobre mis hombros, viendo que estaba temblando. Olía a lavanda. Me rodeó los hombros con su mano y me acarició algo fuerte el brazo para darme calor. Comenzó a andar, guiándome—. Creo que lo que necesitas es desahogarte con alguien, ¿sí?

Me sentí un poco incómoda y sonreí irónica, mirando hacia el otro lado.

—No creo que el alto gobernante de este país desea escuchar el llanto de una niña.

—Esas lágrimas no parecen producidas por un problema pequeño, Lucrecia. De hecho, sé más de ti de lo que piensas. —Me sorprendí. Sonrío—. Realmente, la carta que le mandé a tu padre fue más falsedad que otra cosa. Yo ya hacía meses que sabía que estabas viva y fue tu propio padre el que se sincero conmigo en nuestro encuentro.

—¿Guillermo le habló de mí? —le miré sorprendida.

—Así es, querida. Me dijo que eras una muchacha rebelde, de una carácter fuerte y una mente indestructible como el propio hierro. —Rió—. Guillermo vino a mí realmente para hablarme de tu situación. El casamiento con Melania... Es realmente una tapadera de nuestro verdadero objetivo.

Me sorprendí enormemente y entendí ahora por qué un gobernante tan poderoso quería casarse con una mujer tan joven, inexperta y proveniente de un reino tan primitivo como Kälte.

—¿Por qué... Mi padre haría algo así por mí? No lo entiendo.

—Porque vos sois su hija y os quiere. —Sonrió—. Tu padre quiere que os forme a ti y a Melania y así decidir justamente quién de ambas se merece el trono. Además, estamos negociando para cambiar el modo de organización de Kälte y sacar el reino a flote. Pensaba reunirme mañana con ambas para poder explicaros tranquilamente todo junto con un té y contemplando las vistas de este hermoso lugar. Pero creo que sabiéndolo ya vos dormiréis más tranquila.

Cogí aire. Acabamos sentándonos en un banco, para observar la bahía al horizonte.

—Siento mi osadía, ¿pero por qué usted ayudaría a un hombre como mi padre?

—Holz debe mucho a Kälte y a Guillermo. No sé que os habrán contado, pero su padre es un gran hombre. Todo el que diga lo contrario miente o desconoce el pasado. —Sonrío—. Y yo, como buen gobernante que soy, soy un hombre agradecido, porque sin Almaia y Guillermo Holz no gozaría de todo lo que goza hoy.

Miré al horizonte y cogí aire, más tranquila.

—Son largas historias que os contaré a ambas con más tiempo, ahora estaréis cansada y necesitáis tiempo para asimilar todo. Pero princesa Lucrecia. —Cogió mi mano y me miró—. Te prometo que dejarás de ser Lucrecia La Maldita. Aquí podrás empezar desde cero, así que... Guarda tus garras y relájate. Disfruta ahora que puedes.

Le sonreí y le abracé en señal de agradecimiento, rompiendo con la etiqueta de comportamiento.

Hablamos más de lo que debía. Me sorprendió la facilidad de mis palabras. De mi desahogo. Y lo que más me fascinó fue lo bien que escuchaba lord Declan y las respuestas lógicas y positivas que me aportaba tras contarle toda mi experiencia como princesa en Holz.

También, por primera vez dije en voz alta los pensamientos negativos que le guardaba a Melania y el me dijo que era normal no pensar bien de la familia siempre. Quise creer en sus palabras.

Supe entonces que lord Declan no sabía nada de todo lo que estaba ocurriendo a sus espaldas y, además, lo que yo conocía era tan solo el inicio de un glaciar de mentiras. Necesitaba descubrir lo que planeaba Lord Iabal y las gemelas.

Debía tejer mi trampa poco a poco. Porque si se percataban de la tela de araña, volarían lejos como los insectos que era.

Me levanté.

—Antes de irme... ¿Podría hacerle unas pequeñas peticiones?

—Claro, todo lo que esté en mi mano.

—Me gustaría que mi hermana y yo durmiéramos en la misma habitación. Al lado de la de mi padre. Si no es mucha molestia.

—Claro, no será ninguna molestia.

—Y las dos criadas gemelas que no están atendiendo personalmente, Alice y Ecila. Nos han hecho sentir incomodas. Me gustaría que nos atendieran mayordomos de su confianza.

Entonces Declan se puso serio.

—En nuestro palacio no solemos contratar a personas que sean familiares y menos que tengan el mismo cargo. ¿Cómo dijiste que se llamaban?

—Alice y Ecile. —Me puse seria.

—No sé si se estará equivocando o es que yo tengo mala memoria, pero no recuerdo que en nuestra plantilla hayan tales nombres. Solo hay una Alice en cocina, pero no en servidumbre personal.

Entonces mi instinto gritó. Algo malo iba a pasar aquella misma noche.

Cuando comencé a correr escuché como lord Declan me llamaba y me seguía. Melania estaba sola en su cuarto.

Llegué hasta una de las entradas principales y vi cómo varios carruajes y personas llegaban en masa a palacio. Aquello retrasaría mi llegada y Iabal tendría suficiente tiempo para hablar con Melania.

Cuando creí atravesar la muchedumbre, un trueno sonó a lo lejos, asustando a los presentes y mi mirada se cruzó con la de un hombre encapuchado que se encontraba entre los nuevos invitados. De una mirada azul oscura, profunda como la de un abismo.

No entendí por qué no podía dejar de mirarlo e incluso con la penumbra que creaba la capa color vino en su rostro sabía que él también se había quedado fijamente mirándome.

Entonces alguien posó su mano sobre mi hombro. Lord Declan había conseguido alcanzarme. Jadeaba y se limpió el sudor de la frente con un fino pañuelo de tela blanca. Cuando me giré de nuevo el hombre encapuchado ya no estaba. Habría continuado su rumbo. No podía quitarme aquella mirada de la cabeza.

—¿Qué ocurre, Lucrecia? ¿Por qué has salido corriendo tan asustada?

Volví a mirar a Declan y detrás de él vi cómo llegaba Alice por el pasillo que conducía a nuestras habitaciones. Se sorprendió al verme allí y más por estar acompañada por lord Declan, pensé.

Volvió por donde había venido, intentando actuar como si no me hubiera visto. Supe entonces que estaba vigilando el pasillo de la habitación de Melania. Que lord Iabal estaba hablando con ella en esos mismos momentos y que le avisaría en cuando estuviera llegando.

Ahora era mi turno en aquella partida de ajedrez dónde mi vida y la de mi hermana estaban en juego. Y no pensaba perder tan fácilmente.

Todavía me quedaban las torres protegiendo a mi rey y mi reina.

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