Capítulo 5
Los caballos de pelajes oscuros y pardos pudieron vislumbrarse a través de la estela blanca de nieve que creaba la ventisca. Pude observar las capas negras de los hombres ondearse como banderas salvajes. Y, al detallar la escena mejor, pude verla a ella: muerta en vida. Melania se encontraba tapada con mil telas oscuras cubiertas por fragmentos de nieve blanca y a lomos de un caballo colosal. Padre se encontraba cubriéndola con sus brazos y su cuerpo.
Cuando la bajaron del corcel lo primero que hice fue poner mis manos en sus mejillas, comprobando que transmitían la misma sensación que la caricia de un témpano de hielo. Esperé una respuesta de padre que nunca llegó. Nos dirigimos al interior.
Al entrar en palacio, Guillermo se despojó de su capa vieja y uno de los sirvientes le ayudó a ponerse otra limpia. Caminó por el pasillo y miró alrededor con una mirada fríamente digna del rey de Kälte. Mientras, el silencio era acuchillante y embarazoso. Fue tal su magnitud que se podían percibir las respiraciones de todos los presentes.
—Por todos los reinos, ¿por qué hace más frío aquí dentro que fuera? ¡Encended todas las lumbres!
—Mi señor... Las chimeneas se apagan rápido y la leña empieza a escasear —pronunció una de las criadas agachando la cabeza ante su rey—. Muchos han caído enfermos y toda la servidumbre está demasiado exhausta para ir a los bosques a talar.
Mi padre no cuestionó nada más y su silencio dijo más que mil palabras. Estábamos completamente arruinados. Kälte estaba dando sus últimas bocanadas de aire y acariciando la inexistencia con la yema de los dedos.
—Lucrecia, acompáñame a mi despacho. Ahora —ordenó.
Y supe entonces que se avecinaba un cambio.
Las criadas acompañaron a Melania a nuestro cuarto para cambiarla y asearla. Así que, cuando perdí su melena pelirroja y ondulada doblando la esquina, emprendí el mismo camino que Guillermo. Llegamos a la habitación y contemplé sus cuatro pareces de piedra gris. La examiné como tantas veces había hecho tiempo atrás para encontrarme con cada detalle y recoveco que ya conocía a la perfección.
De niña tuve una misma pesadilla repetida varias veces en aquel cuarto. En él, padre y yo corríamos por el pasillo hasta llegar hasta aquí. Mil seres diabólicos nos perseguían y en cuanto cruzábamos el umbral de la puerta atrapaban a Guillermo y su cuerpo era engullido por una oscuridad infinita. La habitación, mientras tanto, se hacía más y más pequeña conmigo dentro. No tenía a dónde huir hasta que tropezaba y caía dentro de la chimenea, cuyo fondo escondía un mar de llamas que destruían cada tramo de mi piel.
—Léelo —ordenó mi padre tendiéndome un sobre ya abierto. Su expresión estaba más seria de lo normal y en cuanto mis dedos agarraron el papel se dejó caer, agotado, sobre su sillón.
Mi mirada se deslizó por la hermosa y delicada caligrafía del gobernante de Holz e imaginé por un momento la dulzura con la que sus manos habían tratado a la pluma forjadora de aquellas hermosas palabras escritas sobre papel perfumado. Por un instante la oscuridad y la frialdad desaparecieron y un sentimiento cálido invadió mi pecho: aquel hombre me había invitado a su joven país. Hacía tanto que no sentía la amabilidad de un extraño que no pude evitar sentirme feliz. Sin embargo, la realidad volvió de nuevo y releí las líneas en las que se me aludía: "[...] y que acompañe a su querida hermana, puesto que lo menos que deseo es que mi futura esposa muera en la más honda y oscura tristeza". Apreté los labios y aparté la mirada de la carta. Lord Declan solo deseaba mi presencia en su palacio para la comodidad de mi hermana. Para que la protegiera. Casi como si fuera su mascota. Mi saliva se sintió de pronto muy amarga y pesada. ¿Por qué toda mi vida giraba en torno a Melania?
—Meses atrás quise encontrar las mejores palabras para decirte esto. Y entonces ayer me di cuenta que no hay mejores palabras que las de Lord Declan —pronunció mi padre y en cuanto sus ojos se posaron en mi pude contemplar su asombro—. ¿Por qué no pareces sorprendida?
—Porque ya sé que el pueblo está dividido, padre. Muchos saben que sigo viva. —Le miré a los ojos y acabé acercándome a él. Posé la carta sobre sus piernas y me senté a su lado de manera delicada y segura—. Y no pregunte quién ha hecho que esta noticia llegara a mis oídos porque mis labios están sellados.
—Lucrecia. —Su tono mostraba inseguridad.
Justo lo que yo no poseía en aquel instante. Cada día que pasaba era más fuerte. Más segura de mí misma. Más difícil de derrocar.
Deslicé mi mirada por todos los documentos que se encontraban en las estanterías de la sala. Había leído cada palabra escrita en aquel despacho en secreto, cosa que me llevó años.
La política encerrada en aquellos tomos moldeó mi mente y mi personalidad de una manera tan limpia, que una coraza de hierro se había forjado en mi cerebro durante todo aquel tiempo. No soy estúpida. No soy fácil de manipular. Tenía los conocimientos necesarios para saber quién me convenía, me mentía y quien era necesario en mis planes. Sabía analizar. Sabía encontrar los puntos débiles en los argumentos de quienes me hablan. Y mi padre ahora estaba desesperado. Asustado. Tenía en mis manos la capacidad de aplastarle con mis palabras como si de un insecto se tratase.
Sin embargo, aún debía guardar mis armas bajo el manto de la falsa indiferencia ya que Guillermo era conocedor de mi fortaleza y, por esto mismo, siempre estaba alerta bajo mi presencia. Paciencia. Debía esperar un poco más a que cayera en mi trampa tejida con mimo y con un cuidado casi perfeccionista.
—Guillermo. —Nuestras miradas se encontraron. La dureza de la mía sobrepasaba la suya, pero no dejo demorarme a los ojos—. Usted ha sido quién ha decidido dejar todo el peso del reino sobre los hombros de Melania. ¿Creé acaso qué voy acceder ahora a sus mandatos?
—Eres también mi hija.
—No —negué—. Soy su hija cuando a usted le conviene. Sin embargo, voy a ir a Holz. Le guste o no.
Entonces, un sonido completamente extraño invadió mis oídos. Mi padre se había reído levemente.
—A pesar de todo, quien más se parece a ella de las dos eres tú.
—Haré como si no hubiera escuchado nada.
—Mejor. Nunca conseguiré tu respeto —pronunció entonces, cosa que no me esperé en ningún momento.
—No necesita el respeto de alguien que fue odiada y asesinada hace años, Guillermo.
—Lucrecia...
—Usted me mató hace años y no quiero que siga cargando con esa culpa innecesariamente. Porque lo hecho, hecho está. Solo... Necesito tiempo para asimilar todo lo que me deparará el futuro, porque por mucho que haya población de mi parte nunca dejaré de ser Lucrecia La Maldita a ojos de todos. —Por primera vez en años mi padre se encontraba expectante y oyente. Por primera vez mi palabra pesaba más que el rencor. Que la suya—. Como conclusión, le diré que decidió hace años en quién caería el peso del trono. Así que, egoístamente hablando, no me ceda una responsabilidad que no me corresponde. Que Melania no esté preparada para ello no es mi problema. Sino el vuestro.
—¡Pero!
—Mi único deber es ser el apoyo incondicional de la heredera del reino de Kälte. No su contrincante. Soy la sombra. No la luz.
Le miraba directamente, sin dejar de detallar cada mueca que pronunciaban sus labios. Y, entonces, me levanté.
—No puedes quedarte impasible. Esto es demasiado para tu hermana y lo sabes.
—Lo fácil ahora para usted es alejarla a un país espléndido para que siga en su maldito mundo interior e irreal, alejándole de la verdadera responsabilidad que tiene y que siempre ignoró. Lo fácil ahora es dejarme todo el peso a mí, porque usted sabe mejor que nadie que la única que tiene los pies en la tierra, aquí, en Kälte, soy yo y nadie más. Sin embargo, me niego a complacer sus deseos, padre. —Alcé más la voz, mostrando mi indignación—. Me niego a que siempre la proteja a ella y a mí me suelte toda la presión. Se lo diré una vez más y espero que quede claro. No soy la princesa Lucrecia I de Kälte. Me quitasteis ese honor hace años. Ya no soy ni siquiera vuestra hija.
Aquellas últimas palabras rasparon en mi garganta y se clavaron en su pecho, puesto que a pesar de intentar parecer impasible, se notó a leguas que le dolieron. Me giré para irme. Por fin, después de años de represión, podía sentirme completamente satisfecha. Por primera vez en años... Veía un rayo de esperanza para mi futuro, lejos de aquellas cuatro paredes oscuras, frías y llenas de humedad.
Cepillaba su cabello con tanta delicadeza que sentía cosquilleos en las yemas de los dedos. Podía observar su semblante impasible a través del reflejo del espejo. Recordé la última vez en la que Melania y yo nos encontramos en la misma situación. Me acordé de aquella corta e intensa conversación sobre su unión matrimonial. Quizá fui dura. Quizá debí medir mis palabras. Sin embargo, a veces mi paciencia se agotaba. Era consciente de que el lugar de mi hermana no era sencillo. Una represión injusta y un deber impuesto. Pero era su realidad y debía afrontarla. Imaginé por un instante el cómo actuaría yo en sus zapatos. El casarme con el gobernante de Holz sería tan enriquecedor. Con una oportunidad así, mis conocimientos políticos aumentarían enormemente. Con una influencia como la de Declan I podría sacar a Kälte de la miseria.
Tras salir de mis pensamientos, volví a observar de nuevo a mi hermana.
Tan frágil e inocente...
Apreté el mango del cepillo.
—¡Ah! —Se quejó. Sin darme cuenta había aumentado la intensidad de cada cepillada hasta darle un tirón.
—Perdona —le dije acariciándole la cabeza para calmar el pequeño dolor.
—¿Qué ocurre, Lucrecia? Desde que volviste del encuentro con Guillermo te noto muy tensa y seria —aclaró, alzando por fin la mirada para posarla sobre la mía en el reflejo.
Cómo si te importara, pensé. Sabía que sus palabras no eran más que complacientes, ya que sus fantasías eran lo único que llenaban su mente.
—Ya sabes que padre y yo no somos los mejores confidentes de este reino —pronuncié para evitar completamente el tema y volver al silencio.
Sabía perfectamente que no solo podía aplastar a padre. También sabía que si quería, podría destruir a Melania con tan solo unas pocas palabras bien pensadas. Pero mi hermana no era mi padre. A pesar de darme impotencia su actitud. A pesar de todas esas imperfecciones que tenía y que me molestaban, la quería. Porque ella era la persona de mejor corazón que conocía. Sin atisbo de odio. Sin presencia de nada maligno. Era pura, a diferencia de mí, llena de rencor y odio. Y, en cierto modo, era una de las cosas que más envidiaba de ella.
Recordé la pesadilla que siempre tenía con el despacho de padre. Recordé los pétalos de colores entre las cenizas de la lumbre. Observé las manos ya sanas de mi hermana. Y, más tarde, volvía a posar mi mirada sobre la suya a través del espejo. Había algo en ella. Sentía que dentro de aquella caja de piel y huesos aguardaba algo que no entendía y qué me hacía sentir muy muy pequeña.
—¿Te contó lo que sucedió en el bosque? ¿Por eso pareces enfadada conmigo?
Aquello me confundió.
—Padre no ha mencionado nada de vuestro viaje. Solo me mostró una invitación de tu futuro prometido.
Tal fue la sorpresa de Melania, que se giró para mirarme directamente a los ojos.
—¿Una invitación? ¿Para quién? —cuestionó.
—Para mí. —Vi en sus ojos mil preguntas que no pronunció, pero sobre todo una: ¿Cómo sabe que estás viva? Decidí posar el cepillo en el tocador, para poder sentarme y explicarle todo—. Cuando partisteis, lord Everad se reunió personalmente conmigo para darme una muy mala noticia.
Entonces, le expliqué el cómo habían profanado mi supuesta tumba. Pronuncié la división de Kälte; nuestra propia división. Dichas noticias se expandieron como la espuma del mar hasta llegar a oídos del gobernante de Holz, quien no dudó en querer conocerme después de todo lo ocurrido. Sin embargo, el rostro de Melania no mostró horror o preocupación, sino todo lo contrario. Desde que llegó, estas fueron las únicas palabras que avivaron su emoción.
—No entiendo por qué pareces contenta. ¿Sabes, acaso, lo que conduce una división como está? Una revolución, Melania. Una maldita revolución.
Sin embargo, su sonrisa no se apartó de su cara y se levantó para cogerme las manos.
—Ahora que todos saben que vives tienes el mismo derecho que yo a proclamar el trono de Kälte.
Entonces... Entendí por completo su reciente felicidad: había encontrado una escapatoria a su cruel destino. Y esa escapatoria era yo misma. Apreté los labios, mirándole directamente a los ojos.
—Renunciaré a mi puesto. Me quitaré del camino para que no haya más represarías y tú serás la reina. No necesitaré casarme con Lord Declan. Ninguna de nosotras necesitará la unión con otro reino. Lucrecia, con tus conocimientos y habilidades podrás sacar sola a Kälte adelante. En cambio yo... No podría conseguirlo ni dejando mi cargo en manos de mi futuro marido.
—Ilusa —dije y pude ver en su mirada un dolor recién nacido. Aparté mis manos de las suyas y me levanté, para estar a su misma altura.
—Pero...
—Los problemas no se solucionan de una manera tan sencilla, hermana. Y más cuando están implicados miles de persona. —Caminé con delicadeza hasta encontrarme frente al espejo, contemplando mi propio reflejo. Apreté el puño—. Si renuncias a tu cargo, la gente que esté a tu favor entrará en cólera; tanto contigo como conmigo. —Me giré y volví a posar su mirada sobre la suya—. Además, el grupo que está a mi favor es bastante reducido. Si subiera al poder tan rápido, Kälte entraría en pánico. Y ya el reino está demasiado abatido y cansado como para comenzar con un conflicto social y político. Son pocas las fichas que tenemos sobre la mesa y debemos pensar bien cómo usarlas.
Su sonrisa se había borrado completamente. Se sentía estúpida, podía verlo reflejado en su mirada. Me acerqué y acaricié su mejilla. ¿Qué hubiera pasado si no hubiera medido mis palabras? ¿Si hubiera lanzado todo el odio que sentí en el momento en el que quiso cargarme con todo el peso? ¿Qué hubiera pasado si... Hubiera mostrado a mi hermana mi verdadera cara oculta?
—En cambio, si te casas con Lord Declan, la cosa sería distinta. Una unión matrimonial aliviaría las tensiones entre ambos reinos y calmaría al pueblo de Kälte. Lord Declan es un gran gobernante y, según las cartas que he leído de él, parece un buen hombre. Además... Ya no estarías sola. —Le sonreí—. Iré contigo a Holz y me esforzaré para conseguir un buen renombre allí. Intentaré casarme también con un hombre de alto puesto y, entonces, sacaremos adelante a Kälte juntas, ¿sí? Sé que no parece el mejor camino. Que sacrificaremos mucho. Pero, al menos nos tendremos la una a la otra.
Yo misma quería creerme aquellas palabras positivas. Quería pensar en un futuro tranquilo junto con Melania, lejos de la dura y fría presencia de Guillermo. Quería sentir por una vez el alivio de tener una leve esperanza. Pero, al menos, supe que aquellas palabras sirvieron para calmar a Melania, ya que se fundió conmigo en un largo y acogedor abrazo.
—Entonces, ¿qué pasó en el viaje? ¿Por qué regresasteis? —cuestioné tras separarnos y sentarnos en la cama.
—Bueno... Si te soy sincera ni yo misma sé que ocurrió. —Hizo una pausa para aclararse la garganta y pensar bien lo que iba a expresar—. A la vuelta me dormí a lomos del caballo. Cuando desperté creí que todo había sido una horrible e irreal pesadilla.
Comenzó a temblar cuando volvió a apartar la mirada. Posé mis manos sobre las suyas y, entonces, supe entender que Melania no solo estaba asustada. También confundida.
—No debes temer, ¿sí? Cuéntame todo lo que viste y sentiste, aunque sea difícil de creer —dije mirándola directamente a los ojos.
Melania, tras esto, cogió aire y entrelazó sus dedos con los míos. Pero el momento de hablar nunca llegó, ya que sus labios temblaban y acababa balbuceando con cada intento. Estuve largos minutos esperando a que su charla comenzara. Además, noté que sus manos dejaron de oscilar, pero se encontraban empapadas por una tela fina de sudor frío.
Decidí separarme por un instante y caminé hacia el armario. Pude escuchar desde mi posición como se le cortaba la respiración en el momento en el que mi mano se posó sobre el pomo del cajón del corsé. Deslicé la madera y me atreví a hurgar entre la ropa interior, hasta encontrar una funda de cuero llena de papel artesano. Caminé con tranquilidad pero con decisión hasta el tocador y lo posé sobre él. Preparé un cartucho de tinta y una pluma y cuando todo estuvo listo la miré.
—Entonces, si no puedes contarlo hablando... Escríbelo.
Y con tan solo aquellas palabras le reglaré un mundo entero. Con aquella simple oración le tendí... Otra oportunidad más.
Para ser quien realmente quería ser.
La escritora de nuestras vidas.
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