Capítulo 26
Tras la primera reunión con El Errante pasamos dos días completos descansando hasta obtener nueva información. Decidí hacer caso a su consejo y enfocarme en reponer fuerzas. No obstante, no podía dejar de pensar en Lucrecia desde aquel día.
La segunda noche que me bañé en las aguas termales estaba totalmente sola. Al parecer, era una zona común que estaba prohibida visitar por las noches, pero por mi situación El Errante había permitido hacer una excepción conmigo.
Dejé que mi cuerpo flotara, alejándome de la orilla y llegando al otro extremo. El estanque de agua caliente llegaba a un límite de un mirador que dejaba ver parte de los bosques que teníamos bajo nuestros pies. Una de las cascadas del monasterio invadía el lugar con su majestuoso sonido. Sumado a los grillos y a los animales nocturnos que aullaban a lo lejos creaban un ambiente perfecto para relajarse.
El agua y la tierra.
La vida.
Mi poder.
Miré mis manos y recordé la sensación de todas las gotas de lluvia pausándose a mi alrededor en el bosque. Mi cuerpo y mente se extendieron durante unos segundos. Como si cada gota formase parte de mí.
Me hundí y abrí los ojos bajo el agua.
Todo permanecía en silencio.
Me concentré en la profundidad de mi cuerpo desnudo dejándose llevar por la calidez de las termas. Fijé mi vista en los mechones largos de mi pelo rojizo formando lineas curvas y vivas sobre el agua, meciéndose con paciencia. Miré mis manos y mis dedos, rugosos por el tiempo en el que llevaba dentro del agua, y me sentí como en casa.
Sentí el ardor de mis pulmones y lo prologué varios segundos más.
Lo disfruté.
Me recordaba que había conseguido sobrevivir.
¿Cuánto llevaba bajo el agua?¿Acaso importaba?
Allí dentro me sentí más viva que nunca.
Me prometí que me convertiría en una reina fuerte. Que llegaría a entender mi nuevo poder y que repartiría toda la justicia que mi pueblo se merecía.
Ya no había más espacio para El Gran Poderoso.
Ya no había más espacio para dudar.
Nunca más me dejaría bloquear por el miedo.
Después de aquellos días de descaso, El Errante volvió a convocarnos y, para nuestra sorpresa, Ivo El Cazador nos acompañaba.
—¿Qué hace él aquí? —cuestionó Briccio, irritado.
—A mí tampoco me agrada ver tu cara peluda, pero aquí estamos —dijo el joven de tez negra sin tapujos.
Nadie le corrigió y cuando Briccio pareció que iba a saltar con otra respuesta, El Errante llegó a nuestra posición. Nos sonrió a todos. En ese momento Darren y yo nos miramos, ambos llenos de las mismas dudas.
—Buenos días, forasteros. Tras su reposo completo ya puedo daros la bienvenida real al Monasterio Iluminado.
—¿La bienvenida real? —cuestionó Darren.
El Errante le sonrió con encanto y cariño.
—Amo las preguntas que formulas y tu curiosidad, joven.
Darren se sonrojó y se rascó la cabeza, nervioso. No parecía muy acostumbrados a los halagos sinceros.
—Todo aquel que decide embarcarse en el gran viaje del conocimiento debe abandonar su antiguo yo. Plagado de inseguridades, miedo y desconfianza. Hoy volveréis a nacer. Volveréis a ser recién nacidos dispuestos a empaparos de la sabiduría y el aprendizaje desde el principio. Desde la inocencia, la curiosidad y el esfuerzo.
De pronto, varias personas, tanto hombres como mujeres, llegaron cargados con una silla, un barreño y varios fundas de cuero donde suponía que habrían utensilios.
—¿Quién va a ser el primero?
Ninguno dio un paso al frente. ¿Qué se suponía que iban a hacernos?
Briccio fue quien tomó la iniciativa y terminó sentándose en la silla de madera que acababan de trae, la cual se veía pequeña en comparación con el tamaño de su cuerpo.
—Será un placer volver a nacer —anunció, esbozando una sonrisa de oreja a oreja.
Las personas sacaron tijeras y filos. Empezaron a cortarle la barba y a afeitarle con un ungüento que ayudaba a que la hoja afilada se deslizara por su piel sin cortarle. Fue extraño contemplar el rostro desnudo de Briccio. Había rejuvenecido quince años.
—¿Quién será tu nuevo hermano?
Preguntó El Errante y Briccio señaló a Darren. Este no supo muy bien que decir hasta que Aurora le entregó unas tijeras.
—Córtale el pelo y ayudarle a desprenderse de los prejuicios.
Aquello no me lo esperé.
Darren empezó a cortarle algunos mechones, bastante indeciso.
—Van a quitarme todo el pelo, así que solo disfruta de ello, escudero —le dijo Briccio con los ojos cerrados.
No podía ser cierto.
No me lo creí hasta que Darren cortó todo lo que pudo de manera irregular y después continuó con la tarea una mujer, que se ocupó de embadurnar el cuero cabelludo de Briccio de aquel ungüento amarillento y comenzó a deslizar el filo por su cabeza con mucho cuidado.
Después, lo limpió con unas telas. Ahora el rostro de Briccio estaba totalmente al descubierto. Sin nada de pelo que lo cubriera. Se acercó a Ivo, quien estaba muy serio y callado, y le dedicó una sonrisa de lado.
—Espero que disfrutaras de llamarme cara peluda, porque no podrás hacerlo en un tiempo.
Ivo no dijo nada. Solo se sentó en la silla y le alzó el filo a Briccio, mirándole directamente a los ojos.
—Tú serás mi nuevo hermano —dictaminó.
Por un momento pensé que Briccio se negaría rapar a un desterrado. Pero para nuestra sorpresa, aceptó el cuchillo y empezó a untar el ungüento en la cabeza del chico.
—Ya te han hecho esto antes, ¿cierto? —escuché a Briccio decirle a Ivo.
—En mi tribu desprenderse del pelo es de las primeras lecciones en nuestra infancia.
Mi mirada seguía el filo que amenazaba con dejarle sin cuero cabelludo en cualquier momento. Acaricié las puntas de mi melena y sentí pánico. ¿Acaso a mí me obligarían también a cortarme el pelo o solo era a los hombres? Estaba muy nerviosa, olvidé todo mi alrededor, hasta que la voz de Darren me devolvió a la realidad.
Le miré a los ojos y vi como se encontraba sentado en la silla, tendiéndome las tijeras.
—Quiero que lo hagas tu, princesa.
Observé la melena castaña de Darren. Le había crecido tanto desde nuestro primer encuentro en el viaje a Holz, cuando me alimentó con mimo y cuidado, y ni cuenta me había dado. Cogí las tijeras y acaricié las puntas de su cabello con cuidado.
Antes de cortar el primer mechón, miré a El Errante.
—¿Por qué debemos hacer esto? No le encuentro el sentido —cuestioné.
Aurora me sonrió con paciencia y se acercó a mí para no alzar su voz.
—La vulnerabilidad muestra las caras ocultas de cualquier persona. Caras que ni uno mismo conocía. Cuanto más vulnerable te sientas, antes aceptarás toda tu verdad.
Me miró a los ojos y acarició mi melena.
—El mantener el cabello es una construcción social. El no tener pelo es muestra de vejez. De enfermedad. De debilidad. Sin él, todo nuestro rostro queda al completo descubierto. Sin adornos. Sin distracciones. Cuando seas vulnerable, Melania. Cuando muestres tu verdadero yo al mundo, podrás realmente trabajar y aprender a manejar tu poder.
Ahora entendía porque muchas de las personas encapuchadas que nos trajeron hasta aquí tenían sus cabezas rapadas o cortes de pelo cortos, sin importar el género.
Tragué saliva y cuando lo entendí, empecé a cortarle el cabello a Darren. Cada corte me dolía e incomodaba. La irregularidad y falta de estética me hacían sentir culpable, como si le estuviera haciendo un verdadero destrozo a la imagen del escudero. Este, cuando terminé, se giró para sonreírme y esperar a que la mujer que rapó a Briccio le rapase a él. Yo no estaba preparada para llegar hasta el final.
Cuando Darren se levantó de la silla todos los presentes me miraron, esperando a que fuera yo misma quien diera el primer paso a la resignación. No obstante, nunca llegó el momento. Los aprendices de El Errante se miraron entre sí pero nadie dijo nada. Entonces sentí una mano posándose en mi espalda.
Lady Daisy me miraba con paciencia. Mi mirada se posó sobre su melena trigo y por un momento envidié no ser ella.
Apreté mis labios y miré la silla.
Recordé como Lucrecia me había cepillado el pelo infinidad de veces mientras permanecía sentada. Me puse en sus zapatos en un momento. Me introduje en la piel del personaje. Actué. En aquel momento no era la princesa Melania. La asustadiza. La tímida. La que tenía unas expectativas que cumplir. Solo era Lucrecia La Maldita. Quien no le importaba la opinión ajena, puesto que hiciera lo que hiciera siempre sería juzgada.
Aún con las tijeras en las manos me cuestioné que hubiese hecho Lucrecia en esta situación y entonces todo cobró sentido. Miré a El Errante a los ojos.
—No necesito un nuevo hermano. Con una me basta y me sobra.
Entonces caminé erguida y con la cabeza bien alta.
Cuando me senté y abrí las tijeras rodeando uno de mis mechones de pelo miré a todos.
Lucrecia no se cortaría el pelo nunca.
Por eso ya no me hacía falta enmascararme detrás de ella.
El sonido del choque de ambos filos me provocó una sensación electrizante. Los primeros cortes fueron tímidos y torpes. Pero a medida que iba cortando y el pelo iba cayendo, una sensación de adrenalina y liberación me invadieron. Empecé a disfrutarlo. A sentir el filo separando los cabellos de mí. Hasta que ya no quedaba mucho dónde cortar.
Miré a los chicos. Darren me miraba con infinidad de lástima e incomodidad. Briccio estaba serio. Ivo sonreía de lado y asentía con la cabeza, mientras estaba cruzado de brazos.
Sonreí de oreja a oreja y cuando sentí como me embadurnaban del ungüento y el filo de la cuchilla comenzaba a deslizarse por mi cuero cabelludo, comencé a llorar en silencio y aguantando aquella sonrisa. Nunca más volvería a llorar por miedo. Cada vez que volviera a llorar, sería con orgullo.
Cuando me limpiaron toqué mi cabeza y terminé llevándome las manos al rostro, llorando de manera desconsolada. Noté la mano de lady Daisy en mi espalda y terminé lanzándome a sus brazos para abrazarla muy fuerte. No quise mirar al suelo. No quise ver los restos de una de las cosas más preciadas de mi vida.
—Bien, ya hemos terminado la bienvenida. Solo falta que estas tierras os acepten como nuevos hijos.
Alcé la vista y me limpié las lágrimas como pude, sollozando. Lady Daisy me tendió un pañuelo de tela que acepté y con el que empecé a limpiarme los ojos y las mejillas.
Todo pasó rápido y cuando vi a Briccio dar un salto hacia el muro que hacía límite con el vacío, maldije el momento en el que no presté atención a lo que estaba ocurriendo.
El hombre nos miró, dando a la espalda al acantilado. Después, se dejó caer hacia atrás hasta que le perdimos de vista.
—¡Briccio!
Corrí hacia el borde para ver hacia abajo. Darren e Ivo hicieron lo mismo.
La mano derecha del rey sacó su cabeza del agua que se encontraba a varios metros de altura y entonces pasó algo que no nos esperábamos. El agua le rodeo formando un torbellino que le hizo ponerse de pie. Escuché a Briccio reírse y el agua le terminó guiando hasta la orilla.
—Parece que estas tierras te echaban de menos, druida del agua —dijo El Errante más para ella misma que para nosotros.
El elemento de Briccio era el agua. Nunca lo hubiera imaginado.
El siguiente fue Ivo, quien no dudó en subirse al muro. Cuando nos apartamos, nos guiñó un ojo y se dejó caer al vacío tras lanzar un grito eufórico al aire. Lo que oímos después de su chapuzón fue una especie de explosión. Cuando nos asomamos vimos como el fondo del pozo de agua parecía arder en fuego y como desprendía vapor.
—¡Fuego! —pronunció en alto El Errante—. Hacía meses que no teníamos a alguien con elemento fuego, sabía que ese chico tenía algo especial.
El escudero y yo nos dedicamos una última mirada. Noté como Darren tragó saliva y volvió a mirar hacia el vacío, meditando si ser el siguiente en lanzarse.
—¿Cuántos pies de altura hay de aquí al agua? —musitó la pregunta, dedicando una mirada de reojo a Aurora.
—No he tenido el placer de tomar la medida, joven. —El tono burlón de la respuesta no ayudó a calmar al muchacho.
—Puedo ser yo la siguiente —le propuse a Darren colocando una mano en su hombro.
Se quedó mirando aquel punto de contacto y después volvió a mis ojos.
Negó con la cabeza.
—Tendremos que hacerlo de todas maneras, así que mejor ahora.
—¿Tienes miedo a las alturas? —cuestioné.
Asintió.
—Debo admitir que no sabía lo escalofriantes que eran hasta que llegamos al Monasterio. Pero los miedos están para afrontarlos. O al menos eso dice mi rey.
El escudero volvió a mirar al vacío y de manera torpe subió al muro. Pude notar como le temblaban las piernas. Tenía sus puños apretados y todo su cuerpo rígido.
—¡Por todos los reinos! —exclamó.
Segundos más tarde se lanzó. El chillido que exhaló se fue alejando medida que se acercaba al agua y cuando escuché el chapuzón, cesó.
De pronto ráfagas de viento comenzaron a crear olas en el lago, que empujaron a Darren hasta la orilla, donde terminó boca abajo y tosiendo. Me recordó a la escena del río. Cuando Ivo le sacó a rastras del agua.
Darren no sabía nadar, al igual que yo.
Pude escuchar por primera vez la risa de Aurora, quien parecía estar divirtiéndose como si de un espectáculo.
—Alguien que teme a las alturas y con elemento aire corriendo por sus venas, que bonitas son las contradicciones de la naturaleza.
Volví a mirar a Darren, a quien Briccio había ayudado a ponerse en pie. Ambos levantaron sus brazos para saludarme a lo lejos e incitarme a saltar.
Mi turno había llegado.
Me ayudé de mis manos para subir al muro y mirar al abismo. El agua del fondo parecía invitarme a saltar. Dediqué una última mirada a El Errante.
—¿Y si mis poderes son distintos a los que mencionasteis?¿Y si realmente soy un chica normal?
Aurora me dedicó una sonrisa dulce, cargada de bondad y paciencia.
—Solo lo sabremos si saltas.
Volví a mirar al frente. Ya había saltado al vacío antes, pero agarrada de la mano de Briccio. Ahora estaba totalmente sola.
No estaba Lucrecia para hacerse pasar por mí y escabullirme.
Era ahora o nunca.
El viento se coló entre las telas holgadas de mis ropajes, refrescando la piel de mis piernas.
Salté.
El viento no fue cortante, como la vez que salté para salvar mi vida en aquella cascada. Acarició tímidamente mi piel. Noté el frío en mi cabeza desnuda, por primera vez en mi vida, y me percaté de la libertad que me daba no poseer mi melena.
Mi cuerpo no llegó a impactar en el lago. Una gran columna de agua se abalanzó hacia mí y, creí ver durante la caída, como formaban brazos y manos que se alzaban a mi para sostenerme. El agua del lago me abrazó y llevó hacia la orilla y cuando las plantas descalzas de mis pies tocaron la tierra de la orilla, esta se plagó de flores de mil colores. Las mismas flores que se encontraban entre las cenizas del colgante que me regaló mi hermana.
Miré a mi alrededor sorprendida. Miré mi ropa. Estaba totalmente seca. Después, alcé la vista hacia los chicos, que me miraron sorprendidos.
—Melania, tu... Tu cabeza —me dijo Darren.
Por inercia me lleve las manos al cuero cabelludo. De pronto sentí como varios mechones muy cortos de pelo la cubrían y varias hojas verdes se escondían entre ellos. Las arranqué y miré. Había notado como se desprendían de mi cuero cabelludo. Aquello había sido una sensación tan extraña, pero indolora.
Miré a Briccio extrañada.
—¿Qué... Qué ha ocurrido...?
Escuché de pronto vítores y aplausos. Me giré y alcé la vista.
Debajo del muro había un saliente interior, donde un montón de personas vestidas con nuestras mismas ropas, nos miraban y aplaudían. Aurora llegó flotando hacia nosotros y sonriéndome. Alzó las manos para al final coger las mías y una ráfaga de viento me levantó junto con ella.
—¡La Creación ha vuelto al Monasterio Iluminado!¡La profecía empieza a cumplirse! —exclamó.
De pronto todas aquellas personas entre gritos de euforia se dejaron caer al vacío. Algunos cayeron al agua. Otros desplegaron detrás de sus espaldas amplias alas plagadas de plumas de todos los colores y formas habidas y por haber, y volaron a nuestro alrededor.
Aurora acarició mi mejilla y me sonrió de una manera grácil y feliz.
—Y esto no ha hecho más que empezar. Bienvenida, Melania.
Por un momento no me sentí avergonzada de ser el centro de atención de aquella ceremonia. Al contrario, tenía la sensación de haber regresado a mi hogar después de años estando lejos. Algo que nunca sentiría por el castillo de Kälte.
Abracé a Aurora y ella me correspondió.
Tenía razón. Aquello no había hecho más que empezar.
La primera semana de entrenamiento fue totalmente privada para Darren, para Ivo y para mí. Aún no comprendía por qué habían incluido al Cazador con nosotros, pero no cuestioné las razones de Aurora. Los primeros días fueron pruebas para examinar nuestro estado presente: físico, mental y mágico. Y debo admitir que en las tres fallaba. Briccio se encargaba de instruirnos en las pruebas físicas. Daisy en las mentales. Y la propia Aurora en las mágicas.
Al principio eran bastante sencillas.
En las físicas solo correr durante un tiempo determinado y de agilidad esquivando obstáculos. Ivo nos daba una paliza a Darren y a mí en esta prueba.
En las mentales Daisy nos levantaba a primera hora, con los primeros rayos del sol, y comenzaba a introducirnos en lo que ella llamaba meditaciones guiadas. Mientras nos colocaba un aro de luz que rodeaba nuestra cabeza y así poder medir nuestra masa gris, que ellos llamaban cerebro y que yo desconocía que existía hasta aquel momento. Era la parte que a simple vista parecía más sencilla, pero a los días aquel aro comenzó a colocarnos pensamientos personalizados a cada uno. A veces eran agradables, pero otras veces nos introducían en recuerdos obligados que no deseábamos ver. A mi me obligaba una y otra vez a repetir el momento en el que Lucius se llevaba a Lucrecia. Aquel momento en el que corría por aquel campo con mis pies dañados por los cristales que había pisado. Y en aquel recuerdo artificial, el campo se volvía infinito y la escena se alargaba. La frustración y la agonía eran tan difíciles de controlar que siempre regresaba con malestar en el pecho y nerviosismo. A pesar de mi angustia, el que peor lo pasaba en aquella prueba era Ivo, a quien llegué a ver llorando. Nunca le preguntamos que le obligaba ver aquel aro de luz. Ni siquiera lady Daisy.
Por último, estaban las pruebas mágicas. Las pruebas para entrenar nuestros elementos. Ni Ivo ni Darren habían conseguido sacar nada de estas prácticas. El Errante, capaz de usar todos los elementos, nos explicaba individualmente el tipo de respiraciones y movimientos que debíamos realizar para dejar salir nuestro poder del interior y así empezar a activarlo. Nos explicó que la magia al principio era como cuando intentabas encender una hoguera. Las primeras raspadas del pedernal solo daban pequeñas chispas. Hasta que después de encontrar la técnica solo con una de esas chispas conseguías encender el fuego. Nosotros aún estábamos intentando entender como usar correctamente nuestro pedernal. La primera en dar indicios fui yo. Conseguí sentir el agua que Aurora traía siempre en un cubo. Era una sensación extraña de explicar. Era conseguir enlazar una conexión y volverla una parte más de mí. Podía hacer que se moviera a mi gusto, pero no demasiado. No entendí como conseguí en el pasado establecer esa conexión gota a gota en el bosque. Supuse que fue la suerte del principiante.
—Siento que esto no es para mí. No he conseguido pronunciarme en ninguna de las prácticas —me sinceró Darren, mientras contemplábamos en atardecer desde uno de los miradores que habíamos encontrado tiempo atrás. Observábamos el resto de partes del Monasterio.
Yo mientras me anudé mejor el pañuelo que llevaba puesto tapando mi cabeza. Aurora me había permitido usarlo en horario fuera de clase. Me hacía sentir más segura.
—No es cierto Darren. Lady Daisy dijo hoy que destacas en la prueba mental. Eres el que más tiempo dura dentro de sus recuerdos. El que puede conservar más la calma y las respiraciones.
—No sé si eso es una gran habilidad... —dijo mientras miraba a un lado y agachaba la cabeza.
Puse una mano en su hombro y nuestras miradas se encontraron. Le sonreí con mucha ternura y noté que se sonrojó levemente. No le quise dar mucha importancia.
—Cree en ti, Darren. Y confía en el poder del proceso. Eso es lo que siempre me decía lord Declan en las clases que me impartía. Sabes, yo siempre me he sentido muy por detrás del resto... Pero en el reino de Holz entendí que cada proceso es único y diferente, plagado de mil motivos y matices. Sé bondadoso contigo, ¿sí?
Darren me dedicó una mirada curiosa en silencio y después me respondió con una de sus sonrisas tímidas.
—Además, eres increíblemente ingenioso e inteligente. Debo admitir que admiro eso en ti.
Mostró sorpresa.
—¿Vos me... admiráis?
—¡Claro! Te recuerdo que seguimos vivos gracias a ti.
—Bueno... fue totalmente trabajo en equipo.
—Claro, pero nunca olvides que fuiste una pieza clave en esto, Darren.
Nos miramos en silencio. No me incomodaba estar a solas con él. Me hacía sentir en paz. Por un momento dejaba de ser la princesa Melania. Solo era Melania. Otra chica más de entre tantas.
—Melania, yo... Quería deciros algo...
—Ah, ¿sí? Cuéntame Darren.
Pareció dudar pero terminó armándose de valor.
—Yo... Quería deciros que... —noté como tragó saliva y continuó. No traté de interrumpirle— No debéis avergonzaros de vuestro pelo. Quiero decir que... Estáis hermosa tanto con melena como sin ella. Nunca dejáis de brillar, al contrario, yo... lo que intento deciros es... Perdóneme, me expreso fatal.
Entonces no pude evitar sonreír más, apoye mi cabeza en su hombro abracé su brazo. Noté que se tensó pero después hizo por relajarse.
—¿De verdad crees que estoy guapa, Darren? Lo cierto es que sin mi melena me siento mal. Como al descubierto. No me he vuelto a mirar al espejo desde ese día...
—¡Claro qué eres hermosa! Melania, eres de las mujeres más atractivas que he conocido nunca.
Aquello me sorprendió alcé la cabeza y me le quedé mirando a los ojos. El me miró seguro de sí mismo. Por un lado había apartado su timidez y los formalismos porque lo que más le importaba es que me sintiera bien. Le sonreí.
Adoraba aquellos silencios entre nosotros. En los que nuestras miradas y sonrisas eran las que hablaban por nosotros.
Escuchamos un tarareo a lo lejos.
En cuanto nos giramos y vimos a Ivo nos separamos de inmediato, sonrojados. No entendí por qué ambos reaccionamos así. Ninguno había hecho nada malo. El momento se sintió incómodo por unos segundos, pero cesaron en cuanto nos fijamos en el cazador. Siempre iba solo y con una mirada triste. Me pregunté por todas las historias que aquel chico de nuestra edad habría vivido y el por qué le habrían desterrado. No pude contenerme y me levanté para ir corriendo hacia él. Darren se quedó esperándonos, algo confundido.
—¡Ivo! —le llamé y se giró al verme. Llevaba una de las toallas blancas alrededor del cuello. Supuse que venía de las aguas termales.
—¿Ocurre algo, Melania? —me miró y me dedicó una sonrisa gentil, de esas que solo me dedicaba a mí y a nadie más.
—¿Te gustaría ver con nosotros el atardecer?
Se quedó callado ante la pregunta.
—Bueno... No quiero incomodaros a Darren y a ti.
—¿Por qué crees que nos incomodas?
Volvió a responderme con un silencio. Pareció dudar.
—Melania, ¿no te incomoda mi presencia? Soy un desterrado, ¿sabes lo que significa?
—He oído hablar de los sinlugar. No obstante, no me importa. Ahora somos compañeros. Un equipo. Al fin y al cabo, estamos los tres solos en este lugar, ¿qué mejor idea que unir fuerzas?
Alcé mi mano hacia él, sonriendo.
—Además, tengo muchas preguntas que hacerte. ¿Qué era aquel lagarto gigante? ¿Cómo vivías en tu tribu?¿Se te dan tan bien las pruebas físicas porque siempre has entrenado?
Él se quedó mirando mi mano y entonces escuché una leve risa por su parte. Cogió mi mano y dejó que le guiase hacia donde estábamos Darren yo. Su mano era grande y llena de callos. Unas manos que no pertenecían a un muchacho, sino a un hombre.
Nos sentamos el uno al lado del otro, junto con Darren que nos sonrió.
—Hola, Ivo. ¿Qué tal el baño? —le preguntó el escudero.
—La verdad que después del día de mierda de hoy se sintió genial.
Me sorprendió que usara malas palabras en frente mío, cosa que me hizo sentir más incluida en el grupo.
Darren al principio parecía igual de sorprendido por su manera de hablar delante de mí, pero en cuanto comprobó que yo me sentía cómoda le terminó respondiendo con una risa y los tres nos quedamos mirando a los últimos rayos de sol.
—Chicos
Pronuncié minutos después de que el sol desapareciese y quedaremos manchados con luz anaranjada. El cazador y el escudero me miraron a la vez.
—Quería sincerarme con vosotros ahora que estamos a solas. —Les sonreí y cogí sus manos. Volví a mirar al frente—. Los tres hemos experimentado desgracias inimaginables y desconocidas para el resto. Puedo notarlo en las pruebas mentales con lady Daisy, los tres tenemos recuerdos que desearíamos borrar. —Noté como Ivo tragó saliva y Darren suspiró—. Aurora ha querido que entrenemos juntos por algo, no creo en las casualidades. Yo no soy más importante que vosotros, sino otra pieza más en esta historia. Por eso quiero que hagamos una promesa.
—¿De qué se trata, Melania? —preguntó Darren.
—Siempre seremos un equipo. Todos seremos iguales. Da igual nuestros pasados o nuestros títulos. Siempre confiaremos los unos de los otros y nos apoyaremos en este camino. No os conozco demasiado, pero me siento en paz a vuestro lado. Estoy... Cansada de las formalidades. De generar vínculos vacíos y cubiertos por la falsedad. Quiero ser simplemente... yo. Por eso quiero que seamos honestos con los otros dos. ¿Trato hecho?
Les miramos y ambos asintieron a la vez.
—En mi tierra las promesas deben cumplirse hasta ir a la tumba. Y estoy de acuerdo contigo, Melania —dijo Ivo.
—Lo mismo digo —prosiguió Darren.
Les sonreí y volví a mirar al frente.
—Quiero hablar con vosotros... de los recuerdos que me persiguen en la prueba mental. Entenderé si vosotros no deseáis compartirlos, es algo que lleva tiempo y su espacio.
—Melania, es algo muy íntimo... No debes obligarte a contarlo —se apresuró Darren.
Negué con la cabeza.
—Siento que quiero hacerlo. Que me hará sentir mejor.
Tragué saliva y les hablé de mi hermana. Les hablé de lo mucho que la amaba y como extrañarla ardía cada día con más fuerza en el interior de mi ser. Les relaté como regresaba a nuestra primera separación y a los lobos en aquel primer viaje a Holz. Les narré con lujo de detalles como fue sentir que me la arrebataban en el baile de Holz. Como aquel ser de dos alas se la llevaba y yo no podía hacer nada por más que corriese.
Ambos apretaron mi mano y me apoyaron.
—Gracias por contárnoslo.
Asentí, agradecida, y me sequé las pequeñas lágrimas que cubrían mis pestañas.
—Llevo prometiéndome a mí misma desde aquel día que me haré más fuerte. Que la encontraré en estos misteriosos lares. Porque sé que ella sigue con vida y que hará todo lo que esté en su mano para sobrevivir y reencontrarnos. —Miré decidida hacia el frente y apreté el puño—. Y no permitiré que nada ni nadie me la arrebate, ni a ella ni a mi misma. Han sido diecinueve duros años pudriéndonos entre las paredes húmedas de un castillo. Quiero poder ver mil atardeceres como este a su lado. Sin coronas, tronos y cortes que complacer.
Después de aquel discurso nos quedamos unos minutos en silencio. ¿Cuándo se había esfumado completamente la luz del sol? Los tonos violáceos de la noche nos envolvían y las estrellas habían decidido bajar del cielo para sentarse a nuestro alrededor. Nunca antes había visto una escena tan hermosa. Pequeñas luces de un amarillo verdoso volaban cerca nuestro y al comprobar mi sorpresa y la del escudero, Ivo se apresuró a explicarnos que eran aquellos seres.
—Los llaman los caballitos de las hadas. Por las noches los sueltan para que vuelen en libertad y toman esta pequeña forma brillante. Hay quienes dicen que son seres muy poderosos.
—¿En serio?
—Los humanos las llaman luciérnagas. Pero yo sigo pensando que es la forma que tienen para volar en libertad sin ser reconocidos ni capturados. Aún así, si un ser es maravilloso, por mucho que cubra su verdadera forma cierta luz se escapará entre las rendijas del disfraz.
Aquella reflexión de Ivo me hizo que pensar. Nos quedamos en silencio observando como los caballitos de las hadas volaban en libertad. Fue en ese momento cuando, posados sobre la piedra donde nos encontrábamos sentados, sentí las puntas de los dedos de Darren acariciando los míos. Disfruté aquel leve roce e intenté no perder la calma. ¿Quizá lo había hecho sin darse cuenta?
—La muerte —pronunció Darren de pronto. Ivo y yo nos giramos para mirarle. Él seguía con su vista en las luciérnagas que revoloteaban a nuestro alrededor—. Yo veo la muerte en la prueba mental.
—Darren...
—La observo. La huelo. La rozo. La siento... Llegué a abrazarla una vez. Por eso no le temo. Por eso, aunque la recuerde, no me altera. Porque entiendo que existe y que es inevitable. Y no está en mis manos poder cambiarlo.
En ese momento, mirando a los ojos a Darren, pude observar una sombra que quizá siempre había estado ahí, pero de la cual nunca antes había sido consciente. Quizá mi hermana también la tenía escondida en su mirada. Oculta como el poder tan atroz que dormitaba en lo más profundo de su interior.
—En la visión veo una y otra vez a mi madre muriéndose. Y yo solo puedo hacer eso. Observar.
Los dedos de Darren apretaron los míos. Estaban fríos y tensos.
Darren no era como los demás escuderos.
Lo supe con aquella mirada y entendí que mi padre no le había elegido a él por pura casualidad.
Una pieza más del puzzle estaba apunto de encajar en su sitio.
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