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Capítulo 19

La fiebre no me permitió dormir aquella noche. Tampoco el miedo a morir. Dasyra permanecía despierta a mi lado. Las ojeras ya eran notables en su bronceada piel y tenía el ceño fruncido. Permanecía en silencio a pesar de lo mucho que le gustaba hablar y distraerme con sus mil anécdotas. Estaba preocupada. Su mirada era como un libro abierto. Podía leer cada uno de los sentimientos que sentía y los pensamientos que llegaban a su mente.

La tormenta nos acompañó en aquella triste noche. Ambas rezamos para que sobreviviera hasta el alba.

Cuando los primeros rayos del sol alumbraron la alcoba, alguien tocó la puerta. Era la mestiza. Helia y Dasyra comenzaron a hablar en un dialecto que no conseguía entender. Mientras, acaricié la pequeña venda que tenía alrededor de uno de mis dedos, donde me mordió su rata. En parte me aliviaba sentir dolor, no como ocurriría con mis piernas.

Entonces escuché la voz de una mujer que no supe identificar. Una anciana cruzó el umbral de la puerta. Era como ver a una Dasyra entrada en años. Su tez era más oscura, sus ojos de un azul casi celestial y su melena rizada y blanca descansaba en uno de sus hombros entrelazada en una trenza. Nuestras miradas se cruzaron y pude sentir una especie de chispazo en mi pecho.

Intenté sentarme pero Dasyra insistió que siguiera tumbada. Agradeció a Helia el acompañar a su abuela hasta la habitación y la mestiza abandonó el lugar. La anciana se sentó en el filo de la cama y me miró de nuevo a los ojos, mientras Dasyra nos observaba de pie.

—Mi nombre es Ilyana Lovaris, curandera y sanadora de Versalia. Es un placer conocerla princesa Melania —se presentó con un perfecto galo. Tenía un acento que no supe identificar.

—El placer es mío.

—Nuestro señor ha permitido mi estancia en palacio hasta que se recupere, princesa. Creo que mi nieta se lo comunicó.

—Siento que se me está escapando la vida minuto a minuto —pronuncié con un hilo de voz. Noté que Dasyra sollozó durante unos segundos.

—Por eso estoy aquí, princesa. Mi labor va ser volverla a hacer andar. —La mujer mantuvo la calma a diferencia de la joven fae—. Con su permiso, voy revisar su cuerpo.

Asentí. Se puso de pie y entonces apartó las sabanas que me tapaban para observar mis piernas. Ilyana mantuvo la mirada y las recorrió con paciencia. Su expresión era seria y cuando pensé que iba a mirar a su nieta a modo de crítica silenciosa, me volvió a mirar a los ojos. Sostuve la mirada para conseguir descifrar algo en ella. Eran los mismos ojos que los de Dasyra. Un libro totalmente abierto que me permitía leer lo que ocurría dentro. Y algo no iba bien.

—Dasyra, ¿que tratamiento le has estado proporcionando a nuestra señora?

Se mantuvieron hablando galo, me imaginé para que entendiera todo y no me asustase. Dasyra le explicó los mismos procedimientos que me había comentado así semanas atrás. Entonces la anciana suspiró y me volvió a mirar.

—Mi nieta preparó un tratamiento perfecto para un ser humano. Es una medicina muy tradicional que se suele aplicar en recién nacidos faes y otras criaturas de bajo rango mágico. Cuerpos que no podrían resistir tratamientos más fuertes. —La escuché con atención—. No obstante, bajo mi criterio considero que debemos cambiar el tratamiento a uno más normativo.

Entonces la reacción de Dasyra me sorprendió.

—¡Pero abuela! Su cuerpo está muy débil y...

—Con el tratamiento de hierbas no sobrevivirá. —El silencio posterior fue devastador. Entonces volvió a mirar mis piernas.— La infección se ha propagado—. Entonces, levantó mis faldas para observar mi vientre, lo palpó con sumo cuidado—. ¿Está orinando sangre, cierto?

Dasyra asintió y miró a un lado. Yo me mantenía como mera espectadora. Me sentía demasiado cansada como para intentar dialogar más de la cuenta.

—Eso quiere decir que la infección ya se ha propagado hasta los riñones.

—Pero ella es humana, abuela. Su cuerpo si...

—Confía en mí, Dasyra. Hay más posibilidades de que sobreviva al tratamiento mágico.

—No lo entiendo, ¿como puedes estar tan segura de que sobrevivirá?

Entonces la anciana me miro de nuevo. Aquel brillo en sus ojos mostraba esperanza, pero también podía atisbar algo de respeto por su parte. ¿Por qué? Estaba moribunda. Mi gloria y mi presencia no resplandecían con su luz habitual. Me estaba apagando. ¿Por qué sentir tanto respeto hacia mí?

—Igual puede parecerle algo duro que estemos teniendo esta conversación con vos delante, mi señora, pero le puse de única condición a nuestro amo: que vos debía saber todo detalle sobre su estado y el riesgo que conlleva el tratamiento. No quiero ser yo quien tome ninguna decisión por vos. Ni yo ni nadie, es mi filosofía como médico. Me imagino que estará cansada, pero veo en su mirada su perspicacia natural y sé que sabrá elegir con sabiduría.

La miraba directamente a los ojos. El silencio fue notable los minutos posteriores. Pude notar a Dasyra algo incómoda. En cambio Ilyana se mantenía neutral, mirando. Cogí aire y fuerzas para decir las siguientes palabras:

—Dasyra, sal de la alcoba un momento.

Ambas quedaron sorprendidas. No obstante, la joven fae no se opuso a mi orden y abandonó la sala. Ilyana no paraba de mirarme y esperar a que hablase.

—Necesito sinceridad extrema a lo que voy a comentarte, Ilyana Lovaris.

—Haré todo lo que esté en mis manos para ayudarla, mi señora.

Cogí aire.

—Desde que he llegado a este palacio, he descubierto que existen formas de vida nuevas, como vosotros los fae. He experimentado en mis carnes bastante indiferencia por parte del resto de Oréades del palacio y por un momento llegué a pensar que se debía mi condición tanto humana como de enfermedad. Pero desde que vi su mirada posarse sobre mí, unas segundas sospechas han surgido en mi mente.

—¿Qué sospechas, mi señora?

—Ocurre algo por el cual todos me miráis con ese característico respeto que roza el miedo. Y, déjeme decir, que no lo comprendo. Soy un humana en tierras mágicas y, además, totalmente herida. Soy inofensiva. Y cuando añadió que podría aguantar un tratamiento mágico estando tan débil y siendo de una raza inferior... Déjeme decir, que no lo entiendo.

La anciana no supo que decir. Se quedó mirándome a los ojos.

—¿Es porque voy a morir?¿Es por eso? —me aventuré a preguntar—. He leído que los faes sois capaces de saber cuando un humano va a morir, que veis nuestro futuro. ¿Todas saben que voy a morir y por eso me miran así?

La curandera dejó escapar una leve sonrisa.

—Son solo supersticiones y leyendas que escribieron los humanos sobre nuestra raza. Solo determinados seres mágicos pueden ver halos del futuro.

—¿Entonces?

Ilyana se acomodó en su sitio. Parecía estar buscando las palabras correctas.

—No es por eso que todas nos comportamos raras con vos, no porque pensemos que vaya a morir. —Cogió aire—. Guarda un gran poder dormido su interior, princesa. A pesar de que no este activo, es tan inmenso que siento como ejerce presión sobre mi propia magia. Me hace sentir muy pequeña.

Hubieron unos minutos de silencio entre ambas. No sabía que responder, así que la fae continuó su expresión.

—Dasyra descartó la curación mágica por eso mismo, porque es posible que ocurran varias opciones al ejercerla sobe vos: que su poder despierte de pronto y no pueda controlarlo, destruyéndonos a todos y así misma o que no despierte y la magia acabe consumiendo su cuerpo humano.

El silencio volvió a reinar en la sala.

—¿Cómo que un gran poder mágico? ¿No se supone que los humanos no podemos usar la magia?

Entonces sonrió con dulzura.

—En sus tierras la magia se prohibió tiempo atrás. Sus creencias y sociedades reprimieron el uso de la magia y lo categorizaron de artes paganas. Pero tiempo atrás, la magia era tan natural en sus vidas como el simple acto de respirar. Existen humanos que aún han mantenido ese poder pasado encerrado en su interior. Muchos sin saberlo.

—¿Qué poder ve en mí, Ilyana? Quizá lo esté confundiendo con mi fuerza de voluntad y fortaleza.

Me observó determinada antes de responderme.

—Créame, es magia lo que corre por sus venas. —Suspiró suavemente—. Su poder a parte de dormido, está sellado. Noto y observo un conjuro muy poderoso a su alrededor y es los que ejerce esta presión en mi magia. No sé lo que aguarda dentro de vos, pero si una cosa me han enseñado los años es que solo se usa rejas de acero para enjaular a las fieras.

Un gran conjuro sella un gran poder, pensé.

—No puedo ayudarle en nada más referente a su poder y al sello, soy curandera no una maga ancestral. Solo debo enfocarme en sanarla, princesa. Pero ahora que sabemos que tiene poder mágico en su interior, eso quiere decir que su cuerpo es más fuerte que el de un humano normal. Esas son buenas noticias para su tratamiento.

Entonces asentí y la miré a los ojos.

—Entonces hagámoslo.

—Debe saber de antemano, que será profundamente doloroso.

—Si es el pago por mantener mi vida, entonces que así sea.

Ambas nos miramos a los ojos y entonces ella sonrió.

—Su alma arde como el propio fuego, Melania. Será un honor curarla.

Lo que no sabía es que Lucrecia La Maldita era la que llevaba años ardiendo.

 —El señor no va a aprobar esta decisión —dictaminó Dasyra.

—Lo sé, y es por eso que Helia y tú me vais a ayudarme para que no se entere. Hoy es luna llena.

Dasyra mostró su sorpresa.

—Por eso ofreciste tan rápido el tratamiento mágico.

Ilyana asintió y me miró.

—Cada luna llena nuestro señor abandona Versalia —me explicó.

—¿Por qué? —cuestioné.

—Abuela, es mejor que este tipo de información se le reserve a mi señora. Es nueva en estas tierras y podría asustarse.

Suspiró y me miró.

—Ya has escuchado a mi nieta, no está en mis manos. Aunque le contaría todo encantada.

Desde que Dasyra había vuelto, la notaba bastante a la defensiva y preocupada. Probablemente se cuestionaría que habíamos hablado.

En el transcurso de las siguientes horas Ilyana y Dasyra prepararon lo que llamaban "operación". Ilyana me controlaba el pulso y parecía preocupada. Mientras, yo me mantenía en un estado apático y el tiempo me pareció pasar rápido.

—Debemos darnos prisa, no sobrevivirá a un noche más.

La conversación me parecía casi lejana, como si hablaran a muchos metros de distancia. Helia llegó corriendo a la alcoba y entro sin tocar la puerta.

—El señor ya partió —anunció la mestiza desde la puerta.

—Perfecto, Helia. Necesito que vigiles los alrededores y que me informes cuando sientas a cualquiera de las ocho lunas. Si se enteran informarán a Lucius, son fieles como sabuesos.

Por un momento sentí un brote de energía, desde que la mestiza entró. Giré la cabeza y posé mi mirada sobre ella. Me sorprendió su aspecto. Su pelo azabache había tornado a un blanco hueso. Entonces su mirada se posó sobre la mía y una sensación electrizante recorrió mi columna vertebral. Sus ojos grises eran hipnotizante y por un momento quise creer que podría morir tranquila mirándolos. Era de las únicas miradas que no podía leer. De las que no me permitían conocer que se encontraba en el interior de su mente. En cambio, sentía que ella podía acariciar cada recoveco de mis pensamientos sin ni siquiera pedir permiso.

Entonces se acercó a mi cama y dejó algo sobre la mesilla de noche. Un libro.

—Tienes mal aspecto, princesita. —Sonrió de una manera forzada.

—No puedo decir lo mismo de ti, mestiza.

Me sorprendió su reacción. Su sonrisa se borró un segundo y después pasó a una sonrisa sarcástica más honesta.

—¿Estás insinuando que me veo bien, Melania?

—Así es. —La sonreí con algo de debilidad y miré el libro—. ¿No se supone que debía ganarme a tu rata para conseguirlo?

—He cambiado de opinión. Creo que los humanos no sabéis lo que es rectificar.

La miré de nuevo a los ojos. No dije nada al respecto, no tenía fuerzas para rebatirle. Entonces posó su mano sobre la mía y la apretó con suavidad.

—Que la fuerza de la Triple Diosa te acompañe —pronunció mientras me miraba fijamente—. No mueras esta noche, palacio se volvería tremendamente aburrido de nuevo.

No esperó que la respondiera. Apartó su mano, caminó hacia la entrada y miró a Dasyra a los ojos durante unos segundos. Me di cuenta que Helia la superaba en altura, cuando la recordaba mucho más baja que mi cuidadora. ¿Había aumentado de tamaño? Terminó por irse.

Entonces Ilyana comenzó a atar unas correas de cuero a la cama. Mientras, Dasyra me acercó un vaso a los labios y me hizo beber el brebaje que contenía su interior. No puse resistencia. Mis sentidos empezaron a nublarse.

Me desnudaron y vi como Ilyana colocaba las correas alrededor de mi cuerpo y las ataba con esfuerzo, no obstante yo prácticamente no sentía la presión que ejercían. Dasyra puso un trapo en mi boca e indicó que lo mordiera fuerte. Se quedó a mi lado mientras me acariciaba la frente y el pelo.

Ilyana se acercó a mi rostro y comenzó a dar chasquidos cerca de mis ojos, forzándome a pestañear.

—En cuanto empiece, no habrá punto de retorno. Princesa Melania, intente mantener su mente serena y no deje que el dolor nuble sus sentidos.

Quise asentir pero no pude.

Comenzó a limpiarme las piernas con un líquido que olía fuerte y después limpio sus manos también. Escuchaba que hablaba con Dasyra, pero sus palabras eran tan pesadas que no podía procesarlas.

Entonces el miedo nació en cuanto vi lo que portaban sus manos. Un instrumento con un afilado filo que acercó a mis piernas. Miré al techo y apreté fuerte el pañuelo entre mis dientes. Escuché el sonido de la carne abriéndose pero no sentí nada. Escuché el sollozo de Dasyra y de los movimientos de Ilyana. Todo parecía ir bien, hasta que sentí el filo en el dorso de mi mano izquierda. Sentí como se hundió en mi piel y como se hacía paso a lo largo subiendo por mi antebrazo. Ahogué el grito contra la tela que mordía y abrí mucho los ojos. Notaba como el filo me estaba acariciando el hueso. ¿Me había abierto también la piel de las piernas de ese modo?

La agonía no había hecho nada más que empezar. La anciana trazaba líneas profundas sobre mi cuerpo con aquel utensilio de tortura, pero no podía moverme con fuerza debido a las correas y el brebaje que había bebido.

La tortura se extendió durante un largo tiempo y yo me encontraba ahogándome en mis lágrimas de sufrimiento. Me estaba desangrando como a un cerdo. Notaba mi cuerpo exhausto y cuando por fin sentí el filo lejos de mi piel pensé que el suplicio había terminado. Pero entonces, Dasyra me inmovilizó la cara y Ilyana acercó el filo hacia mi labio inferior. Corto a lo largo toda la piel que se encontraba debajo de mi labio hasta llegar al mentón inferior y por debajo de la barbilla...

Reprimí el grito y cerré los ojos con fuerza. Respiraba rápido y fuerte, como una bestia de tiro. Miré a Ilyana con todo el odio que sentía en ese momento y contuve mis pensamientos negativos, serenándolos. Mantén tu mente fría, Lucrecia.

—Ahora que tenemos los canales... Empecemos con la magia.

Ilyana se acercó a mi rostro mientras Dasyra limpiaba con un paño el sudor de mi frente. La miré directa a los ojos, intentando centrarme en mi respiración y no en el dolor que sentía por todo el cuerpo. Me di cuenta que gotas de mi sangre habían caído sobre su rostro.

—Princesa Melania, ahora viene la parte más dura. Tiene que intentar mantener su mente fuera del odio y el rencor. Empezaré con sus piernas y es probable que el dolor real que debería sentir en ellas vuelva de golpe. Sea fuerte.

Asentí y le miré con decisión.

Deslicé mi mirada por ella cuando se separó y entonces vi que como se quitaba su túnica superior, dejando a sus brazos al aire. Entonces las vi: tenía cicatrices que le recorría cada brazo desde el dorso de las manos hasta los hombros en linea recta. Cogió un frasco de la mesilla de noche, lo descorchó y antes de bebérselo miró a su nieta, quien lucia preocupada. Bebió el liquido que contenía el frasco y se concentró en su respiración. Empezó a recitar un cántico en una lengua que no lograba entender y lo terminó acompañando con gestos con sus manos. Alzó las manos encima de mis piernas y vi como runas lumínicas se trazaban sobre los dorsos de sus manos. ¿Esto es a lo que llamaban magia? De pronto de las manos de la fae surgió un halo de color azul, como el de sus ojos y comenzó a rodear mis piernas, las cuales veía sangrar pero no sentía.

Supe que el momento iba a llegar ya por como se estaba acomodando Dasyra a mi lado, así que cerré los ojos con fuerza e intenté imaginarme que era Melania la que me estaba acariciando el pelo. Recordé la sensación de las hebras del cepillo acariciando los mechones de mi pelo. De nuestras miradas encontradas en el espejo de nuestra alcoba en castillo.

El primer calambre de dolor llegó a ambas piernas. Fue un dolor indescriptible y no pude evitar dedicar al aire un grito que brotó desde mi alma. Noté como Dasyra tapó mi boca con una tela para que contuviera los gritos y no alarmase al resto de Oréades. Quería que aquel suplicio terminara cuanto antes. La electricidad se introducía por la herida recién abierta y sentía como raspaba cada rincón de mi carne y huesos. Escuché crujir los huesos de mis piernas, como si de un mismísimo árbol cayendo hacia el abismo. La elasticidad de mi interior se recuperaba y entonces noté grandes tirones en las plantas de mis pies. Las sentía. Notaba el dolor en la envergadura de mis piernas y en la rotación de mis caderas. Noté incluso como la sangre hervía, correteando por ellas.

La electricidad comenzó a corretear siguiendo mis heridas abiertas, como si se tratase de agua fluyendo por un canal. Recorrió mi cintura, mi vientre, mis dorsales, mis hombros, mis brazos los dorsos de mis manos... Después subió de nuevo por mi antebrazo hasta llegar a mis clavículas, subir por mi cuello hasta llegar hasta mi mentón. El dolor se mantuvo uniforme por todo mi cuerpo durante el resto de minutos y entonces, desapareció como cuando llegó.

Mi cuerpo se destensó de golpe dejando todo su peso sobre la cama. Estaba temblando, jadeando y sudando. Tarde unos minutos más en recuperar una respiración más tranquila y cuando abrí los ojos de nuevo miré uno de mis brazos. La herida estaba cerrada en una cicatriz que formaba un trazo totalmente negro. Mis sentidos comenzaron a calmarse y un olor desagradable llegó a mi nariz: olía a carne quemada. Alcé la vista despacio hacia el fondo de la sala. Veía algo borroso.

Todo ocurría a cámara lenta. Dos mujeres estaban agarrando a Ilyana quien estaba cubierta de sangre, mientras Helia agarraba a una Dasyra que gritaba y lloraba. La mirada azul de la anciana se posó sobre la mía. Me dedicó una última sonrisa antes de que se la llevaran.

Antes de poder percatarme de lo que estaba ocurriendo terminé perdiendo el conocimiento.

Desperté bastante desorientada. Dediqué varios pestañeos al techo y mis sentidos fueron despertándose lentamente. La brisa de la mañana entraba por la ventana, inundando la habitación del olor típico de la hierba mojada. Mi cuerpo se encontraba tapado por sábanas limpias que olían a lavanda.

Entonces me percaté que notaba todo el peso de mi cuerpo. Toda su longitud, desde la cabeza hasta los talones. Me aventuré a probar y, de pronto, pude sentir como conseguía mover los dedos dedos de los pies. Me llevé una mano al rostro y las lágrimas empezaron a caer despacio por los laterales de mi rostro. Sentía mis piernas. No las había perdido. Por un momento me sentí la mujer más afortunada de todo continente.

Miré alrededor y toda la felicidad que sentía se esfumó de golpe.

Lucius se encontraba sentado en el sillón que solía ocupara Dasyra. Entonces me acordé de su abuela y de ella. ¿Qué había hecho con ellas? Quise sentarme pero una presión invisible lo impedía. Concluí que Lucius estaba usando su magia sobre mí. Volví a enfocarme en él.

Iba vestido enteramente de negro con ropajes sencillos y livianos: pantalones de montar a caballo y una camisa larga y holgada. Su pelo largo y liso estaban peinados en una coleta baja que descansaba sobre su hombro.

—Dasyra está descansando de su turno —me explicó.

—¿Ilyana?¿Qué habéis hecho con ella? —me aventuré a preguntar.

Entonces sonrió.

—O mi querida Melania, siempre preocupándote por los demás. —Tras mi silencio continuó hablando—. Ella realizó un conjuro muy arriesgado. Sabía que me opondría en esta decisión y aún así lo hizo. Ha estado bajo arresto, a la espera de tu despertar.

—Ella me advirtió de los riesgos. Era intentar sobrevivir a la operación o morir por la infección. Ilyana ha salvado mi vida, Lucius —dictaminé pero de una manera suave y delicada. Aún estaba débil.

—No obstante, no tenía el deber de daros esa opción. Trabajó sin preguntar cuales eran las normas que debía acatar. Debía haber esperado a mi regreso.

—Si hubiera esperado yo ahora estaría muerta.

Ambos nos quedamos en silencio, mirándonos a los ojos. Una parte de mí me decía que él sabía la verdad. Que sabía que no era su amada Melania, sino Lucrecia La Maldita.

—¿Qué castigo le espera? —me aventuré a preguntar.

—Tenía dos opciones: La primera ser ejecutada en caso de que no despertaras —dijo mientras se inclinaba para apoyar sus codos sobre sus rodillas—. Y la segunda, en caso de que despertaras, mantener la vida pero ser desterrada.

Comencé a sentir frustración. Era totalmente injusto. Ilyana había hecho todo lo posible por salvarme. Ella tenía a una familia: a su hijo y a sus nietos pequeños. El ser desterrada significaba no volver a verlos y, además, emprender un largo viaje siento una mujer entrada en años. El destierro era como una muerte inminente.

—No sobrevivirá si la destierras de Versalia.

—Ese es ahora su problema. Soy el señor de estas tierras. Sacrifico mucho día tras día para mantener Versalia a salvo de todo continente. No permitiré que nadie ni nada ponga en riesgo lo que es mío. —Es decir, yo.

—No te lo perdonaré nunca —pronuncié de pronto mientras miraba el techo y apretaba el puño. Reprimí las lágrimas.

—Estoy acostumbrado a que me odien, Melania. Algún día cuando tengas poder y grandes responsabilidades, conseguirás entenderme.

Suspiré suavemente y comencé a llorar en silencio. Entonces me sobresalté cuando sentí como acariciaba mi mejilla con cuidado para limpiar mis lágrimas.

—Estaba tan preocupado... Llevabas inconsciente dos días.

Nuestras miradas se encontraron y me hundí en el azul oscuro y espeso de su iris. No había maldad en su interior. Quería odiarlo con todo mi ser pero me di cuenta que su interior guardaba un gran pesar. Había secretos ocultos que no podía decir ni a sus mayores aliados. Una tristeza y un dolor que no había compartido con nadie.

Apartó mano cuando se dio cuenta que me había quedado fijamente mirándole.

—No estará sola —dijo de pronto y me sorprendí—. Pagaré una gran precio a los hombres más capacitados del reino. La enviaré a uno de los reinos vecinos. Estará protegida, pero debe ser castigada. Tanto ella como mis súbditos deben aprender que mi bondad tiene un límite. —Caminó hacia la puerta y antes de irse se giró para mirarme—. Volveremos a vernos pronto, necesito hablar contigo cuando te sientas mejor.

Y se marchó. No entendía lo que acababa de pasar. ¿Un señor feudal teniendo piedad? Lucius debía ser poderoso a nivel mágico. Todos allí parecían respetarle y temerle en cierta manera por algo. No obstante, el tener piedad es una característica típica de alguien que ha experimentado el sufrimiento en sus propias carnes.

Dasyra no tardó en ocupar el sitio de su señor. Entró corriendo y terminó abrazándome con cuidado. Estaba llorado.

—¡Melania!¡Por la Triple Diosa, ha despertado! —balbuceó.

Sonreí suavemente y acaricié su pelo rizado color trigo. Su oreja puntiaguda cariaba una de mis mejillas. Su cuerpo fue poco a poco destensándose. Supuse que sentía alivio tanto por mí como por su abuela. Si yo vivía, ella también.

Se apartó suavemente y me miró a los ojos.

—¿Cómo se encuentra, mi señora?¿Le duele algo?

La realidad es que sentía el recorrido de las nuevas líneas que adornaban mi cuerpo, pero no era un dolor molesto. Entonces sonreí y cogí sus manos.

—Dasyra, mira —dije señalando con mi rostro mis piernas.

Moví los dedos de los pies, que se encontraban debajo de las sábanas y al ver movimiento Dasyra echó un chillido eufórico al aire y dio varios saltos de alegría. Agarró fuerte mis manos. Podía notar la alegría en sus ojos.

—¡Ha funcionado, princesa!¡Ha funcionado!

Me sorprendió los buenos sentimientos de la joven fae. Me pareció increíble que tuviera la capacidad de alegrarse por mi estado a pesar de que en parte por mi culpa habían sentenciado a su abuela a un cruel destino.

—Estoy deseando volver a caminar.

Entonces destapé mis piernas y la alegría que sentía se esfumó de golpe. Cada una de ellas tenían una linea negra vertical que llegaba hasta mis pies. Pero eso no fue lo que me entristeció. La piel pálida y virgen ahora estaba destrozada: llena de cicatrices mirara donde mirara. Además, la piel tenía una mezcla de colores entre morados y amarillentos.

—Su piel tornará a su color original en unas semanas. Aun tiene muchos hematomas producidos por los grandes impactos que sufrió —me explicó Dasyra tras darse cuenta de mi expresión de horror.

—Y... ¿que hay de todas estas heridas cerradas?¿dejarán cicatriz?

Me tomé el silencio de Dasyra como una respuesta.

—Son heridas profundas, mi señora. Podemos seguir tratándolas para que no lleguen a más, pero me temo que sí dejarán marca.

Recorrí cada línea que trazaban las heridas sobre mi piel. Me sentía avergonzada. No querría mostrar mis piernas al mundo nunca más. Acabé tapándolas de nuevo con las sabanas y me quedé pensativa viendo la forma que hacía mi cuerpo debajo de la tela blanca. Dasyra cogió mi mano y la apretó fuerte, pero sin llegar a hacerme daño. La sonreí de manera algo forzada para que no se preocupara, pero sabía a leguas que lo haría sin importar mi cordialidad.

—Bueno, quiero probar si es cierto, quiero caminar —dije mientras deslizaba una de mis piernas hacia el borde de la cama.

Cuando quise hacer fuerza y levantarla me di cuenta que prácticamente no podía. Mi expresión de preocupación fue tan natural que Dasyra la notó y colocó mi pierna de nuevo en el sitio donde estaba antes.

—Has perdido mucha masa muscular, mi señora. Ha estado mucho tiempo tumbada, ahora va a necesitar pasar una rehabilitación para recuperar fuerza en los músculos.

No entendía nada de lo que Dasyra me estaba explicando y creo que se dio cuenta, porque terminó suspirando y buscando las palabras para explicarme de manera más sencilla lo mismo.

—Sus piernas ahora son débiles. Debo volver a ejercitarlas poco a poco para fortalecerlas de nuevo. Con el tiempo volverán a la normalidad.

Suspiré algo aliviada. Por un momento creí que no volvería a andar con normalidad y me convertiría en una lisiada llena de cicatrices.

—¿En qué consistirá el entrenamiento? Quiero empezar ya.

Dasyra asintió.

—Helia se encargará de darle parte de las sesiones y otras yo.

Me sorprendió que la mestiza sería la encargada de mi entrenamiento.

—¿No se supone que ella es inventora?

—Lo es. Pero fue una pasión oculta que tenía. Ella formó parte de un regimiento lejos de Versalia. Huyó de la represión y consiguió cruzar el espejismo que Lucius creó para proteger Versalia. Por eso fue obligada a ser oreáde, nadie sabe como consiguió entrar siendo forastera. Ni si quiera el propio Lucius.

—¿Y por qué Lucius no la ejecutó? El mantenerla viva es peligroso tanto para él como para la ciudadela.

—No sé muy bien los motivos reales de por qué la dejó con vida, toda la historia de Helia es un completo misterio. Quiero pensar que Lucius vio en ella un gran potencial y se percataría que es más útil viva que muerta. Pero esa es solo mi suposición.

Así que la mestiza había formado parte de un ejercito. Quizá por eso se vestía como un hombre, se había criado entre ellos. La diferencia cultural me abrumaba. En Kälte los únicos que se encargaban de la seguridad del reino eran los varones. Las mujeres ocupábamos puestos del hogar sobre todo.

—¿Y por qué una mujer formaría parte de un regimiento?

—Porque es medio fae lunar. Siempre han sido mal vistos por el resto de las razas fae. Están muy reprimidos, ocupando lo más bajo de la sociedad. Ella fue arrancada de los brazos de su madre y desde que nació fue criada para recibir y acatar ordenes. Mientras, los fae lunares libres, solo tienen la opción de ganarse la vida robando o prostituyéndose.

—No entiendo por qué tanta discriminación a una raza entera.

—La historia fae no es muy distinta a la de la humanidad. Guerras, avaricia y mucho rencor. No se mucho del tema, pero se que los fae lunares hicieron algo en el pasado que a día de hoy las nuevas generaciones siguen pagando.

Todo cobró sentido desde que Dasyra me explicó aquello. Helia había estado atacada y reprimida desde siempre. Empaticé con su situación y entonces me pregunté si yo lucía para el resto igual a la defensiva que ella.

—Helia puede lucir algo áspera al inicio, pero es de las mejores personas que he conocido. Tiene un corazón de oro. Pondría la mano en el fuego por ella. Estoy segura de que planteará un entrenamiento perfecto para vos, coordinado con mi visión de sanadora.

—Muchísimas gracias Dasyra, por tu dedicación.

Por un momento me di cuenta de que estaba mostrándole un agradecimiento real, no uno planeado para actuar mejor como Melania.

Entonces se estableció un pequeño silencio entre nosotras.

—Siento mucho lo de tu abuela... He intentado hablar con Lucius para que entre en razón pero no lo he conseguido...

Negó con la cabeza.

—Apacigüe sus pensamientos, mi señora. Vos no tuvo culpa alguna. Antes de comenzar la operación mi abuela me llevó un momento en privado. Me dijo exactamente que esto ocurriría, que la ejecutarían o la desterrarían.

Aquello me sorprendió.

—Entonces si lo sabía... ¿Por qué lo hizo? —pregunté.

Dasyra me miró a los ojos.

—No quiso darme las razones reales. Mi abuela siempre ha sido una persona discreta. Siempre he tenido la sensación que guarda secretos que no ha compartido nunca con su familia. Lo que sí me dijo es que sino te salvaba estaríamos acabados. Quizá se refería a que si morías tendríamos que enfrentarnos a un Lucius descontrolado y metido en el dolor. Pero no lo sé a ciencia cierta.

Así que se sacrificó para proteger a los suyos.

—Antes de entrar en la alcoba mi señor me dijo que será desterrada. Al principio se me encogió el corazón, pero cuando me dijo que estará bajo protección de sus mejores hombres un gran alivio borró mi pesar. Me ha concedido la oportunidad de despedirme de ella a la noche, antes de que partan al alba.

Vi como una pequeña lágrima caía por su mejilla y cuando la acaricie la espalda, se llevó las manos al rostro y rompió a llorar. Mi corazón se partió en mil pedazos. Verla llorar era muy doloroso, quizá porque era una persona que siempre veía alegre. Levanté mi tronco para sentarme y la rodee con mis brazos en un frío abrazo de los míos. Nunca se me había dado muy bien ser cariñosa y afectuosa, solo me nacía serlo con Melania. En parte, Dasyra me recordaba a ella y quizá por eso el verla triste me dolía. Acaricie sus rizos dorados y besé su frente. La fae terminó correspondiendo mi abrazo y me rodeo el tronco con cuidado, porque mis heridas aun estaban recientes.

—Yo... mi señora...

—Ni se te ocurra disculparte conmigo, Dasyra, estamos juntas en esto. Así que llora en mi hombro todo el tiempo que lo que necesites —le susurré con cuidado y terminó haciéndome caso.

Apoyó su frente en mi hombro y lloró fuerte, sacándolo todo con naturalidad y sin vergüenza alguna de que yo la viera tan vulnerable. Entonces surgió un sentimiento de admiración por mi parte hacia ella. Y comprendí que aquellas personas que no tenían miedo a mostrarse vulnerables al resto eran sin duda las más valientes.

Por eso yo me consideraba la más cobarde de todas.

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