Capítulo 15
No había tiempo entre aquellas cuatro lánguidas paredes. O al menos eso fue lo que dictó mi mente tras pasar en blanco incontables horas.
La lluvia repiqueteaba constantemente contra la larga ventana que se encontraba al lado de mi cama. Desde mi posición, siempre tumbada, no podía ver el exterior. Tampoco tenía permitido levantarme, a menos que fuera para hacer mis necesidades con la ayuda de la curandera. Pero desde aquí, desde la mullida almohada que se encontraba debajo de mi nuca, podía observar parte del cielo gracias a la amplitud del ventanal. Siempre estaba gris o negro.
Escuché un trueno rompiendo el sonido a lo lejos. Después dio paso a otros, comenzando una canción llena de ira y tristeza. La lluvia golpeó con más fuerza. Solo una pregunta se hizo notar en mi mente: ¿Melania estaría resguardada de la tormenta?
Recordé mis once años. El cómo ella salía al jardín en invierno para dejarse mojar por el llanto de las nubes. Después, a la noche, me describía cómo era la sensación de bailar bajo la lluvia. Intentaba explicarme aquel frío que se le metía hasta los huesos de manera húmeda y el dolor de cabeza que le producía el tener el pelo mojado después. A Melania siempre le había gustado todo aquello, pero yo no dejaba de ver el peligro en cualquier lado.
—¿Cuándo podré volver a caminar?—le cuestioné a Dasyra, que cosía a mi lado mientras tarareaba una nana algo siniestra.
—Pronto.
Todos los días le preguntaba y cada vez sentía más dolor en los músculos del cuerpo. Tensión por permanecer tumbada. Dolor en las articulaciones por no moverlas. A veces intentaba mover mis piernas, pero estás no reaccionaban.
El nerviosismo y la impaciencia cada vez crecían más. La ventana era lo único que me mantuvo en parte orientada respecto al tiempo y sabía qué habían pasado demasiados días.
Conté nueve. Calculé doscientas dieciséis horas postrada en aquella cama y después le sumé los que estuve en coma. Demasiado tiempo, pensé.
Una noche las lágrimas de impotencia nublaron mi sueño. Y cada día que pasaba menos esperanza tenía de volver a ponerme en pie. No podía seguir así. Sino, mi luz acabaría apagándose.
—¡Señorita Melania!¡Qué está haciendo!
La mañana siguiente no pude aguantarlo más. El fuego de mi interior se había avivado y el incendio acababa de propagarse por todo mi cuerpo. Necesitaba levantarme. Necesitaba salir de aquella cama y de aquella habitación. Necesitaba sentir el agua de la lluvia tocándome la piel para darme cuenta que seguía viva. Que no estaba atrapada en una horrible pesadilla.
—¡Cállate y ayúdame a sentarme!¡Necesito salir o acabaré muriéndome aquí postrada!
—Melania... No diga eso, por la Triple Diosa. Se está recuperando, confíe en mí.
—¡Sabes que no es verdad! —grité entonces con rabia. La mujer se quedó paralizada por un momento—. Podrás mentirte a ti misma todo lo que quieras. Pero a mí ya no me engañas. No estoy bien. No me estoy recuperando. Y conozco muy bien a mi cuerpo. Si sigo aquí acabaré pudriéndome.
—Le he prometido que volverá a caminar.
—Yo no vivo de promesas, sino de acciones. —La miré con una decisión inquebrantable y fue capaz de ver el incendio en mi interior—. Ahora, vas a asearme y a vestirme, porque voy a salir de esta maldita habitación para respirar aire fresco.
Dasyra, sorprendentemente, no puso ninguna objeción. Limpió mi piel con un trapo húmedo y perfumado. Aseó y cepilló mi cabello. Me ayudó a vestirme. A pesar del frío que debía hacer en el exterior, en el interior era muy distinto. Un calor uniforme nos envolvía. Por eso me vistió con ropas extrañas, al menos para mi contexto. Una camisa blanca, fina y de mangas y cuello alto y una falda larga, tapando mis piernas, de un verde pino que me recordó mucho a Kälte. El único color que se me permitió vestir cuando quería evitar el negro cerrado.
Al final, me tendió un espejo para poder verme.
No pude palidecer, puesto que era imposible que mi piel pudiera ponerse más blanca de lo que ya estaba. Mis pómulos resaltaban entre la huesuda cara y las ojeras moradas caían por debajo de mis párpados. Me imaginé tumbada con aquel aspecto. Debí parecer en todo momento un cadáver. Miré a Dasyra, quien parecía estar realmente avergonzada.
—¿Cuál es tu experiencia como curandera?
—¿Perdone?¿A qué se refiere?
—¿Cuántos pacientes has tenido, Dasyra?
El silencio posterior me lo dejó claro.
Intenté calmarme tomando aire. Había perdido completamente el tiempo por no haber actuado antes.
No volvería a caminar nunca más. No solo secuestrada y atrapada entre cuatro pares. Sino también enjaulada en mi propio cuerpo.
—Melania, sé que igual ahora he perdido toda la confianza que hemos ganado. Pero... He ayudado a mi abuela durante muchos años, desde que soy pequeña. He visto a pacientes con síntomas y heridas peores que las suyas poniéndose de pie al cabo de unos meses. Conseguiré que vos...
—Cállate. No quiero seguir escuchándote. —El corte fue afilado. No letal, pero sí dañino.
El silencio posterior fue incómodo para la muchacha y reconfortante para mí.
—Es... Espéreme aquí. Volveré en un momento.
Los minutos parecieron asfixiantes. Cada segundo amenazaba con reprimirme más que el anterior. Estuve a punto de pensar cómo salir a rastras de aquella alcoba, cuando por fin la puerta se abrió.
Para mi sorpresa Dasyra no estaba sola. A su lado se encontraba una mujer mucho más fina y baja que ella. De rasgos aguileños y semblante pálido y serio. Su pelo era del negro más profundo que había visto en mi vida y liso como las sábanas de una cama recién hecha. Le llegaba hasta los hombros y en su lado derecho lo atrapaba por detrás de una de sus puntiagudas orejas. Mucho menos largas que las de Dasyra.
No obstante, no fue la única de las sorpresas. Dasyra empujaba un invento un tanto curioso. Una silla de esqueleto de hierro y respaldo y asiento de cuero, con dos enormes ruedas a los lados. Un invento que me ayudaría a permanecer sentada y en movimiento al mismo tiempo. No super que decir.
—Ella es Helia. Fue la chica seleccionada el verano pasado. Hace días le pedí que diseñara un invento que te permitiera moverte por palacio.
—Así que llevabas ya tiempo sabiendo que necesitaría salir de aquí por otros medios que no fueran mis piernas —dije, mirando muy seria a Dasyra.
—Ella no tiene la culpa de nada, así que cállate. Necesito comprobar si las medidas son correctas para volver a mi trabajo y agradecería que fuera sin un dolor de cabeza producido por tu irritante voz — pronunció Helia. Sentí el filo de sus palabras como si de propios puñales se tratasen. Fue mucho más dura conmigo en cuestión de segundos que yo con todas las personas que conocía a lo largo de toda mi vida.
—Disculpa, ¿cómo dijiste que te llamabas? —cuestioné, prestándole más atención.
Entonces, noté cómo la joven cuervo me sonrió de una manera sarcástica. Se estaba riendo de mí.
—Nunca pensé que al amo le gustaran las princesas mimadas y de lengua bífida.
Fui a responderle, llena de ira, pero se arrodilló para, con un hilo fino, empezar a tomar las medidas de mis muslos a lo largo y compararlas más tarde en el esqueleto de la silla.
Cuando la tuve lo suficientemente cerca me di cuenta que en uno de los bolsillos de su delantal de cuero una bola de pelo se asomó para mirarme directamente a los ojos. No pude evitar sobresaltarme y gritar levemente al ver que lo que tenía la joven en su bolsillo era una rata de pelo grisáceo y cola gorda y desnuda.
La joven no pudo evitar reírse a carcajadas. Nunca llegué a imaginarme que aquel rostro serio podía reír siquiera.
—¿No te cae bien mi amiguito?
—Helia, por favor. No asustes a nuestra señora.
—Que el amo la haya traído para ser su esposa no la convierte en mi señora. Es solo un saco de huesos que nació en un castillo. Nada más que eso. Suerte con ella, Dasyra. Recuerda que eres demasiado buena fae como para soportar sus malos tratos. —Cada vez me sentía más indignada, pero decidí no discutir. Sería una perdida de tiempo. Terminó de comprobar su invento y se levantó—. Es más alta de lo que pensaba, pero no estará muy incómoda. Hoy a la noche retocaré la silla. Va a usarla mucho a partir de ahora, por lo que veo—le dijo a Dasyra, como si yo fuera uno de uno de los muebles de la habitación.
—Muchas gracias Helia, ya no te molesto más.
Helia asintió y en cuanto se levantó vi como su "mascota" trepaba por su ropa hasta llegar hasta su hombro.
No se despidió cuando cruzó la puerta, ni ayudó a Dasyra a sentarme en aquel artilugio.
Este se movió hasta atrás en cuanto Dasyra me colocó en el asiento y por naturaleza me agarré fuerte a ella por la sensación de caída que me produjo el movimiento de la silla.
Dasyra soltó una risita, pero borró su sonrisa en el momento en el que se dio cuenta de que no estaba nada a gusto.
Quise llorar de la impotencia. Pero me mantuvo serena a ojos externos. Mantuve mi personalidad firme pero con la delicadeza propia de Melania. Respiré profundo y vi la forma que creaban mis muslos por debajo de las telas.
Maldije con toda mi alma el momento en el que pensé que caer al vacío era una buena idea. En el que preferí golpearme con mil árboles antes que permanecer en los brazos de Lucius. Si hubiera sido fuerte. Si hubiera tenido paciencia ahora mismo estaría caminando.
—Yo... Quería disculparme con vos, Melania.
La miré a los ojos, algo sorprendida. Pensé por un momento que era la primera vez que alguien me pedía perdón tan directamente.
—No debí ocultarte la verdad. Pensé que ocultártela era lo correcto. Pero me acabo de dar cuenta que ha sido todo lo contrario...
Agachó la cabeza y se mordió levemente su carnoso labio. Entonces pasó algo que hasta mí misma me sorprendió: cogí su mano y la estreché fuerte. Las lágrimas empezaron a deslizarse por mis mejillas y noté que sus ojos hicieron agua también. Estaba totalmente conmovida, porque a pesar de estar llorando la estaba sonriendo.
Y era real. Por primera vez no ocultaba mis sentimientos. Aquella expresión que tenía en mi rostro era la que mi cuerpo exigía expresar. No había rencor en ninguna parte de mi pecho y mente. Solo había muchísimo miedo.
—No me voy a rendir. Seré tu paciente más cabezona —tartamudeé entre el llanto—. Pero no podré sola. No soy alguien de promesas, pero me gustaría que me hicieras una, Dasyra. —La joven asintió—. Prométeme que no me dejarás sola en esto. Que afrontaremos esto juntas.
El brillo de felicidad que desprendieron los ojos de la joven fae me lo dejó claro y sin darse cuenta me abrazó con demasiada fuerza. Le di unas palmadas en la espalda en modo de cariño.
Entonces, cerré los ojos para dejarme invadir por su calor. Imaginé que la que tenía entre mis brazos era Melania y desee inconscientemente que el momento de volver a abrazarnos fuera dentro de poco.
Dasyra empujó la silla movible —así fue el nombre que ella misma le puso— y me guió por los largos pasillos del palacio de Versalia.
No tenía nada que ver con la oscuridad y humedad del castillo de Kälte ni con la sutileza y organización del de Holz. Era un estilo completamente rimbombante. O al menos me pareció que lo fue en un pasado. Cada rincón que mirase parecía gritar "mira cuan rico que soy".
Las paredes no tenían ningún espacio sin ocupar. Con remates dorados y frescos de ángeles y criaturas hermosas.
—Es muy diferente a todo lo que he visto nunca.
—A los antiguos reyes les encantaba el arte. En nuestra cultura está muy bien visto. Es como una muestra de poder. Tener tanto dinero que puedes gastarlo en adornos innecesarios —me explicó—. Al señor Lucius nunca le ha gustado tantas decoraciones: cuadros, estatuas, lámparas, tapices... No obstante, no ha querido tocar nada. Todo sigue tal y como estaba antes. Muestra mucho respeto al pasado de nuestra cultura, a pesar de tratarse de recuerdos de monarquías autoritarias.
Me sorprendió lo mucho que sabía Dasyra y recordé que me dijo que no había ido a la escuela.
—¿Cómo sabes tanto?
—Mi abuela me enseñó todo lo que sé. Es una mujer realmente increíble. Una superviviente. —Me explicó—. Siempre ha sido muy viva, curiosa y astuta. Tiene la labia suficiente para hablar con un noble y pasar desapercibida, a pesar de provenir de una familia humilde. De hecho, una vez me dijo que asistió a uno de los últimos bailes organizados por nuestro antiguo rey. Le he descrito cada recoveco de este lugar y me ha asegurado que todo parece estar igual.
Tomó aire antes de entrar a la siguiente sala, que me dejó prácticamente sin respiración:
A un lado una pared llena de espejos enormes, antinaturales. Me pregunté cómo los habían fabricado y cuánto podría valer tan solo esa pared. Al otro lado, gigantescos y largos ventanales separados por estatuas completamente hechas de oro y lámparas colgantes del mismo material y cristal. Era lo más majestuoso que había observado nunca.
—La sala de los espejos —dijo Dasyra al verme boquiabierta—. Aquí ocurrían los mejores bailes y fiestas de todo Galliae.
—Es increíble. Nunca he visto tantas riquezas juntas... Y eso que soy una princesa.
—Versalia fue muy prospero en el pasado, al menos para los nobles. Ahora por fin el pueblo puede respirar tranquilo. Nos ayudamos los unos a los otros. Nadie pasa hambre, ni frío. Las penurias han terminado.
—Habla solo por los de tu raza —dijo de pronto una voz que reconocí al instante. Helia se encontraba al otro lado de la sala. En su mano parecía traer un pequeño papel que le entregó a Dasyra.
—Aquí todas somos iguales, Helia. Aunque la gente hable, yo te seguiré tratando como una igual.
—A ojos de todos seguiré siendo una mestiza. —Aclaró su garganta y le tendió la nota a Dasyra—. Nerva quiere verte. Sabe que has sacado a la nueva y quiere que vea el ensayo.
Dasyra pareció contentarse muchísimo de pronto.
—¡El ensayo es ahora!¡Es verdad!¡Qué ilusión!
Entonces empujó la silla movible más rápido de lo que yo quería. Me agarré a ella como pude y desee que la mestiza le colocara posabrazos para casos como este. Dasyra corría empujándome y en uno de los pasillos me dio la sensación que solo estuve posada sobre una de las ruedas por el giro brusco que dio la fae de rizos color trigo y piel oscura como la tierra.
—¡Dasyra!¡Por todos los reinos!¡Ve más despacio!¡Vas a conseguir matarme!
Tal y cómo imagine, cuándo Dasyra frenó de manera brusca salí dispara hacia delante. Cerré los ojos, pero el impacto nunca llegó. Cuando volví a abrirlos me percaté que me hallaba levitando sobre el aire, a centímetros escasos del suelo. Levanté la cabeza para mirar al frente. Estaba una sala amplia, donde varias mujeres me miraban incrédulas, alguna incluso tapándose la boca.
—Dasyra, cuando quieres puedes ser realmente torpe.
Escuché la voz femenina más potente que había escuchado nunca y cuando alcé la mirada vi una mujer de tez muy oscura, rasgos toscos y pelo muy rizado y negro, que mantenía una de sus manos alzadas hacia mí. Iba vestida con un vestido sencillo, negro, muy justo y que le llegaba hasta un poco más abajo de las rodillas. Aparentaba uno cuarenta años, pero lucia fuerte y sana como una joven.
Poco a poco, pase de estar en el aire hasta quedar sentada de nuevo en la silla. Dasyra se disculpó de mil maneras posibles, sonrojada por la vergüenza producida por su imprudencia. Negué con la cabeza intentando quitarle importancia pero aún notaba las miradas curiosas de todas las mujeres de la sala.
—Dasyra, la joven señora ya ha aceptado tus disculpas. Cálmate, por la Triple Diosa —dijo la mujer, quien parecía ser la más mayor de la sala.
—Soy... —dudé por un momento pero fue mínimo—. Soy Melania, no hace falta tantos modales. —Me presenté.
—Nerva Dhoga. —Una sinlugar, pensé.
No gastó más saliva en mí. Se concentró en organizar a todas las mujeres de la sala e indicar a Dasyra que nos pusiéramos a u ltado para no desconcertar más a sus chicas.
Había mujeres de todo tipo. Vi rasgos, colores de pelo y de piel de todos los tonos posibles. Tantas edades y formas de cuerpos... Cuando por fin todas estaban colocadas en su lugar un sonido llamó completamente mi atención, más que el primer movimiento coordinado de Las Oreádes del Palacio de Versalia.
Un hombre tocaba un instrumento majestuoso, dándonos la espalda. Dasyra al minuto me explicó que se llamaba piano, y lo usaban para marcar el ritmo de los bailes junto con los violes, violas y flautas que tocaban otras mujeres. Pero eso no era lo que me daba tanta curiosidad. Sino él. ¿Quién era?¿Por qué estaba aquí? Recordé que Dasyra me explicó que Lucius solo permitía tener a mujeres en palacio.
Intenté concentrarme en el espectáculo. Y al final me atrajo más que las cuestiones sobre aquel misterioso hombre. Nunca antes había visto unos movimientos tan elegantes y sincronizados. Era un baile que no tenía nada que envidiar a los del resto del continente. Las mujeres parecían pesar como plumas, haciendo equilibro sobre la fina punta de sus pies.
Por primera vez envidié el cuerpo de otra. Y no por lo superficial sino por el movimiento. Deseé poder estar entre ellas, moviendo mis piernas y desafinado el límite de su flexibilidad. Me percaté que me había quedado sin aliento a pesar de estar totalmente inmóvil observándolas.
—Ya veo que es cierto que el baile de las ocho lunas puede descongelar hasta el corazón más helado—escuché la voz de Helia detrás de nosotras, en la puerta supuse, pero la ignoré.
—Al amo le gusta cada noche de sábado observarlas bailar antes de cenar con ellas. Las llamamos las ocho lunas. Entre nosotras no hay competencia, pero sí una especie de jerarquía. Y esa jerarquía se rige por la relación que tenga cada una con el amo. Ellas son las más cercanas de Lucius, siendo Nerva la primera de todas.
—¿La primera Oreáde?
—Exacto. Los rumores dicen que ellos dos son amantes. Aunque yo sinceramente no lo creo. Simplemente son muy buenos amigos.
—Hay quien dice que un hombre y una mujer no pueden ser amigos —comenté.
—¿Y qué experiencia tendrás tú respecto a la amistad? —preguntó irónicamente Helia, poniéndose a mi lado para no alzar la voz.
Quise responderle, pero tenía toda la razón del mundo. Con poco hombres había hablado en mi vida, si no contaba a mi padre y a lord Declan. Mis mejillas se pintaron del color la vergüenza.
—Ella ha tenido a su hermana. —Escuché de pronto decir a Dasyra.
—Lucrecia La Maldita —pronunció Helia y creí que mi corazón se encogió al escuchar aquello en boca de alguien tan lejano—. Otra leyenda absurda contada por humanos. ¿Qué culpa tiene un pobre bebé por nacer? Maldiciones... Absurdo. De todas maneras no puede considerarse una amistad. Ellas estuvieron juntas por obligación. Por supervivencia. A un amigo le eliges.
—¡Helia!¡Deja de decir sandeces!¡Las escucho desde aquí! —La voz potente de Nerva hizo enmudecer a toda la sala.
Entonces, vi como todos se giraron para mirarnos. Para mirarme. No había sentido tanta vergüenza en toda mi corta existencia. Dasyra pudo notarlo y empujó la silla movible para irnos. Me despedí de todos con un movimiento de cabeza y antes de girar hubo una sensación que me empujó a levantar la mirada de nuevo.
Nuestras miradas se cruzaron. La mía verde como los pinares de Kälte. La suya del gris que dejan los relámpagos como rastro en el oscuro cielo nocturno. Su tez era bronceada. Su cabello medio largo en su cúspide, corto a los lados y de un color azabache. Era joven, de uno veinte años y me miraba como si hubiera visto un muerto salir de su tumba.
Sorprendido. Asustado. Incrédulo. Con el labio inferior levemente separado del superior. Pero hubo algo que fue lo que más me llamó la atención: su orejas redondas. Humanas.
Nos fuimos y su rostro nubló la vergüenza que había sentido anteriormente. Dasyra, como muchas otras veces, pareció leer mi mente.
—Es mejor que no sientas curiosidad por él, es una pérdida de tiempo.
—¿Cómo?¿A quién te refieres?
—A Dominik. —Mi silencio dio espacio a más palabras por su parte—. Él no habla con nadie. No debe. Al ignorarle le hacemos un favor.
—¿Por qué? No lo entiendo.
—Él es un marcado. Y tú menos que nadie debes acercarte a él.
—¿Por qué?
—Porque le perteneces a quien le marcó.
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