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Capítulo 11

Mientras partíamos, desde los pasillos vestidos por alfombras color cobalto pude observar cómo dos nuevas doncellas llevaban nuestras pertenencias a una nueva habitación en el ala este, justo al lado de la de nuestro padre.

Lord Declan no había tardado ni una mañana en cumplir mis deseos y así sosegar las grandes preocupaciones que le comenté la noche anterior.

Cuando llegué a la sala central me paré para observar mi alrededor. Por encima de nuestras cabezas estaba la enorme cúpula que conformaba el edificio con todos sus pisos superiores y a nuestra altura cuatro largos pasillos que seguían los puntos cardinales y cuyas alfombras eran de los cuatro mismos colores que los uniformes de la guardia de La Rosa de los Vientos: el norte de cian oscuro, el sur de vino tinto, el este de amarillo ocre y el oeste de verde oliva.

Antes de deslizarme hasta la salida, volví a contemplar el pasillo del ala norte, donde se encontraban nuestras antiguas alcobas. Pude discernir a Alice —o a Ecila— desde mi posición, entre criadas atareadas. Estaba lejos, pero podía sentir la presión de su mirada felina y depredadora sobre mi frente. Sedienta de la sangre que corría por mis venas. Como deseando disparar una flecha invisible que me atravesara el cráneo.

—Lucrecia.

Melania abrazó suavemente mi brazo izquierdo, nerviosa, y me señaló con la barbilla la salida al final de un largo corredor hacia el sur, donde lord Iabal nos esperaba sobre la alfombra vino tinto.

Nos observó y entonces noté un brillo de sorpresa detrás de la máscara de falsedad que portaba. Sorpresa por vernos juntas. Casi con un atisbo de decepción.

Miré a Melania de nuevo. Lucía un vestido de verano de corte típico kältiano de color ceniza. Aunque sin sus capas superiores típicas, ya que era sorprendente el calor que hacía.

Luego me quede anclada en ese pensamiento. ¿Por qué hacía tanto calor el Holz si se suponía que solo estaba más al oeste de Kälte? Me guardé la pregunta para cuestionársela más tarde a lord Declan.

—Actúa con naturalidad. Sígueme el juego y si te notas muy nerviosa déjame a mi la palabrería —la susurré al oído, mirando atrevidamente a lord Iabal y le dediqué una de mis mejores sonrisas—. Tiene que creer que estoy loca por él, Melania. Que soy una adolescente en parte inocente que solo tiene como objetivo casarse con un alto lord de esta corte, o cómo bien lo llamen aquí.

Melania asintió y sonrió de manera algo forzada. Iabal no nos quitaba el ojo de encima y entonces cuando se dio cuenta que le miraba, me devolvió una sonrisa falsa y nos saludó.

Entendí que se había dado cuenta de la preparación de un carruaje. Por eso nos esperaba en la entrada. Lo que no supe fue como adivinó que era para nosotras y no para alguno de los invitados que llegó ayer por la noche. Tal vez Alice le informó que estaba con mi hermana en su alcoba y empezaron a observar nuestros movimientos más detenidamente.

Fui la primera en dar el primer paso hacia donde él se encontraba. Hubiera deseado ni mirarle y pasar de largo, como si se tratara de otro de los floreros que adornaban el pasillo, pero alguien de mi renombre no lo haría. Si no hubiera sabido de sus planes me hubiera acercado a él para ser irónica. Para hacerle otra demostración de mi don con la palabra y sobre todo para rechazar la oferta que sabía que iba a hacernos.

Cuando estuvimos lo suficientemente cerca, él fue el primero en hablar, como buen galán. Como un hombre digno de su cargo. Como el gran manipulador que era.

—Buenas —saludó—. Por lo que veo quedasteis exhaustas por el viaje.

Me sorprendió que fuera Melania la primera en responderle.

—Realmente Lucrecia lleva despierta desde bien temprano. Siempre suelo ser yo la menos madrugadora y eso que soy la más ferviente seguidora de El Gran Poderoso. —Le dedicó una sonrisa a Iabal. Estaba haciéndolo bien, pero en sus ojos podía ver qué estaba verdaderamente aterrada.

—¿Una noche larga de escritura?

—Así es. Le conté a Lucrecia que usted fue el que me facilitó los útiles que necesitaba. Muchas gracias de nuevo.

Yo mantenía mi mirada sobre él. Una inteligente e irónica. Acompañada de una sonrisa burlona pero algo perezosa y leve. Entonces, en cuanto sus ojos y los míos se encontraron y sus labios se despegaron para decir lo que sabía que iba a decir, me apresuré a interrumpirle de la manera que él tanto odiaba. Porque sabía perfectamente que en su mentalidad una mujer debía ser mucho más paciente que un hombre.

—Quiere acompañarnos a ver la ciudad, ¿cierto? —Sonreí y él asintió. Iba a intentar hablar de nuevo pero no se lo permití—. Sé que está ansioso por estar a nuestro lado y... conocernos. —Conocerme, quise decir, pero no quería sonar tan presuntuosa. Y menos con mi hermana al lado. Él sospecharía.— Pero esta vez es la primera en años que mi hermana y yo podemos estar a solas en un lugar que no sea encerradas y con miradas de odio. Me imagino que lo comprenderá, mi lord.

Mi lord. Una manera de acercarle. La máscara enseñó deseo hacia mí en sus ojos, pero bajo ella podía ver sus verdaderos pensamientos: zorra. Cada parte de su cabeza estaba gritándolo a los cuatro vientos y yo no sabía por qué podía oírlos como si fueran un eco a mi alrededor.

Tal vez fueran únicamente imaginaciones mías.

—Usted siempre tan perspicaz y rápida, princesa Lucrecia. A veces sus conversaciones parecen una competición de rapidez mental. —Sonrió.

Entonces comencé a caminar. Decidí pararme cuando conseguir darle la espalda y me giré levemente, luciendo mi cuello y el collar de oro blanco coronado por mi inicial. Ambos al descubierto debido a mi recogido sencillo. Le devolví la sonrisa y dije antes de irme:

—Lo son, mi lord. Lo son.

Sentí mil cuchillos atravesar mi nuca cuando me giré. Aquella mirada estaba posada sobre mí y un frío eléctrico recorrió todo mi cuerpo. Lo ignoré y me concentré en Melania, que reía a mi lado para seguir en el papel de hermana inocente y alegre por el cortejo que veía entre ambos.

Cuando nos subimos al carruaje ambas nos arrancamos la falsedad de nuestros rostros y respiramos profundamente.

 A pesar de estar recorriendo calles hermosas, de casas blancas y amarillas, con tejados enormes de tiza negra y en forma de uves inversas. A pesar de sus gentes vestidas con todos los colores posibles para vestir. A pesar de los puentes que cruzaban ríos finos y del traqueteo de las ruedas sobre las carreteras de piedras redondas. A pesar de todo aquello, Melania prefería concentrarse en leer la misma novela por quinta vez.

No sé qué había en aquel libro que tanto le gustaba. Intenté leérmelo una vez para complacerla y llegué a terminármelo solo por obligación. Su protagonista era la mujer perfecta. Tanto que aburría. Era huérfana y los del pueblo aseguraban que la abandonaron por ser bastarda. Siempre alegre para todos, incluso cuando la familia que la acogió la trataban como la mierda y la obligaban a trabajar en la casona día y noche como una esclava. Pese a ello, era feliz. O eso quería transmitir el autor. Al final se descubría que era la heredera al trono y se casaba con un rey que la rescató de la pesadilla en la que vivía.

—Prométeme que nunca escribirás algo así.

—Es un libro maravilloso. La pluma del autor me encanta.

—No deja de ser un viejo que dicta cómo deben comportarse las jóvenes que le leen. Perfectas, en el sentido social establecido, y sonrientes. Las mujeres también nos enfadamos y estamos tristes.

—No deja de ser ficción, Lucrecia. De todas maneras, nunca he escrito así y lo sabes.

La verdad es que no. Increíblemente, a pesar de su aspecto angelical y sereno, Melania escribía relatos góticos, en su mayor parte. El que padre quemó fue su obra maestra, sin duda. La historia contaba el asesinato de un conde y el cómo su familia; su mujer, su hija mayor y sus otros tres hermanos varones, pasaban toda la trama intentando descubrir qué le había pasado a su buen padre.

Al final, se descubría que la asesina era la madre, que había estado saboteando las pruebas a lo largo de toda la novela para que sus hijos no descubrieran sus verdaderas intenciones: casarse con su amante, el mejor amigo de su fallecido marido.

Observé a Melania, que siguió con su lectura. No podía evitar interrumpirla. Qué me fascinaba el poder de las conversaciones, incluyendo las más cortas.

—Deberías volver a escribirla. Les echo de menos. A todos ellos.

—Lo haré. Créeme. Pero para eso debo volver a nutrirme de los grandes —dijo, muy decidida.

Me sorprendió. Pensé que tardaría más en aceptar que sus personajes habían muerto. Que su historia había sido destruida. Incluso llegué a pensar que nunca más volvería a intentar escribir. O que, al menos, le llevaría meses volver a empuñar la pluma. Entonces, me percaté del poder que tenían los escritores y de esa valentía de volver a sentarse delante del papel. Al final, me di cuenta que era algo totalmente necesario en su vida. Tanto como respirar, beber, comer y dormir.

Tras su última respuesta supe que quería concentrarse en su lectura más en profundidad. Por tanto, no hubieron más interrupciones por mi parte.

Miré por la ventana el paisaje, intentado recordar cada calle que recorríamos, cosa que al final me pareció un poco imposible y más habiendo perdido el hilo del camino en la corta conversación que tuve con mi hermana.

Al final, sin darme cuenta, me hundí en mi mente y en la mirada espesa como la tinta del hombre misterioso que salvó a Melania. O, al menos, cómo me lo imaginaba después de haber leído el relato. También en la risa malvada que helaba más que el propio frío de la noche. Toda aquella historia era muy fantasiosa. Habían huecos argumentales. Vacíos que no se podían rellenar con verdades coherentes al menos para cómo veíamos el mundo en ese momento de la historia. Voces que te empujan hacia un camino desconocido y peligroso, lobos que aparecen y desaparecen sin darte cuenta, una risa malvada que desea tu muerte y un rescatador misterioso con un poder sobrehumano.

Habían ciertos aspectos que no me encajaban y, por un momento, dudé si mi hermana comenzaba a mezclar la realidad con la ficción o, por el contrario, todo lo que había contado era cierto. Pensé en los pétalos de flores que habían surgido de la madera muerta de la lumbre. De su colgante de cenizas. De sus manos sanas y sin rastro de cicatrices. Mi mirada se posó sobre ellas. En el agarre del tomo de manera delicada pero segura. Detalle sus uñas delicadas y sus sutiles nudillos. La piel pálida como el colgante de oro blanco coronado por su inicial y sobre la larga cadena fina de plata de la que colgaba el frasquito, escondido entre la ropa.

La noche anterior a leer el relato me la pasé empuñando la pluma. Anotando mis ideas y aspectos de aquellos últimos días que no acababan de encajarme. Y cuanto más escribía más recordaba las historias y leyendas que nos narraban lady Daisy.

Por eso, sabía que hallaría alguna respuesta en la Biblioteca Central de Holz. Y lo que más me interesaba: El Archivo. Quería descubrir más sobre las leyendas y fábulas, que serían más concretas en este lugar, cercando a El Muro. Sabía que entre sus tomos viejos y olvidados sabría si Melania estaba loca o tenía toda la razón del mundo.

No dudé cuando el carruaje paró su rumbo. Pisé suelo firme y mis ojos se encontraron con la poderosa arquitectura que tenía ante mí. No dudé cuando todos a nuestro alrededor nos miraban y cuando le dije a los centinelas que nos acompañaban que podían esperarnos fuera, a la sombra de uno de los enormes árboles centenarios que daban la bienvenida a la Biblioteca Central.

Encabezaba la marcha mientras Melania miraba el enorme vestíbulo hasta llegar a un mostrador. Detrás de él un anciano leía en silencio. Al minuto se percató de nuestra presencia y levantó la vista por encima de sus lentes. Yo le tendí un permiso firmado por lord Declan en el que se nos permitía la entrada tanto a la biblioteca general como al Archivo que guardaba la historia del pequeño país.

—A su derecha y todo recto. Recuerden permanecer en silencio y que no se permite el préstamo. Toda lectura debe hacerse presencialmente —nos explicó mientras sellaba el permiso y me lo devolvía.

—Muchas gracias —dije.

Volvimos a retomar el rumbo y ojalá hubiera sido posible describir el rostro de sorpresa e ilusión que tenía Melania en cuanto llegamos. Nunca imaginé que llegaría a ver tantísimos libros juntos. Era una estancia enorme, llena de pasillos y pasillos de estanterías gigantescas. Y al mirar arriba veíamos más pisos superiores con más tomos. Recordé las indicaciones que me dio lord Declan la noche anterior para llegar a la parte de folclore, mitología y leyendas y cuando me iba a disponer a seguir me di cuenta que Melania ya no estaba a mi lado. Sonreí y le permití perderse aquel día en su curiosidad. Nuestra búsqueda después sería más exhaustiva.

Caminé todo recto hasta que doblé a la derecha en el octavo pasillo. Allí encontré estanterías llenas de tomos muy viejos y, sobre todo, de manuscritos enrollados en sí mismos. Comencé a ojear los lomos en el caso de los libros y en las etiquetas que resumía que ocultaban en su interior los pergaminos.

Entonces, un tomo de encuadernación de cuero rojizo llamó mi atención, cuyo lomo tenía bordado en tipografía manuscrita y dorada: Mitos y leyendas fae. Aquella palabra me intrigó.

Fae. No recordaba haberla escuchado antes pero quería sonarme. Capaz lady Daisy nos lo explicó cuando éramos niñas y los años acabaron por borrarlo de mi memoria. Agarré el libro, que era más grande y pesado de lo que estaba acostumbrada, y me dispuse a ir a una de las enormes mesas para comenzar mi lectura. Los rayos de sol de la una de la tarde que atravesaban la gran cúpula de cristal iluminaban perfectamente las amarillentas páginas.

Su inicio no mostraba nombre de autor, más bien parecía una recopilación escrita por algún erudito y fanático del tema que prefirió quedar en el anonimato. En el prefacio explicaba con elegante letra caligráfica lo que era un fae tanto para el reino de Suittes como para Holz.

Fae: Seres sobrenaturales de forma humanoide que se originaron en tiempo atrás antes que la propia humanidad y que emigraron a otro reino invisible con el resto de criaturas mágicas para evitar nuevas guerras con los humanos.

El principio del libro era muy metódico, cosa que no imaginaba en su inicio. Pensé que todo sería más místico.

Cada capítulo comenzaba con un tipo diferente de fae, empezando con las altas razas: atlantes, elfos, nibelungos, seraphims y centauros.

Leí todas las hermosas descripciones que hacían de aquellos seres, acompañadas con ilustraciones que intentaría no olvidar. Mi mirada se paró en la imagen de un hermoso elfo de orejas puntiagudas y en el del seraphim, ser que la Alta Sede hubiera categorizado de ángel y mensajero del Gran Poderoso, por sus poderosas alas.

No sé cuanto tiempo paso, ya que la lectura me había embaucado. Fue entonces cuando llegué al capitulo que más me había interesado —Maldiciones en humanos— cuando una mano se posó tímidamente en mi hombro y me giré para observar quién había interrumpido mi lectura. Vi el joven rostro de uno de los centinelas que nos había acompañado. Creí que al ser el novato le habían ordenado hacer el trabajo que nadie quería: tener que hablar con Lucrecia La Maldita.

—Disculpe mi osadía, princesa Lucrecia. Pero ya ha pasado una hora y media y el banquete con Lord Declan se acerca. Debemos irnos.

Maldije el tener que cumplir mis obligaciones. Suspiré y miré el tomo: no podía llevármelo y era demasiado pesado como para esconderlo en mis faldas. Miré de nuevo al centinela y le sonreí dulcemente para calmar su nerviosismo.

—Busca a mi hermana, yo entrego el libro y salgo.

El joven asintió y se dispuso a recorrer los pasillos en busca de Melania, a quien no había visto en todo este tiempo.

Coloqué el libro en una parte de la estantería estratégicamente escondido para que solo yo pudiera encontrarlo y entonces observé la etiqueta de uno de los manuscritos cercanos a este nuevo escondite: El Mito Prohibido. Algo en mí se encendió. Algo me empujó a tomarlo entre mis manos. Era ligero, de una única página.

No dudé en esconderlo en el bolsillo del interior de la falda de mi vestido y caminé tranquilamente hacia la entrada para no levantar ningún tipo de sospecha. Esperé afuera a Melania, dejando que los suaves rayos del sol acariciaran mi cara. Respiré profundamente, disfrutando cada fragmento del aire puro que entraba en mis pulmones, sin ningún atisbo de humedad y pesadez.

Me sentí viva y no pude evitar el elevar más el rostro y cerrar los ojos para disfrutar de la luz.

—Podríais quemaros vuestra blanca piel si permanecéis ahí por más tiempo.

Escuché decir a uno de los centinelas que se encargaban de escoltarnos. Abrí los ojos y le miré. Mayor que yo por unos años, sonriente y pícaro. Los otros dos guardias permanecieron expectantes: uno sonreía por la imprudencia de su compañero. El otro estaba más serio e, incluso, levemente molesto. No supe si por mi presencia o por el comentario del hombre.

Entonces, caminé con la cabeza bien alta hacia ellos, hasta la suave sombra del árbol centenario que les protegía del sol y les dediqué una sonrisa hasta que me giré para ver la entrada y desear que mi hermana saliera ya por ella.

—La monarquía no es bien recibida aquí —comentó el hombre más serio.

—¿Disculpe? —pronuncié mientras me giraba perezosamente un poco para mirarle mejor.

Era un hombre alto y corpulento, algo desaliñado para el cargo que tenía. Pareció por un momento que el sonido de mi voz le había aplastado ferozmente.

—Muchos no desean su presencia en este joven país, princesa.

Entonces, reí levemente y eso les sorprendió a los tres.

—Gracias por la información, guardia. Pero ya estoy muy acostumbrada a estar en lugares donde me odian. —El guardia se sorprendió y noté que apretó su mandíbula—. ¿Esperabas que me encogiera? Me imagino que conocerá los rumores sobre mi persona. —Me acerqué a él lo suficiente como para verle los pelos de la nariz—. ¿Cómo te haces llamar?

—Fritz.

Entonces, a vi a Melania bajar las escaleras de la entrada y me dispuse a ir hacia el carruaje.

—Gracias por haber tenido las agallas suficientes para decirme lo que todo el mundo piensa pero calla —pronuncié antes de irme y sin mirarle por última vez.

Cuando estuve lo suficientemente cerca de Melania, supe que ella también había cogido algo prestado de la biblioteca. Confirmé mis sospechas cuando entramos en el carruaje y pusimos rumbo a palacio.

Me mostró un fino tomo prácticamente nuevo y del mismo autor que escribió el libro de la muchacha perfecta y siempre sonriente. Al parecer era una edición muy limitada y nueva y lo que me sorprendió enormemente fue su interior: la tipografía no era caligráfica. Los acabados de cada letra eran casi perfectos y tenía detalles finos al inicio de cada capítulo con glifos preciosos. Ya había escuchado hablar de ello hacía ya un par de años, que un comerciante kältiano trajo de más allá de Ross, de oriente, un invento que revolucionó el mundo literario en el continente. También escuché que solo estaba siendo utilizado para hacer dúplicas masivas de El Texto Sagrado. Nunca llegué a imaginar que haría ya copias de novelas literarias. También pensé, que sería porque o el autor era muy reconocido, o tenía suficiente dinero como para contratar los servicios de dicho invento para publicar su libro con la mayor calidad posible. Como capricho y no como negocio.

A Melania le brillaron los ojos. Sabía que estaba imaginando alguna de sus historias publicada de tal manera. Yo nunca le dije que era prácticamente un sueño imposible. No era quien debía cortarle las alas de aquella manera.

—Es mejor que lo empieces por la noche. No te dará tiempo a leer mucho ahora y estarás deseando desaparecer en el banquete para devorarlo.

—Tienes razón. No lo había visto de esta manera. —Cerró el tomo y por fin se dignó a mirar el hermoso paisaje de la capital de Holz—. Así que ya es la hora.

—No, realmente. —Melania me miró—. Esta vez conocerás solo a Lord Declan, sin la presión de saber que es tu prometido.

Melania sonrió.

—Es muy buen hombre. Al menos esa fue la impresión que me dio a mí. Agradable y... Puro. Sentí como si no tuviera gota alguna de maldad.

—Eso me tranquiliza.

Entonces puse mi manos sobre las suyas y las sentí. Tersas. Sanas. Sin cicatriz alguna o rastro del maltrato de las llamas.

—Solo se tú misma. Le agradarás. Si yo lo he conseguido tú podrás de sobra.

—Igual no le caen bien las niñas tontas.

—No se le ve un hombre que se deje llevar por los prejuicios.

—Espero que tengas razón, hermana.

Le sonreí y entonces sentí una pequeña presión. Miré de reojo a la ventana y, separados por el cristal, contemplé la mirada del caballero Fritz sobre mí, montado en su corcel. Yo le sonreí y saludé y al percatarse que sabía que tenía su atención puesta en mí, desvío sus ojos hacia el frente.

—¿Otro pretendiente? —Sonrió.

—Me dijo literalmente que la monarquía no es bienvenida aquí. Parece que todo hombre holzs desea ver mi hermosa cabeza clavada en una pica.

A pesar del humor negro Melania soltó aire a modo de risa. Yo sonreí de lado y me concentré en las posibles preguntas que se me habían ocurrido al cabo del día para preguntarle a lord Declan. También pensé en el papiro que tenía escondido entre mis faldas y decidí que lo leería a la noche. Primero a solas y, después, con Melania.

 —Llegáis tarde. Él ya está esperando.

Guillermo nos esperaba en la entrada, cruzado de brazos y serio. Me lo imaginé esperando durante media hora y caminando de un lado al otro. Me sorprendió su indumentaria. Estaba ligero y cómodo. Llevaba una camisa suelta con el inicio de su pecho peludo al descubierto y metida por dentro de unos pantalones ajustados. Por último, unas botas altas y pegadas a sus poderosos gemelos hasta el inicio de sus rodillas. Hundido en un profundo negro. Vendría de recorrer la villa en su corcel, pensé, pero era extraño verle sin su armadura o su abrigo gordo de piel grisácea de todas maneras. Nunca le pregunté a qué bestia tuvo que matar para hacerse tal protección contra el frío.

—Discúlpenos, padre. Estuvimos dando un paseo por la ciudad. Lord Declan nos dio su permiso. —Le explicó Melania.

—Lo sé, me lo contó en el desayuno. —Alzó su mano a un lado para indicarnos el camino. Comenzamos a caminar los tres a la vez—. ¿Qué os ha parecido la Biblioteca Central?

Creí por un momento que el corazón de Melania y el mío se agitaron a la vez. ¿Por qué parecía tan tranquilo? Habíamos roto una de las reglas que nos impuso desde niñas. Guillermo se percató de nuestro nerviosismo. Entonces paró su rumbo antes de cruzar el pasillo norte, que nos llevaría al jardín. Imaginé que allí sería dónde comeríamos.

—Aquí no tengo que aparentar ser un padre estricto. El Consejo no está mirando cada uno de mis movimientos —dijo de pronto—. En Holz, sois libres de ganar el conocimiento que queráis y como queráis. Declan me contó que se me adelantó al darte la buena noticia, Lucrecia. —Asentí—. Y me imagino que también se lo contaste a tu hermana. No estoy enfadado por ello. Si así ha surgido será lo mejor. Podéis leer todos los libros que queráis y vestir con los colores que más os gusten. Ya no estamos en Kälte.

Mi sorpresa fue enorme. No podía dejar de mirar sus ojos grises. Tenían un brillo... Especial. No lucían tan cansados como habitualmente. No. Cada tramo. Cada fragancia. Cada color. Todo le recordaría a ella. Pero él no lo odiaba. Es más, lo quería. Melania fue la única que derramó algunas pequeñas lágrimas y abrazó a padre. Él la correspondió y, entonces, me miró y alargó una mano hacia a mí.

En su mirada vi compresión. Él sabía que la herida que tenía no se curaría tan fácilmente. Todo lo que había vivido en el pasado seguía siendo un lastre, aún cuando sabía que existía una solución ante mi desdicha. Cogí su mano y me percaté que la mía lucía pequeña, fina y delicada al lado de la suya. Sus callos rozaron mis nudillos y sus fuertes dedos apretaron un poco. Un apretón de manos. Para sentirme y para que le sintiera. Para dejarme el espacio suficiente para hallar el perdón. Su mirada gritaba qué esperaría lo que fuera necesario para que le perdonara.

Me limpié las lágrimas antes de que salieran y acaricie la cabeza de Melania. No dejaría que Declan me viera por segunda vez llorando. Esta vez le mostraría quién era realmente. Mi temperamento y fiereza. En cuanto respiré profundo eché mis hombros hacia atrás y retomé mi postura altiva, pude ver una leve sonrisa surgir en los labios de Guillermo. La primera que veía en años.

Caminamos, dejándonos ver por el pasillo de alfombras azules. Melania abrazaba el brazo de padre, tal y como hacía cuando tenía menos de diez años. De las dos, ella siempre había sido la más cariñosa con él. Me pregunté, entonces, cuándo fue el día exacto en el que pegué mi enorme cambio; de volverme una niña dulce y sonriente a una fría y cortante.

Entonces, padre paró su caminar antes de salir por el portón que se encontraba al final y que, a diferencia de la noche que perseguí a Alice para descubrir la verdad, se encontraba completamente abierto. Se necesitarían más de cuatro criados para abrirlo, pensé.

—No confiéis en lord Iabal —dijo de pronto Guillermo y Melania y yo nos miramos sorprendidas. Al final, Melania tenía razón en cuanto a contarle a padre lo sucedido. Lo haríamos más tarde, en la soledad de la noche.

—¿Por qué padre?

Guillermo miró a Melania, que fue la que preguntó.

—Porque es como un zorro. Solo mira por y para él tan solo para sobrevivir. Y nosotros, somos granjeros con un precioso gallinero que arrasar.

No dijo nada más. No nos permitió hacer más preguntas ya que comenzó a bajar los cuatro escalones que separaban el jardín del interior. Pensé en lo que acababa de decir. Si desconfiaba en lord Iabal debía ser por algo. Y lo más importante, debía conocerle más de lo que creíamos. Recordé la reacción que tuvo Guillermo en cuanto llego la caballería de La Rosa de los Vientos. El cómo su tez palideció al ver el rostro de lord Iabal tras la tela que le protegía del frío.

Bajé después de Guillermo y Melania y cuando los tacones de mis zapatos se posaron sobre el cuidado camino de piedras que cruzaban el impoluto césped pude ver una mesa mediana adornada de manera sencilla y casual: un mantel impolutamente blanco, con vajilla de platos también de color puro y de adornos azulados, cubiertos de plata posados en servilletas de tela azul y copas de un cristal impecables.

Pude ver la coleta larga y roja de lord Iabal y la más corta y castaña de lord Declan. Ambos se encontraban de espaldas, mirando al hermoso jardín y hablando. Fue Iabal el primero en girarse, para más tarde hacerlo Declan. Tuve una vista perfecta para ver cómo las miradas de Declan y Melania se encontraban por primera vez. Declan le dedicó una sonrisa grácil y, entonces, Melania agarró la falda de su vestido para hacer una modesta reverencia. Declan besó su mano y vi cómo ambos se presentaban.

Me mantuve un poco al margen, esperando a que terminaran su pequeña conversación y así saludar a Declan apropiadamente y agradecerle los pequeños favores que me había concedido aquella mañana. No obstante, fue un error por mi parte, ya que le di vía libre a Iabal para acercarse a mí.

—¿Qué tal vuestra visita a la ciudad?

—Gratificante. —Le sonreí y me esforcé para que no notase falsedad por mi parte.

—¿Y a dónde fuisteis? Igual podría recomendaros sitios para visitar.

Lugares para no pisar jamás, pensé. Tenerle cerca me incomodaba. Me daba la sensación de que en cualquier momento podría acabar con mi vida y quedar impune. Fue entonces cuando fui a responderle cuando mi padre fue hacia mí para indicarme que me acercara a ellos. Sonreí por última vez a Iabal y fui.

Hice una reverencia bastante correcta. Tanto que mi profesora de modales hubiera estado orgullosa. Noté que la presencia de Declan me alegraba y, a la vez, interesaba. Me sonrió y besó mi mano cuando terminé mi saludo. Tal y como hizo con mi hermana.

—Quería agradeceros enormemente lo que hicisteis por mí anoche y esta mañana, mi lord —dije mientras agachaba la cabeza en modo de agradecimiento y lealtad.

—No fue nada, princesa Lucrecia. Sé que estaréis más cómodas cerca de vuestro padre y durmiendo ambas en la misma alcoba. —En ese momento sentí la mirada de Iabal clavada en mi desnuda nuca.

Declan alargó el brazo hacia la mesa y todos comenzamos a tomar asiento: mi hermana y yo juntas en un lado, Declan coronando la mesa a mi lado y Guillermo en el otro, al lado de mi hermana. Iabal quedó justo enfrente de mí y con Declan quedando en su izquierda.

Declan tocó una campanilla plateada y los sirvientes empezaron a llegar con los manjares que comeríamos.

—¿Qué os ha parecido vuestra visita a La Biblioteca Central? —preguntó Declan mientras posaba sobre sus muslos la servilleta azulada.

—Bastante corta. Nos arrepentimos de haber partido tarde. Quizá mañana saldremos temprano, si usted nos lo permite, claro —me aventuré a decir, con una sonrisa y mientras imitaba su gesto.

—Sois libres de ir cuando queráis. Esta mañana en el desayuno estuve hablando con Guillermo sobre la organización que empezaremos dentro de dos días. Vuestro aprendizaje llevará unos dos meses en parte teórica y uno de práctica —explicó.

—¿Y los pueblos de Kälte y Holz no sospecharán por la tardanza de la supuesta boda qué esperan celebrar? ¿Cómo habéis pensado solucionar tal mentira?

—Buenas cuestiones, princesa. —Declan dio un sorbo a su copa de vino—. Mi casamiento no lo decido solo yo, y eso mi pueblo lo sabe. En vuestro caso lo elegiría vuestro padre. En el mío, primero lo selecciono yo y después la propuesta se lleva al Parlamento, donde se toma la decisión final. Tanto Guillermo y yo sabíamos y sabemos que el Parlamento no aprobará una unión con un Kälte tan... Arrasado.

Me sorprendió que dijera tales palabras sinceras en frente de padre. Este troceaba las hortalizas asadas de su plato, tranquilo y despreocupado. Atendía a lo que hablábamos.

—El Parlamento no sabe que vamos a instruiros. Tampoco lo aprobarían, ya que el conocimiento político de Holz ha costado mucho para instaurarse y no suele cederse a los extranjeros. Solo un holzs de pura sangre y varón puede acceder a ellos —continuó Declan.

Eso me sorprendió. También, me incomodó que Iabal estuviera escuchando toda nuestra conversación. Debía medir mejor mis palabras, pensé, ya que podría llegar a usarlas en nuestra contra. Vi que Guillermo se colocaba mejor en su asiento. Después, pensé en lo que dijo Declan. Melania y yo éramos extranjeras y, encima, mujeres.

—¿Por qué jugarse su cargo por nosotras? No... No lo entiendo —pregunté.

—Mi padre fue muy amigo de vuestra madre —respondió Declan—. Y más tarde lo fue Guillermo. He crecido siempre agradecido a Kälte gracias a los pensamientos que me inculcó mi padre, a pesar de ser muy antimonárquico. Almaia fue una gran reina para Kälte y con gran vinculo con Holz. Mucho más que lo que fueron sus padres, que en paz descansen.

Recordé la historia que estudiamos. Lo cruda que fue La Revolución en Holz. Se derramó mucha sangre hasta que al final las cabezas de mis abuelos quedaron separadas de sus cuerpos. Perdonaron la vida a mi madre, que tan solo era una niña y la protegieron en palacio, eliminando todos sus futuros cargos en Holz. En un momento, me percaté que Almaia había sido una prisionera, tal y como lo fuimos Melania y yo en Kälte.

—¿Y qué hizo Kälte por Holz? —preguntó de pronto Melania, quien estaba muy atenta a la conversación.

—Holz y Kälte llevan siglos aliados —comenzó a explicar Iabal—. Desde que terminó la Gran Guerra hace siglos. Los historiadores dicen que una vez llegamos a ser uno. Se supone que el pueblo debía odiar también a los monarcas kältianos, pero no fue así. El padre de Guillermo no firmó El Tratado de Protección de los padres de Almaia. Se negó a aceptar que siguieran permitiendo que su pueblo muriera mientras ellos tenían los mayores lujos. Mientras saqueaban las arcas de los impuestos y dejaban que los niños murieran en las calles pidiendo y robando. En aquel entonces, Holz estaba mucho peor que hoy en día Kälte.

No quise imaginármelo.

—Mi padre aconsejó la rey holzs que abdicara. Que permitieran que el ejercito de su reino y la alta burguesía comenzaran a organizar un nuevo sistema político y así conservar su vida —habló Guillermo—. Le ofreció a él y a su familia una nueva vida en Kälte. Él como segundo al mando de sus ejércitos. El padre de Almaia respondió textualmente: "Prefiero morir con la corona sobre mi cabeza antes que vivir sin ella". Le cortaron la cabeza a la semana de llegar esa carta a manos de mi padre. Después, ya con su aliado muerto hizo pública todas, para demostrar a ambos pueblos que él intentó con toda su fuerza convencer a su aliado de que estaba equivocado y que debía enmendar sus errores. Más tarde, envío su mejor caballería para ayudar a sanar las heridas que abrió La Revolución: enterrar a los caídos, construir nuevas casas y escuelas para sus nuevas generaciones, curar a los heridos y alimentar a los hambrientos.

No podía creer que todo aquella ayuda saliera por parte de un rey de Kälte. Nunca me habían enseñado aquella historia. ¿Por qué?

—El resto de reinos, todos, miraron a un lado e ignoraron nuestra desdicha. Sabían perfectamente lo que estaba pasando aquí y Guillermo fue el único que nos tendió su mano, continuando con la ayuda que nos proporcionó su padre, que en paz descanse. Ayudando directamente al propio pueblo y dejando de lado a la alta burguesía.

Declan hizo una pausa para tomar aire.

—Por eso, no estoy de acuerdo con El Parlamento. Ahora es Kälte el que necesita ayuda. Pero, por mucho que sea Gobernante de esta gran patria, la mayoría absoluta del Parlamento es la cuna de los actos que realiza Holz —explicó Declan.

Por eso, era más fácil para él, como un gobernante sin apoyo de los ministros, el enseñar a escondidas a las siguientes herederas del reino vecino. Para que saquemos Kälte a delante por nosotras mismas. Mucho más sencillo que enviar en secreto tropas de rescate. Era una estrategia bastante inteligente.

La velada continuó por buen puerto. Declan y Guillermo eran los que más hablaron. Nos explicaron qué temas aprenderíamos y qué necesitábamos reforzar cada una: Melania aprender a usar más la palabra y yo, al contrario, a saber retenerla. Iabal se mantuvo en un segundo plano, casi solo como espectador y solo dedicaba sus turnos de palabra a reforzar las palabras de Declan.

Yo me mantuve atenta a la conversación, pero analizaba, mientras tanto, cada movimiento del pelirrojo. Si no hubiera seguido a Alice. Sino hubiera escuchado aquella conversación cruel y oscura la noche pasada, ahora mismo pensaría que sería un buen aliado y hasta un gran pretendiente al que tener en cuenta.

El Gobernante de Holz y Guillermo hablaron tanto que no tuve espacio para introducir las preguntas que deseaba hacerle a Declan y que estuve repasando en mi mente por la mañana. Las apuntaría al final a la noche y se las preguntaría algún momento a solas, pensé.

Cuando hubo terminada la comida, pasamos toda la tarde junto con Declan y mi padre. Iabal, en cambio, se ausentó en cuanto terminamos.

Declan nos mostró mejor palacio y nos habló de la organización de los pasillos. Al parecer, el palacio era una especie de brújula estática. Se había planteado así para ser útil en futuras y posibles guerras. El pasillo norte, de alfombras azules, miraba hacia el infinito mar. No me atreví a preguntar hacia dónde irían los barcos de los que habló, atracados en el puerto, ubicado a unas tres millas de palacio. El pasillo oeste fue del que menos habló. El que señalaba a El Muro, aquel que nadie mencionaba nunca. O al menos delante nuestro. Sabía que algún día tendría el valor de preguntarle a Declan. También, nos mostró la biblioteca de palacio y la suya personal. A esta última no nos tenía permitido el paso, más por lo que pondrían pensar sus consejeros que por él mismo.

Aquella visita duró toda la tarde. Cenamos también juntos. Lord Iabal no apareció para deleitarnos con su presencia. Dudé si me incomodaba más el tenerle cerca o el tenerle lejos.

En esa misma cena, Melania y yo nos quitamos, al terminar, los colgantes con las iniciales. Ambas nos habíamos cambiado anteriormente para llevar el mismo vestido color pino y peinado suelto. Salimos del comedor interior al pasillo y volvimos a entrar, para que Declan intentara adivinar quién era quién, haciéndonos únicamente tres preguntas. Lo hicimos cuatro veces y en ninguna pudo hallar la respuesta correcta. Guillermo reía o sonreía, mirando cómo con aquel ingenuo juego demostrábamos la habilidad que teníamos para el engaño.

Este echó una risa final.

—¿Y dices que lady Daisy adivinaba siempre quién era quién? Esa mujer siempre fue muy astuta —dijo el gobernante a mi padre, quien le respondió con una sonrisa.

Al terminar, fuimos con Guillermo a nuestras alcobas. Melania fue la que aprovechó para iniciar la conversación que habíamos deseado empezar en cuanto le vimos al volver de La Biblioteca Central.

—Padre, ¿podemos hablar en su alcoba?

—Claro, ¿por qué veo preocupación en tu mirada?

Entonces, coloqué una mano en su hombro y me acerqué a él.

—Los pasillos escuchan —le susurré y el asintió.

Cuando cruzamos el umbral de la puerta, nos sentamos en el recibidor de la habitación y yo comencé narrándole lo que pasó la noche anterior. El cómo escuché a lord Iabal diciendo que quería usar a Melania de marioneta y a mí eliminarme del camino. Después, Melania contó su punto de vista de aquella noche y cómo Iabal comenzó a lavarle la cabeza para ponerla en mi contra, diciendo que yo era su enemiga.

Guillermo no habló en ningún momento y en su semblante hallé mucha preocupación.

—No le contaste nada a lord Declan, ¿verdad? —Negué—. Hiciste bien, ya que si lo hubieras hecho habrías puesto en juego nuestra alianza con él. —Pensó bien lo que iba a decir—. Lord Iabal, como os dije antes, es peligroso. Normalmente hay que tener cuidado con aquellos que ascienden desde lo más hondo de la sociedad. Él es ambicioso, quiere más y más, y el cariño que le tiene Declan nubla la realidad. Además, Iabal ya tendrá sus sospechas sobre vosotras por el cambio de servidumbre personal y de alcoba. Sabrá que algo no va bien y ya estará planeando otro plan. Debemos andar con cuidado.

—¿Qué sugieres? —pregunté.

—Actuar con naturalidad y no salir de palacio. Si estáis dentro no os pasará nada. —Acarició su barba. Ya no era tan espesa. Probablemente se la arregló esta mañana—. Quiere atacarte a ti, Lucrecia. Tendrá muchos aliados que estén en contra de nuestra presencia en este país. Pero en la seguridad de palacio no podrá hacerte daño, porque sino arriesgará mucho. Declan no creerá nuestras palabras si culpamos a su mano derecha. Pero, no está tan ciego como para mirar a otro lado si lord Iabal es él mismo quien se delata con sus actos.

Me pareció muy astuto de su parte.

—Dormid tranquilas. Mandaré a dos de mis mejores hombres a que estén atentos de vuestra alcoba. No obstante, quieren a Melania viva, así que si estáis juntas no se arriesgarán a atacarte. Dejádmelo a mí.

Melania abrazó a Guillermo. Yo me sentí más aliviada cuando padre me acarició la espalda. Noté que dudó unos segundos en tocarme o no.

Nos acompañó a nuestra alcoba. Besó la frente de Melania y apretó mi mano izquierda. Entonces, la levantó y sentí cómo deslizó en mi dedo anular un anillo de plata, liso y sencillo. Le miré con duda. Después, miró el anillo de hierro que tenía en mi otra mano y por un momento en su mirada vi frialdad. No obstante, no hizo ningún comentario sobre el mismo, solo del que acababa de darme:

—Es la alianza de tu madre, te protegerá.

—No... No puedo aceptarlo.

—Prefiero que esté en tu dedo que amontonando polvo. —Me sonrió—. En cualquier circunstancia tocad mi puerta sin dudar, ¿sí?

Ambas asentimos a la vez y antes de cruzar el umbral de la puerta me giré y miré por última vez a mi padre.

—Muchas gracias, Guillermo.

Pareció que con aquellas palabras le quité un gran peso de encima y acabamos entrando.

Melania aquella noche no escribió. Mantuvo la atención en el nuevo tomo que poseía, acercándolo a la luz del candelabro que tenía posado sobre la mesita de noche cercana a la cama.

Yo peinaba mi cabello largo y cobrizo sentada en frente del tocador, mientras miraba mi rostro. Facciones finas, labios delicados y pálidos, ojos verdes, mirada viva y piel blanca y suave. Era una mujer atractiva y mis rasgos llamaban la atención en aquel lugar, pensé. Mi vista se deslizó por mi esbelto cuello hasta alcanzar a ver la inicial caligráfica en oro blanco.

L de Lucrecia. Por un momento olvidé mi odio hacia aquel adorno y me llegó a parecer precioso.

Posé el cepillo sobre el tocador y mis nudillos acariciaron el papiro que había dejado allí cuando me cambié para la cena. Volví a leer aquella caligrafía refinada de la etiqueta: El Mito Prohibido. Deshice el lazo hecho con una cuerda fina y la etiqueta cayó. Comencé a desenrollarlo hasta que mis ojos se toparon en primera instancia con una ilustración hecha con tinta oscura. Tres máscaras con tres rostros distintos: un chico joven y hermoso sonriendo, un hombre maduro, calvo, de espesa barba y facción seria y un anciano demacrado por las arrugas llorando.

Cuando mis ojos recorriendo aquel mito. Cuando leí todas aquellas palabras... Sentí un pánico indescriptible. Un desasosiego que no sabía a que parte de mí pertenecía y no descubrí un por qué aquella prosa me provocaba tal sensación horrible.

Mi hermana solo apartó la vista del libro cuando escuchó que vomitaba toda la cena en el vacío orinal cercano a nuestra cama. Solo se acercó cuando terminé y habló cuando halló un sudor frío deslizándose por mi frente y nuca.

Y yo no fui capaz de explicar por qué me faltaba el aliento. No fui capaz de decirle que aquel miedo me lo había provocado un nombre al que yo no sabía que estaba atada. Maldita. Condenada.

Volví a recordar aquel nombre y otra arcada vino a mí.

El Rey de las Bestias.

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