Capítulo 10
No podía dormir, definitivamente. No sé cuanto tiempo perdí dando vueltas a la conversación que tuve con lord Iabal. ¿Y si estaba en lo cierto? ¿Y si mi hermana quería borrarme del mapa? Era más que obvio que ella no querría regresar sola con padre a nuestro mugriento reino y aquella era la mejor oportunidad que le había brindado el destino para destacar con su poderosa personalidad. ¿Y si, incluso, ella misma había contactado con lord Declan, contándole que estaba viva?
Ya no sabía a quién creer, si a un extraño o a mi propia hermana. Nunca había visto mi futuro matrimonio como una vía de escape o una gran oportunidad de salir de Kälte.
Llegó un punto en que el estar dando vueltas en la cama me estaba provocando más cansancio, así que me levanté y fui a la estancia de al lado, donde aun reposaban sobre la mesilla el maletín de cuero, abierto y solo con un bote de tinta intacto.
Miré la pared de enfrente, manchada aún, incluso cuando había intentado limpiarla. Me pregunté cómo iba a explicar qué había pasado. Pero ahora esa no era una de mis mayores preocupaciones.
Cogí el tarro de cristal, la pluma y los papeles. Me senté en el tocador de la estancia donde se encontraba la cama, ya que no tenían escritorio, y alejé los cepillos y pequeños baúles que guardaban mis joyas. Me sentí algo incómoda por el poco espacio y, también, por tener el espejo enfrente. Pero entonces aquella mirada de seguridad que vi en mi rostro me demostró que nada ni nadie frenaría lo que estaba a punto de escribir.
Me hundí en el recuerdo. En el frío que sintieron mis mejillas y los paisajes invernarles de mi querido Kälte. En el ardor que experimentaron mis muslos, la tensión de mi espalda por el galope de mi caballo y el dolor en las palmas de mis manos por culpa de las quemaduras. Me hundí en la mirada clara y rasgos finos del chico que me alimentó con el cariño semejante al de una madre y del sabor del agua caliente servida en acero.
Volvió a mí la confusión y la adrenalina. Los gruñidos y aullidos. Entonces, noté mi corazón acelerándose y, después, dando un frenazo en cuanto recordé aquella mirada espesa como la tinta, el dulce olor de su cuello y la calidez y suavidad de sus labios. Algo en mi interior surgió fuerte e intenso. Tanto que mis mejillas tornaron a rosadas tan solo con el recuerdo y, entonces, escribí el punto y final del relato.
Había terminado todas las páginas que Iabal me había dejado y supe que tendría que pedir más para comenzar desde cero la historia que padre destruyó. Me levanté, abrazando los papeles contra mi pecho y reposé mi cuerpo sobre la cama.
Antes de cerrar mis ojos vi cómo el primer hilo de luz salpicaba el jardín y acabé quedándome dormida con el olor a tinta impregnándose en mi nariz.
El sonido de la puerta me despertó horas después y más tarde un murmullo en la otra estancia. Me senté, aún abrazando las hojas de papel que ya estaban algo arrugadas. Intenté dejar el cansancio de lado y prestar atención. Oí voces. Dos en concreto.
—Estoy bastante segura de querer estar a solas con mi hermana, Ecila.
Escuché la voz de mi hermana, segura pero algo baja. Supe entonces que ella tampoco había dormido demasiado.
—Son órdenes directas del lord. Debo ayudar a preparar a su hermana yo. Permítame que le acompañe a su cuarto, Lucrecia.
—Princesa Lucrecia. Creo que no le he dado la suficiente confianza como para que me tutele. —Cortante.
—Discúlpeme... Princesa.
—No me deja otra opción que ir a hablar personalmente con lord Declan, ya que al parecer quiere cortarnos totalmente nuestros hábitos y no estoy de acuerdo.
Apreté los labios. Siempre estaba molestando. ¿No podría callarse y agachar la cabeza por una vez?
—No hace falta que moleste al lord y menos a estas horas
—¿Está insinuando que molesto, sirvienta?
Desde aquí podía notar la presión del ambiente.
Entonces tomé el valor suficiente para levantarme. Dejé los escritos debajo de la almohada y fui hacía ellas. Lucrecia lucía un vestido negro de corte típico kältiano pero sin sus capas superiores —el frío abrasador de Kälte se encontraba lejos de aquí—. Aun así su cuello y brazos estaban cubiertos. Y su hermosa melena cobriza anudada en un recogido bajo.
Aquellas galas le hacían lucir mayor de lo que realmente era, a diferencia de Ecila y su vestimenta holzs. Al verme pasó de seria a sonriente. Pensé por un momento que se puso otra vez su máscara de falsedad.
Yo me mantuve seria, no tenía la energía suficiente como para sonreírle.
—Buenos días, hermana. ¿Qué tal dormiste? —se acercó a mí para cogerme las manos pero me aparté dando un paso hacia atrás, seria.
Por un momento vi un brillo de dolor en sus ojos.
—¿Crees que voy a tener un buen comienzo cuando te encuentro a estas horas de la mañana en mi alcoba y, además, discutiendo con mi doncella?
—Entonces es más sencillo devolverme los buenos días si tan cansada te encuentras —dijo irónica, lo que me causó el doble de irritación.
—Ecila, déjanos a solas, por favor —ordené de manera algo rasposa.
La sirvienta asintió, hizo una pequeña reverencia y se marchó cerrando la puerta detrás de ella.
—¿Ocurre algo Melania? Siento que estás molesta conmigo y no entiendo por qué.
—¿A qué estás jugando, Lucrecia? —repliqué, mirándola a los ojos.
Entonces por primera vez en años me di cuenta que no quería que aquella que tenía delante se convirtiera en mi reflejo. No. Me negaba
Hubo unos minutos de silencio en los que pasó de mirarme a los ojos y luego a otro lado. En vez de dolor o preocupación, en sus ojos solo vi un sentimiento de decepción total.
—No sé que te habrá contado lord Iabal, pero nunca llegué a imaginar que fuera tan buen manipulador como para con tan solo una única conversación ponerte en mi contra. Mi hermana, mi mejor amiga... Mi compañera de vida y sufrimiento... En mi contra... —Cuando pronunció las últimas palabras me miró a los ojos.
Me sorprendí completamente. Me percaté que todo aquel diálogo lo había pronunciado en un tono de voz extremadamente bajo, para lo altiva y potente que solía ser ella.
—¿Cómo sabes que...?
Se acercó a mí más y susurró:
—Las paredes escuchan.
Entonces una luz en el interior de mi mente se encendió.
Asentí y permaneció a aquella distancia. Luego, fue a la puerta y posó su oído sobre esta. Volvió a mí, lo bastante cerca como para escuchar sus palabras en susurros.
—Ayer tuve un mal presentimiento con mi criada. Así que esperé a que se fuera por la noche para seguirla. —Miró alrededor... Entonces corrió las imponentes cortinas que vestían el enorme ventanal y se volvió a acercar a mí—. Se encontró con lord Iabal en un pasillo cercano al jardín y desde ahí escuché su conversación. Hablaron de su plan: ponernos en contra, reducir nuestra relación y lavarte mientras tanto el cerebro para ser manipulada completamente cuando te casaras con lord Declan y así llegar más fácilmente a él. Mi criada le comentó que soy más peligrosa de lo que pensaban y Iabal le contó cómo podrían provocar mi muerte para eliminarme de sus planes.
Me quedé atónita. Intenté no emitir ningún sonido. Me imaginé que mi sirvienta estuviera al otro lado escuchando.
—Entré en pánico, estaba en el jardín y ellos iban a hablar contigo. No me daría tiempo ni me permitirían verte. Están en su terreno y con un plan que les habrá llevado semanas organizar. Mi mente daba mil vueltas, no sabía que movimiento dar, porque ya estaba oliendo el jaque mate. Entonces, me encontré con lord Declan en el jardín. No le conté nada de esto. Todavía no es el momento. Pero quiero que sepas dos cosas importantes: el casamiento es solo una tapadera. Guillermo y Declan quieren que nos formemos, sobre todo en política. Así que puedes tranquilizarte.
Las lágrimas comenzaron a brotar en mi mirada y mi hermana me agarró fuerte de las manos. Tenía tantos sentimientos mezclados: miedo, ira, culpabilidad, alivio, felicidad... Supe que ella sentía lo mismo y que la garganta le estaría ardiendo por tener que hablar tan bajo. Desearía elevar su poderosa voz sin tener que canalizarla en leves susurros.
—¿Y lo segundo?
—Anoche creí conveniente volver a mis aposentos para no levantar sospechas, ya que mi criada me vio en la entrada de palacio cuando se suponía que estaba durmiendo. Sabía que no podría dormir así que, gracias a la amabilidad de lord Declan, comencé a escribir mis ideas con papel y pluma y me di cuenta de un detalle sumamente pequeño pero que heló mi sangre. —Hizo una pequeña pausa para coger aire—. En la charla con Declan en el jardín, me comentó que ellos no suelen permitir que varios miembros de una familia trabajen en palacio y si es así, lo harían en cargos diferentes para evitar disputas personales o distracciones.
—¿Y qué ocurre con eso?
—Las criadas a nuestro cargo son gemelas, por tanto hermanas. ¿Qué hacen en un mismo cargo si no está permitido y encima teniendo la enorme tarea de atender a princesas de un reino aliado? Le comenté los nombres a Declan y no le sonaban de lo más mínimo. A su vez, me percaté que lord Iabal fue quien nos las presentó y las tuteó en todo momento. También pasó con mi sirvienta. Tuteaba a Iabal, cuando se supone que los sirvientes de Holz son técnicamente perfectos, no se les pasaría un detalle tan importante socialmente visto como tutear a alguien de un cargo superior.
Las piezas comenzaban a encajar y cada vez más miedo sentía.
—Analicé mejor la situación y todo detalle qué recordara. El detalle que me aterró fue el siguiente: mi sirvienta se llama Alice y la tuya Ecila. ¿No te incita a nada?
—Si te soy sincera no, ve al grano porque parece que ya tienes la respuesta de este enigma.
Asintió.
—Ecila es Alice al revés.
Por un momento mi corazón latió más fuerte debido a al sorpresa. Intenté encontrarle sentido a todo aquello, pero no lo encontraba. Empecé a marearme levemente.
—Sé que es un juego de palabras estúpido y puede ser que su madre no fuera muy buena con los nombres. Pero me pareció demasiado raro. Y más sabiendo que son gemelas. —Cada vez le costaba más mantener la conversación en susurros—. Entonces, volví unos cuantos pasos atrás e intenté recordar bien la conversación de mi criada y Iabal. Me percaté de que Alice le dio información de ambas, tanto tuya como mía al lord. Ecila no estaba con ellos y mi criada estuvo toda la tarde conmigo. En ningún momento pudo encontrarse con su hermana. Entonces ¿cómo sabía lo que había pasado en tu alcoba? ¿Cómo sabía nada de lo que habías hecho o dicho?
—¿Estás insinuando que son la misma persona?
Asintió.
—Eso es imposible.
—No sé si es imposible o no, pero es lo único que se me ocurre.
—Las vimos juntas, estuvieron con cada una de nosotras arreglándonos para el baile. Es imposible que sean la misma persona.
—¿Y si son brujas?
—¡No blasfemes! La brujería no existe. Los seres humanos no podemos hacer magia.
—¿Recuerdas las historias que nos contaba lady Daisy cuando éramos pequeñas?
—Solo eran leyendas y cuentos, Lucrecia. No la realidad.
—Lady Daisy siempre nos dijo que las leyendas tienen parte de verdad, Melania.
—Éramos unas niñas. Solo quería crear en nosotras un poco de ilusión.
Entonces se giró y vio la mancha de pintura de la pared. Recordé los pétalos de flores en mi colgante y en el bote de tinta. ¿Cómo podía explicar eso? ¿Acaso Lucrecia estaba en lo cierto?
—Veo que ayer estabas muy enfadada conmigo, ¿qué te dijo para que me odiaras tanto por unas horas? ¿Tanto como para tener un ataque de furia siendo tan tranquila?
Miré a un lado, algo avergonzada.
—Me hizo pensar que somos enemigas, que realmente me estabas utilizando y manipulando para escapar de Kälte y ser tú la que se case con lord Declan para quedarte en este país próspero. Me sentí... Traicionada. Eres la única persona que conozco que no me mira con lástima...
Noté su mirada clavada fijamente en mí. Su rostro reflejaba una emoción que no sabía describir en tu totalidad. Culpabilidad, tal vez. Como si aquellas últimas palabras le dolieran. Ambas, en el fondo, sabíamos que alguna vez Lucrecia había sentido lástima por su ingenua hermanita. Pero al menos lo ocultaba mucho mejor que los demás. Entonces me abrazó.
—Lucrecia... Me gustaría que empezaras a ser sincera conmigo —dije de pronto y se sorprendió—. A veces tengo la sensación de que no me dices todo lo que piensas o sabes porque piensas que soy frágil. Veo muchas veces que tienes miedo a hacerme daño o a destruir nuestra relación. Pero tengo que empezar a madurar. Necesito aprender a no dejarme manipular y ser fuerte. Ayúdame, Lucrecia. Será mejor eso a que me sobre protejas.
Entonces en su mirada vi un atisbo de orgullo y me volvió a abrazar más fuerte. Al colocar mis manos en su espalda vi que esta pasó de estar muy tensa a relajarse poco a poco. ¿Cuánta carga le acababa de quitar sobre los hombros?
Cuando nos separamos vi que se limpió unas lágrimas pequeñas del rabillo de los ojos. Me imaginé lo asustada que tendría que estar. Y lo fuerte que siempre necesitaba aparentar ser. En su situación, debía estar siempre a la defensiva y sobre todo muy altiva. Porque si no, fácilmente sería pisoteada.
—Debemos contarle esto a alguien. Ambas estamos en peligro —comenté.
—¿A quién? ¿En quién podemos confiar?
El ver duda en su palabra me sorprendió enormemente. Y más cuando yo sí tenía clara la respuesta.
—En Guillermo —dije de pronto—. Y, más tarde, en lord Declan. Cuando consigamos su confianza. —Pensé y recordé algo sumamente importante—. Lord Iabal me contó que son muy íntimos. Que le cuidó como si fuera su hermano pequeño. Por muy buen amigo que sea Declan de Guillermo y nosotras sus hijas, tenderá a creer más a lord Iabal que a nosotras. Sé que pudo ser mentira suya, pero me imagino que entre tantas mentiras alguna verdad tuvo que soltar. Por eso necesitamos agradar a Declan, que se encariñe de nosotras y comprobar si Iabal y él tienen tan buena relación. Hasta entonces, debemos actuar con normalidad. No estamos en nuestro hogar y estamos en desventaja.
Me percaté que había sonado totalmente como Lucrecia y entonces ella sonrió.
—Te estás convirtiendo en una gran estratega. —Se acercó a la pared y tocó la tinta—. Entonces, ¿puedo decirte todo lo que sé? ¿Incluso mis sospechas? —Se giró y me miró, decidida—. Tienes que ser consciente que tus creencias y las mías no son iguales. Puede que ponga a prueba tu fe a El Gran Poderoso.
Asentí. En mis adentros recé para que El Poderoso perdonara las próximas palabras de mi hermana. Para que me perdonara por si llegaba a creer en blasfemias.
—¿Crees que estoy preparada para saberlo?
—No —dijo muy seria. Por primera vez en mucho tiempo, Lucrecia estaba completamente asustada. Recordé la última vez que la vi así: cuándo padre le contó la verdad, que Kälte la odiaba y que debía fingir su muerte. Tan solo tenía diez años en aquel entonces—. Pero tapándote los ojos toda tu vida te convertirás en una profunda ignorante. Así que, seré sincera. Tal y como me has pedido.
Volvió a abrir las cortinas para dejar pasar la luz del sol. Los rayos incidían perpendicularmente contra el jardín. Ambas nos sentamos. Me percaté que Lucrecia había traído una bandeja de plata con el desayuno, que se encontraba posada en la mesa del centro. Me imaginé que se había tomado las molestias de pasar por las cocinas de palacio antes de venir a mi alcoba.
—¿Qué hora es?
—La última vez que vi un reloj fue en la cocina. En aquel entonces eran las diez y media. Supongo que faltará poco para medio día.
—¿Y nadie me ha despertado?
—Debido a mi encuentro de ayer con lord Declan de madrugada y el largo viaje del que venimos me informó que nos llamaría para encontrarnos junto con él a la hora de comer.
—¿Cómo es él?
—Le conocerás luego, eso no es lo importante ahora. —Entonces cogió una tetera de metal y sirvió en dos pequeñas tazas un líquido de color cobrizo. Me sorprendió el aroma que desprendía—. Los cocineros me dijeron que este brebaje viene de oriente y que nos gustaría. Lo llaman té rojo. Se supone que es bueno para limpiar el interior, o algo así.
Di un sorbo y me pareció que tenía un sabor muy curioso.
—Está asqueroso —dijo Lucrecia tras probarlo y no pude evitar reír al ver la mueca que puso.
Me di cuenta que hacía mucho que no reía con tanta sinceridad. Sin la presión y necesidad de querer agradar. Una risa surgida por una gracia completamente real.
—A mí me gusta, es diferente.
—No mientas. Sabe a tierra.
—¿Y cómo conoces el sabor de la tierra? ¿La has probado?
Ambas sonreímos y Lucrecia prefirió tomar leche caliente en un vaso. Comimos fruta que nunca habíamos probado y repostería típica holzs. Lucrecia, que no era muy de dulces, al final se decantó por una rebanada de pan recién horneada y mantequilla al punto de sal.
Estaba demasiado acostumbrada al sabor de la carne y hortalizas de Kälte que probar más sabores se sentía como una explosión en mi paladar. Incluso habían huevos cocidos. Yo comí uno en tan solo dos mordiscos, echándoles un poco de sal por encima, cosa que también escaseaba siempre en Kälte y sólo tomábamos en los banquetes y comidas especiales.
—Vale, ahora que somos más personas educadas que moribundas con hambre, te contaré lo que sé. —Posó su espalda contra el respaldo del mueble y puso sus manos sobre su estómago. Supuse que estaba totalmente saciada—. Los días que estuviste fuera junto con padre fueron algo tediosos. El frío aumentó considerablemente y tenía a lord Everad detrás de mí, como te dije a tu regreso. Entonces, en una de sus charlas, estábamos en el despacho de padre y cuándo me levanté indignada por uno de sus comentarios vi algo que no pude explicar con la razón. —Tomó aire—. Las brasas de la chimenea donde te quemaste las manos seguían encendidas cuando ya había pasado más de un día de tu incidente y me sorprendió aún más sabiendo el frío que estaba hundiendo el castillo. No pude evitar la curiosidad y, entonces, me acerqué para percatarme que entre las cenizas y brasas se encontraban pétalos de flores que nunca había visto. De colores que mis ojos no habían conocido aún.
Me sorprendió pero no demasiado, porque ya conocía esos pétalos de mil colores. Recordé mi colgante de cenizas y puse una manos sobre él. Estaba por debajo de mi camisón, así que me lo quité y se lo tendí a Lucrecia para que pudiera verlo.
Lo tomó con suma delicadeza y lo examinó.
—Tu también lo sabías —susurró y me miró sorprendida.
Asentí y entonces miré mis manos.
—Lo sé desde el viaje con padre, solo que no he querido pensar mucho en ello. Prefiero imaginar qué es un milagro. Pero ahora... Me asusta.
Recordé cuando estaba a lomos de un caballo y con los brazos alrededor de padre. Recordé cómo la cruz del caballo me hacía daño en el muslo con cada tranco de su galope.
—Cuando galopábamos de vuelta a castillo —pronuncié— antes de eso me quité el colgante y lo sujeté bien fuerte entre mis manos. Tenía miedo de que se me cayera. A perderlo. Fue en ese momento, a lomos del caballo y ya sin escapatoria, cuando lo miré y me percaté de su interior. De los pétalos de mil colores entre cenizas de lo que fue un día mi mundo construido por letras y tinta.
—¿Y tus manos? ¿Cómo se curaron tan rápido? El médico dijo que tardarías semanas en poder volver a usarlas.
—Yo... No lo sé. Cuando padre me encontró en el bosque me di cuenta de que estaban intactas.
—¿En el bosque?
Me percaté entonces que Lucrecia aún no sabía nada de lo que me pasó en la primera ida a Holz. El recordarlo siempre me producía temblores y un miedo inexplicable. Pero ahora, la duda tapaba el temor. Ya no me entraban escalofríos al recordar aquella noche. No temía a lo inexplicable.
Mi curiosidad era más grande.
—Escribí el relato. Anoche tuve la suficiente valentía como para armarme de una pluma, tinta y papel. Espera aquí.
Caminé hacía la estancia donde se encontraba mi cama y levanté la almohada. Sentí un enorme alivio al ver los papeles arrugados en su lugar, como si en mi mente surgiera la duda de que alguien podía arrebatarme mis escritos de nuevo. Incluso en una alcoba cerrada y protegida.
Volví de nuevo con mi hermana. Le tendí el fino manuscrito sin dudar, ya que no era la primera vez que le confiaba mi arte. Ella comenzó a leer en silencio, con su semblante completamente inmóvil e inexpresivo. Serio como el que solía poner cuando estaba concentrada y con el ceño levemente fruncido.
Lucrecia leía bastante rápido. Me aventuraría decir que más que yo. Imaginé que se debía a todos los libros, tratados, manuscritos y cartas privadas de padre que leyó a escondidas. Con tan solo doce años consiguió hacer una copia de la llave del despacho, robándosela a Guillermo mientras dormía. Recuerdo que practicó conmigo innumerables noches para quitarme un colgante del cuello sin despertarme. Después, con su tesoro conseguido, rodeó la llave de una pasta de trigo que consiguió en la cocina, moldeable para copiar la llave y después fundió uno de sus brazaletes de plata en la hoguera de nuestra alcoba con paciencia propia de un adulto. Devolvió la llave a su sitio y conservó la copia creada por sus propias manos hasta ahora.
Siempre había sido más astuta e intuitiva que yo, pensé.
—Creo que mi personaje favorito es el galán misterioso.
—No bromees. Pasó de verdad.
Continuó leyendo. Cada vez mis nervios aumentaron. ¿Lucrecia me creería? O por el contrario, me tomaría por loca. Cuando posó el papel sobre sus faldas y me miró. Esperé durante segundos, que se me hicieron horas, a su veredicto.
—Es la primera vez que escribes en primera persona. Conseguí fundirme perfectamente en la escena. Casi como si hubiera estado allí...
Agaché la cabeza levemente. Me sentó como una puñalada. Se lo tomó como la ficción de mis otros relatos. Cuando pasó de verdad ocurrió. De verdad lo viví.
—Como si hubiera estado allí contigo. Melania... Esto es horrible. Ahora entiendo por qué estabas tan asustada...
Miré sus ojos e intenté analizarlos. Intenté ser lo más objetiva posible y hallé en ellos una sinceridad clara y pura. Las lágrimas brotaron poco a poco. Ella se sentó a mi lado y me abrazó, con las hojas de papel aún en su mano. Lo único que nos separaba eran todas las capas de tela que la cubrían y mi fino camisón. Aunque también sentí que todo lo demás sobraba. La piel, sangre y huesos. Deseaba con todo mi ser, por El Gran Poderoso, que nuestros cuerpos desaparecieran y fuéramos solo dos almas unidas por un puente.
Una unión. Para no sufrir. Para estar protegida por ella.
—Ese hombre... Tal y como lo describes... Es como si no fuera humano.
—Hoy estás llenando tu boca de blasfemias, hermana.
—Mel, deja de lado tus creencias impuestas. —Me sorprendió que me llamara así. No lo hacía desde que lady Daisy falleció—. ¿Recuerdas las leyendas que giran entorno a El Muro? ¿Nunca te has preguntado por qué hay una gran muralla que divide el continente en dos?
—Se creó por las guerras que hubieron hace siglos. Es tan solo unas ruinas. Ni siquiera hay centinelas en él, recuerda que lo hemos estudiado.
—La Historia de la Humanidad es solo una novela contada por un buen escritor. Todo puede ser pura ficción. Igual que El Texto Sagrado.
—¿Me crees a mí y no a lo que hemos estudiado desde niñas? Me parece irónico.
Ella suspiró, ya que sabía que nuestras creencias creaban bastante contraste.
Lucrecia hace años que me confesó que no creía en El Gran Poderoso. Que no sentía en su interior ese ardor que yo describía como fe. Siempre lo toleré, pero rezaba por ella sin que lo supiese desde aquel entonces, para protegerla.
—Sigo pensando que ese hombre tiene que ver con El Muro, al fin y al cabo no estabas tan lejos del mismo. Hay leyendas que cuentan que El Muro sigue por las fronteras al otro lado. Qué encierra a seres que los humanos no estamos preparados para conocer, porque seguimos atados a creencias impuestas desde hace siglos que nadie puede verificar a ciencia cierta. La mayor parte de la población prefiere seguir lo que afirma La Santa Sede y rezarle a un ente que nadie a visto con sus propios ojos.
Las últimas palabras que soltó me dolieron. Comprendía que ella no creyera en El Poderoso, pero no era quien para poner en duda la creencia o insinuar que aquellos que poseíamos fe éramos ignorantes.
—Y tu prefieres creer en los cuentos que nos contaba lady Daisy sobre hadas, dragones y magos. Los dientes de leche los cogía ella de debajo de nuestra almohada, no el Hada de la Suerte, como ella nos decía.
Lucrecia resopló fuerte e intentó guardar paciencia.
—Tch, ¿qué diferencia hay entre los cuentos que nos contaba nuestra nana y las historias que te cuenta el sacerdote? —dijo para sí misma.
Entonces se levantó de su asiento.
—Declan me dio permiso para ir a La Biblioteca Central. E incluso al Archivo. Mi idea es ir ahora y estar hasta la hora de comer. Tienes dos opciones: Uno, quedarte ahí abrazando la fe que te han obligado a tener desde bien pequeña y que tanto aprecias. O dos, vestirte, venir conmigo y resolver las dudas que posees. Aventurarte a descubrir verdades que realmente no quieres saber y que sabes que pondrán en duda tu fe.
Supe que por primera vez que Lucrecia estaba usando su dureza habitual sobre mí. La primera vez que me mostraba sus pensamientos tal y cómo se asentaban en su cabeza.
La duda creó una tormenta en mi pecho. El desasosiego producido por la incertidumbre y la indecisión. Pero entonces, me di cuenta que minutos atrás yo misma le había pedido a Lucrecia sinceridad. Conocer la verdad.
"Pero tapándote los ojos toda tu vida te convertirás en una profunda ignorante". Su voz volvió a mí como una ola de recuerdo. Fresca y directa.
Así que me ayudó a vestirme para partir.
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