Larga cabellera azabache que bajaba en como una cascada ondulada, sobre sus hombros, ojos almendrados y gatunos, decorados con sombras doradas, los labios finos color rosa, en forma de corazón, piernas largas y delgadas, una figura curvilínea que podía ser envidiada por las mismas diosas, piel blanca y finalmente unas bonitas mejillas pronunciadas; eran pocos de los atractivos, que se podrían destacar de la mujer frente a él.

El hombre galante y uniformado con un costoso traje sastre de color azul rey, se acercó a la despampanante mujer y sonrió de forma coqueta, como sólo él podía hacerlo y como sabía también, eran la perdición para las mujeres. Toda esa galantería, mientras bebía su vino con gracia y elegancia.

Ella lo miró con una ceja alzada, pero de la misma forma coqueta que antes había empleado el hombre y aún así, ella lograba a la vez verse arrogante.

—¿Estás sola? —preguntó el hombre, sentándose a su lado en el banquillo, frente a la barra del bar.

—¿Me hablas a mí? —preguntó de regresó la dama, actuando desinteresada, pero sin dejar de ver al masculino y tratar de provocarlo con su coqueto.

—Le hablo a la mujer más bella de todo este bar. No sé, tal vez sí, tal vez no.

Ella sonrió y él supo que ya había caído. Para Jung Hoseok no era difícil tratar con las mujeres, sólo sonreía, era amable, caballeroso y las tenía en la palma de su mano. Justo donde él quería.

Esta mujer no fue la excepción. Un costoso vino, equivalía a una agradable noche, en un hotel de cinco estrellas, con la compañía de una hermosa mujer. Esa era su rutina de fin de semana. Y no planeaba cambiarla por varios años.