Capítulo XVI. Susurros y Secretos
Draezel tenía secretos.
Como cualquier Demonio, amaba tenerlos y los atesoraba para que nadie más llegara a descubrirlos. Le gustaba saber cosas que los demás no sabían, y odiaba profusamente cuando esto no era así. A lo largo de su vida —una larga vida, mucho más longeva que cualquier otro—, había aprendido a descubrir los secretos de los demás también. Draezel había sido un Demonio mezquino, burlón y codicioso, pero sobre todo, artimaña.
Podía recordar todas las veces que había engañado a Mortales hasta que estos le habían confiado sus más profundos y siniestros secretos. Él los escuchaba, brindándoles un falso hombro en el que depositar sus confianzas, y después les había contado aquellos mismos secretos a las personas que no debían, bajo ninguna circunstancia, saberlos. Solo por el simple hecho de que el caos reinara.
Otras veces, sin embargo, había guardado los secretos, pero solo para utilizarlos en la contra de sus propietarios si así lo creía conveniente. O si necesitaba algo que solo ellos podían darle. Una parte de sí mismo sentía una atracción irresistible hacia la extorsión y lo que podía sacar de ella si se lo proponía.
Era irónico, pues, que aquello que Draezel tanto amaba, los secretos, hubieran sido la causa de su ascenso; de su destierro. Un secreto lo había llevado hasta aquella situación, a ser un Demonio Ascendido sin pretenderlo.
Los secretos eran piedras preciosas, monedas de cambio que podía truquear si así se lo proponía. Los secretos, igual que las palabras, poseían poder, y Draezel se había vuelto tan adicto que, en arrojarlos al mar, él se había hundido con ellos. Durante siglos después de su ascenso, creyó que el odio que procesaba a los secretos no había ido sino en aumento, pero estaba equivocado.
Aquel chico, Lucas, escondía algo. Un secreto callado a gritos, tan evidente y a la vez tan confuso que por unos míseros instantes, Draezel vaciló. Pero entonces, lo sintió: las miradas furtivas, confundidas e interrogantes, el brillo de incertidumbre en los ojos, el movimiento nervioso de una pierna o una mano inquieta, la nuez de Adán, intranquila. Draezel se erigió. podía notar que algo en el chico no era normal, y que fuere lo que fuera que lo perseguía, él también era consciente de aquella anormalidad.
Tenía un secreto, y él quería saberlo.
Se estiró sobre el taburete en el Club de las Almas Perdidas, mientras le daba un largo trago a su copa. El sabor adictivo y dulzón del Néctar empapó sus labios y su lengua, antaño bífida, no pudo contenerse a pasearse sobre ellos para eliminar los restos. Resopló internamente, y una sonrisa sinuosa se deslizó por sus comisuras, estirándolas.
—Alguien quiere matarte y sé quién es y por qué podría ser —volvió a esbozar.
Su mente no dejaba de dar vueltas. Los dos adolescentes a su izquierda eran normales, Mortales corrientes y sin ningún tipo de don divino o cualquier cosa por el estilo. Pero los otros dos..., El chico rubio no era normal, y aunque no entendía del todo bien por qué, aquella Ángel Caída los acompañaba a los tres como si su vida dependiera de ello.
Lucas le lanzó una mirada desconfiada.
—¿Cómo puedes saber de quién se trata? —cuestionó, y Draezel ya esperaba su pregunta.
—Cómo he dicho antes —dijo—, podría tratarse de la misma criatura que intentó matar a quien yo salvé.
Los recuerdos invadieron su mente; el Néctar se volvió amargo en su boca. En una época remota, envuelta en las cenizas de una ciudad reducida a la nada por la naturaleza, bajo el yacimiento del dolor y el sufrimiento de la crueldad de los Emperadores, Draezel había conocido a la criatura más maravillosa, dulce y llena de luz de toda su existencia. Por primera vez en siglos, experimentó lo que los Mortales llamaban alegría y felicidad. Amor. Sin embargo, aquellos sentimientos nunca habían estado destinados a ser experimentados por un Demonio, y a la par que estos empezaban a consumirlo de dentro hacia afuera, algo más sucedió: le arrebataron aquella luz que tan puramente había llenado su vida.
Él había intentado salvar a aquella criatura tan benévola y en consecuencia, había Ascendido.
Aún en aquellos momentos, cuando su mente le permitía sumergirse en el vasto mar oscuro de sus recuerdos, podía recordar las palabras del ser que le había arrebatado a la luz de su vida: «Mortales y Divinos no están destinados a permanecer unidos. Eso solo los conduce a la destrucción propia».
Aquel fatídico día, le habían impedido a Draezel que acabara con su vida, sin saber que al hacer eso, destruirían lo que restara de la misma.
—¿Draezel?
Los ojos de Draezel se clavaron, certeros, en los ojos azules de la humana presente. Por unos instantes, permitió que su mirada recorriera el rostro de la mortal con un aire ausente. Los pómulos ligeramente marcados pero redondos, los labios finos y con un suave rubor. Los ojos plenos y azules, casi grises. Un escalofrío recorrió su espalda e, instintivamente, se enderezó.
Aquella muchacha asemejaba demasiado a alguien de su pasado que preferiría no recordar. La herida había cicatrizado, por supuesto, pero siempre podía ser abierta de nuevo, por muy leve que fuera el rasguño. Draezel no iba a permitirlo.
—Estáis buscando a alguien potencialmente peligroso —se escuchó pronunciar. Pasó saliva disimuladamente y humedeció sus labios—. Su nombre es Fíggia, y los Sombra son sus siervos.
—Ese nombre es italiano —observó el muchacho de cabello negro. Draezel inclinó la cabeza.
—Lo es.
Pero aquella información no les bastaba a los dos miembros sobrenaturales del grupo. El Ascendido lo sintió en la postura de sus cuerpos, en la forma en la que sus rostros se crisparon y sus ojos resplandecieron. La primera en hablar fue la Caída.
—¿Qué sabes de ella? —exigió sin miramientos—. ¿Y por qué pretendes ayudarnos?
—Mis motivos son mucho más egoístas de lo que pensarías, plumitas —esbozó Draezel—. Y yo de ti me andaría con cuidado con esos humos. Estar rodeada de humanos empieza a hacer mella en tu personalidad dorada.
A pesar de que sus palabras hicieron que la pelirroja apretara la mandíbula, Draezel permaneció inmutable. Aquello pareció enfurecer más a la Caída. El chico rubio a su lado —la naturaleza del cuál Draezel todavía no había descifrado—, posó una mano en el hombro de la chica y esta se relajó casi al instante.
Draezel se inclinó instintivamente, curioso e intrigado por la reacción y la razón que pudiera haber escondida tras ello. Otro secreto.
—¿Qué sabes? —instó el rubio para que continuara—. Esta Fíggia no es «potencialmente» peligrosa. Es peligrosa. Necesitamos que nos digas lo que sabes de ella para saber si tiene algún punto débil, cualquier cosa que podamos utilizar en su contra.
—¿Pretendes enfrentarte a una criatura que lleva más siglos que tú profanando la tierra, chico? —Una risa seca subió por la garganta del Ascendido—. Adorable. ¿Qué te hace pensar que eres el primero que piensa en matarla? Fíggia no es estúpida, tiene siglos de experiencia a sus espaldas. En cuanto a puntos débiles..., no creo que tenga.
—Mi nombre es Lucas, no «chico», tío. Y nadie ha hablado de matar —exhaló Lucas, casi rodando los ojos—. Solo queremos que nos deje en paz, pero quiero saber por qué quiere matarme, aparentemente.
—Diversión, aburrimiento, quién sabe. Pero si Fíggia tiene un objetivo, has de saber que no parará hasta tenerlo.
—¿Tienes idea de qué podría querer de... Nosotros? —inquirió la Caída. Los ojos rojizos de Draezel y los dorados de Serena se encontraron. Había una pregunta silenciosa en los de la chica, y el Ascendido solo pudo asentir casi imperceptiblemente. Serena suspiró—. Quiere matar a Lucas porque sabe que no es del todo humano —No fue una pregunta.
—¿Qué? —Casi chilló Max. Holly le dirigió una mirada molesta.
—¿Quieres bajar la voz, cabra montesa? —masculló entre dientes—. No necesitamos llamar más la atención.
—Hazle caso a tu amiga —Draezel se dirigió a Max—. No os conviene llamar la atención más de lo debido. La presencia de una Caída de alto rango y un chico parcialmente sobrenatural son suficientes, créeme.
Los ojos de todos se dirigieron a Lucas, sin pretender ocultar sus miradas descaradas. El joven sintió la desesperada necesidad de esfumarse en el aire, pero no había escapatoria. Sin embargo, su atención se centró en Draezel. ¿Cómo había sido que él no era del todo humano, a pesar de que él mismo lo había descubierto recientemente? ¿Tenían los seres sobrenaturales un sexto sentido para detectar a los suyos, o algo en su forma de actuar lo había delatado? Y de ser así, ¿que había sido?
Instintivamente, Lucas miró por el rabillo del ojo el resto del local, inclinando un poco la cabeza en dirección a la barra tras él. Aunque no pudo ver directamente a las figuras mirando, pudo sentirlas. El quemazón constante y punzante de los ojos sobrenaturales por todo su cuerpo. Los bellos de los brazos y el cuello erizados por sentirse observado por orbes de amanecer, atardecer y ocaso. Lucas volvió a mirar a Draezel, quien ya lo miraba a él. El color rojizo de sus irises ponía nervioso a Lucas; nervioso de una forma que jamás hubiera imaginado, casi como si se sintiera amenazado, a la defensiva. Pero por otra parte, como si supiera que podía confiar
—¿Qué quieres decir con «chico parcialmente sobrenatural»? —preguntó Max. Draezel permaneció en silencio, y Serena fue quién respondió.
—Se refiere a Lucas. Hay algo en él que no es humano.
—Tío, ¿eres parte alien y no me lo has dicho? —jactó Max, herido, mientras miraba a su mejor amigo. Lucas se cogió el puente de la nariz, suspirando.
—No soy un alien, Max, pero..., Sí que es verdad que puedo hacer cosas que no son normales.
—¿Cómo qué? ¿Te conviertes en un hombre verde y tremendamente fuerte que va dando manporrazos?
—No soy Hulk, Max.
—Estoy intentando descartar poderes.
Lucas volvió a suspirar. ¿Cómo podía explicar de forma sencilla lo que sentía? Miró hacia arriba durante unos breves segundos antes de hablar.
—Digamos que soy un poco como Charles Xavier.
—¡Eso me flipa! Significa que soy Magneto y que me quedo con la chica —Una mirada furtiva le fue dirigida a Holly, quien se apartó de él todavía más.
Lucas se giró para mirar a Serena, buscando desviar la atención de sí mismo.
—¿Así que eres una Caída de alto rango? —cuestionó. La pelirroja se ruborizó.
—Es una larga historia —Fue todo lo que dijo.
Pero aquello no le bastaba a Lucas. Lentamente, nuevas piezas habían aparecido en el rompecabezas, sueltas y sin mucho sentido por separado; solo necesitaba saber dónde debía colocarlas para que todo cobrara sentido. Solo necesitaba la historia de Serena y sus explicaciones, sus palabras, para poder comprenderlo. Su curiosidad permanecía insistente, y Lucas hubiera estado mintiendo si dijera que podía soportar la idea de no conocer a Serena por completo. Era un sentimiento extraño, había pensado durante su reclusión en casa. La forma en la que todo lo que envolvía a Serena parecía atraerle y a la vez repelerle.
—Tenemos tiempo para escucharla —dijo Max.
—En realidad no —esbozó Draezel, captando la atención de los cuatro—. Habéis pasado aquí suficiente tiempo, debéis volver a la superficie.
—¿Qué es esto? —inquirió Hollie, cruzándose de brazos—. ¿Estamos bajo el agua y nos quedamos sin oxígeno?
—Está aprendiendo de mí —le masculló Max a Lucas. Su amigo simplemente rodó los ojos con una leve sonrisa.
Draezel sonrió.
—No. Digamos que los humanos no suelen tener la entrada permitida a no ser que no sea por voluntad propia para... Atender demandas.
—¿Demandas de qué?
La sonrisa de Draezel se ensanchó. ¿Aquellos humanos de verdad no sabían nada, no? Caminaban por el mundo acompañados de dos seres sobrenaturales y, aún así, no sabían lo que el mismo mundo albergaba en sus entrañas.
—Aunque Ascendidos, los Demonios siguen siendo Demonios, cariño.
—¿Es que también son vampiros?
—No —repuso ahora Serena—. Los vampiros descienden de los Demonios, en realidad.
—¿Y los hombres lobo? —preguntó Max—. ¿De la loba Lupa y el trío que se montó con Rómulo y Remo?
—Max —advirtió Lucas. Draezel no dijo nada, pero tampoco fue necesario. La sonrisa de Max desapareció.
—Estás de coña, ¿no?
—No —sonrió el Ascendido.
—Sí —replicó Serena.
Draezel miró a la Caída con una mueca de irritación plasmada en sus facciones. Incluso siendo Caídos, los Ángeles no mentían jamás, pues la mentira era un pecado y Lucifer los guardara el día que uno de los plumillas blancas dijera una.
—¿Sabes? —dijo—. Me caerías bien si tuvieras sentido del humor. Ser una Caída debería haberte raspado un poco la seriedad y abnegada obsesión por la verdad. El sarcasmo te sentaría de perlas, plumitas. Y no hablemos de Convertirte del todo.
La nariz de Serena se arrugó, hartamente asqueada.
—Preferiría que me atravesaran con la Espada de Uriel a dejarme corromper de esa forma.
—Pero las Aguas de Silas son tan apacibles una vez te dejas sumergir en ellas —ronroneó Draezel, sin poder contenerse. Tomarle el pelo a un Ángel, aunque fuera Caído, era el pasatiempo predilecto de los Demonios, fueran del tipo que fueran. Sus ojos se tornaron más oscuros y su voz más sedosa—. Imagina tu pelo de fuego flotando por la superficie como llamas en un estanque de aguas negras. Qué belleza para la vista.
Serena no dijo nada, pero sus ojos resplandecieron con aquel toque dorado tan característico de ella. Llamas de ocre, oro y fuego fusionados en una danza silenciosamente mortal. Draezel se quedó muy quieto al percibir el leve destello de blanco en ellos, y pasando saliva disimuladamente, alzó ambas manos en señal de rendición. Tan pronto como lo hizo, los ojos de la chica volvieron a la normalidad.
A Draezel le gustaban los secretos, pero sentía mucho más aprecio por su existencia, por miserable y patética que fuera. Pero era existencia, y sin duda, era mejor que estar muerto, algo que hubiera conseguido de seguir molestando a una Caída como la pelirroja. Los de su especie eran peligrosos, más que los demás. Se escondían en sonrisas afables y palabras llenas de dulzura, pero bajo la superficie se escondía la faceta que todo Ángel poseía: la fiera lealtad al Todopoderoso, el gusto por la verdad escueta, seca y sin remordimientos, incluso cruel. Los Demonios podían llegar a ser peligrosos, Draezel no lo dudaba, pero consideraba que, a menudo los Ángeles eran subestimados. ¿A caso no eran ellos quienes luchaban contra los Demonios, sus fieros adversarios durante siglos? Enfrentarse a algo letal requería serlo también, por mucho que unos estuvieran bañados en hielo y los otros forjados en fuego. Provenían del mismo núcleo, de la misma esencia que reina sobre todas las cosas: la vida y la muerte.
Aunque aquella pelirroja fuera una Ángel Caída y él un Demonio Ascendido, aunque compartieran rango al ser Renacidos —cada uno a su manera—, ambos seguían poseyendo parte de sus esencias anteriores, ahora mucho más caóticas y destructoras. La combinación de ambas de sus naturalezas trastocadas era algo que Draezel todavía no estaba preparado para ver.
Como había decidido, le gustaba su existencia.
—¿Qué acaba de pasar? —preguntó Max, alternando su mirada de Ascendido a Caída.
—Un mecanismo de defensa innato —respondió Draezel, metiendo las manos en sus bolsillos con gesto desinteresado. Hubiera preferido morir, ciertamente, a reconocer la forma en la que su postura permanecía rígida.
—Una falta de respeto —rectificó Serena, demasiado aireada todavía. Sus cabellos parecían haber adoptado el color de las llamas en pleno auge; una hoguera sinigual y particular en salvajes rizos de rojo sangre—. Intentar Tentar a un Ángel es una falta a nuestra naturaleza, igual que lo sería Tentar a un Demonio —Sus ojos caramelo se centraron en el Ascendido con intensidad—. No vuelvas a hacer eso, o no me haré responsable de las consecuencias.
Habían pasado varios siglos desde que el Ascendido escuchara aquél termino de nuevo. Tentar. El poder conferido tanto a Ángeles como Demonios, a Renacidos, Imperecederos y Desterrados. El don que tan bien podía ser una maldición como una bendición, el que podía hacer que cualquiera de sus subespecies se rindiera ante la otra, que inclinara la balanza a su favor. Draezel no se había percatado del momento en el que sus ojos habían cambiado de color, tornándose más oscuros, o en el que sus palabras se habían deslizado por su lengua en suaves ronroneos seductores. A veces, costaba distinguir la Tentación de los restos de su antigua naturaleza como Demonio.
Inclinó la cabeza, intrigado, cuando vio que Lucas deslizaba una de sus manos hasta rozar la de la Caída. Fue apenas un leve contacto, como la caricia de una pluma, pero la reacción fue instantánea y dejó al Ascendido mucho más interesado de lo que le hubiera gustado admitir: Serena se quedó quieta y, a continuación, dejó que la tensión desapareciera de sus hombros y su rostro se relajara.
—Chicos —llamó Hollie de repente—. Tenemos que irnos.
—¿Por qué todo el mundo se empeña en decir que tenemos que salir de aquí? —Max se lamentó—. ¿Habéis visto a las chicas que hay aquí? ¡Esto es un jodido paraíso!
—Porque tenemos una graduación a la que ir. Y aunque tú te prepares en tiempo récord, yo necesito media hora solo para peinarme y maquillarme.
—Pues no lo hagas, ¿para qué necesitar tanto potingue en la cara? Es innecesario.
—Porque me gusta y punto.
Lucas suspiró y Serena dejó escapar una suave risa. Max y Hollie se fundieron en su acalorada conversación sin darse cuenta de que los otros tres los miraban cada uno con una mueca distinta. Draezel puso los ojos en blanco y sacó las manos de los bolsillos. En vista de que debería encargarse de aquel asunto en particular, no estaba dispuesto a ser víctima de disputas adolescentes como aquella. Había tenido suficiente por un día, de eso estaba seguro.
—Me encantaría seguir escuchando este interesante partido de ping-pong... No. En realidad no. Os llevaré a la entrada y después no volveréis a intentar encontrar el Club, ¿capisci?
—No —dijo Lucas—. ¿Qué pasa con Fíggia? Debemos detenerla.
—Ah, eso no. Ahí te equivocas, rubito. Yo voy a detenerla. Vosotros vais a seguir con vuestras vidas como si no hubiera ocurrido absolutamente nada. Los niños deben jugar mientras los mayores se encargan de los asuntos de mayores. Este ya no es vuestro problema.
—Sí lo es —insistió el otro—. No solo ha intentado matarme, nos ha atacado a los cuatro, y dudo mucho que vaya a dejar de hacerlo solo porque tú intervengas.
Draezel también lo creía. Fíggia nunca se había abstenido de atormentar a sus víctimas, ni siquiera por un precio a su cabeza, y no iba a empezar ahora. Sin embargo, el Ascendido optó por tomar otro rumbo de conversación, ahuyentando la atención de su posible respuesta a las palabras del chico.
—Eso es un poco pesimista.
—No lo es. Es ser realista y utilizar la lógica.
—¿En qué lógica te basas? ¿La de esas películas y videojuegos que vosotros los mortales tanto consumís? Patético.
Lucas sintió la vergüenza reptar hasta sus mejillas en forma de leve rubor, pero no dejó que aquello lo amedrantara. Draezel empezó a sentir que la irritación inundaba su torrente sanguíneo. ¿Qué parecía no entender aquel muchacho? La vida real era un cuarto de lo que conocía. Otro cuarto era lo que creía que conocía, por, como había dicho, el consumo de entretenimientos. La otra mitad era el mundo que se escondía del ojo humano y del que, claramente, no sabía nada.
—Lo digo enserio. Queremos descubrir qué ocurre y por qué. Bueno, al menos yo.
—Yo también —secundó Serena casi al instante. Sus ojos se encontraron con los de Lucas por unos segundos, cálidos y llenos de determinación. Después se giró hacia Draezel, que le devolvió una mirada desdeñosa.
—Sin mí no vais a ninguna parte —dijo Max. Holly se cruzó de brazos.
—A falta de neuronas sensatas, me veo obligada a ser la voz de la razón en este circo de locos, así que yo también —elaboró la rubia.
Lucas dejó escapar una sonrisa de improvisto y miró a Max.
—¿Estás pensando lo mismo que yo? —preguntó el pelinegro, una sonrisa digna de cualquier maniático en sus labios. El rubio asintió.
—Somos la nueva Comunidad del Anillo.
—Me pido ser Legolas —proclamó Hollie casi al instante.
—Pero Legolas es un tío —razonó Max.
—¿Y?
—Pues que le pegaría más a Lucas. Podrías ser Éowyn.
—Lucas es Aragorn porque Serena es Arwen —Hollie alzó una ceja—. Y no le voy detrás a Lucas como para ser Éowyn.
—Pero Arwen no forma parte de la Comunidad —intervino Lucas.
—¿Qué es eso de la Comunidad? —preguntó Serena en voz baja.
Draezel observó a cada uno de los adolescentes —o aparentes adolescentes— delante de él como si todavía no pudiera creerlo. Si estaba esperando a que alguno diera un paso atrás y se desentendiera del asunto, estaba convencido de que podía esperar sentado. O echándose una siesta.
—Adelante, entonces —Resignado, se encogió de hombros—. ¿Quién soy yo para intentar detener vuestros deseos suicidas? Y ahora, largo.
Draezel había sido lo suficientemente amable como para acompañarlos hasta el exterior de nuevo. Serena, por supuesto, no había necesitado hacer ningún tipo de comentario cuando el Ascendido les había dicho que se marcharan, sino que se había ofrecido —a regañadientes—, a ir con ellos por las serpenteantes escaleras hacia la superficie. Una vez se hubieron despedido del Ascendido, Max condujo hasta la casa de cada uno con el fin de dejarles tiempo de prepararse para la graduación. Decidieron que sería mejor permanecer juntos los cuatro para estar más seguros y que Fíggia no pudiera atacarlos de improvisto estando separados. Serena no creía que la Demonio fuera a intentar algo en un espacio a rebosar de humanos, pero nunca podían estar demasiado seguros.
La graduación duraría toda la tarde y parte de la noche, esta última parte cortesía de Max, quien se había olvidado de pasarles las invitaciones a una fiesta posgraduación solo para los alumnos. Si Serena era sincera, la idea de estar rodeada de alumnos graduados muy probablemente borrachos y con los sentidos totalmente nublados, no le resultaba atractiva. Hubiera preferido quedarse en casa junto a Holly y ver esas películas de la Comunidad que los chicos habían mencionado antes. Pero si Max y Lucas iban a ir a la fiesta, aquello significaba que Hollie y Serena los seguirían a donde fueran.
—Entiendo que tengamos que ir con ellos para no separarnos y todo ese rollo —La voz de Hollie sonaba amortiguada a través de la ropa del armario de Serena. Era uno de aquellos armarios walk-in que tanto se habían puesto de moda entre los humanos. A Serena le resultaba indiferente—. Pero eso no quita el hecho de que preferiría no ir. No entiendo por qué querrán ellos, la verdad.
—Según sé, a los humanos les gusta acabar los ciclos de su vida educativa con celebraciones —comentó Serena, estirada sobre su cama—. O su vida laboral. Lo cierto es que sigo sin entender la razón, pero tal parece ser que cualquier ocasión es buena para lanzar una fiesta.
—Esa razón se llama "emborracharse", y presiento que es para lo que va Max. Lucas no me parece el tipo de chico que se emborracharía hasta perder la conciencia. A decir verdad, el tío es un poco aburrido.
Serena dio un respingo en su sitio. Su corazón saltó con ella, inundando su pecho de un repentino instinto primario de protección. Sintió la fiera necesidad de defender al rubio.
—Lucas no es aburrido —objetó. Hollie sacó la cabeza con la boca abierta para rebatirla, pero al ver que Serena todavía había empezado a arreglarse, exclamó—: ¡Sera! Se suponía que debías arreglarte tú primero mientras yo encontraba qué ponernos. Vamos a tardar el doble. Y Lucas sí es aburrido, pero a ti no te lo parece porque estás coaccionada por el hecho de que te gusta.
—No veo el punto de arreglarse, me veo bien como estoy. Y no me gusta Lucas —masculló lo último.
—Estas cosas se hacen porque son divertidas. Porque mola ver a los tíos y las tías mirándote porque te hayas puesto un poco de sombra de ojos y hecho un peinado bonito. Y por lo visto, sigues empeñada en mentirte a ti misma; mal por ti. Lucas te gusta y punto, negándolo no vas a conseguir nada. Pero enserio, ¿por qué esa tal Fisgona querría matarlo?
—Es Fíggia —corrigió Serena. Se levantó con parsimonia y caminó hasta el tocador, empezando a cepillar sus bucles pelirrojos—. Creo que siente que Lucas no es humano del todo y que podría ser una amenaza. Es solo una conjetura, porque no veo cómo Lucas podría hacerle daño ni a una mosca. ¿De verdad tengo que hacer esto, Holls?
—Tu insistencia en no ir a esa fiesta está haciendo que quiera arrastrarte a ella, así que sí. ¿Qué piensas hacer si no vas?
—Pensaba ver un documental sobre la repercusión de la huella humana en el pla-
Hollie salió con una montaña de ropa en brazos, pero aún así, se las ingenió para que Serena pudiera ver su rostro descompuesto por la incredulidad.
—Eres peor que Lucas —sentenció—. Tu vas a ir a esa fiesta sí o sí. Ahora bien. Creo que el color azul te quedaría bien.
Serena se acercó a la cama, donde Hollie depositó los vestidos y conjuntos varios que había seleccionado. La mayoría eran prendas de mercadillo que ambas habían comprado algún fin de semana, mientras que otras eran de marcas caras, cortesía de los padres de Serena. La pelirroja enfocó la vista en el vestido que Hollie había indicado, sin mangas, con escote de corazón y pedrería en el corpiño. Hizo una mueca sin que Hollie lo notara. El vestido era bonito, pero no su estilo. Por el rabillo del ojo, percibió otro color más: un profundo verde bosque, vibrante pero calmado. El vestido en cuestión era simple, principalmente de tul y sedosa tela. La falda constaba de varias capas superpuestas de diferentes medidas que, juntas, formaban un hermoso vuelo. El corpiño era ajustado y venía acompañado de un fino cinturón dorado, mientras que los hombros permanecían cubiertos por mangas cortas de tul. El color seguía teniéndola hipnotizada; en secreto, reconoció que le recordaba al color de ojos de Lucas, pero aquello era información que Hollie no necesitaba saber.
—Prefiero el verde —señaló la Caída.
Hollie se encogió de hombros y le tendió el vestido. Serena lo acercó hacia sí y se giró para mirarse en el espejo de cuerpo entero al lado del tocador. El verde combinado con su cabello casi parecía aludir a un incendio forestal. Sus mejillas se tintaron levemente de rosa al pensar que, en realidad, aquella precisa comparación podía ser utilizada para describirlos a Lucas y a ella en conjunto. Desechó el pensamiento unos segundos más tarde, recordando la pequeña promesa que se había hecho. No habría una próxima vez, y ese día ya había estado lo suficientemente cerca de Lucas. Había vuelto a sentir cosas en su presencia, tanto en el coche de Max como en el Club de las Almas Perdidas. Se había pasado de la raya, y ya era hora de mantener una cabeza fría.
Al final, Hollie acabó decidiéndose por un vestido borgoña y unos tacones altos para resaltar sus piernas, como Serena la había escuchado decir. Ella, por otra parte, prefirió contentarse con unos zapatos de cuña que le asegurarían un dolor de pies menor que el de su mejor amiga. A pesar de que la rubia insistió en peinarla, la pelirroja negó repetidas veces aludiendo que su cabello estaba bien suelto. Dieron las seis de la tarde mientras ambas bajaban las escaleras hacia la entrada de la casa con sumo cuidado.
El timbre sonó dos veces consecutivas y ambas se miraron casi por instinto. No parecía ser ningún secreto que la misma escena se les había plantado en la cabeza a las dos: una con sus poderes, la otra con sartén en mano, y un Max que había visto su vida pasar por delante en cuanto la puerta se había abierto. Hollie soltó una risotada que contagió a la pelirroja.
—¿Crees que es muy tarde para ir a la cocina a por la sartén? —preguntó la rubia—. Quizá pueda darle un sustito a Lucas también.
—Holls —reprochó la otra, intentando sonar seria. Sin embargo, la risa que se escurrió entre sus palabras la delató—. No seas mala, anda.
Abrieron la puerta todavía medio riendo, pero Serena calló al instante en cuanto vio a Lucas delante de ellas. El magnetismo entre ambos provocó que sus ojos se encontraran al instante. Serena sintió que le vaciaban los pulmones de golpe. No podía respirar. ¿Cómo se respiraba? ¿Por qué su corazón se había vuelto loco? No, no, no.
«Estúpidos sentimientos», pensó.
No había estado preparada para la visión ante ella. Ni poseer la bola de cristal de una de aquellas películas de Hollie le hubiera advertido de su reacción; de la reacción de su cuerpo al ver a Lucas aquella tarde. No, desde luego que no. Serena no pudo evitarlo: lo miró de pies a cabeza, sintiendo que casi podía devorarlo con la mirada, que sus ojos buscaban hasta el más mínimo detalle. Un calor ya demasiado conocido se propagó por su estómago.
Lucas había escogido vestir un traje negro de corte impecable que, Serena sospechaba, había heredado. Era el típico traje en el que se vería a un empresario o un abogado, pero en ninguna otra parte más, ni siquiera una boda o un bautizo. Serena no tenía claro si el traje era suyo por aquello, pero no dijo nada. Tampoco hubiera podido. Se sentía anclada al suelo, pegada con pegamento y con la piel hirviendo casi de manera febril.
El joven cambió el peso de una pierna a otra, sus ojos sin despegarse ni un momento de los de ella. Serena quiso pensar que también la estaba mirando, que aunque sus ojos estaban fijos en los suyos, inconscientemente se estaba tomando su propio tiempo para mirar la forma en la que el vestido abrazaba las pocas curvas que tenía, o su llameante cabello, suelto hasta media espalda y enfatizando el color de su vestido esmeralda. ¿Relacionaría Lucas el color verde con sus propios ojos? ¿Podría ver aquél símil que Serena había hecho?
Pero el chico se aclaró la garganta y apartó la vista, girándose hacia la calle. El peso de la decepción cayó en el estómago de la pelirroja con estrépito, sacudiéndolo todo a su paso. Incluso su corazón pareció detenerse durante unos pocos segundos.
—Veo que ya estáis listas —dijo Lucas—. ¿Vamos? Max tiene el intermitente puesto, no está aparcado.
—Voy a por mi bolso y nos vamos —articuló Hollie. Serena se quedó callada, ahora incómoda y cohibida. Lucas se rascó la nuca.
—¿Crees que tendremos algún altercado con Fíggia? —preguntó.
—No tengo forma de saberlo —respondió ella, un tanto cortante. Lucas pareció sorprendido por su tono. Lo pilló completamente desprevenido.
—Espero que no suceda nada —añadió, pero Serena no volvió a decir nada más.
Cuando Hollie volvió, los tres se dirigieron hacia el vehículo. Max toqueteaba la radio en busca de una emisora de su agrado cuando se distribuyeron por los asientos: Hollie en el copiloto, y Lucas y Serena en los asientos traseros.
—Esto me trae malos recuerdos —comentó Max—. Sobre una persecución no muy bonita, debo añadir. ¿No podéis cambiaros de sitio?
—Deja de decir tonterías, Max —repuso su mejor amigo—. No vamos a cambiar de sitio y no va a pasar lo mismo que la última vez que estuvimos así.
El pelinegro se encogió de hombros y le indicó a Hollie que prosiguiera la tarea de buscar la emisora. Serena se acomodó en su sitio todo lo que el vestido le permitió, sin arrugarlo demasiado, e inclinó la cabeza hacia la ventana. Las calles del vecindario de Lucas pasaron a toda velocidad por delante de sus ojos, pero aquella vez estaba ocupada intentando acallar el torrente de pensamientos en su mente. Max y Hollie estaban siendo más silenciosos que cualquiera otra vez, y como siempre, Lucas era indescifrable.
Pero los únicos pensamientos que no parecía poder acallar, eran los suyos. ¿De verdad había esperado que Lucas reaccionara de alguna forma al verla? ¿Qué reconociera que estaba guapa, si quiera? Quizá había visto demasiadas películas junto a Hollie y era hora de volver a la realidad. Había observado el comportamiento humano desde hacía siglos, y las cosas habían cambiado drásticamente con el pasar de los años. Las generaciones de ahora se contentaban con cumplidos escuetos y básicos, cuyo objetivo era llamar la atención de la persona deseada, sí, pero para fines no tan románticos como Serena había visto en otras épocas. Eran ya pocas las personas que conseguían ser realmente sinceras, decir lo que pensaban en lugar de actuar como el resto de la sociedad, o la forma en la que se esperaba que actuara.
Por supuesto, la caballerosidad, el romance, y muchos otros tópicos no habían desaparecido, pero se ocultaban tras tantas capas, que los individuos a menudo se cansaban de esperar hasta llegar a ellas.
Y sin embargo, allí estaba ella, esperando que el chico que le gustaba-no le gustaba, le dijera algo. Quería que la notara, que complementara de alguna forma su vestimenta. Aquella era otra cuestión. Muchas eran las mujeres que creían que no debían depender de las opiniones masculinas —o de otros individuos—, para sentirse bien consigo mismas, para sentirse bonitas. Pero muy en el fondo, no dejaba de ser un gesto deseado, más si venía de la persona objeto del afecto. A todo el mundo le gustaba que le dijeran aquellas cosas, al fin y al cabo.
Sintió de repente el calor irradiado de otro cuerpo a su lado. Sus instintos se dispararon. Percibió el sutil aroma del sándalo y la canela. Por instinto, se giró, solo para encontrarse con el rostro de Lucas a unos escasos centímetros del de ella. Serena se apartó ligeramente, luchando contra el sonrojo y la necesidad de inspirar más del perfume de Lucas. El chico deslizó una sonrisa por sus labios, estirando una de las comisuras más que la otra. Volvió a acercarse y Serena se sintió acorralada, notando la respiración del joven acariciar su oreja. El bello se le erizó.
—Antes no te he dicho nada, pero estás preciosa —respiró Lucas, casi sobre el lóbulo de su oreja y la piel de su cuello.
Mientras Serena intentaba procesar sus palabras, Lucas regresó a su sitio soltando una risa suave y enternecida.
Iban a ser una tarde y noche entretenidas.
¡Hola!
Sin duda ha pasado más de medio siglo desde la última actualización. Disculpad, de verdad, pero lo bueno es que ya solo quedan cinco capítulos para acabar la primera parte. Y en la segunda, os aseguro, empieza la montaña rusa de verdad de la buena.
Ha sido un capítulo lleno de información, y no he querido profundizar demasiado para que el lector entendiera cómo debían estar sintiéndose Lucas, Hollie y Max al escuchar a Serena y Draezel hablar. ¿Qué pensáis de Draezel? ¿Cómo creéis que ayudará a los chicos? ¿Entrará Fíggia en acción durante la graduación? ¿Qué habéis pensado sobre el breve momento entre Lucas y Serena? ¿Qué les deparará la graduación a nuestro querido cuarteto?
¡Votad y comentad!
¡Besos! ;*
—Keyra Shadow.
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