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Capítulo XV. El Club de las Almas Perdidas



                       «Nota mental: jamás volver a hacer caso a Max.»

    Hollie no esperó encontrarse en el jardín de los Bellamy, invadiendo la propiedad —puesto que solo había estado allí una vez y no había sido invitada—, viendo cómo Max intentaba abrir la puerta atrancada del cobertizo en busca de, según él, una colchoneta hinchable.

    Si bien su juicio sobre el chico había cambiado considerablemente des del ataque del Demonio la pasada noche, todavía mantenía firmemente una cosa: Max estaba como una cabra, y aquella locura les acarrearía a todos una innumerable lista de problemas.

    Y ella no estaba dispuesta a ir a la cárcel por ello.

    —Hollie —llamó el chico—, pásame una rama.

    —¿Para qué quieres una rama? —Arrugó la nariz, confundida. Max le dedicó una mirada desdeñosa, como si la respuesta fuera obvia.

    —Para abrir la puerta.

    —La rama se romperá.

    —Pues entonces tiramos la puerta abajo.

    —Podrías romperla, y entonces deberías pagarla.

    —No creas. No sería la primera vez que rompo algo aquí. Después lo arreglo y listo.

    Mientras tanto, Serena había optado por acercarse a la puerta de los Bellamy. Dubitativa, se removió incómoda. La última vez que había estado allí, las cosas entre ella y Lucas habían acabado de una manera peor de la que hubiera querido. Sin embargo, la situación había cambiado drásticamente desde entonces; Lucas ya no la consideraba el enemigo, sino una aliada. ¿Podía considerar aquello un avance en su extraña relación? Ambos habían llegado a la conclusión de que lo que les pasaba no era normal, ¿no era aquella razón suficiente como para convertirse en aliados?

    En la ventana de su derecha, una sombra pasó, e instintivamente, Serena se apartó lo más posible para ocultarse. Sus sentidos se agudizaron por inercia, escuchando el interior. Una mujer cantaba mientras barría la sala contigua a la pared en la que estaba apoyada. Supuso que se trataba de la madre de Lucas, aunque también podría haberse tratado de una señora de la limpieza que tuvieran contratada.

    Si Serena se detenía a pensarlo, sabía poco o nada sobre la familia Bellamy. La vergüenza la inundó cuando se dio cuenta de que no conocía nada más de Lucas además de lo que había descubierto por los pensamientos de Max o por sus propias conjeturas. No sabía el nombre de ninguno de sus padres, si tenía más familiares o incluso mascota. ¿Cómo era posible que le hubiera gustado un chico durante un periodo de tiempo considerable y, sin embargo, no supiera nada de él? Ni siquiera podía decir que conocía su color favorito.

    Se sentía estúpida.

    —Serena —llamó Hollie en un susurro urgente, sacándola de sus pensamientos—. Dile algo al loco este. Quiere poner una colchoneta debajo de la ventana.

    La pelirroja se acercó, solo para confirmar las palabras de Hollie. Max extendía, agachado, una colchoneta un poco desinflada sobre el césped del jardín, justo delante de la casa. Las alarmas sonaron en la cabeza de Serena.

    —Su madre está dentro —dijo—, podría ver esto y entonces sabría que venimos a por Lucas.

    —A nosotras no nos conoce —elaboró Hollie—; nos tomaría por ladronas o vándalas. Y dudo que piense que vamos a secuestrar a su hijo.

    —Pero a él sí —señaló Serena, inclinando la cabeza en dirección a Max.

    —Eso —repuso este—. Y yo sí soy un vándalo. Y secuestraría a Lucas. —Hollie lo miró como si tuviera una segunda cabeza—. ¿Qué? Yo lo admito.

    Serena volvió la vista a al interior de la casa. Pensó durante algunos segundos, hasta que por fin, miró a sus dos acompañantes.

    —Tengo un plan para que la madre de Lucas no vea ni escuche nada, pero debéis mantener silencio —explicó. Hollie resopló, pero tanto ella como Max asintieron—. Max, envíale un mensaje a Lucas para que salga. Supongo que el balcón de enfrente es el de su habitación, ¿no?

    —Sí, ahora mismo lo envío.

    Mientras Max escribía rápidamente y Hollie colocaba mejor la colchoneta, Serena se posicionó justo delante de la puerta principal y cerró los ojos, alzando sus manos con las palmas de cara a la casa. Lo que estaba a punto de hacer era una habilidad que había adquirido con el paso del tiempo practicando mucho, y que no demasiados Ángeles eran capaces de controlar. De hecho, era una artimaña que los propios Caídos habían desarrollado, lo que provocaba que muchos Ángeles estuvieran en desacuerdo con efectuarla. Sin embargo, algunos habían aprendido observando a los Caídos y lo consideraban un truco fácil para controlar a los humanos en según qué misiones o situaciones.

    Serena dejó escapar el aire de sus pulmones suave y pausadamente. Necesitaba concentrarse en la forma de la casa, en cada esquina, viga y elemento que la formara. La energía brotó de sus manos como un polvo dorado que se enlazó con el aire hasta formar varias columnas entorno a la primera planta de la casa. Asegurándose de que la señora Bellamy todavía permaneciese ahí, dejó que sus poderes hicieran el resto del trabajo, sin perder el hilo de sus pensamientos y su concentración. Las columnas doradas se ensancharon y formaron una pantalla alrededor del piso inferior. Serena aisló los sonidos que se escuchaban en la calla hasta que solo quedaron aquellos a los que todos estaban acostumbrados: el canto de un pájaro ocasional, el constante zumbar del motor de los coches, los gritos de un niño llorando al otro lado de la calle y una señora cortando el césped más allá.

    A la vez que todo esto pasaba, Hollie miró hacia arriba cuando las puertas del balcón se abrieron, revelando a un Lucas despeinado y visiblemente confundido.

    —¿Qué estáis haciendo aquí? —preguntó. Sus ojos se posaron por unos instantes en Serena, y dubitativo, la señaló al percatarse del polvo dorado que recubría su casa—. ¿Qué está haciendo ella?

    —Muchas preguntas, chico misterio —informó Hollie—. Déjate caer en la colchoneta como buena Rapunzel y te lo explicaremos todo, no hay tiempo.

    —Estoy castigado.

    —Y yo tengo hambre después de mover este trasto —interrumpió Max—. Nos da igual que estés castigado, esto es una misión oficial, Luke.

    —¿Una misión?

    —Sabemos dónde buscar al Caído que nos ayudó la última vez —cortó Hollie de nuevo—. Pero necesitamos que vengas con nosotros.

    —La graduación es esta tarde. ¿Por qué no mañana? —siguió Lucas.

    —Tío —dijo Max, antes de que Hollie soltara algún comentario—; esto es una situación de vida o muerte, podrían atacarnos en cualquier momento. Además, la idea de venir a por ti ha sido mía. No me hagas quedar mal, hombre.

    Pero Lucas retrocedió alejándose de la barandilla del balcón. La duda cubrió su rostro y giró la cabeza para mirar la puerta de su habitación. Si se iba, cabía la posibilidad de que su madre no se diera cuenta, pero si la suerte no estaba de su lado, entonces el castigo sería todavía peor después.

    Lucas jamás había desobedecido a su madre, y no estaba seguro de querer empezar a hacerlo ahora. Sin embargo, Max tenía razón, igual que Hollie y Serena, supuso; la situación ameritaba saltarse el castigo e ir en busca del hombre que los había ayudado. Si era sincero, la aparición de alguien como Serena —y cabía mencionar, posiblemente alguien como él—, lo intrigaba de sobremanera. Lucas no conocía hasta donde se extendía el mundo sobrenatural, pero una cosa tenía clara: no eran los únicos.

    Entró de nuevo en su habitación y recogió su roída mochila del instituto con un gesto rápido. Metió una sudadera, su billetera y las llaves de casa antes de calzarse y dirigirse de nuevo al balcón. Su vista cayó en la forma medio deshinchada de la colchoneta que había abajo, un poco inclinada en cuanto a su perspectiva. Cerró los ojos e inspiró fuertemente. La última vez que había estado en aquella situación, Max lo había empujado por la barandilla y casi le había causado un paro cardíaco.

    Ahora debía saltar solo.

    Tomó carrerilla y, sin pensárselo dos veces, se tiró. El viento recorrió su cuerpo en un abrir y cerrar de ojos, y la gravedad jugó su papel cuando cayó rápidamente en la colchoneta con un ruido sordo. A su derecha, Max dejó escapar una risa, y a la izquierda, Hollie alzó una ceja mientras una de sus comisuras se estiraba hacia arriba.

    Lucas se levantó tambaleante y se sacudió la ropa, después el pelo. Escuchó un suspiro cansado detrás de él, solo para descubrir que Serena se había apartado de la puerta principal y que los últimos destellos de polvo dorado se desintegraban en la brisa matutina. La pelirroja se acercó a ellos, atando su cabello en una coleta alta antes de alzar una mano a modo de saludo. Lucas correspondió el gesto de la misma forma, pero no dijo nada. ¿Qué podía decir, de todas formas?

    «Hola Serena, me alegro de que no estés muerta, pero ahora mismo mi vida sería mucho más fácil si no estuvieras en ella, porque ahora quieren matarnos. Ah, también he descubierto que me gustas pero no confío en ti del todo todavía aunque seas un Ángel. O lo fueras.»

    No parecía demasiado adecuado.

    O correcto.

    Tanto Hollie como Max los miraron sin decir palabra alguna, hasta que la rubia dio una palmada para sacarlos de su ensimismamiento. Serena y Lucas apartaron la vista del otro de inmediato.

    —Bueno —elaboró Max, estirándose perezosamente—, eso ha sido más fácil de lo esperado. —A continuación emprendió la marcha hasta el coche.

    —A mí me encantaría que resolvierais la tensión sexual o lo que sea que haya entre vosotros —esbozó Hollie, caminando hasta el coche de Max y subiéndose en el asiento del copiloto—; pero tenemos un sitio en el que estar ahora mismo y una graduación a la que ir por la tarde. Andando.

    Max sonrió, y todos supieron que se avecinaba un comentario de los suyos.

    —Técnicamente vamos en coche, Piolín.

    —¡Que no me llames así!

    Lucas miró a Serena, ignorando a los otros dos. También ignoró las palabras de Hollie, si bien sintió que algo en lo que había dicho tenía su parte de razón. Él también podía sentir el aire pesado entre él y Serena, aunque no lo hubiera definido jamás como «tensión sexual», sino como una tensión que se establece entre dos personas que no acaban de saber si pueden confiar en la otra.

    Pese a todo, Serena había demostrado que era confianza, ¿por qué seguía sintiendo como si no les hubiera contado todo lo que sabía? Internamente, se dijo que debía darle tiempo y ella acabaría abriéndose del todo.

    —¿Cómo estás? —dijo al fin. Serena se rascó uno de los brazos distraídamente.

    —Mucho mejor —admitió ella—. En parte gracias a lo que hicisteis por mí. Gracias.

    —Hiciste la mayor parte del trabajo después, aun estando herida, así que los que deberíamos agradecer algo, somos nosotros.

    —¡Oye, que no tenemos todo el día, tortolitos! —gritó Max.

    Antes de volver a escuchar a alguno de sus respectivos mejores amigos, Serena le indicó a Lucas que debían subir ya o acabarían por arrastrarlos. Una vez dentro, Max miró a Serena a través del espejo retrovisor.

    —¿Tienes alguna idea de dónde tenemos que buscar? Porque estarían bien algunas indicaciones antes de llegar a la rotonda principal.

    —También podemos dar vueltas cual peonza hasta que sepamos por donde ir —sugirió Hollie.

    —Si tu amiga no habla pronto, es lo que haré.

    —¿Podéis callaros un segundo? —pidió Serena. Hollie la miró por encima del hombro antes de ahogar un gritillo de exasperación.

    —Genial, se ha puesto a meditar.

    Efectivamente, Serena había cerrado sus ojos y dejaba que su cabeza colgara hacia atrás, tocando el reposacabezas de su asiento. Lucas no pudo evitar mirar su perfil y la forma en la que el sol describía sombras en su rostro, ocultando algunas pecas y resaltando muchas otras al mismo tiempo. La idea de dibujar constelaciones conectando sus pecas era de lo más tentadora. Al darse cuenta de lo que hacía, carraspeó un poco y se removió en su asiento. No era el momento más indicado para tener aquella clase de pensamientos.

    —¿Por qué? —preguntó Lucas.

    —Es la forma que tiene de localizar qué camino debemos seguir —respondió Hollie simplemente.

    —Callad —chistó la pelirroja, cerrando los ojos con más fuerza.

    El silencio se hizo en el coche mientras Serena seguía concentrada, el tiempo suficiente como para que Max entrara en la rotonda, tal y como había dicho, y empezara a recorrerla sin tomar uno de los caminos. Entonces, Serena abrió los ojos, el dorado resplandeciendo fuertemente en sus irises.

    —¡Segunda salida! —exclamó Serena. Max contuvo una risa mientras seguía la indicación.

    A partir de aquel instante, la joven Heber siguió indicando a Max por donde debía ir y qué giros tomar. Por supuesto, muchas de las cosas que Serena decían no estaban bien vistas por las normas de conducción puesto que las quebrantaban; además, muchas otras eran prácticamente imposible de efectuar. No era como si tuvieran el poder de partir edificios por la mitad con tal de llegar a la calle al otro lado, lo que provocó que se perdieran varias veces.

    —Para qué necesitas un GPS cuando tienes una Serena —mofó Hollie. Lucas soltó una risa que llamó la atención de Serena. Las comisuras de la joven se estiraron hacia arriba al instante.

    —Serena, ¿y ahora? —cuestionó Max, viendo que el semáforo en el que estaban parados cambiaba a verde—. ¡Eo!

    —Un segundo.

    —¡No tenemos un segundo! —zanjó él. Detrás de ellos, los coches que esperaban habían empezado a dar bocinazos. Serena dejó escapar un suspiro antes de contestar.

    —Derecha.

    —Eso es dirección prohibida.

    —Derecha —repitió ella—. Querías la siguiente dirección, y es esa. Si te multan, pagaré yo.

    Max obedeció a regañadientes girando el volante, mientras las ruedas del coche dejaban escapar un alarido contra el asfalto. Perplejos, los cuatro miraron el lugar al que habían llegado sin saberlo.

    —¿Por qué estamos en el centro comercial? —preguntó Hollie, girándose para mirar a su mejor amiga. La pelirroja, negó con la cabeza.

    —Es aquí —se limitó a responder, igual de sorprendida que los otros.

    —Me estás diciendo —empezó Max, girándose también—, ¿que hemos dado un rodeo por todo Adhemson solo para acabar en el centro comercial? ¡He gastado medio depósito para lo que podría haber sido un viaje de diez minutos!

    —Cálmate, Max —rezó Lucas, intentando mantener la compostura—. Y tú también, Serena.

    Él tampoco acababa de entender por qué habían dado tantas vueltas por Adhemson si podrían haber ido directamente hasta allí en primer lugar. Decidió no decir nada al respecto, no obstante, en vista de que Serena parecía más alterada que de costumbre; aunque si lo pensaba bien, ella nunca se alteraba en absoluto.

    La mirada de Serena ahora era fría, distante y calculadora. Lucas la observó en completo silencio, sin saber bien como reaccionar. Supuso que, aunque Serena fuera un Ángel Caído, aquello no implicaba que siempre hiciera honor a su nombre —si es que aquel era su verdadero nombre en realidad—; supuso que también podía ser fría, como estaba demostrando en aquellos instantes. La pelirroja miró a Max. No había rastro de emoción alguna en su rostro.

    —Localizar a un Caído es difícil —dijo Serena—, y más cuando debes localizar a uno en específico. Es una habilidad que no muchos logran desarrollar con éxito. Hemos acabado en el centro comercial porque aquí es donde se congregan las energías de los Caídos de Adhemson, aunque no lo sabía. Existe una red de túneles que conectan todos los garitos de Caídos existentes en el pueblo, pero desconocía el lugar exacto.

    —¿Y es este? —preguntó Max—. ¿El centro comercial, de entre todos los que podían ser? Resulta obvio.

    —Sí —inquirió Serena—. Aquí está la sede de todos esos garitos, el más grande; puedo sentirlo. Solo tenemos que encontrar la entrada.

    Se quedaron en silencio sin poder hacer nada para evitarlo. Hollie, Lucas y Max miraron a Serena a la espera de nuevas indicaciones, pero la Caída restó callada, inmersa en sus pensamientos y sin saber qué decir. Habían llegado hasta el centro comercial, habían conseguido localizar, en parte, al Caído que buscaban, pero una vez más, volvían a encontrarse en un callejón sin salida.

    Por mucho que pensara, Serena no sabía a dónde tenían que ir o si debían hablar con alguien. Llevaba lo suficiente en el mundo terrenal como para saber sobre la existencia de los clubes de Caídos que pudieran haber, pero nunca había estado en uno de ellos y, por ende, no sabía cómo acceder a sus interiores.

    Repasó mentalmente todo lo que sabía, toda la información que había recolectado en su tiempo en la Tierra, pero no supo concebir qué debían hacer a continuación.

    —Quizá —dijo una voz detrás de ellos—, yo podría ayudaros.

    Se giraron, y los ojos de Serena se clavaron en los rojos del Caído que habían estado buscando.



    Lucas no se había creído lo de los túneles subterráneos. ¿Cuáles eran las probabilidades de que los encargados del sistema de alcantarillado del pueblo no hubieran visto que varios de sus túneles conducían hasta clubes clandestinos de seres sobrenaturales? Es decir, era algo que se habría detectado a primera vista: luces color neón danzando por las paredes y reflejándose en las aguas putrefactas, un cartel de lucecillas LED con la forma de una gran flecha que indicaba la entrada y música resonando por debajo del pueblo. Era surrealista que no lo hubieran sabido.

    Pero, a pesar de encontrarse cerca del sistema de alcantarillado debajo del centro comercial, el garito al que los estaba conduciendo el misterioso Caído, se encontraba un poco más abajo, y para nada resultó ser lo que Lucas había imaginado. No, porque todo tenía un aire antiguo y medieval que inspiraba un respeto rozando lo terrorífico y, si era sincero consigo mismo, estaba deseando salir de allí.

    El olor tampoco invitaba a uno a quedarse, además.

    Sin embargo, todavía no habían llegado, pero a juzgar por el aspecto de las cosas a su alrededor, el lugar no invitaba a Lucas a quedarse.

    —¿Falta mucho? —cuestionó Max por enésima vez.

    —Poco —respondió el Caído.

    Lucas frunció el ceño. Tampoco sabían todavía cómo se llamaba el individuo que los conducía por la escalera de caracol interminable. Si bien quería fiarse de él, ¿cómo podía hacerlo cuando no conocía su nombre? Las alarmas de su cabeza no dejaban de decirle que quizá estaban tratando con un individuo misterioso que, quizá, resultara pertenecer a un olvidado pero prestigioso linaje de monarcas y que, quizá, se hiciera llamar falsamente por un nombre ridículo como Trancos.

    Maldijo por lo bajo, advirtiendo que ante su nerviosismo, su vena fanática empezaba a tomar el control de su sistema, y aunque gozara poder hacer referencias a El Señor de los Anillos, la situación no era la más adecuada para ello.

    —No es por nada —habló él—, pero hace un rato dijiste lo mismo, y que solo bajaríamos un poco. Llevamos cerca de diez minutos con estas escaleras.

    —Y yo no me siento ni el culo ni las piernas —añadió Max.

    Hollie lo miró interrogante.

    —¿Cómo no puedes sentirte el culo?

    —Si se me duermen las piernas, se me duerme el culo —justificó el chico Feraud.

    —Hemos llegado —declaró el Caído.

    Efectivamente, el final de las escaleras había llegado hasta su campo de visión, y más allá, incrustada en la pared de piedra, una puerta de hierro permanecía todavía sujeta a sus viejos gozones, con gotas de humedad deslizándose a través de los patrones grabados sobre la superficie, imperturbable e inexorable. El ambiente daba la sensación de que, bajando por las escaleras, habían retrocedido varios siglos en el tiempo, a eras remotas donde los caballeros y los cantares de gesta se deslizaban por las entrañas de la tierra debajo de Adhemson.

    Flanqueando ambos lados de la puerta, colgaban incrustadas cuatro garras de hierro que sujetaban antorchas de crepitante fuego azul. Dos de las garras eran monstruosas, como las de las gárgolas y los monstruos de las historias; las otras eran más humanas, pero híbridas a medio camino entre una mano y la zarpa de un ave. Aunque Lucas no las hubiera visto nunca, supo distinguir qué representaban: los Demonios y los Ángeles.

    Había un tirador central, aparentemente normal, que dibujaba una curva sinuosa hasta las figuras talladas en el material de la puerta. Cuatro cenefas entrelazadas daban paso a criaturas con fauces abiertas, semejantes a espíritus o almas en pena, como aquellas de la película de Hércules, que nadaban a la deriva en el río Estigio, pero con un aspecto mucho más horripilante.

    —Qué acogedor —murmuró Hollie.

    El Caído se giró hacia ella y le dedicó una sonrisa torcida.

    —Todavía no has visto nada —comunicó.

    Se acercó a la puerta con paso decidido, solo para llevar una de sus manos al bolsillo trasero de su pantalón. Extrajo una pequeña navaja y a continuación, deslizó la hoja por la palma de su mano izquierda en un movimiento limpio. Mientras la sangre caía —mucho más oscura que la de un humano—, pasó la palma por el tirador central en la puerta. La sangre que se quedó allí se deslizó hasta más abajo, a las bocas abiertas de las criaturas talladas en el hierro.

    La puerta hizo clic y se abrió.

    —Qué método tan normal para abrir una puerta —soltó Max—. ¿No existían todavía las llaves o qué?

    —En otros tiempos, éramos cazados —explicó el hombre, guardando la navaja y sacando una tira de vendaje del mismo bolsillo. La envolvió rápidamente alrededor de la herida, un movimiento ya aprendido y conocido—. El mecanismo de la puerta permite que solo pueda ser abierta por uno de nosotros; ni por un Ángel, ni un Demonio.

    —¿Entonces tú no eres un Demonio? —cuestionó Lucas. El hombre pareció ofendido.

    —No —dijo—, o al menos, ya hace tiempo que no lo soy.

    —Esto cada vez se pone más raro —murmuró Hollie.

    Serena seguía en completo silencio. Lucas no pudo evitar girarse a mirarla, pero encontró que allí donde la chica había estado, solo restaba un lugar vacío. La puerta seguía abierta y la negrura que escapaba del marco era tan densa, que por unos instantes a Lucas se le dificultó ver el borrón de pelo rojo desapareciendo en ella.

    —Vuestra amiga ya ha entrado —explicó el hombre. Nadie dijo nada, pero todos sabían qué debían hacer.

    Sin dudarlo, Lucas siguió el camino que Serena había seguido, dejando que la negrura lo engullera a él también.

    Sintió frío; fueron tan solo unos pocos segundos, pero una corriente helada caló todo su cuerpo, hasta la última fibra de su ser, y lo dejó temblando de pies a cabeza. Rápidamente supo la razón: las paredes detrás de la puerta seguían siendo de tierra, húmeda y cavernosa. La oscuridad inicial se disipó en un par de minutos, cuando alcanzó una curva con una segunda puerta, esta mucho más moderna, de cristal rojo tintado, como si fuera una vidriera. A través de ella podía percibir luces de varios colores danzando al son de música Pop, tan solo un zumbido desde donde se encontraba, pero a un volumen considerable.

    Vale, quizá no se había equivocado del todo.

    Cuando cruzó la puerta, encontró a Serena no muy lejos de esta, a la derecha. Miraba el ambiente delante de ella totalmente ensimismada, incluso presa del pasmo, pensó Lucas. Se acercó hasta ella e imitó su gesto: sus ojos se deslizaron por el panorama que se desenvolvía al frente, y su respiración se cortó de la impresión.

    Los cuerpos danzaban frenéticamente al ritmo de la música, ahora mucho más potente y tronante, como el trueno que crepita en el cielo y deja el eco en los oídos aún cuando ya ha pasado. Los cuerpos eran la lluvia de la tormenta, cayendo, deslizándose los unos contra los otros. Se percibía un olor dulzón que atontaba los sentidos. Lucas lo inspiró instintivamente y sintió la boca seca. Serena se tensó a su lado.

    —No respires muy profundamente —aconsejó—. Aquí consumen Néctar.

    —¿Cómo las abejas? —preguntó Lucas, frunciendo el ceño. Se sentía ligeramente anonado.

    —No —negó Serena—. Néctar, como el Néctar de los Dioses, solo que esa es una forma exagerada de llamarlo. Los griegos lo llamaban Ambrosía. Podían ser muy dramáticos cuando querían.

    Detrás de ellos aparecieron Max, Hollie y el Caído. Este último les hizo un gesto para que lo siguieran. Los condujo a través del local hasta una extensa barra hecha de espejos. Tras ella había una mujer de mediana edad de excéntrico pelo violeta, corto y en punta, como un puercoespín. Ella y el Caído se saludaron amistosamente.

    —Ponnos unas copas, Arista.

    —Aprende modales, monada —dijo ella, agitando dos vasos de cóctel con maestría—. Se dice «por favor».

    El Caído solo le guiñó un ojo antes de girarse para mirar a los adolescentes.

    —¿Podéis explicarme qué hacía un Sombra en vuestra casa?

    —¿No era un Demonio? —inquirió Hollie, frunciendo el ceño.

    —Sí, así es como se llama su especie.

    —Espera —interrumpió Max—. ¿Especie? ¡Eso significa que hay más Demonios por ahí sueltos! ¡Más tipos!

    —Calma, Max —dijo Lucas. Se giró hacia el Caído—. Antes de que te digamos nada, quiero que nos digas tu nombre. Todavía no te has presentado y eso no te hace parecer menos sospechoso que cuando te presentaste en casa de Serena de improvisto.

    —Y os libré de una buena —sonrió el Caído—. Bien, me parece algo justo. Mi nombre es Draezel y bienvenidos al Club de las Almas Perdidas. Ahora responded a mi pregunta.

    Serena le dirigió una mirada envenenada. Lucas se fijó en que se había tensado por completo al escuchar el nombre de Draezel, y se preguntó si aquello era una buena o mala señal. A juzgar por el semblante de la pelirroja, no estaba muy convencido de que fuera la primera. Pese a todo, la chica contestó sin pestañear.

    —No lo sabemos, pero no es la primera cosa rara que nos ocurre. Hay alguien que nos sigue, que nos está dando caza, pero no sabemos quién.

    —Alguien me quiere muerto —especificó Lucas.

    —Manipularon a mi gnomo de jardín —añadió Max—. El pobre Sr. Red no se merecía ser poseído, ni mutilado, ya que estamos.

    —Entonces, decís que estos ataques solo han ido en aumento, ¿no? —preguntó Draezel. Los chicos asintieron, y el más mayor guardó silencio por unos segundos—. Es raro que un Sombra sea visto atacando. Este estaba siendo controlado.

    —Como el Sr. Red —dijo Lucas—, ¿pero quién es el que está detrás de todo esto?

    El silencio volvió a caer entre ellos. Arista depositó varias copas delante de ellos, una para cada uno. Draezel cogió el suyo y se lo acabó de un trago. Los chicos no cogieron sus respectivas copas; no tenían ninguna razón para confiar en aquellas personas —o Ángeles Caídos—, y mucho menos para beber lo que fuera que contuvieran los envases. Draezel siguió sin hablar, mucho más tenso que anteriormente y con la mandíbula fuertemente apretada. Parecía tener una lucha interna consigo mismo.

    Serena dejó escapar un suspiro exasperado.

—¿Vas a decir algo o no?

    —Tranquila, plumitas —respondió Draezel. Los ojos de Serena brillaron con un destello dorado. Él sonrió—. Sí, me he dado cuenta del tipo de Ángel Caído que eres, chica.

    —Y yo del tipo que eres tú —repuso ella—. Me ha costado, pero ahora lo sé. Eras un Demonio.

    —¿Cómo un Demonio puede ser un Ángel Caído? —preguntó Max, frunciendo el ceño.

    —Eso es porque no soy uno —bufó Draezel—, a diferencia de vuestra amiguita aquí presente. Yo soy un Demonio Ascendido, pero Ángeles Caídos y Demonios Ascendidos comparten tanto terreno como jerarquía. Estamos en igualdad de condiciones.

    —Lo que me hace cuestionarme por qué nos ayudaste —siguió Serena.

    —¿Sabes cómo se origina un Demonio Ascendido? —preguntó él.

    —Porque cometen un buen acto, igual que un Ángel Caído se origina tras cometer un mal acto.

    —Exacto. En mi caso, salvé una vida una vez, hace mucho. —Sus ojos, del ámbar rojizo que les correspondía, se quedaron posados sobre Lucas, sin moverse—. Y creo que quien intenta matarte a ti, rubito, es la misma persona que intentó matar a quien yo salvé.








¡Hola!

Ha pasado muchísimo desde el último capítulo, no me sorprendería si hubierais tenido que releer los dos anteriores antes de leer este. Me disculpo por ello, pero no controlo cuándo escasea la inspiración y cuándo no.

Hemos visto más de los poderes de Serena y han conseguido que Lucas saliera de su casa sin ser descubierto. También han encontrado al Caído que los ayudó (¿o debería decir Demonio Ascendido?), o más bien, él los ha encontrado a ellos. ¿Qué pensáis sobre Draezel? ¿Y sobre los Demonios Ascendidos? ¿Qué creéis que hizo Serena para convertirse en Ángel Caído?

 Los puntos van conectándose lentamente y la trama avanza, lo que dentro de unos capítulos, seis u siete, nos conducirá hasta el final de la primera parte. Y sí, estoy volviendo a cambiar la estética de los capítulos.

Espero que os haya gustado.

¡Votad y comentad!

¡Besos! ;*

—Keyra Shadow.


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