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Capítulo XIV. Contra natura




                                              Lucielle Bellamy había sido dotada de una paciencia dorada. A medida que había ido creciendo, no obstante, había sabido pulirla a tal punto de saber cuándo, dónde y con quién debía emplearla. Su trabajo en el hospital de Adhemson requería de mucha paciencia, por ejemplo. Con su único hijo, Lucas, por otra parte, nunca se había visto forzada en ninguna situación a emplear su don de oro.

     Hasta que no apareció en casa. Entonces, Lucielle dejó que su paciencia tomara el control de su organismo.

     Pero Lucas seguía sin aparecer, y por primera vez en su vida, la paciencia de Lucielle se agotó. Llamó a Marie, la madre del mejor amigo de su hijo, para ver si se encontraba allí, pero tal parecía que Max tampoco había estado en su casa las pasadas horas.

     Y el Infierno se desató.

     Doce llamadas perdidas y treinta mensajes. Aquello fue lo que Lucas encontró en su teléfono mientras Max lo llevaba hasta su casa. Los números se triplicaban en el caso de Max, y ambos empezaban a plantearse seriamente el comprar una tienda de campaña y mudarse al bosque más cercano. La ira de una madre daba miedo. La de dos podía causar un cataclismo fatal.

     Ambos habían acordado que lo mejor era no mencionar lo que habían vivido en las pasadas veinticuatro horas en sus casas. No era como si sus madres pudieran tomarlos por locos, que podían, pero era preferible no arriesgarse. Tenían ideas locas, pero aquello era simplemente descabellado se mirase por donde se mirase.

     Tras llevar a Serena hasta su habitación de nuevo, y que Hollie les aseguraba de que podía hacerse cargo de ella, el extraño que los había ayudado había desaparecido una vez volvieron a la planta baja. Lucas no iba a mentir al respecto: el joven hombre que los había socorrido imponía con un aura un tanto oscura y misteriosa, parecido a aquellos personajes de los libros y las películas que tanto gustaban a las chicas, aquellos que casi siempre terminaban siendo algo extraño, le daba mala espina.

     Y Lucas ya había deducido de buenas a primeras que ese hombre no era humano. ¿Quién tendría semejante fuerza como para levantar una puerta de hierro, sino? Porque a no ser que de repente aquel individuo fuera Bruce Banner, nada tenía sentido. Sus ojos también lo habían intrigado de sobremanera. No eran dorados como los de Serena. Los de él brillaban en un tono más rojizo, más sangriento. Automáticamente le había venido a la mente el momento en el que habían dejado al Demonio atrás en la gasolinera y sus ojos cual ocaso. ¿Sería aquel hombre un Demonio?

     Aun así, el matiz rojizo era distinto al del Demonio, mucho más apagado, como un fuego que, ya consumido, perecía con las últimas ascuas rojas que podía producir, fusionándose con el dorado de sus llamas. ¿Podía determinarse a través del color de ojos las diferencias necesarias para distinguir a Ángeles, Demonios y Caídos? Aquella era una de las muchas preguntas que Lucas quería hacerle a Serena.

     Todavía seguía un tanto reticente ante la idea de que ella fuera realmente un Ángel Caído, pero de todas formas, ¿qué otra explicación podía haber? Además, ahora que sabía que ella no era quién lo perseguía, de alguna manera, había hecho que confiara más en ella. No la consideraba una amiga —tampoco sabía si podría llamarla así en algún momento—, pero podía decir con claridad que Serena era una conocida, al menos.

     Suspiró y se restregó las manos por la cara con frustración. Su mirada volvió a centrarse en su teléfono; doce llamadas perdidas y treinta mensajes a los que no se había visto con las fuerzas de contestar. Sabía que lo estaba haciendo mal, que debía llamar a su madre cuanto antes, pero tenía miedo.

     —Mi madre no deja de llamarme —murmuró Max apretando las manos alrededor del volante—. Juro que el móvil va a explotar como siga así.

     —Entonces contesta.

     —¿Tú le has contestado a la tuya?

     —...No.

     —¿Por qué?

     —Porque estoy cagado de miedo.

     —Pues ale, ya tienes la respuesta a por qué no contesto. Te recuerdo que mi madre es peor que la tuya.

     —Tú no has visto a mi madre cabreada, Max.

     —Cierto, pero seguro que no te obligará a ir a la iglesia cada tarde a «confesar tus pecados y purificarte el alma». Un día de estos me ahoga con agua bendita, yo solo lo digo por si desaparezco de improvisto.

     —Eres un exagerado. Como mucho te haría un eunuco.

     —No sé qué es peor. ¿Has pensado qué vas a decirle a tu madre?

     —Probablemente que estaba en tu casa. ¿Y tú a la tuya?

     —Lo mismo, solo que en la tuya. ¿Cuáles son las probabilidades de morir a manos de nuestras madres?

     —¿Si el fratricidio sigue de moda? Muy altas.

     —Joder, macho. —Aparcó el coche en la acera de la casa de Lucas y se giró para mirar a su mejor amigo y tomarlo de las manos—. Ha sido un placer conocerte, tío. Que la fuerza te acompañe y todo eso.

     —Igualmente. Ave atque vale, amigo.

     —Siempre recordaré este día como el día en que perdimos la vida a manos de nuestras madres.

     —Necesitas un hobbie.

     —Quizá. ¡Nos vemos en la otra vida!

     Lucas alzó la mano a modo de despedida, observando como el coche se perdía en la carretera. Unos segundos más tarde tomó una gran bocanada de aire y se giró para mirar su hogar. ¿Cuáles eran las probabilidades de que su madre hubiera llegado temprano del hospital?

     Caminó con paso tembloroso, sintiendo cómo las palmas de sus manos empezaban a sudar. Cogió sus llaves del bolsillo trasero de los pantalones y abrió la puerta. El silencio lo recibió, y se permitió soltar un suspiro de alivio y dejar las llaves en el cuenco del recibidor. El tintineo resonó por toda la entrada.

     Dio unos pasos para dirigirse hacia las escaleras y así llegar a su habitación, pero una figura se quedó parada debajo del marco de la puerta de la cocina, y entonces, Lucas gritó.

     —¡Joder, qué susto!

     —Más grande que el que me he llevado yo no ha podido ser —inquirió Lucielle, seria. Su tono de voz era calmado, pero del tipo de calma que augura una fatal tormenta—. ¿Qué tal la noche, hijo?

     «Hijo». Su madre nunca lo había llamado de aquella forma, ni siquiera cuando estaba enfadada. En muchas ocasiones, la industria del cine y los libros mostraban que las personas utilizaban sobrenombres o nombres completos cuando estaban enfadados o querían llamar la atención de la persona aclamada. Para Lucas, que su madre lo llamara de aquella forma solo le confirmaba lo que más temía: estaba en problemas.

     Se mordió el interior del carrillo y apartó la mirada de ella. Era incapaz de soportar la intensidad con la que su madre le contemplaba.

     —Bien —mintió.

     Lucielle chasqueó la lengua antes de cruzarse de brazos.

     —Bien —repitió ella—. Interesante. ¿Y dónde has pasado la noche?

     —En casa de Max.

     —¿Sí? Qué extraño entonces que Marie me llamara a las siete de la mañana para preguntarme si Max estaba aquí contigo, ¿no?

     Mierda.

     —Mira, mamá, puedo explicártelo...

     —¿Explicarme qué, Lucas? —Lucielle se cruzó de brazos. Los descruzó y se pasó las manos por el pelo rubio. Lucas la observó en silencio, muy consciente de la intranquilidad de su madre—. ¿Cómo me explicas que hayas desaparecido durante horas y no me hayas dicho nada? ¿Tienes idea del miedo y la preocupación que he sentido? ¿Que ha sentido Marie al no encontrar a Max? ¿En qué estabais pensando? ¿Y si os pasaba algo?

     —No nos ha pasado nada, mamá —murmuró, sintiéndose terriblemente culpable.

     No era ningún secreto que, desde la muerte de su padre, su madre se había vuelto más protectora, incluso un tanto controladora en ciertas ocasiones, a pesar de la libertad que le daba. No era nada extremo, simplemente debía avisar cuando saliera, con quién y a qué hora llegaría a casa a su vuelta. Que su madre trabajara en el hospital no facilitaba las cosas, y aquella era una forma de tenerlo vigilado sin la necesidad de estar encima de él.

     Pero nuevamente, había mentido, porque lo cierto era que sí había pasado algo. Tampoco, no obstante, era como si pudiera decirle a su madre que se había enfrentado a un demonio sombrío, que Serena —que además era la chica que había dibujado—, tenía poderes y que él, de cierta forma, era probable que también los tuviera. Si a eso se le sumaban todos los sucesos de las últimas semanas, Lucas estaba seguro que acabaría internado en alguna institución mental para jóvenes delincuentes.

     No era como si él fuera alguna de esas cosas, pero lo que le había pasado no era precisamente normal.

     —¿Pero y si hubiera pasado algo, Lucas? —La pregunta quedó en el aire, y hasta aquel instante, si bien Lucas había sido consciente de los peligros que había corrido, no lo había sido de su magnitud. ¿Quién se creía que era, el héroe de algún cómic? ¿El protagonista que corría peligros y salía indemne de todos ellos? No, aquello era la vida real. Su madre soltó un suspiro derrotado—. Sé que eres un buen chico, cariño, por eso estas insensateces no me sientan bien, tú no eres así. Estás castigado durante dos semanas sin salir, y eso incluye quedadas con Max en casa. Date una ducha y baja a cenar. Mañana es la graduación y querrás estar un poco más descansado.

     Lucas no se atrevió a rechistar. Su madre tenía razón en todo lo que había dicho, y aunque no pudiera contarle lo que estaba pasando, porque realmente, las probabilidades de que le creyera eran mínimas, por no decir inexistentes, no quería arriesgarse.






     Cuando despertó, las últimas luces de la tarde permanecían en el firmamento. Serena parpadeó y estiró los brazos por encima de su cabeza, echándole un vistazo a Holly, quién dormía plácidamente en su cama, como si los sucesos de la noche anterior no hubieran hecho mella en ella.

     Suspiró. Al menos una de las dos había podido conciliar el sueño sin problemas.

     Pese a que la sangre del Demonio había abandonado su sistema por completo, el sueño no había acudido a Serena como tal vez, le hubiera gustado. En su lugar, había dado vuelta tras vuelta bajo las colchas de su cama, inquieta, en parte, por dos razones. La primera y más notable, la regeneración de la inmunidad en su cuerpo; sus propios poderes como Caída reestableciendo el equilibrio en su sistema inmunológico y eliminando los restos todavía persistentes de la sangre negra.

     Por otra parte, sin embargo, el encuentro de aquel hombre que, sorpresivamente, había acudido para ayudarlos, no parecía querer dejar su mente, hiciera lo que hiciera. Serena no iba a mentir: le había sorprendido mucho verlo ayudándolos, teniendo en cuenta sus antecedentes en la sociedad de los Caídos. Porque sí, aquel individuo pertenecía a los de su especie.

     Serena lo había sabido por sus ojos, pero también por el aura que lo envolvía, a la cual había llegado a acostumbrarse durante las últimas semanas. Aquél Caído los vigilaba; no solo a ella y Hollie, sino también a Max y Lucas, y necesitaba descubrir desesperadamente el por qué. Los Caídos no se relacionaban con humanos a no ser que fuera totalmente necesario. Preferían pasar sus días en el mundo terrenal rodeados de los suyos, y habían conseguido establecerse en barrios concretos y establecimientos que ellos mismos dirigían, a los que únicamente ellos podían acceder.

     Cerró los ojos e inspiró profundamente. Concentró sus energías en los poderes que todavía conservaba, sintiendo que su cuerpo se volvía más liviano, que su mente se expandía fuera de las paredes de la casa, más allá, hacia las calles de Adhemson. Buscó la energía de los Caídos, los residuos de su esencia que pudieran haber dejado tras ellos. Buscó al hombre que los había ayudado el día anterior y su aura, más oscura que la suya y sin embargo, sin llegar a ser maligna.

     Escuchó a Hollie detrás de ella, desperezándose, pero siguió concentrada.

     —Serena, ¿estás haciendo meditación de buena mañana? —preguntó la rubia, dirigiendo en su dirección una mirada confundida.

     —No estoy meditando —dijo ella, frunciendo levemente el ceño—. Estoy intentando localizar.

     —¿Cómo?

     —Con mis poderes.

     —¿Eres un delfín o una ballena? ¿Tienes ecolocalización?

     Serena abrió un ojo, mirándola.

     —¿Qué estás diciendo?

     Hollie se encogió de hombros, tumbándose boja abajo en su cama y posando la barbilla sobre sus manos.

     —No lo sé. Solo digo que si estás localizando algo, es por que quizá estás utilizando algún tipo de ecolocalización, como los delfines, las ballenas, etcétera. Por eso pregunto, a lo mejor te has convertido en delfín de la noche a la mañana.

     —No es ecolocalización —Serena volvió a cerrar el ojo, siguiendo el hilo de sus poderes. Encontrar al Caído estaba siendo más difícil de lo que creía—. Simplemente estoy intentando encontrar al hombre que nos ayudó anoche. Busco su aura.

     —¿Pero sabes quién es? ¿O cómo se llama?

     —No.

     —Entonces buscas una aguja en un pajar. —Hollie se levantó y comenzó a vestirse, y en vista de que ella no conseguía encontrar nada, Serena la imitó—. Si no sabes nada sobre él, ¿cómo pretendes encontrar su aura? Si es un Caído, según lo que me dijiste en cuanto los chicos se fueron, seguramente habrá cientos, sino miles como él desperdigados por Adhemson y sus alrededores. No puedes esperar encontrarle con información casi nula.

     La lógica aplastante de Hollie hizo que Serena torciera el gesto. Estaba tan empeñada en saber quién era aquél Caído, que no se había parado a pensar en que, quizá, había más como él que compartían un aura similar.

     —Tendremos que buscar a la antigua usanza, entonces.

     —¿Preguntando en la estación de policía? —aventuró Hollie.

     Serena arrugó la nariz.

     —¡Por supuesto que no! —negó—, tendremos, bueno, tendré, que pasarme por todos los pubs de Caídos que hay en Adhemson.

     —Ah, bueno. Si quieres complicarte la vida... —Hollie se encogió de hombros—. Pero de todas formas, ¿cuántos clubes hay en Adhemson?

     —¿De Caídos? Solo cuatro. Existe un quinto, aún así, que los conecta a todos a la vez a través de una red de túneles subterráneos.

     —¿Os han dicho alguna vez a los Ángeles Caídos que sois muy dramáticos? ¿Túneles subterráneos? Lo siguiente qué serán, ¿mazmorras hechizadas?

     —No, esas solo las tienen los licántropos con hechizos que les proporcionan algunos brujos.

     Su mejor amiga se incorporó de golpe, incrédula.

     —¡Era sarcasmo!

     —¡Pero yo no entiendo el sarcasmo, perdón! —exclamó a su vez Serena, sintiendo que sus mejillas se calentaban por momentos.

     Hollie negó con la cabeza repetidas veces, y Serena pudo jurar que la escuchó murmurando algo muy similar a «¿en qué momento mi vida se ha convertido en un show sobrenatural?». Mientras tanto, la pelirroja decidió bajar a la cocina para prepararse algo de desayunar; estar en su habitación empezaba a abrumarla.

     Le avergonzaba, en cierta forma, que tan solo unas horas atrás había estado a solas con Lucas en su habitación. Si bien la situación lo había ameritado, aquel encuentro entre los dos había cambiado las cosas, lo sabía tanto como lo había presentido la noche anterior. Ahora ya no debía ocultarse por completo, pues Lucas era consciente de su naturaleza como Caída. Sin embargo, había soltado sobre él una bomba que había explotado al instante. Tener conocimiento sobre el mundo sobrenatural suponía un impacto en los humanos, a pesar de tener millones de teorías, libros y películas al respecto. Una cosa era verlo o leerlo a través de alguno de aquellos medios, y otra completamente diferente era experimentarlo.

     ¿Pero que ahora Lucas supiera lo que era? Aquello la asustaba y la emocionaba a partes iguales. Serena estaría mintiendo si no admitiera que la situación había jugado a su favor en cierta manera. Ahora tendría más oportunidades de hablar con él, de conocerle y acercarse más. Se sorprendió a sí misma sintiendo que su corazón se aceleraba dentro de su pecho, y que una repentina onda de náusea placentera —aunque no supiera si las náuseas podían llegar a ser placenteras—, se deslizara por su cuerpo como un torrente de adrenalina recién descubierto.

     ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué el simple pensamiento de hablar más con Lucas le hacía experimentar aquellas sensaciones? ¿Había algo malo en ella? Cogió una de las tazas en la despensa y la depositó debajo de la cafetera eléctrica. Sin duda, debería preguntarle a Hollie si ella sabía qué le estaba ocurriendo.

     —¿Me preparas uno, por favor? —preguntó su mejor amiga, entrando en la cocina con una bolsa de magdalenas.

     —Claro. ¿De dónde has sacado eso? —inquirió ella. Hollie se encogió de hombros, lanzando el contenido de la bolsa en un plato y depositando este en el horno.

     —Del congelador. ¿Lo pongo diez minutos o crees que eso será mucho?

     —Diez minutos está bien. —Lanzó una mirada en la dirección de la rubia, y automáticamente, Serena quedó petrificada—. ¡¿Pero qué haces?!

     Hollie la miró sin entender, dejando que el cigarrillo apagado quedara atrapado entre sus dientes mientras intentaba que el mechero prendiera. Serena la miraba como si estuviera loca. Respondió sin prestarle mucha atención, todavía con el mechero en las manos.

     —Ya sabes que fumo, Sera. No sé de qué te sorprendes.

     —Pero fumar es malo, te estás haciendo daño.

     —El alcohol también es malo, y las drogas, y la mayoría de las medicinas que la sociedad nos da, convencidos de que nos están quitando un dolor cuando nos aportan tres más al mismo tiempo por sus medicamentos. Los políticos también son malos, en su gran mayoría, y las monarquías que dirigen a sus países sin importarles más que sí mismos y lo que puedan obtener de otros países. No pretendo generalizar, obviamente. —Serena se quedó callada mientras Hollie hablaba. La rubia, por su parte, por fin consiguió que el mechero prendiera y encendió el cigarrillo, dándole después una breve calada, expulsando el humo—. Muchas cosas en este mundo son malas, Serena. Al menos puedo decidir de qué puedo morirme con esto.

     —Pero desear morir es algo horrible —dijo Serena en respuesta—. Hay toda una vida por delante, aunque no todo sea bueno. ¿Pero qué hay de la familia, los amigos, el amor? ¿Qué pasa con todas esas cosas buenas?

     Hollie dio otra calada. El olor del humo empezaba a marear a Serena, así que se apartó y le indicó a Hollie que se acercara a la ventana abierta. De esa forma el humo saldría y no se quedaría atrapado en el interior de la casa.

     —Esas son cosas muy buenas, pero te diré un secreto: todo es efímero. Nada dura para siempre. ¿Amor eterno? Un timo, un mito, si lo prefieres. Nos venden que el amor «todo lo puede» desde que somos pequeños, en todas partes. ¿Y para qué? ¿Hasta que la muerte nos separe? La gente se casa después de ese voto, una vez uno de los integrantes de la pareja ha muerto, aunque hay otros que no vuelven a casarse en sus vidas, pero muchos acaban viviendo en una vida de miseria impuestos por ellos mismos de igual forma. Sé que tu parte angelical te insta a ver todo lo bueno de este mundo y creer en todas esas cosas, pero para mí son chorradas, tonterías.

     La Caída restó en completo silencio, sin saber qué responder o como rebatir las palabras de Hollie. Una parte de ella sabía que tenía razón, que realmente el mundo terrenal era más una pesadilla que un sueño. Pero otra parte de sí misma no podía evitar ver las cosas buenas, el lado positivo. Mientras Hollie era una pesimista realista, ella era una optimista soñadora. Serena soñaba con hacer el bien, con recuperar lo que le pertenecía por derecho de creación, y para ello había crecido consumiendo todas aquellas cosas buenas, y aquellas a las que Hollie se refería como «tonterías». Los Caídos estaban destinados a inclinarse hacia uno de los dos lados de la balanza, el bien o el mal; y lo que predominaba en Serena, era este primero.

     De ninguna otra forma podría recuperar sus preciadas alas, salvo intentar cumplir su sueño de hacer el bien, y además, cumpliendo la misión que le había sido encomendada en un principio.

     —Cambiando de tema —dijo pocos minutos de silencio después—. ¿Qué planes tienes para hoy?

     —¿Además de comer, dormir, ir al baño y pasarme por el instituto para ver cómo va la decoración para la graduación, obligada, debo añadir? Ningunos.

     Serena parpadeó.

     —Me había olvidado de la graduación —admitió, murmurando. Hollie soltó una risa, apagando el cigarrillo.

     —No te preocupes, nos pasa a todos. —Hollie caminó hasta la encimera y encendió la cafetera—. ¿Sabes qué vas a ponerte?

     —¿Desde cuándo te importan a ti esas cosas?

     —Solo intento centrar tu atención en otra cosa. Casi puedo ver los engranajes dando vueltas como locos en tu cabeza. —Serena bajó la mirada, sintiendo sus mejillas calientes. Hollie bufó—. ¡Venga ya, Sera! Deja de pensar en Lucas.

     —¡No estoy pensando en él!

     Y aunque lo que decía era cierto, la mención del chico provocó que su corazón latiera más deprisa.

     —No sé si pretendes engañarte a ti misma, pero está claro que te gusta Lucas.

     —Claro que no, apenas nos conocemos —quiso defenderse Serena.

     ¿Pero defenderse de qué, exactamente? ¿De la charla que sabía que se avecinaría sobre ella si aceptaba las palabras de Hollie? ¿De aceptar que realmente empezaba a gustarle Lucas aunque solo lo conociera desde hacía un mes, y hubiera hablado un par de veces con él?

     Serena se lanzó las manos al rostro y sus rizos rojos actuaron a modo de cortinas, aislándola por unos segundos de Hollie y el mundo exterior. La realización de sus propios pensamientos, el rumbo que habían tomado, era más que confirmación suficiente para Serena. Lucas le gustaba, quizá demasiado, más de lo que debería.

     —¿Y? —repuso Hollie—. Llevas un mes pensando en él, interactuando con él, mirándole cuando crees que nadie te está viendo. Eres demasiado obvia, tía.

     —¿Tú crees? —inquirió Serena. Alzó la cabeza del rostro y sus ojos se centraron en Hollie—; ¿de verdad crees que estoy siendo muy obvia?

     —Quizá solo soy yo la que lo ha notado, pero porque me gusta pensar que te conozco y soy tu mejor amiga. Quizá Max no se ha dado cuenta. Bueno no, Max vive en su mundo, así que no se ha dado cuenta. ¿Y Lucas? Lucas no es estúpido, ni mucho menos. No me sorprendería si sospechara algo.

     —¿Y qué hago?

     —Una de dos. O se lo dices, o te quedas callada. No hay muchas opciones.

     Serena empezó a pasear, nerviosa, por la cocina. Hollie la miró atentamente, bebiendo de su taza de café.

     ¿Cómo actuaban los humanos en aquellas situaciones? ¿Qué debía hacerse? ¿Qué palabras eran las indicadas? ¿Ser directo o sutil? ¿Lanzarse de cabeza o pensar las cosas mil veces?

     —Siento que mi cabeza va a estallar —soltó la pelirroja—, y que mi pecho contiene un huracán que quiere salir a la luz y arrasar con todo.

     —Te pones muy poetisa con estas cosas. Me lo apunto para la próxima.

     La próxima...

     El almendrado pasó a dorados en cuestión de segundos. Ocurrió tan rápido que Hollie estuvo a punto de escupir el café al mirarla. Serena se quedó quieta, y su rostro se fue tornando más serio con cada segundo que pasaba. La sonrisa que había decorado sus labios se desvaneció por completo.

     —No habrá próxima vez —declaró.

     No habría una próxima vez, porque una vez cumpliera su misión, ella volvería a donde pertenecía en realidad. Recuperaría su lugar en el Cielo, y entonces no debería quedar nada para ella en la Tierra. Sabía de sobras que podría alterar los recuerdos de aquellos que la conocieran si así ellos lo querían, pero si Lucas le gustaba, ¿realmente sería capaz de hacer que él la olvidara? ¿Podría ella soportar el simple pensamiento, si quiera?

     —De verdad, corta el rollo con el dramatismo. Me estás dando dolor de cabeza —dijo Hollie.

     —Perd-

     Un timbrazo las sobresaltó a ambas. Se miraron, repentinamente conscientes de que eran las únicas en la gran casa, y de que probablemente podría ser cualquier cosa la que las esperara fuera. El Demonio debía ser muy estúpido para volver a la casa Heber a plena luz del día, pero debían tener en cuenta todas las posibilidades.

     Un segundo timbrazo.

     —¿Tú también lo has escuchado, verdad? —preguntó la rubia, acercándose a su mejor amiga. Serena asintió.

     —Sí. Coge algo por si acaso —indicó a continuación.

     Al final, Hollie fue la única que se hizo con algo con lo cual defenderse, escogiendo una sartén, mientras Serena se concentraba para canalizar sus energías lo más rápido que pudiera al abrir la puerta.

     Con la respiración inestable, la pelirroja cogió el pomo de la puerta tras haber quitado todos los cerrojos, y a continuación, la abrió.

     Max gritó del susto al verlas listas para atacar.

     —¡La madre que me parió! ¡Que soy yo! —soltó el chico—. Ondearía una bandera blanca, pero lo único blanco que llevo encima son mis calzoncillos. No matéis al mensajero, por favor. —Entonces, se tomó unos segundos para mirar a las chicas más detalladamente, y por poco estuvo a punto de tirarse al suelo cubriéndose la cabeza al ver a Serena—. ¡Santa mierda, no dispares! ¿Y eso es una sartén?

     Serena bajó sus manos, avergonzada, mientras estas dejaban que los hilos de luz y fuego se deshicieran lentamente. Hollie se limitó a soltar un suspiro exasperado antes de bajar la sartén y volver dentro. Max se quedó quieto mirando el lugar en el que la rubia había estado. A continuación, le hizo un gesto a Serena, preguntándole silenciosamente si podía pasar.

     —Claro —dejó escapar ella—, perdona por eso, Max. Pensábamos que podía tratarse del Demonio de anoche.

     —No me había dado cuenta —murmuró él en respuesta—. Que penséis que soy un Demonio de esos duele un poco, sobre todo teniendo en cuenta lo guapo que soy y el cuerpo que tengo.

     —¡Deja de llorar, Feraud! —exclamó Hollie desde la cocina.

     El chico y Serena llegaron hasta la sala, y Max se dejó caer en uno de los taburetes antes de robar un plátano para comérselo, a la par que hacía girar el asiento sobre su eje.

     Serena intentó tranquilizarse, a pesar de que los pensamientos de Max, un torbellino de información demasiado caótico, empezaban a alterarla por momentos.

     —¿Qué haces aquí, Max? —preguntó en su lugar, intentando contener las ganas de gritarle que dejara de pensar tan alto.

     —Ah, sí —El chico dejó de girar y posó ambas manos sobre la isla de la cocina, su boca llena de los restos del plátano—. Lucas está castigado. Confinado en casa. Recluido hasta nuevo aviso. Probablemente hasta que muera de aburrimiento.

     —¿Y? —inquirió Hollie. Max la observó horrorizado.

     —¡Tenemos que rescatarlo!

     —Pero si está en su casa, estará más a salvo, ¿no?

     —¡No! Lo que sea que vaya tras él podría entrar en esa casa fácilmente.

     —Tiene razón —interrumpió Serena, lanzándole una mirada a su mejor amiga—. Si aquel Demonio fue capaz de entrar en esta casa, que ya de por sí cuenta con un número increíble de seguridad, imagina en la de Lucas. Es una ratonera incluso más fácil de lo que ya resultó ser esta. Además, sería conveniente que me acompañarais todos al pub de Caídos, así os tendré vigilados.

     —No eres nuestra niñera —atajó Max. Serena negó.

     —Y aun así, nadie más puede defenderos de los peligros sobrenaturales que haya allí fuera.

     —Deja los dramas de héroes a un lado por un momento —pidió Hollie—. A ver, entonces tenemos que ir a por Lucas a su casa e ir al pub. ¿Cómo vamos a hacerlo?

     Max sonrió gatunamente.

     —Tengo una idea.







¡Hola!

Ha pasado una eternidad des de la última vez que publiqué capítulo; culpemos de este acontecimiento sobrenatural a la adrenalina que me corre por las venas ahora mismo. Volvemos a estar on track con la novela, aunque no puedo asegurar actualizaciones semanales porque, ya me conocéis, no duro ni dos semanas haciendo eso. 

Este capítulo está lleno de dramas adolescentes y no tan adolescentes, porque hemos descuierto un poco más sobre los Caídos y otras criaturas. Lucas castigado, Max queriendo rescatarlo, Hollie filosófica y bromista, y Serena comiéndose la cabeza por el chico que empieza a gustarle.

¿Qué os ha parecido? 

¡Votad y comentad!

¡Besos! ;*

—Keyra Shadow.

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