Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo XIII. Entre Cielo e Infierno





                                               La sorpresa cubrió los rasgos de todos por algunos minutos. Nadie había esperado que la pregunta fuera esbozada de forma tan directa. Ni siquiera el propio Max. No obstante, el panorama actual parecía ya insuperable, y no sabía qué pensaban los demás, pero él empezaba a añorar algo normal. El estrés contenido y la impaciencia en su voz, con un leve deje de acusación, hicieron que Serena bajara la vista hacia sus manos y meditara.

     Finalmente, negó con la cabeza.

     —No lo sé. Pero si soy lo que busca, entonces eso le daremos.

     —¿Qué?

     —Cálmate, Holls.

     —No, no, no. Que me calme no. Ni hablar. ¿Cómo que eso es lo que le daremos? ¿Planeas servir de cebo? ¡No eres un puto anzuelo en una caña de pescar!

     —Escucha, Hollie. —Serena la tomó por los hombros e hizo que solo la mirara a ella—. Debemos activar dos paneles que se encuentran distribuidos por esta casa, el de la luz y el de seguridad. Si mal no recuerdo, el panel de luz está en el sótano, y el de seguridad en una sala adyacente al salón. Si activamos el de luz, podremos activar después el de seguridad, de esa forma el Demonio no podrá salir.

     —¿Me estás diciendo que unos cuantos cerrojos automáticos van a impedir que un Demonio salga de esta casa? —Lucas dijo, perplejo y sin poder creerlo.

     Serena se encogió de hombros.

     —Es lo mejor que tenemos hasta ahora. Estoy improvisando. Ah, también necesitamos que la casa esté lo más iluminada posible.

     —¿Por qué? —preguntó Max.

    —Porque a juzgar por el ambiente tan oscuro y que el Demonio en sí está hecho de sombras, no le gusta la luz.

     —Esto empieza a ser un poco absurdo —bufó Lucas. Max asintió de acuerdo.

     —Mirad, sé que esto es increíble y suena a broma de mal gusto, pero ese Demonio necesita la oscuridad para moverse. La casa acaba de convertirse en su ratonera, y nosotros somos los ratones a los que espera cazar. Para invertir las posiciones, necesitamos luz, y mucha. Si la casa está iluminada por completo, lo acorralaremos antes, porque utiliza las sombras para desplazarse. ¿Lo entendéis?

     Los tres asintieron y Serena dejó escapar una sonrisa cansada.

     —Muy bien. —Hollie puso las manos en sus caderas y losmiró a todos. Recordaba vagamente a una capitana pirata, de alguna forma—. Serena debe quedarse aquí, así que ¿quién se ofrece a ir a activar los paneles?

     El rostro de Lucas decayó. Tragó saliva sonoramente y negó con la cabeza de forma imperceptible. Si la luz era el némesis del Demonio, el suyo era la oscuridad. Max le dirigió una mirada rápida, leyendo su rostro.

     —Iremos tú y yo —le dijo a la rubia. Hollie lo miró alzando las cejas antes de observar a Lucas.

     —¿Y tú por qué no...? —Sus ojos se abrieron con comprensión. Asintió rápidamente y se aclaró la garganta—. Bueno, pues Max y yo iremos a activar los paneles. Uno en el sótano y otro al lado del salón, ¿no?

     —Suena fácil, pero no va a serlo —informó la pelirroja.

     —Claro que no, estamos a punto de jugar al escondite con un Demonio —bufó Max—. Estoy emocionado y cagado de miedo a partes iguales.

     —Asco. —Se limitó a decir Hollie—. De todas formas, ¿cómo vamos a hacerlo? Esa cosa está ahí fuera, nada nos asegura que no vaya a darnos caza.

     —Eso es porque os dará caza —confirmó Serena—, pero haré lo posible desde aquí para distraerlo y daros tiempo.

     —¿Crees que en tu condición podrás hacer eso? Lucas también estará aquí. Se supone que él debe ser quien vigile que el Demonio no se meta en la habitación.

     —Sabes que yo tengo mis métodos, Holls.

     Intercambiaron una mirada significativa entre ambas y Lucas frunció los labios. Casi era como si pudieran comunicarse a través de un simple contacto visual. ¿Realmente estaría ocurriendo algo así? Sacudió la cabeza y apartó la vista. Hollie soltó un suspiro y se pasó las manos por el pelo para hacerse una coleta alta antes de asentir en dirección a Max.

     —Venga, vayamos a activar los mecanismos de esta trampa.

     —Claro, Canario —respondió el pelinegro.

     —¿Qué?

     —Canario, como Piolín. Eres demasiado rubia para ser un ratón. Te queda mejor lo de ser un pajarito amarillo.

     —En ese caso lo de ser una rata te sienta muy bien, Jerry.

     —Jerry era un ratón.

     —Y tú un idiota, pero nadie es perfecto.

     Entre insultos por lo bajo, se dirigieron a la puerta. Encendieron las linternas de sus dispositivos móviles y miraron una sola vez hacia atrás para asegurarse de que sus amigos estuvieran bien. Con un asentimiento y una respiración temblorosa, Hollie salió al pasillo en primer lugar, seguida de Max, quien empezó a tararear el tema de Los Vengadores en voz baja para ahuyentar los nervios. O al menos, para intentarlo.

     —¿Crees que esto saldrá bien? —cuestionó Lucas. Serena lo miró, pero él tenía la vista fija en la puerta, ahora cerrada. Se mordió el labio inferior.

     —No lo sé.

     —¿Por qué nos ha seguido esa cosa?

     —No lo sé...

     —¿Puedes parar de decir eso? —Lucas la miró, sus ojos inexplicablemente llameantes, como si el bosque en su interior se hubiera prendido llamas por sí solo. Serena contuvo la respiración—. Creo que a estas alturas no sirve de nada que digas un simple «no lo sé», ¿sabes? Lo he dicho antes y lo vuelvo a repetir ahora: esto no es normal, durante semanas no lo ha sido. Tanto Max como yo merecemos una explicación.

     —No puedo decirlo. Al menos no todo. —La pelirroja apartó la mirada y se quitó la pajita del brazo. Del corte brotaba menos sangre negra, ahora mucho más bermeja que con anterioridad.

     Lucas fue testigo de cómo cogía el cuchillo y se hacía una pequeña incisión en su otro antebrazo. Sin parpadear, introdujo la pajita en el corte y más sangre negra brotó.

      —Entonces solo di algo. Por poco que sea, aunque no puedas decir el resto. Una pequeña explicación es mejor que nada, llegados a este punto.

     Los ojos avellana de Serena se cerraron y sus pestañas acariciaron la base de sus pómulos redondos. Volvió a morderse el labio, y Lucas se percató de que aquel era un gesto que hacía a menudo, una manía que, aunque pequeña, había logrado captar su atención por unos segundos.

     —Creo que no hace falta confirmarte que no soy humana, ¿no? —Lucas negó—. Llegué aquí hace mucho tiempo, desde otra parte. Hay más como yo ahí fuera. Algunos son iguales a mí, después los hay más puros, y otros más corruptos.

     —El Demonio —esbozó él—, ¿es como tú?

     —Cielos, no. Ni de lejos. —Parecía consternada ante lo que comportaba aquella pregunta—. Yo no soy un Demonio. Soy una Caída.

     —¿Caída? —Confundido, Lucas frunció el ceño una vez más—. ¿Cómo un Ángel Caído?

     Serena asintió. Una abrupta sensación de vértigo fue lo que Lucas experimentó a continuación. Un Ángel Caído, eso era Serena. Y si los Demonios existían y los Caídos también —por muy extraño que fuera llamarlos de aquella manera—, entonces los Ángeles también debían ser reales.

     —¿Por eso podías meterte en mi cabeza?

     Las mejillas de Serena obtuvieron una coloración más leve que la de su cabello. Avergonzada, giró el rostro para que Lucas no pudiera verlo.

     —Técnicamente no podía. No puedo —corrigió—. No tengo explicación para ello, pero es como si tu mente fuera un lienzo en blanco que, por mucho que intento llenar con dibujos, no puede ser pintado.

     La referencia hizo que el corazón del rubio se acelerara levemente. Abrió la boca para decir algo, lo que fuera, pero las palabras no parecían flotar querer salir por su boca. Las tenía golpeando a un ritmo constante las paredes de su mente, en un vaivén que lo estaba volviendo loco de manera lenta y pausada; «no humano, no humano, no humano».

     Pero decirlas en voz alta, pronunciarlas, significaba aceptarlas y ser plenamente consciente de ellas. Pensarlas solo las convertía en una posibilidad, una fantasía. Por mucho que supiera, al fin y al cabo, que probablemente fueran ciertas.

     Serena pareció ver su semblante dubitativo, y tras revisar que la sangre siguiera goteando a través de la pajita, se inclinó hacia él.

     —¿Lucas, te encuentras bien?

     Decidió callar, o al menos intentar callar, el eco de su cabeza.

     —Pude escucharte, ¿sabes? —El ceño de Serena se frunció con confusión. Lucas se relamió los labios, repentinamente secos—. En mi cabeza —especificó—, pude escuchar tu voz, diciéndome qué debíamos hacer para sacarte el veneno, la sangre del Demonio.

     —¿De verdad? —Serena sonó trémula, casi como si tuviera miedo y estuviera haciendo un gran esfuerzo por mantener la calma. De repente, pareció ansiosa por saber más—. ¿Qué dije? ¿Cómo pudiste escucharme?

     El bombardeo de preguntas azotó a Lucas sin piedad. El muchacho se tomó unos segundos para meditar sus respuestas antes de hablar.

     —Solo dijiste «sangría». De no haber sido por la inteligencia rápida de Hollie, creo que Max hubiera ido a la cocina a preparar una jarra de alcohol con frutas de inmediato.

     A pesar de las circunstancias bajo las que se encontraban, de que sus respectivos mejores amigos estaban fuera, en alguna parte de aquella gran casa, probablemente bajo el acecho de un Demonio que se transportaba a través de las sombras, rieron. Rieron, y tan pronto como se dieron cuenta sus risas murieron hasta convertirse en meras pinceladas secas en el silencio.

     —No sé cómo pude escucharte —admitió Lucas, continuando—; pero sé que lo hice. Fue como... apagar todo a mi alrededor y concentrarme en ti, en buscar algo a tientas sin saber bien el qué. Como si te hubiera estado buscando.

     Las mejillas de Serena enrojecieron levemente de nuevo. Se mordió uno de los carrillos, sin saber qué decir. La incomodidad volvió a flotar entre ellos, pero esta vez, de una forma distinta. Más privada, más tensa. Más íntima.

     —Lo que nos ocurre no puede ser normal —soltó por lo bajo.

     —Lucas abrió la boca para preguntarle qué había dicho, pero entonces su teléfono empezó a vibrar desquiciadamente a la par que una melodía sonaba.

     «Max», se leía en la pantalla.

     Lo descolgó lo más rápido que pudo y respondió:

     —¡Max! ¿Qué pasa?

     —Quizá sería bueno que tú y Serena vinieseis... —La que hablaba era Hollie—. Digamos que hemos caído en la trampa.





     Hollie intentó ignorar el hecho de que Max no paraba de tararear detrás de ella, y que la creciente oscuridad con los ruidos de la tormenta la estaban sacando de quicio. Bajaron las escaleras rápidamente y le hizo una seña al pelinegro para que se callara justo cuando empezaba a entonar la canción de Spider-Man.

     —Hazme el favor de no decir nada hasta que no salgamos de aquí —le murmuró con tono amenazante—. El Demonio podría estar en cualquier parte.

     El salón seguía tal y como lo habían dejado. Una luz mortecina se colaba por los grandes ventanales, iluminando la alfombra manchada de sangre y las cortinas caídas. Si el Demonio se encontraba allí, no lo advirtieron.

     —¿Te han dicho alguna vez que eres una aguafiestas?

     —Mira. —Hollie se giró y lo encaró. Las sombras danzaban en su rostro por la luz exterior—. No sé qué no entiendes. No es que me caigas mal, es que tu carácter me irrita, por lo tanto, no te soporto. Ahora mismo estamos en una casa con un maldito Demonio y no paras de cantar, lo que podría atraerlo por el sonido. Así que discúlpame si no quiero que nos descubran y ataquen.

     Max alzó las manos en son de paz y a continuación hizo como si se cerrara una cremallera en la boca. Con una sonrisa, Hollie volvió a girarse y se internaron en el salón. La paz no duró mucho.

     —¿Por qué no me soportas?

     —¡Ugh! Ya te lo he dicho —repuso ella—, y pensaba que habías dicho que no hablarías.

     —Incorrecto, en ningún momento he afirmado eso. Pones palabras en mi boca que no han salido de ahí. Pero enserio, ¿por qué no me soportas?

     —Porque eres un mujeriego. Ahora cállate.

     —Que me gusten las chicas y pasar el rato con ellas no implica que sea un mujeriego.

     —Bueno, ¿no son todos los hombres así? Escogen a una mujer, la seducen, la hacen sentir especial y después la cambian por otra. Es un cuento bastante antiguo. ¿No es eso lo que hacen los tíos como tú?

    —¿Los tíos como yo? —El ceño de Max se frunció—. Quizá algunos sean así. Pero yo no. Fue una de las lecciones que mi padre me enseñó a no cometer, por eso no me comprometo con ninguna chica y, si estoy con una, no miro a otras para después.

     La respuesta fue tan fría que Hollie tuvo que girarse y mirarlo, sorprendida. El rostro de Max era imperturbable, como si su sonrisa bromista y sus ojos brillantes rebosantes de altanería hubieran desaparecido; en su lugar, no encontró más que una máscara de puro granito. Hollie calló y no volvió a decir palabra.

     —Tú quédate aquí —le dijo Max unos minutos más tarde, cuando encontraron el panel de seguridad—. Yo iré al sótano para activar el panel de la luz.

     Hollie asintió, viendo cómo Max desaparecía de su vista. Por primera vez en su vida, verdaderamente se arrepintió de algo que había dicho.

     No pretendía hacer sentir miserable a Max, o molestarlo de aquella forma. Ella decía las cosas como las sentía, sin pensar dos veces. Era impulsiva y lasciva, no le gustaba mostrar cariño o sus propios sentimientos. Aquello era algo que le dejaba a su querida madre. ¿Se arrepentía de cómo había tratado a Max? Quizá. No estaba acostumbrada a disculparse, entonces, ¿por qué sentía que debía hacerlo ahora?

     Hubo un chasquido que resonó por toda la casa, y unos segundos más tarde, los botones del panel de seguridad se tornaron de un color rojo neón. Las lámparas del salón se encendieron y Hollie, sorprendida, miró a su alrededor histéricamente.

     Pero el Demonio no estaba a la vista.

     Suspiró y enroscó un mechón rubio en su boca antes de volver la vista al panel y empezar a tocar todos los botones. No tenía ni idea de qué estaba haciendo, apenas podía entender con claridad algunos símbolos dibujados en los botones. Pulsó hasta el último de ellos y activó las pequeñas palancas alzándolas hacia arriba. Una vez todo estuvo conectado —o eso le pareció—, volvió a sonar otro chasquido.

     Con paso vacilante, se situó delante de los ventanales y los cerró. El seguro automático emitió un suave «¡click!» y cuando intentó abrirlas de nuevo, no pudo. Bien. Al menos el sistema de seguridad estaba operativo, igual que la luz. Sonrió para sí misma y pensó en buscar a Max antes de volver a la planta de arriba para la siguiente parte del plan.

     Un grito sonó desde alguna parte.

     La sangre de Hollie se congeló y abrió los ojos con horror. Aquel grito no podía haber pertenecido a nadie más que a Max. En un abrir y cerrar de ojos se encontró a sí misma encendiendo todas las luces que encontró a su paso, mientras sus pies la conducían escaleras abajo, hacia el desván.

     Podía sentir el pulso palpitándole en la garganta y los escalofríos envolviéndole todo el cuerpo. Todo en ella parecía la maquinaria de un coche de carreras que alguien acababa de arrancar, pisando el acelerador a fondo.

     La puerta del desván estaba entreabierta, y en su interior, una única luz, una bombilla que colgaba de sus propios cables, se balanceaba de un lado a otro, frenética. Hollie abrió la puerta empujando con ambas manos y trastabilló intentando recuperar el aliento. Alzó la vista, dispuesta a renunciar a su móvil, lanzándolo si era necesario.

     Pero lo que encontró fue a un Max sentado en el suelo, jugando con una vieja consola. Tenía una cara de concentración infinita y sus labios estaban apretados en una fina línea.

     —¡Oh, vamos! —exclamó de pura frustración—. ¡No puedes dejar que Luiggi te adelante, Mario! ¡Mierda, el maldito Bowser me viene por detrás!

     —¡¿Es que eres gilipollas?! —gritó Hollie, sin poder contenerse ni un segundo más.

     Max se giró hacia la entrada al sótano y al instante volvió la vista a la consola.

     —Hola a ti también.

     Nuevamente aquel tono frío. Hollie sintió una opresión en el pecho. No sabía qué le molestaba más: que Max actuara de aquella manera o que le hubiera estado a punto de dar un ataque al corazón. Por un momento, verdaderamente había creído que el Demonio había encontrado a Max. Por una milésima de segundo, había dudado al pensar en lo que se encontraría tras la puerta del sótano.

     ¿El cadáver de Max todavía tibio, quizá? ¿Al Demonio desgarrándolo en canal? No lo sabía con certeza. De lo que estaba segura era que si el Demonio no acababa con él, lo haría ella. Había creído que se encontraba en peligro, incluso había llegado a considerar darlo por muerto. ¿Pero en su lugar qué encontraba? Que el muy estúpido se había pasado los últimos minutos jugando a un juego en una vieja Nintendo.

     —¿Esto es alguna clase de broma para ti? —le espetó, un poco más calmada—. Me estás diciendo que te has tirado aquí un buen rato jugando con un Demonio en alguna parte de esta casa, ¿enserio?

     —Totalmente. Y no, no es ninguna broma.

     ¿Por qué respondía de aquella manera? ¡La estaba sacando de quicio!

     —Estoy alucinando ahora mismo. Es que no me lo puedo creer. Tú eres tonto de remate.

     —¿Puedes dejar de insultarme? —Un tono hostil cubrió la voz de Max—. Es bastante cansado, ¿sabes? Que no dejes de insultarme continuamente. Sé que no soy un chico ejemplar, y que hago demasiado el imbécil, pero a todos nos acaba cansando que nos insulten cada dos por tres a todas horas. ¿Sabes que eso es una forma de bullying psicológico o alguna cosa de esas?

     Hollie cerró la boca al instante y se restregó la cara con las manos, soltando un sonoro suspiro. ¿Cuántos iban ya? ¿Debía pensar en comprarse un paquete de globos para hincharlos? Al menos de aquella forma tanto aire desperdiciado le serviría para algo.

    —Perdón —dijo finalmente. Max alzó la cabeza y la observó. Hollie se removió, incómoda—. Perdón por insultarte tanto sin tregua. Sé que no es justo. Y realmente no tengo excusa para ello. Lo único que puedo hacer es disculparme. Muchas veces no soy consciente de lo que digo o la forma en la que lo digo.

     —Está bien —musitó el pelinegro en respuesta.

     La rubia asintió, más para sí misma que para él. Observó la sala ordenada pero polvorienta que era el sótano y sintió que el frío de la humedad empezaba a pegarse a su piel. Un escalofrío la recorrió y se frotó los brazos.

     —¿Entonces la luz ya está? —preguntó. Max señaló la bombilla que todavía se columpiaba sobre sus cabezas.

     —Está encendida, ¿no?

     —El panel de seguridad ya está activado, también. Volvamos a la habitación.

     Un rayo crepitó en el exterior y de un segundo a otro, sin dejarlos reaccionar, la puerta fue azotada, cerrándose. El sonido combinado los sobresaltó a ambos y Max dejó la consola olvidada en el suelo mientras Hollie se acercaba a él. La bombilla empezó a parpadear.

     —Me debes estar jodiendo —soltó Max.

     La bombilla se apagó.

     —¿Ha vuelto a irse la luz? —cuestionó Hollie. El pelinegro encendió la linterna del móvil y miró la caja de los fusibles. Negó.

     —No, todo sigue activado.

     —Los mares se parten y a los muertos condenan.

     —Me debes estar jodiendo —repitió el muchacho.

     —¿Puedes dejar de decir eso? —Hollie miró a su alrededor, en vano. La oscuridad volvía a ser plena—. Estamos los dos igual de jodidos, ¿vale? No es momento para ponerse histérico.

     —¿Es que tú no lo estás o qué? ¿Eres humana o no humana como tu amiga Serena?

     —¿Pero de qué coño hablas?

     —No te hagas la loca. Serena no es humana.

      —Muy bien, Einstein, pero este no es momento de probar una teoría.

     —Era una afirmación...

     —Qué espléndido. —Se congelaron al instante. Aquella voz susurrante de nuevo; el Demonio—. Me han traído un sabroso bocado. Lucifer me sonríe en esta fatídica noche de pesadilla.

     —Tío, hablas como esos villanos de pacotilla de sectas satánicas, ¿todo bien en casa?

     Hollie giró la cabeza lo más rápido que pudo y fulminó con la mirada a Max.

     —¿Te estás poniendo a vacilar a un Demonio? ¿Pero tú estás tonto o qué?

     —¿Otra vez con los insultos?

     —Para un niño de preescolar quizá lo sea, para ti no. No exageres tanto.

     El Demonio soltó una carcajada rasposa y los dos jóvenes sintieron como las sombras ondulaban hasta donde estaban ellos, acariciándoles los brazos con trazos siniestros. El tacto era húmedo y casi viscoso, horripilante.

     Max y Hollie gritaron al unísono y se apartaron casi al instante. El móvil de la rubia cayó al suelo y esta soltó una maldición. La luz que colgaba del techo empezó a temblar incontrolablemente mientras el Demonio avanzaba todavía más hacia ellos. Hollie cogió a Max por el brazo y lo arrastró hasta el otro extremo de la estancia, lo más lejos que pudo. Se giró para mirarlo y sus ojos desbordados de miedo fueron el reflejo de los de él.

     —Dame tu teléfono —demandó con urgencia. Max la miró con confusión y Hollie volvió a insistir—. ¡Max, no tenemos tiempo!

     —Está bien, está bien —respondió él. Hollie marcó un número rápidamente y se colocó el auricular en la oreja.

     —¡Max! —contestó la voz de Lucas al otro lado de la línea—. ¿Qué pasa?

     —Quizá sería bueno que tú y Serena vinieseis... Digamos que hemos caído en la trampa.

     —¿Trampa?

     —Estamos con el Demonio y bloquea la salida del sótano, no podemos salir. Nos tiene arrinconados. Tienes que venir con Serena cuanto antes.

     El Demonio volvió a avanzar y Max rebuscó en las estanterías a su lado. Encontró unos adornos de Navidad en una caja y empezó a lanzarle bolas carmesíes de cristal al ente, esperando infringirle algo de daño.

      —¡Lucas! —chilló Max para que su mejor amigo pudiera escucharle—. ¡No creo que a esta cosa le guste cantar villancicos y preparar galletas para Santa, así que ya puedes estar trayendo tu culo rubio hacia aquí!

     —Estamos en camino.




     Lo único que escuchaba Serena era su respiración errática. La suya y la de Lucas, unos centímetros por delante de ella y corriendo como si el Diablo les persiguiera.

     Irónico.

     La cabeza había empezado a darle vueltas unos minutos antes de la llamada de Hollie, pero había decidido callarse y no decir nada al respecto. Su prioridad no era la condición en la que estuviera, sino acabar con el Demonio cuanto antes; ya tendría tiempo para curas más tarde.

     Después de que Hollie llamara, Lucas había intentado convencerla —en vano, cabía destacar—, de que se quedara en la habitación. Pero de un segundo a otro se había deshecho del catéter en su brazo y saltaba a la carrera atravesando la puerta. Eventualmente, aun así, más pronto que tarde, Lucas la había alcanzado y adelantado.

     No era necesario recalcar que el plan se había ido, como diría cualquiera, a la mierda.

     Odiaba admitirlo, pero estaba todavía demasiado debilitada. Sabía que gran parte de la sangre del Demonio y, por ende, su veneno, se encontraban fuera de su sistema, pero todavía podía sentir el frío corrosivo que le recorría las venas y que se retorcía en su torrente sanguíneo.

     Para alguien como ella, un Caído, la toxina de la sangre de Demonio podía resultar mortal. La toxina podía tener dos reacciones perjudiciales: la muerte, o bien la corrupción de lo que quedaba del alma del Caído. Los Caídos no pertenecían ni al Cielo ni al Infierno, vagaban en un limbo invisible, en la Tierra, y un acontecimiento relevante con un Demonio o un Ángel podía significar que la balanza del alma del Caído se inclinara a favor de uno u otro.

     Serena, para su suerte —si es que podía considerarla de aquella forma—, era demasiado fuerte como para que un poco de veneno surtiera algún tipo de efecto en ella. Sin embargo, una pequeña porción de ella ya estaba experimentando un ligero cambio, uno colateral. Miró sus manos mientras seguía corriendo por los pasillos hasta el sótano. La piel manchada de icor negruzco no le impidió ver las uñas curvas y las ligeras escamas cenicientas que desquebrajaban su piel alrededor de los dedos y las palmas.

     «Mierda, mierda, mierda»  —fue lo que pensó, apretando los puños con fuerza. Lucas parecía no haberse dado cuenta, y en parte, era mejor para ella que se mantuviera en la ignorancia.

     La puerta del sótano, tal y como Hollie le había dicho a Lucas, estaba cerrada. Intentaron abrirla entre los dos, empujando con sus hombros cogiendo carrerilla, incluso forzando la cerradura, pero sus esfuerzos no tuvieron efecto alguno. Lucas se pasó las manos por el pelo, desesperado.

     —¿Qué coño podemos hacer? —murmuró para sí, aunque Serena pudo escucharlo con claridad—. ¿Qué podemos hacer? ¡Joder!

     —Lucas tienes que calmarte —habló ella, intentando en vano tranquilizarlo.

     —¿Cómo quieres que me calme cuando esa cosa está ahí con Max y Hollie, y ni siquiera podemos entrar?

     —Poniéndote así no vamos a conseguir nada -razonó Serena.

     El joven procedió a arremeter contra la puerta una vez más. Serena lo observó hasta que un dolor punzante en sus manos le hizo bajar la vista de nuevo, soltando un quejido de dolor.

     Las escamas se propagaban hasta sus antebrazos. ¿Tan débil estaba que lentamente el veneno estaba afectándole en toda su magnitud? Calculaba que le quedaban solo algunos minutos más, media hora como mucho, antes de que todo fuera a peor. El brillo de las garras captó su atención por unos segundos y entonces se le ocurrió una idea. Alternó la vista entre las afiladas uñas y la puerta de acero del sótano.

     —Lucas, hazte a un lado —demandó.

     Él la miró sin entender antes de que sus propios ojos vieran las garras. Abriendo la boca como si quisiera decir algo, conmocionado por la metamorfosis a medio camino, no tuvo tiempo a pronunciar palabra alguna. Serena se lanzó contra la puerta como un torbellino de cabellos de fuego y una luz cegadora se propagó desde lo más profundo de su pecho mientras sus manos se lanzaban hacia delante para alcanzar la puerta.

     Lucas cerró los ojos fuertemente y se cubrió el rostro. Segundos más tarde observó la puerta arrancada de sus gozones, medio derretida en algunas partes; la cerradura había desaparecido, fusionándose con el resto del acero.

     A un lado, Serena se apoyaba contra la pared adyacente, sin aliento y respirando a duras penas. Sus manos ahora estaban manchadas de un líquido plateado y su melena rojiza se encontraba más alborotada que con anterioridad.

     —¿Cómo...?

     —No hay tiempo para eso, Lucas. —Serena se despegó de la pared y esbozó una mueca, tambaleándose. Lucas llegó hasta ella y alargó los brazos para sujetarla, pero ella se apartó—. Si me tocas, te quemarás. Y mucho. No te lo aconsejo demasiado. Vamos, vía libre.

     Pero el sonido de la puerta al ser derretida y posteriormente chocando contra el suelo había alertado al Demonio, y antes de que Lucas pudiera procesar qué ocurría a su alrededor, el suelo le dio la bienvenida y sintió un peso profano cerniéndose sobre su propio cuerpo y un aliento putrefacto que le acariciaba asquerosamente el rostro. El Demonio se le había echado encima.

     El olor a putrefacción volvió a introducirse en sus fosas nasales y escuchó a Serena exclamando su nombre. Unas uñas intentaron clavarse en su garganta, pero nunca llegaron. El Demonio soltó una vociferación terrible mientras Serena lo arrancaba de su posición encima de Lucas. Lo lanzó al suelo con esfuerzo, pero aun así con fuerza sorprendente y sus propias manos se curvaron entorno al cuello de la criatura.

     Lucas se levantó con esfuerzo, a la par que Max y Hollie acababan de subir las escaleras. Con un gesto de cabeza, Lucas les indicó que le ayudaran y entre los tres intentaron levantar la puerta, ahora solidificada por completo una vez más. El fútil intento desvió su atención del forcejeo entre Serena y el Demonio.

     La chica volvía a estar en desventaja de condiciones. El Demonio había dejado escapar sus sombras y ahora estas envolvían las muñecas escamosas de Serena. A pesar de que la luz volvía a estar encendida, el Demonio no parecía afectado en lo más mínimo.

     Las alarmas resonaron por la mente de Serena ante aquello. ¿Qué clase de criatura hecha de sombras no era vulnerable a la luz? No era normal. Aquel Demonio parecía más fuerte que los que había visto y con los que se había enfrentado en alguna ocasión. Ofrecía una resistencia increíble y no parecía ni mínimamente afectado por la iluminación fuera del desván.

     Perdida en sus pensamientos, sintió las garras del demonio clavarse entorno a su cuello y forcejeó todo lo que pudo, rodando sobre sí misma para quitarse a la criatura de encima. Unas segundas manos agarraron al ser por los hombros y tiraron de ellos para incorporarlo. Libre del agarre, Serena observó a Lucas, asombrada porque la estuviera ayudando. Entre los dos intentaron reducir al Demonio y la fuerza que este empleaba, pero era inútil. Los superaba a ambos en fuerza y estaban demasiado cansados como para poder retenerlo contra el suelo.

     —¡Apartad!

     La voz que sonó no pertenecía a ninguno de los cuatro jóvenes. Aún así, Serena sintió las manos de Lucas curvarse alrededor de su torso y apartarla del Demonio justo cuando la puerta desgonzada, levantada por unas manos fuertes y de dedos largos, se estrellaba contra el Demonio antes de que este pudiera siquiera desaparecer. Todos observaron estupefactos, distinguiendo un borrón de cabellos negros y ojos igual de oscuros, antes de que el desconocido le hiciera un gesto a Serena. Sus nudillos estaban blancos a causa de la fuerza que ejercía el varón; estaba utilizando la puerta de acero para aplastar a la ser de sombras contra el suelo.

     Serena no desvió su vista de los ojos concentrados y oscuros de el hombre que acababa de entrar.

     Aquel olor...

     —Todo tuyo —le comunicó a ella, interrumpiendo sus sentidos. Serena se soltó del agarre de Lucas y les indicó a los otros tres, menos al desconocido, que dieran unos pasos atrás.

     Si la luz normal no tenía efecto alguno en aquella bestia, debía recurrir a otro tipo de luz.

     Se concentró todo lo que pudo y en un abrir y cerrar de ojos, sintió que el fuego quemaba en sus venas. Se abrió paso a través de su cuerpo como la mecha prendida de una bomba. El calor se propagó por todas sus extremidades y entonces, explotó.

     La luz cegadora que desprendió fue a parar a la puerta encajada fuertemente contra el torso del Demonio. Este gritó y se retorció, soltando chillidos estridentes que les provocaron a todos un dolor terrible. Las sombras parecieron alargarse hacia la criatura, pero Serena no las dejó llegar hasta ella. Su luz se curvó entorno al Demonio aprisionándolo en una cúpula de fuego blanco hasta que los gritos cesaron.

     Serena soltó un suspiro entrecortado cuando acabó, sus rodillas cediendo bajo su peso. El corazón le latía desbocado en el pecho y un frío helado le invadió el cuerpo. Delante de ella, ni la puerta o el Demonio habían sobrevivido a su estallido de poder.

     Los párpados se le tornaron pesados y, lentamente, cayó al suelo, colapsando ante el cansancio y el poco veneno que aún quedaba dentro de ella. Antes de cerrar los ojos por completo, consiguió ver dos figuras que la miraban: una con una foresta en llamas y la otra, con un foso de profundo escarlata.







¡Hola!

Hasta aquí llega el capítulo trece. Oficialmente se ha acabado y vaya que si han pasado cosas, ¿eh? Ha sido un poquito intenso así todo en conjunto, al menos me gusta pensar que lo ha sido. Esta parte ha sido de 5.198 palabras. Y el capítulo trece al compelto, de 11.149 palabras. Estoy que no me lo creo, porque madre mía.

No hace falta que este capítulo en sí ha sido crucial en muchas cosas, ¿no? Aquí es cuando se marca la diferencia de verdad de la buena.

¿Qué os ha parecido? ¿Os ha gustado el momento entre Lucas y Serena? ¿Qué me decís de los intercambios y la escena entre Max y Hollie? ¿Por qué el Demonio de sombras habrá resultado ser anormalmente más fuerte? ¿Se recuperará Serena por completo después de dos estallidos de poder y del veneno que todavía sigue dentro de ella? ¿Quién ha entrado en escena en el último momento para socorrer a los chicos?

¡Votad y comentad!

¡Besos! ;*

-Keyra Shadow.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro