Capítulo XII. El Gato y el Ratón ⊱P.II
Las corrientes de aire callaron unos instantes después, sumiéndolo todo en un perpetuo silencio inquebrantable, salvo por las respiraciones aceleradas del salón. No podían verse los unos a los otros, ni siquiera podían comprobar si la sangre del Demonio seguía goteando fuera del propio torrente sanguíneo de Serena, pero escucharon el goteo chasqueante y el alivio los invadió; sin embargo, no alejó la incertidumbre y el miedo que empezó a circular por sus cuerpos.
Lucas sintió que su pulso empezaba a acelerarse. Con cada respiración que daba, el pecho se le hinchaba de manera dolorosa. Sintió sus extremidades entumecidas y el miedo se apoderó lentamente de su cuerpo. Lo consumió de manera pausada, casi metódica. Siguió un patrón ya conocido, repetido tantas otras veces en el pasado que no tardó en dejarlo paralizado en el sitio. La oscuridad era plena y densa, salvo por el ocasional crepitar de un rayo en el cielo y la leve luz que conseguía colarse a través de las grandes cortinas.
Pero Lucas no podía pensar con claridad, no podía reaccionar en aquel instante. En la lejanía, escuchó a Max mascullar una maldición, antes de que sintiera sus hombros presionados por unas manos cálidas. La calidez contrastó con el frío vacío de la oscuridad como las gotas de sangre que habían caído sobre la alfombra blanca del salón, cuando le habían hecho la incisión a Serena en el brazo.
—Lucas —llamó Max—. Lucas, muévete. Vamos, espabila...
El llamado sonaba distante en los oídos del rubio. Solo podía escuchar con claridad su respiración cada vez más acelerada. Le estaba dando un ataque de pánico, podía sentirlo. El miedo tiraba desde lo más profundo de su mente y le paralizaba el cuerpo. Era incapaz de moverse.
—¿Qué le ocurre? —Escuchó que le preguntaba Hollie a Max.
El pelinegro soltó otra maldición—: Está teniendo un ataque de pánico. Le aterra la oscuridad. Tenemos que conseguir algo de luz como sea. —Entonces pareció encontrar la solución perfecta y rebuscó entre los bolsillos de sus pantalones—. Hollie, las linternas de los móviles, deprisa.
Todo había sucedido tan rápido que apenas se habían acordado de que disponían de sus teléfonos para facilitarles luz. Tanto uno como otro buscaron sus móviles y activaron las linternas. Aunque débiles, las luces fueron suficientes como para iluminar sus posiciones a duras penas. Max enfocó el rostro de Lucas y el rubio cerró fuertemente los ojos a causa de la repentina iluminación. Parpadeando, se frotó los ojos con el dorso de la mano y giró la cabeza para alejarse de la luz. Max soltó un suspiro, viendo que por fin reaccionaba.
—Respira un par de veces, tío —le aconsejó su mejor amigo—. Te ha dado un ataque hace unos segundos y por un momento pensaba que te caerías al suelo y te morirías ahí mismo.
—Eres super gracioso, enserio —ironizó Lucas, encontrando su voz por fin.
—Dame las gracias después, ¿quieres? Si es que salimos vivos de esta.
La luz se había ido. Los generadores de emergencia parecían haber sido mañados, porque tampoco hicieron que la luz volviera. Hollie se acercó hasta el interruptor de la pared con paso vacilante, móvil en mano, y sus dedos presionaron la tecla, pero no ocurrió nada. La negrura era espesa y el aire dentro de la gran casa se volvió tenso, tosco y atemorizante.
—Venga... —susurró Hollie, volviendo a presionar el interruptor. Nada.
Quizá, por otra parte, debería haber permanecido sin pronunciar palabra alguna. Su voz, aunque baja y suave, temblorosa, quebrantó el silencio y este, como si tuviera vida propia, como si realmente fuera un ser invisible, se enfureció.
Las ventanas se abrieron de golpe y las puertas con ellas, tan rápido, tan estruendosamente, que lo único que pudieron hacer fue gritar.
—¡Cerrad! -gritó la rubia corriendo a la primera ventana que vio de par en par, alentando a los chicos a moverse—. ¡Deprisa, cerrad! ¡CERRAD!
Max y Lucas se movieron en completa sincronía y se alzaron desde sus posiciones. El rubio todavía permanecía un poco tambaleante después del pánico inicial, por lo que estuvo a punto de caer varias veces. Las ventanas del salón eran cinco en total, dispuestas en todo lo largo de la pared, grandes cristaleras con cortinas de terciopelo que llegaban hasta el suelo. Empujaron las telas con sus manos y maldijeron antes de poder cerrar las ventanas.
Pero cuando se apartaron, unos minutos después, el silencio volvió a rugir y las cortinas se sacudieron desde sus ganchos y se soltaron en una maraña de tela carmesí hasta el suelo. El viento aulló con una risa escalofriante y se quedaron muy quietos.
La voz que sonó desde alguna parte fue inhumana, anormal. No podía, de ninguna manera, pertenecer a aquel mundo. Gutural pero aterciopelada, sedosa pero mortal. Una risa de ensueño y pesadilla, de luz y oscuridad, resonó por las paredes:
Los cielos se abren,
Las tierras tiemblan.
Los mares se parten,
Y a los muertos condenan.
No supieron si venía del exterior o si realmente estaba dentro de la casa, pero el vello de todo el cuerpo se les puso de punta y se buscaron los unos a los otros atropelladamente, intentando llegar hasta el sofá donde Serena seguía con la sangría. Lucas tanteó la oscuridad escuchando las respiraciones aceleradas de sus compañeros y se arrodilló al lado del sofá, cogiendo el brazo de Serena. Cogió su propio teléfono y enfocó con la linterna el lugar en el que todavía se deslizaba la pajita.
—Tenemos que irnos de aquí —dijo, tirando de la pajita y sintiendo que sus dedos se manchaban. Hollie habló, y a pesar de que no podía verla, dedujo que se encontraba a su derecha.
—Las habitaciones de arriba, podemos ir allí. Entonces podremos pensar qué hacer.
Tomando impulso, el rubio tomó a Serena en brazos, pasando una de sus manos por debajo de sus muslos, acomodándola mejor. Max ya estaba subiendo las escaleras con paso vacilante, asegurando el terreno de forma rápida. Dejó a los otros tres solos mientras emprendía el camino hacia arriba, iluminando el lugar con la linterna de su móvil.
Hollie lo imitó y tomó el bol, el botiquín, el cuchillo y la pajita.
—Vamos, antes de que se desangre —alentó. Lucas solo alcanzó a asentir antes de seguirla.
Subieron las escaleras escuchando todavía el rugiente viento. La camiseta cada vez estaba más húmeda, Lucas podía percibirlo a través de la tela. El brazo de Serena había acabado atrapado entre sus dos cuerpos, y no le hizo falta mirar para saber que su propia camiseta empezaba a ser cubierta por una mancha vermeja.
Las habitaciones de la planta de arriba les dieron la bienvenida con las puertas cerradas, todas, menos una. En ella, justo bajo el marco, Max aguardaba con rostro ansioso. Al verlos, dejó de morderse las uñas de la mano izquierda y los iluminó con la linterna.
—Venga, joder, daos prisa —apremió. Hollie y Lucas acudieron lo más rápido que pudieron.
—Es fácil decirlo cuando vas con las manos vacías —terció Lucas. Max hizo una mueca.
—Me he sacrificado subiendo solo aquí arriba para asegurarme de que no hubiera algo o alguien —se defendió.
La habitación que Max había escogido no fue otra que la de Serena. A Lucas no le hizo falta preguntar para saberlo. La decoración —y aunque quisiera negarlo—, el olor, le confirmaron sus sospechas.
—Ponla en la cama —señaló Hollie, mirándolo e indicándole cuál de los dos catres era el indicado.
A paso apresurado, se aproximó allí y depositó a la pelirroja sobre el suave edredón, con su cabeza descansando sobre la pequeña montaña de almohadas. Lucas se retiró, con tal de darle paso a Hollie y que volviera a poner la pajita en el corte del brazo y el bol en el suelo. Las sábanas no tardaron en teñirse de un rosa rojizo pálido, allí donde el brazo de Serena había reposado.
—Max —llamó Lucas—; la puerta, venga.
Tal y como habían hecho en su casa la noche del ataque del Sr. Red, los dos muchachos se encaminaron hacia la puerta con la intención de atrancarla con todo el mobiliario pesado que fueran capaces de mover, pero antes de que pudieran dar un paso más, arrastrando un somier entre los dos, una sombra cubrió el umbral de la puerta y una ola invisible pareció retenerlos en sus sitios. Hollie respiró aceleradamente y ahogó un grito, mientras Max y Lucas se quedaban completamente paralizados.
—Dadnos lo que buscamos... —esbozó la voz, fría, siniestra y susurrante—. Entregádnoslo y nadie será herido.
—No sabemos de qué coño hablas —se atrevió a decir Lucas, intentando combatir contra la fuerza invisible para moverse—, lo que sea que seas.
Sus músculos parecían engarrotados. Moverlos implicaba un punzante dolor que se extendía por todo su sistema locomotor. Respirar se estaba volviendo una tarea sumamente difícil.
—Oh, pero sí sabéis de lo que hablo —siguió diciendo la sombra—. Lo sabéis muy bien, pero todavía no sois conscientes de ello...
El ente volvió a perderse por el pasillo con una risa pavorosa antes de arremeter contra la puerta, abriéndola de par en par. Max y Lucas se sacudieron intentando deshacerse del agarrotamiento. Los dientes de Lucas chirriaron y sintió que un repentino calor le invadía el cuerpo. Casi podía jurar que sus venas estaban llenas de lava líquida e hirviente, una rabia burbujeante que quería, por encima de todo, abrirse paso hacia el exterior y entrar en erupción.
—¡Cerrad la puta puerta ya! —gritó Hollie desde atrás, histérica.
La ola invisible no la había golpeado, por lo que, con un rápido movimiento, se hizo con la primera cosa que sus manos tocaron —que resultó ser la lámpara de la mesita de noche de su izquierda—, y la lanzó con fuerza hasta darle a las sombras. El ente, que se había quedado todavía bajo el marco, retrocedió el tiempo suficiente como para que Hollie se lanzara contra la puerta.
El portazo resonó por toda la casa y un grito sórdido resonó al otro lado, en el oscuro pasillo. Max y Lucas pudieron volver a moverse y siguieron moviendo el somier con la ayuda de Hollie. Amontonaron tantos muebles pudieron, incluso las cosas más insignificantes. Ocho minutos más tarde, una pequeña barricada se había formado contra la única entrada a la habitación.
—¿Creéis que pueda encontrar los conductos de ventilación? —preguntó Max.
Hollie se tiró al suelo para recuperar el aliento tras el sobresalto de la última media hora.
—No tengo ni idea —admitió—. Pero no es como si pudiéramos tapar el conducto de esta habitación. Solo podemos montar guardia hasta que Serena esté mejor. Ella sabrá qué hacer entonces.
Lucas se giró para mirar a la muchacha todavía inconsciente. El bol de sangre negra alcanzaba lentamente un cuarto de su capacidad y el color estaba volviendo de manera pausada a la normalidad en el brazo con el catéter improvisado. Se acercó caminando despacio hasta que estuvo lo suficientemente cerca y se arrodilló delante del bol.
Contuvo la respiración y una bilis amarga que le quemó la garganta. Tragó buscando deshacerse de la sensación, pero esta persistió aún cuando ya no tenía ganar de vomitar. Ver sangre negra era más traumatizante y enfermizo que ver sangre corriente. Incluso su densidad parecía más espesa y horripilante. Después estaba el olor, putrefacto; un olor que recordaba vagamente al que desprendían los cadáveres, o al menos, a lo que Lucas se imaginaba que olieran.
Hizo una mueca ante sus pensamientos. ¿Imaginar a qué olía un muerto? ¿A tal nivel de poca cordura había llegado? Los acontecimientos se repitieron en su mente uno tras otro. La cordura lo había abandonado en una cuneta sin siquiera despedirse hacía semanas.
Un revoloteo bajo los párpados de Serena le hizo centrar su atención en ella de nuevo. Sus ojos se movían, intranquilos, danzando entre sueños. O quizá eran pesadillas. Aquello era buena señal; Serena estaba recobrándose del ataque. Pese a la buena noticia recientemente descubierta, Lucas estaba intranquilo. Si Serena estaba despertando ahora, era porque él había conseguido leerle el pensamiento.
Lucas siempre había creído que era común, un ser humano corriente al que le apasionaban los mundos de fantasía y la ciencia ficción. Que amaba a todo tipo de héroes y soñaba con derrotar poderosos villanos. Pero nunca se le pasó por la cabeza que pudiera llegar a ser tan normal como podía serlo un cactus en mitad del mar.
¿Era humano? ¿Era como Serena, fuera lo que ella fuera? ¿Le saldrían colmillos o bello en exceso por todo el cuerpo? ¿Qué era Serena, de todas formas? ¿Un vampiro? ¿Una mujer lobo? ¿Un hada? ¿Una sirena?
—Tengo muchas preguntas —murmuró en voz baja, lo suficiente como para que ni Max ni Hollie le escucharan. Su mano se deslizó perezosamente por los nudillos blancos de la mano inerte de la pelirroja. Fue un gesto inconsciente, y cuando se dio cuenta, apartó su propia extremidad lejos de la de ella. Suspiró—. Y solo tú puedes responderlas, así que debes despertar.
«Despierta.»
Una idea repentina se paseó por las profundidades de su mente. Si había sido capaz de leerle el pensamiento a Serena, si lo deseaba, ¿podía volver a meterse en su cabeza? Una serie de escalofríos le envolvieron el cuerpo ante la idea. ¿Era capaz de hacerlo? ¿Realmente podría?
Perdido en sus pensamientos, no se dio cuenta del momento en el que Hollie se posicionaba a su lado. Tampoco que Max se había acercado apresuradamente, o que los párpados de Serena se levantaban de forma perezosa y casi trabajosa. Lucas tragó fuertemente antes de darse cuenta de lo que estaba ocurriendo: Serena despertaba.
Mínimamente desorientada, a Serena le llevó un par de segundos darse cuenta de donde se encontraba y con quién. Después de procesar lo que había ocurrido, se alzó de golpe y estuvo a punto de caer al suelo por una ola de mareo. Los brazos de Lucas impidieron que tropezara con el bol de sangre y que, por ende, el contenido de desperdigara por el suelo y lo poco que quedaba de la piel clara de la pelirroja.
Un sonrojo tímido se deslizó por las mejillas de la joven y recuperó el equilibrio, volviendo a sentarse en la cama. Lucas se aclaró la garganta incómodamente, dando un paso atrás y cruzándose de brazos. Max bostezó, ajeno a la forma de actuar de ambos, pero Hollie los miró con los ojos entrecerrados, suspicaz.
—¿Dónde está? —La voz de Serena era pastosa y ligeramente ronca mientras sus ojos se movían por toda la habitación—. ¿Dónde está el Demonio?
—Espera —objetó Max—. ¿Entonces realmente era un Demonio?
—No hay tiempo para eso ahora —cortó Serena—. Debemos...
—Oh, no me vengas con esa. —Lucas frunció el ceño y la señaló—. Llevo viviendo las últimas semanas más raras de toda mi puta vida. Y no soy el único. Creo que hablo por todos, al menos por Max y por mí, cuando digo que nos merecemos una explicación. Hemos visto y vivido cosas que se supone que solo pasan en las series, las películas y los libros. Así que responde a la pregunta, por favor.
Por una milésima de segundo, los ojos de Serena se tornaron dorados, pero con un parpadeo, el avellana le devolvió la mirada a la feroz foresta del rubio.
—Está bien. Sí, era un Demonio. —La confirmación ni hizo sino aumentar la tensión que ya reinaba en todos. Confirmarlo implicaba que verdaderamente era real. Aquello era otro nivel de locura—. Ahora debemos buscar la forma de sacaros de aquí mientras yo me ocupo de él.
—¿Ocuparte de él? —cuestionó Hollie, sin dar crédito a lo que escuchaba—. Estás demasiado débil como para enfrentarte a eso tu sola, Sera. No vamos a movernos de aquí.
—A mí me gustaría ir al baño... —murmuró Max. Con una mirada de Hollie, sus ojos se abrieron con horror y asintió frenéticamente—. Uh, sí. Es decir, no. No vamos a dejarte sola y no nos moveremos de aquí.
—No vamos a irnos —reiteró Lucas. La atención de Serena se desvió a él, sorprendida.
—Entonces tendréis que ayudarme —terció como toda respuesta—. Como ha dicho Hollie, estoy demasiado débil todavía. Mientras recupero las fuerzas, necesito que vayáis siguiendo las indicaciones que os dé. Debemos encerrar al Demonio aquí y asegurarnos de que no pueda salir.
—¿Cómo haremos eso? —preguntó Hollie.
—¿Y cómo sabemos si el Demonio sigue aquí? —Lucas alzó una ceja, interrogante.
—Está aquí, creedme. Ha probado mi sangre y sabe lo que soy. Se estará preguntando qué hace alguien como yo aquí, he captado su atención.
Lucas frunció los labios. ¿Podía ser Serena aquello que buscaba el Demonio? ¿Cuáles eran las probabilidades de que aquello fuera cierto? ¿Y qué quería decir Serena con «se estará preguntando qué hace alguien como yo aquí»? El rubio se talló las sienes y soltó un suspiro de frustración. Como si pensara lo mismo que él, Max hablo:
—El Demonio dijo que buscaba algo que nosotros teníamos pero de lo que no éramos conscientes. ¿Se refería a ti?
¡Hola!
Perdón por no haber actualizado en tanto tiempo. Me dio un bloqueo bastante tonto -de esos que dan ganas de pegarse de cabezazos contra la pared-, y no pude escribir hasta la semana pasada y a ratos. Esta tarde he arrancado todavía más y he podido avanzar mucho lo que tenía, pero os cuento el problema que he tenido:
2827 palabras. De eso ha constado esta parte del capítulo. Sé que dije que sería más larga que la anterior, pero estaba quedando demasiado larga. En total, con la segunda parte todavía por acabar, tenía 5.197 palabras, y si bien me gustan especialmente los capítulos largos, sentía que para el promedio de esta novela, ya lo estaba siendo en exceso, porque como he dicho, todavía no estaba acabado.
Había dos partes en las que podía acabarlo, esta y otra más, un poco más avanzada. No he escogido la segunda porque de lo contrario me quedaba un capítulo muy desconpensado en la que será la tercera y última parte. Además, esa pregunta de Max es muy interesante, ¿no creéis?
¿Qué os ha parecido? ¿Qué creéis que ocurrirá? Como ya bien se sabe, lo mejor siempre para el final.
Por cierto, Plumas de Ceniza quedó en primer lugar en un concurso, ¡¿os lo podéis creer?! Estoy que me subo por las paredes, además ganó varios premios más y estoy que no quepo en mí desde entonces. Simplemente no me lo creo.
Felicidades también a mi querida A con su Katharsis, que recomiendo mucho y quedó en segundo lugar. Bueno, recomeindo esa y todas sus historias, todas son geniales.
¡Votad y comentad!
¡Besos! ;*
—Keyra Shadow.
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