Capítulo XI. Los Ojos del Ocaso
La tarde del miércoles fue todo lo bien que Hollie pudo esperar, teniendo en cuenta que Serena permanecía presa de una inexplicable quietud silenciosa. Apenas había intercambiado algunas palabras con ella desde que habían vuelto de casa de Lucas. Ciertamente, el voto de silencio de su mejor amiga empezaba a sacarla de quicio.
Hollie siempre había sido impulsiva. Impulsiva y sumamente inquieta. Lo que causaba Serena en ella con aquel silencio perpetuo era muy similar a la sensación que experimentaba cuando no sabía qué hacer e intentaba por todos los medios que el aburrimiento no diera con ella. Era una sensación espantosa a la que nunca llegaría a acostumbrarse.
Observó a la pelirroja por enésima vez, perdida en sus pensamientos mientras fingía leer un libro. De haber estado en otras condiciones, incluso le hubiera parecido que estaba concentrada en la lectura. Sin embargo, un libro no se leía de derecha a izquierda, y el retroceder de página constante de Serena empezaba a sacarla de quicio.
—¿Se puede saber qué te pasa? —inquirió, soltando un prolongado suspiro que no sabía que contenía hasta aquel preciso instante.
Como toda respuesta, Serena empezó a morderse levemente el pulgar, dejando caer el libro en el sofá. Le dedicó una mirada indescifrable antes de que sus ojos volvieran a perderse. Hollie jadeó exasperada antes de levantarse.
—Vale, ya está. Dime de una vez qué te pasa, Sera. Me estás preocupando.
Serena suspiró y se pasó las manos por los rizos pelirrojos.
—Ni yo misma lo sé, Holls. Créeme, si lo supiera, serías la primera persona a la que se lo diría.
—Y la única —murmuró la rubia—. Pero de verdad, ¿tiene algo que ver con Lucas? Porque últimamente parece que te preocupa bastante lo que ese chico diga de ti.
—Me echó en cara que yo era la razón de que le doliera la cabeza, Hollie. Prácticamente me culpó de sus migrañas y de que intentara leerle la mente.
—Bueno, ¿no es eso lo que haces?
—Hago no, intento. Sigo sin poder encontrarle una razón lo suficientemente lógica como para explicar eso. Quizá no sea del todo humano, no lo sé.
—Eso es imposible —el ceño de Hollie se frunció-. Lucas no puede no ser del todo humano. Nunca he visto que hiciera nada sobrenatural o algo por el estilo. Y llevo viviendo en este pueblo mucho tiempo.
—¿Qué otra explicación habría?
—Crepúsculo.
—¿Qué?
—Crepúsculo —repitió Hollie por segunda vez—. Los libros y las películas. En ellos, Edward no podía leerle la mente a Bella porque su poder, que se manifestaba en su forma humana, la protegía. ¿Y si Lucas tiene también un escudo magnético mental que lo protege de intrusiones en sus pensamientos?
—Creo que has leído demasiadas novelas —argumentó la pelirroja. Su nariz se arrugó—. Además, aunque tuviera un escudo magnético mental, eso solo realza la teoría de que no es humano al cien por cien. Un humano no es capaz de bloquear la lectura del pensamiento, Hollie. Y menos de alguien como yo.
—Ah, ¿no? ¿Y en qué estoy pensando yo ahora? —retó la rubia. Hollie sabía perfectamente que Serena podía leerle el pensamiento sin titubear, pero por probar a crear un escudo mental no perdía nada. Quizá funcionaba y todo.
Solo le hicieron falta dos segundos a Serena para esbozar una sonrisa ladina.
—En lo bien que le quedaba la camiseta a Max el otro día.
El rostro de Hollie se desfiguró por completo antes de cambiar a una expresión hastiada.
—Sabes que no estaba pensando en eso.
—No, pero deberías haberte visto la cara —rio su amiga—. De todas formas, sabes que tengo razón, Holls. No existe otra explicación para ello: Lucas no es humano. Llegué a esa conclusión cuando estuvimos en su casa. Trató de hacer que mostrara mis ojos.
—¿Y lo consiguió? —La voz de Hollie sonó alarmada.
Serena recordó el momento en que estuvo a punto de enseñarle el verdadero color de sus ojos a Lucas. Recordó el modo en que su voz había sonado tan persuasiva, en la forma en la que las palabras se habían deslizado fuera de su boca... Recordó lo sumisa que se había mostrado, la forma tan complaciente en la que se había dejado llevar, provocando que el cambio en sus orbes color miel se efectuara sin oponer resistencia alguna.
—Estuvo a punto. Le faltó muy poco, Hollie. Un humano no es capaz de hacer esas cosas, y menos con alguien como yo. No se puede controlar a un Caído a no ser que se sea una criatura sobrenatural de un rango similar o superior. Lucas no es humano, Holls.
—¿Entonces qué crees que sea?
—No lo sé todavía. Podría ser un Brujo, o incluso otro Caído. Pero si fuera así, lo habría notado. Hay algo que se me está escapando, pero sigo sin saber el qué. El hecho de que lo estén persiguiendo tampoco ayuda mucho, la verdad.
—Eso es algo que me tiene en ascuas —admitió Hollie—. ¿Por qué alguien querría perseguir o intentar matar a un chico que a simple vista parece humano, aunque no lo sea realmente?
—Eso es algo que tendremos que descubrir, supongo. Será mejor que nos cambiemos. —Cambió de tema echándole una ojeada al mallot y la blusa que llevaba.
Había pasado una hora desde que habían vuelto de su clase de ballet. La Señora Cready había repartido los papeles de los personajes a cada uno de sus alumnos. Mientras a Holle le habían asignado ser uno de los cisnes del lago, a Serena le había tocado interpretar al personaje femenino principal, Odette, y por consecuente, a la Reina Cisne.
Después de merendar, se habían sentado en el jardín disfrutando de los rayos de sol, perdiendo el sentido del tiempo mientras hablaban. Todavía llevaban sus indumentarias de bailarinas, por lo que la mejor opción era cambiarse antes de que fuera demasiado tarde, pues Hollie había insistido en ir a cenar fuera para celebrar el fin de los exámenes.
—Sigo sin poder creerme que te dieran el papel de Odette a ti. Charlotte estaba convencida de que se lo llevaría, y yo también, siendo sincera. No me lo esperaba para nada.
Charlotte era una de sus compañeras, y la que mejor bailaba después de la pelirroja. Fuera del aula eran buenas compañeras, pero una vez dentro, durante las clases, ambas se transformaban y adoptaban una máscara de falsa cordialidad. Serena intentaba reprimir aquella faceta que mantenía escondida y que no le sería de ninguna ayuda, pero no era fácil. Charlotte se transformaba de una forma tan drástica que era imposible ser cordial con ella.
—Bueno, teniendo en cuenta el mal carácter que tiene dentro del aula, y que su técnica es demasiado exagerada, no me extraña que no fuera escogida —expresó la pelirroja. Hollie asintió mientras se levantaban.
—Sí. Lo cierto es que el papel de Odile le viene como anillo al dedo, ¿a que sí?
Rieron por unos segundos, terminando de subir las escaleras que conducían hasta las habitaciones.
La casa de los Heber era enorme, más grande y moderna que las casas promedias del resto del vecindario. Las obras de arte de artistas contemporáneos decoraban cada una de las paredes, y en algún rincón, una estantería o una estatua se alzaban embelleciendo el lugar de manera singular. Los colores eran una combinación de la gama cálida, con tonos anaranjados, beige y blancos que contrastaban a la perfección con los muebles oscuros.
La zona de las habitaciones era un largo pasillo con puertas a izquierda y derecha por igual. Eran cuatro habitaciones en total: una del matrimonio Heber, otra de Serena y dos de invitados. También había tres cuartos de baño, aunque dos no se utilizaran y tres de aquellas habitaciones hubieran permanecido vacías durante la mayor parte del año.
Hollie dormía en la habitación de Serena, donde ambas habían movido una de las camas de invitados para colocarla paralelamente a la de la Caída, al otro lado de la habitación. Habían decidido que lo mejor era permanecer juntas, sobre todo desde que Serena había percibido que la presencia que rondaba su casa había aumentado sus guardias.
Intentar descubrir quién era estaba resultando más complicado de lo esperado.
Las cámaras de seguridad instaladas en toda la casa y el jardín no mostraban signos térmicos que le indicaran que era una persona la que las vigilaba. Tampoco había sombras extrañas o presencias sospechosas detrás de objetos. Aquello solo podía significar una cosa: igual que Lucas, lo que parecía estar vigilándolos a todos no era humano.
—¿Has pensado ya qué vas a ponerte para la graduación? —inquirió Serena cuando acabaron de entrar en su habitación.
Hollie se había desplazado hasta su cama, y rebuscaba algo de ropa que ponerse después de una ducha, en uno de los armarios que Serena había vaciado a conciencia para ella.
La graduación se aproximaba a un ritmo vertiginoso. Pronto, dejarían de ser chicas de instituto para convertirse en universitarias. O al menos, Hollie lo sería. Serena todavía no tenía claro qué iba a hacer después de aquel verano, o incluso qué iba a suceder si no cumplía con la misión que le había sido otorgada.
—Todavía ni siquiera sé si voy a ir. Es una tontería.
—No digas eso —le reprochó su mejor amiga—. Una graduación no es algo que se viva todos los días. Míralo de esta forma: es una fiesta en la que el instituto por fin deja libres a los alumnos de último año.
—Claro, para que después no sepan qué hacer con su vida o se conviertan en esclavos de otra cárcel con un nombre distinto —bufó la rubia.
—No deberías ser tan negativa.
—Es fácil para ti decirlo, derrochas buena vibra por cada poro de piel. Yo casi no puedo ni tranquilizarme sabiendo qué haré el año que viene. Tengo la sensación de que el tiempo ha pasado demasiado rápido. ¡Todavía me acuerdo del primer día de clase!
—Yo tampoco tengo nada claro, pero no por eso voy a dejar que mi humor decaiga. —La pelirroja se sentó junto a su amiga y le brindó un abrazo rápido, pasando los brazos por los hombros de Hollie—. Ya llegará el momento de preocuparnos por eso. Ahora tenemos que concentrarnos en lo importante de verdad: ¿qué vestido vas a ponerte?
—¿Y quién dice que vaya a ponerme un vestido? ¿O siquiera, que vaya a ir? —expresó Hollie, cruzándose de brazos y encarando una ceja, escéptica.
—¿Otra vez con lo mismo? No sé cómo no te cansas de ser una cascarrabias.
Una sonrisa ladina cubrió los labios de Hollie.
—Cada vez dominas mejor el vocabulario de ahora —reconoció. Serena le sonrió de vuelta.
—Voy a darme una ducha, y tu deberías hacer lo mismo. A no ser que quieras ir a cenar apestando a sudor de patito feo —bromeó Serena, dándole un empujón a su amiga.
—Sabes, a veces me gustaría que no dominaras tanto ese vocabulario. Te prefiero elegante y educada. Tu parte mal hablada me saca de quicio.
Serena ya había salido de la habitación y se encaminaba al cuarto de baño que quedaba al otro lado del pasillo, pero aun así, Hollie pudo escuchar cómo se reía.
El ambiente se había tornado oscuro y silencioso, casi siniestro. La penumbra reinaba en toda la habitación y lo único que alcanzaban a ver era lo que la vela iluminaba a duras penas. Las sombras que se dibujaban en los muebles a causa de la pequeña llama eran danzantes y retorcidas, espectrales. Al rostro de la abuela Corally, sin embargo, le otorgaban una seriedad y una espiritualidad casi retorcidas.
—¿Puedes explicar el funcionamiento de esto otra vez, abuela? —cuestionó Max por segunda vez.
Era una suerte que la paciencia de la abuela tuviera un alcance muy cercano al infinito, de lo contrario, Lucas estaba seguro de que Max hubiera sido excluido por completo de aquella sesión extraña de espiritismo en la que se había convertido su charla con la abuela Cora.
—El péndulo de cuarzo blanco es un amuleto, eso es lo primero que debéis saber. Se utilizan normalmente en prácticas naturales para detectar energías negativas o erradicarlas, en la medida de lo posible. —La voz de la abuela era tranquila, monótona. Era como escuchar música calmada, en un tono tan bajo que transmitía ganas de dormir—. Normalmente se utiliza en el Feng Shui, para organizar muebles o ambientes, ya sean de hogar o de trabajo. Sin embargo, también puede utilizarse el péndulo para detectar energías que no pertenezcan a este mundo. Mi abuela solía decirme de pequeña que yo había heredado de ella el don. Bueno, ella lo llamaba don, yo aprendí a conocerlo a través de Séptimo Sentido o Don de la Bruma.
—¿Qué tiene eso que ver con el péndulo? —inquirió Lucas, empezando a ponerse nervioso por momentos.
—Oh, todo está relacionado. Mi Séptimo Sentido me permite poder percibir sensaciones que para cualquier otra persona pasarían inadvertidas. También presencias, ya sean positivas o negativas. Algunas veces soy capaz de ver el aura de las personas, incluso.
—Mi abuela es una médium —murmuró Max sintiéndose terriblemente anonado de repente. Corally le dirigió una mirada reprochante, mas su voz sonó calmada.
—Prefiero el término de Maga Blanca, si no es molestia, querido nieto, aunque tampoco podría considerarme como tal. Bien, ¿por dónde iba? —Sus ojos se avivaron cuando la llama de la vela blanca los iluminó, y ninguno de los muchachos presentes pudo hacer otra cosa más que mirarlos atentamente—. Bien. Como he dicho antes, cuando te haga las preguntas, Lucas, intentaré saber qué está ocurriendo. Si el péndulo va de derecha a izquierda, significa que es una negación. Si va de adelante hacia atrás, será una afirmación. ¿Entendido?
Lucas asintió, incapaz de hacer otra cosa. El semblante de Corally se ensombreció.
—¿Está alguien siguiendo a Lucas Bellamy?
Esperaron durante unos segundos, en los que Max y Lucas se miraron con ojos interrogantes. Entonces, la respiración de la abuela se aceleró levemente y ambos posaron sus ojos sobre ella, alarmados. Pero la abuela no los miraba a ellos.
El péndulo de cuarzo se balanceaba de adelante hacia atrás.
El miedo empezó a invadir el cuerpo de Lucas lentamente, como una ponzoña que se extiende por el torrente sanguíneo y marchita la sangre, volviéndola corrosiva. Las manos de Max se posaron sobre sus hombros, transmitiéndole su apoyo, y la otra mano de la abuela buscó su antebrazo para darle un suave apretón.
—Cálmate, muchacho —susurró, lo suficientemente alto como para que los dos pudieran escucharlo. Cogió una bocanada de aire antes de volver a hablar—: ¿Es alguien bueno?
Derecha, izquierda, derecha, izquierda. Lucas sintió el tirón irracional del miedo en lo más profundo de su mente, queriendo invadir cada partícula de su ser. Se concentró en su respiración y consiguió, después de unos segundos, normalizarla levemente.
—¿Es alguien conocido?
El péndulo siguió columpiándose de derecha a izquierda, sin pausa.
—¿Está cerca?
El péndulo pareció vacilar, como si tuviera vida propia. De derecha, pasó adelante y después hacia atrás.
—Esto no es bueno —murmuró nerviosamente Max, pasándose las manos por el pelo negro. Lucas lo miró de manera breve por encima del hombro antes de volver a la abuela Corally.
—¿Qué puedo hacer, abuela Cora? —Sonó suplicante y al instante, Lucas lo odió. Odió sentirse tan asustado y débil.
—No hay mucho que puedas hacer —respondió ella—, salvo tener mucho cuidado de ahora en adelante. Puedo sentir que esa presencia negativa que te sigue está interesada en ti, y que incluso alguna vez te has cruzado con ella. ¿No has visto nada sospechoso últimamente, a excepción del Sr. Red? ¿Alguna persona de la que desconfíes, quizá?
Automáticamente, a su mente acudió la visión de Serena abandonando su casa como un torbellino de cabellos de fuego y una Hollie confundida siguiéndola después. Lucas nunca sabría si había sido buena idea confiar de aquella forma en la abuela Corally, pero tomando una bocanada de aire apresurada, le contó todo lo que había sucedido hasta el momento con Serena. La puso al corriente de sus dolores de cabeza, de la forma sospechosa en la que se había acercado a él de un día para otro, la forma en la que había llegado a la conclusión de que no era humana, y cómo lo había probado tras obligarla a que sus ojos cambiaran.
—Es muy sospechoso, sí. —Corally estuvo de acuerdo con lo que el amigo de su nieto le había contado—. Es una chica de vuestro curso, según me has dicho, ¿verdad?
—Sí —asintió él.
—Quizá lo mejor sería evitarla, y tener la protección de alguna piedra preciosa te ayudaría. Una amatista te iría bien, por ejemplo, son buenas piedras protectoras. Mantenerte lo más lejos posible de ella también sería bueno, si es que desconfías de ella.
—No es humana, abuela Cora. Lo sé.
—Ahora también voy a decirte otra cosa, Lucas. No es bueno juzgar sin saber. Humana o no, según lo que me has dicho, esa chica te aseguró que ella no era el enemigo y que cometías un error al no confiar en ella. Quizá deberías dejar de lado esa desconfianza que tienes e intentar averiguar si lo que dice es cierto o no.
Lucas se quedó callado, dispuesto a no pronunciar palabra alguna. No quería admitir que era muy probable que se estuviese obsesionado más de lo debido con Serena. Que, quizá, estaba desconfiando demasiado. Ni siquiera le había dado una oportunidad para explicarse correctamente, para que expresase por qué ella no era quien lo quería muerto.
—Cuando estoy con ella —empezó a decir en voz baja y la mirada clavada en la mesa—, mi cabeza empieza a doler. Es como si estuviera intentando rascar las paredes de mi mente en busca de información. Como si buscara mis pensamientos. No sé a qué se debe, pero no me había pasado esto nunca hasta este año.
—Algo en ti cambia, Lucas —dijo Corally. Los ojos verdes del muchacho quedaron medio ocultos por sus cejas, fruncidas—. Estás en una especie de proceso de transición, de cambio. Es un cambio lento, pero puedo percibirlo.
—¿Qué me está ocurriendo? —preguntó él, temeroso.
Enterarte de que la chica de la ventana de clase no era humana era una cosa. Que alguien te estuviera buscando para matarte era otra. ¿Pero que él mismo estuviera cambiando? ¿En qué sentido? ¿Y cómo podía saber si era para bien o para mal?
La cabeza empezó a darle vueltas y la visión se le nubló durante unos segundos. Sentía el pulso acelerado de su corazón en la garganta, la yugular latiendo fuerte y acompasadamente debajo de la piel. Las manos empezaron a sudarle y las restregó contra el pantalón, intentando disipar la humedad y los nervios que lo invadían en aquellos instantes.
—Puedo notar que estás cambiando porque tu aura está cambiando contigo —explicó la abuela. Max dejó escapar un suspiro incrédulo.
—¿Cómo es posible que su aura esté cambiando? —preguntó.
—El aura de las personas está conectadas con la mente y el alma. Si se producen cambios psíquicos en alguno de ellos, el aura se verá modificado de igual manera. El aura de Lucas solía ser de color azul claro, pero ahora está cambiando de color, lo que indica que la mente y el alma de Lucas están cambiando.
—¿Y de qué color es ahora? —inquirió Max de nuevo.
Lucas era incapaz de hablar. La garganta se le había secado y era incapaz de formar una frase coherente en su cabeza. Se sentía sumamente abrumado y lo único que pudo hacer fue escuchar lo más atento posible a lo que la abuela Corally explicaba.
—El color azul claro del alma de Lucas reflejaba su mente y alma. Ahora ese color es ligeramente más oscuro..., violáceo.
—¿Pero y eso qué significa? —Max empezaba a perder la paciencia.
El silencio volvió a invadir la habitación mientras la abuela se acercaba apresuradamente hacia la ventana y se dejaba caer contra la persiana que tapaba la vista del exterior con cuidado. La cortina onduló de forma leve por una brisa inexistente y la respiración de Corally se aceleró. Al otro lado de la ventana, se escuchó un golpe sordo, como quien toca una puerta para pedir entrar. Alguien había tocado el cristal de la ventana.
Aquello era imposible. ¡Estaban en un primer piso! Había por lo menos cuatro metros de altura hasta aquella ventana desde el suelo. Era imposible que alguien la hubiera tocado. Probablemente había sido un pájaro, o un murciélago. El atardecer se había extinguido con rapidez hacía unos minutos, ¿quién decía que no podría haber sido un murciélago que se había despertado antes de tiempo?
Entonces, el golpe volvió a repetirse.
—Me tienes que estar jodiendo —masculló Max. Lucas tenía la mirada clavada en la ventana y era incapaz de apartarla de allí.
Una sombra se movió al otro lado del cristal, a contraluz, permitiendo que pudiera verla a través de la persiana.
—Entonces deben estar jodiéndonos a los dos —dijo Lucas finalmente, encontrando por fin su voz.
—Debéis marcharos cuanto antes —observó la abuela tras unos segundos. Se apartó de la ventana y tomó un puñado de sal antes de colocarlo en el suelo, justo debajo de la ventana, trazando una línea. Repitió el proceso delineando el bordillo que sobresalía detrás de las puertas de la ventana—. Esta habitación es la más segura de toda la residencia, pero no podemos arriesgarnos a que lo que sea que esté ahí fuera entre. No es algo bueno, como podréis imaginar. Al final resulta que sí os han seguido. Eso, u os han localizado.
—Querrás decir que lo han localizado a él —señaló Max, asintiendo en dirección a Lucas.
—Gracias por señalar lo obvio, Stark.
—De nada, Capi. Será verdad que te han modificado genéticamente, ¿eh? Espero que no me hayas mentido y resultes ser un super soldado. Me sentiría muy ofendido por no saberlo.
—Chicos, no es hora de pullas de niños pequeños —les llamó la atención la abuela—. Tenéis que marcharos de aquí cuanto antes. Las protecciones en la residencia son escasas, como ya os he dicho, por no decir inexistentes. Tenéis que llegar a casa lo antes posible y repetir todo lo que he hecho yo: colocad sal gorda en los bordes de las puertas y ventanas, de todas las aperturas que haya. Lo que hay fuera no puede entrar, no debe entrar.
—¿De qué sirve la sal gorda? —cuestionó Lucas.
—La sal gorda es el repelente de energías negativas por excelencia, normalmente contra la magia negra o hechizos negativos.
—Espera, espera, espera —habló Max, incrédulo—, abuela, ¿eres una bruja? ¿Dónde tienes la varita? ¿Y el gato negro? ¿Dónde está la escoba y la escuela de magia?
—No me seas tonto, hijo —regañó la abuela—. No soy ninguna bruja. Tengo parte del Don de la Bruma, ya os lo he dicho. Puedo ver las auras y sentir cosas que la mayoría no podría ni aunque lo intentara.
—¿Por qué tiene ese nombre? —preguntó Lucas.
La voz de la abuela se volvió severa de golpe y todo rastro de tranquilidad se disipó de su rostro.
—¡Niños, tenéis que idos! Ni una palabra más.
La conversación murió entonces, con Lucas y Max comprendiendo la gravedad del asunto por fin. Las bromas se desvanecieron y el buen ambiente que los había rodeado por aquellos cortos minutos desapareció en un abrir y cerrar de boca por parte de la abuela Corally.
—Abuela Cora —llamó Lucas, a punto de salir por la puerta con Max a sus espaldas—, ¿estarás bien?
—No os preocupéis por mí —sonrió ella cariñosamente—. Idos tranquilos, sé protegerme bien.
No obstante, cuando salieron fuera de la habitación y cerraron la puerta tras ellos, emprendiendo la marcha hasta las escaleras para ir más rápido, no pudieron evitar sentir un escalofrío recorriéndoles la espina dorsal como un mal presentimiento.
—Me duele el estómago —lloriqueó Hollie agarrándose la barriga.
A su lado, Serena esbozó una graciosa mueca, divertida por las reacciones de su mejor amiga.
—No deberías haberte comido ese pastel de chocolate de postre. Te dije que las dos hamburguesas con doble de queso eran suficiente.
—¿Vas a privar a una chica de chocolate cuando está a punto de bajarle la regla? Mi cuerpo pide azúcar por adelantado. Yo solo se lo he dado.
—Tu ciclo menstrual es curioso, porque tu cuerpo no ha reaccionado de buena manera ante ese pastel.
—Regla, Serena. Es la regla. El maldito Andrés, las Cataratas del Niágara, el Pulpo Rojo. Llámalo como quieras menos ciclo menstrual. Solo la gente mayor utiliza eso. Y los médicos.
—Técnicamente soy mayor —señaló la pelirroja.
—Técnicamente tienes la apariencia de una chica de dieciocho años.
—¿No puede una chica de dieciocho años ser culta con el lenguaje que emplea?
—El problema es que eres demasiado correcta hablando —puntualizó Hollie de nuevo. Un calambre interno recorrió su estómago bajo y apretó los brazos a su alrededor con más fuerza—. Joder, creo que me acaba de bajar la regla.
—Creo que tengo algunas compresas en el bolso, ¿quieres que volvamos a entrar en el restaurante para que vayas al baño?
—No, queda demasiado lejos a estas alturas. Mejor vayamos a la gasolinera que queda a dos manzanas de aquí. —Miró hacia abajo, a sus muslos y después sus ojos volaron hacia su mejor amiga de nuevo—. Menos mal que llevo pantalones negros. ¿Puedes mirar si...?
Serena asintió y se inclinó hacia el suelo como si fuera a atarse los cordones de sus botas. Disimuladamente, paseó su mirada hasta el trasero de su amiga y después de unos segundos se incorporó de nuevo.
—Limpia —confirmó—. Démonos prisa antes de que acabes con una escena de El Resplandor entre tus piernas.
—Oh, y ahora sabe hacer bromas —negó la rubia, riendo levemente.
La gasolinera no quedaba exactamente a dos manzanas de donde estaban, sino a tres. Hollie nunca había sido buena con las matemáticas y las distancias, por lo que Serena no podía culparla realmente por el fallo. Caminaron deprisa y la pelirroja intentó despistar a su amiga con una conversación animada sobre la serie que ambas veían, intentando distraerla para que no pensara en los calambres que le recorrían el vientre.
—Ya queda menos —dijo Serena, pasando un brazo protector sobre los hombros de Hollie.
La rubia apoyó la cabeza en el hombro de su mejor amiga y sonrió por lo bajo.
—¿Me comprarías algo de chocolate? —murmuró en un puchero repentino, frunciendo los labios para que el inferior sobresaliera al superior—. Porfis.
—Está bien —aceptó.
Mientras Hollie se cambiaba en el baño de la tienda adherida a la gasolinera, Serena se paseó por los estantes de los dulces en busca de algo que llevara el suficiente chocolate como para saciar el estómago dulce de Hollie.
Serena no podía decir que le gustara el chocolate, porque estaría mintiendo. Más bien, lo soportaba. Consideraba que otros sabores, como el del coco, eran mejores que el del chocolate. Todavía no sabia cómo Hollie podía haber soportado su gusto por el coco y su poca tolerancia al chocolate, teniendo en cuenta que, si ella tuviera que sobrevivir de algo, probablemente sería de cacao.
Cuando se decidió por un paquete de donuts recubiertos de chocolate blanco rayados, la campanilla de la puerta de la pequeña tienda sonó, alertando tanto al aburrido dependiente como a la pelirroja de que alguien había ingresado dentro. Oculta tras los estantes de los dulces, al lado opuesto a la puerta, Serena no pudo escuchar de quien se trataba, pero si escuchar.
Eran dos personas, dos que conocía demasiado bien. Una mente inquieta y una totalmente ilegible.
Los nervios afloraron y su pulso se aceleró cuando distinguió la voz fastidiada de Lucas acompañando a Max.
—¿No podrías haberle echado gasolina al coche antes?
—El depósito estaba lleno, te lo estoy diciendo. ¿Estás sordo o qué?
—¿Entonces cómo explicas que se haya evaporado en cinco minutos?
—¿Pretendes que lo sepa? ¡Esta mañana estaba al tope!
—Ugh, da igual. Date prisa, tenemos que irnos a casa cuanto antes. Hoy te quedarás, ¿verdad?
—Claro, no pienso dejarte solo en esto. Si tienes que cubrirlo todo de sal, te darán las cuatro de la mañana antes de que te des cuenta.
Sonaban agitados, y la mente de Max iba tan rápido que Serena tuvo que bloquear sus capacidades para apagar los pensamientos ruidosos y confusos de la mente del pelinegro. ¿Por qué estaban así? ¿Qué les había ocurrido? ¿Por qué debían cubrir la casa de Lucas de sal?
Se concentró, agarrando el paquete de donuts con más fuerza inconscientemente. Acalló los pensamientos del dependiente, bloqueó las ondas que repelían las suyas de forma innata de Lucas, y ordenó los pensamientos de Max como pudo, intentando encontrarles un principio y un final coherentes.
Sus ojos, que había cerrado para potenciar la lectura, se abrieron de repente a la par que Hollie salía del baño secándose las manos con un trozo de papel, llamando la atención de los dos chicos en el proceso, pues el baño quedaba al lado de la entrada a la tienda.
—¿Qué haces aquí, Hollie? —Escuchó que preguntaba Max al otro lado del estante.
—Tenía que ir al baño —explicó ella simplemente. Serena rezó para que no dijera nada sobre ella. Si los chicos descubrían que había estado escuchándolos a escondidas no quería ni imaginarse la reacción de Lucas, que parecía soportarla cada vez menos—. ¿Habéis visto a Serena? Debería estar por aquí.
«¿Cómo era esa expresión de los humanos...? Tierra, trágame» —pensó la pelirroja, dándose una palmada en la frente.
Antes de que pudiera siquiera salir de detrás de la estantería, una sombra se movió rápidamente hasta el estante de los dulces y le bloqueó el paso. Los ojos verdes de Lucas la miraron con el ceño fruncido, pequeñas arrugas siendo arrancadas de la comisura de sus orbes boscosos y un rictus curvado hacia abajo en sus labios.
—¿Sabes que está mal escuchar a escondidas?
Lucas no era estúpido; a Serena no le sorprendió que dedujera rápidamente que los había estado escuchando sin que lo supieran, sino el hecho de que sus mejillas se colorearon, camuflando las pecas esparcidas por sus mofletes y nariz.
Lucas se alzaba delante de ella con toda su altura, que, aunque superaba la suya por un par de centímetros, era suficiente como para que ella se sintiera repentinamente intimidada y nerviosa de sobremanera.
Por primera vez en su vida, Serena no tuvo palabras para rebatir las del rubio.
—Serena, ¿nos vamos? —Hollie apareció justo a tiempo por detrás de Lucas y el rubio no tuvo otra opción que apartarse para dejar a la chica pasar—. Venga, vamos.
Ella asintió y empezó a caminar hacia el mostrador. Pagó la caja de donuts y se la entregó a una sonriente Hollie, quien no se abstuvo de abrirla e hincarle el diente a uno. Serena, sin embargo, era consciente —demasiado consciente, quizá—, de la mirada de Lucas clavada en ella. El vello de los brazos se le erizó por completo y pasó saliva sonoramente, intentando preguntarse qué estaba mal con ella. ¿Por qué estaba tan nerviosa?
Con la mente nublada por sus propias sensaciones, la pelirroja siguió a Hollie fuera de la tienda, pero se detuvo a unos pasos del coche de Max, repentinamente alerta.
—¿Sera? —preguntó Hollie—. ¿Qué ocurre?
El aire estaba cargado de un olor putrefacto, podía percibirlo. Era cortante y se encontraba cerca, demasiado. Sus sentidos se pusieron alerta y miró a su alrededor, paseando sus ojos por la calle, oscilando entre la luz y las sombras en busca de algo.
—Hollie, ponte detrás de mí —demandó en voz baja. Hollie obedeció al notar la tensión en su voz.
La puerta de la tienda volvió a abrirse y los chicos salieron, cruzándose con ellas, El primero en hablar fue Max.
—¿Qué hacéis aquí paradas? —preguntó.
Todo sucedió demasiado rápido.
En un abrir y cerrar de ojos, una sombra se cernió sobre ellos peligrosamente. Lo más rápido que pudo hacer Serena fue lanzarse contra ella esperando placarla con toda la fuerza de la que pudo disponer. Sintió la presencia con más fuerza, las sombras cobrando forma bajo su tacto opresivo lentamente, resistiéndose a revelar su identidad. La mandíbula se le desencajó de dolor cuando sintió que unas garras desgarraban de forma rápida y certera la piel de sus brazos. Los hilos de sangre dibujándose en su piel no se hicieron esperar.
Unas manos la apartaron de las sombras de golpe y Serena chocó contra unos pectorales sin previo aviso, unas manos aferradas a su cintura fuertemente.
—Corre, al coche —consiguió mascullar Lucas con la respiración acelerada, sin aliento.
Las piernas de la pelirroja obedecieron antes si quiera de que pudiera procesar quien acababa de apartarla de la presencia. Hollie y Max ya se encontraban por delante de ellos, subiéndose al coche.
Lucas mantenía una de sus manos aferrando una de las suyas propias, tirando de ella para que corriera más deprisa. Serena se preguntó dónde habría aprendido a correr tan rápido, pues estaba siendo mucho más veloz que ella, y eso que estaba haciendo uso de sus capacidades.
De golpe, se encontraron sentados en los asientos traseros del coche. Lucas cerró la puerta por la que habían entrado con un fuerte estruendo, un golpe seco que resonó en la desierta calle.
—¡Arranca, Max, joder! —gritó, inclinándose hacia adelante, entre los asientos del piloto y copiloto.
—¡Lo estoy intentando! —respondió el pelinegro, girando la llave del contacto una y otra vez.
—¡Por el amor de Dios, tienes el freno puesto! —exclamó Hollie, quitándolo.
El coche se movió con una sacudida y todos rebotaron en sus asientos a la par que las sombras se abalanzaban sobre ellos desde delante. Se deslizaron sobre el parabrisas y resbalaron por el techo antes de caer detrás de ellos.
Lucas se giró para mirar hacia atrás, solo para ver dos ojos anaranjados mirándolo entre las sombras, dos puntos del color del ocaso en la plenitud de la oscura noche.
¡Hola!
Bueno, bueno, bueno. Parece que las actualizaciones semanales están volviendo a su cauce, ¿eh? Esperemos que esto continúe por algunas semanas más, así podré acabar la primera parte de la novela.
Este, como podréis haber deducido, es un punto de inflexión muuuy importante. Bueno, realmente, el capítulo anterior ya lo era, pero digamos que aquí están las cosas jugosas. ¿Qué os ha parecido? ¿Os ha gustado? Ahora sabemos definitivamente que ni Lucas ni Serena son humanos, aunque ya supimos que era Serena en capítulos anteriores; ¿qué creéis que sea Lucas? ¿Qué hay de la abuela Cora? Fun fact: todo lo que dice la abuela es real, menos quizá la parte del aura (eso es cosecha propia, I believe), también las prácticas que ha hecho con Lucas son reales.
¿Qué le ocurría a Serena para estar tan nerviosa? By the way, Lucas is taking the control, yass. ¿Qué son las sombras que los han atacado? Quizá lo descubramos en el siguiente capítulo. Yo personalmente he acabado con un mini ataque al corazón de los nervios, no sé vosotros.
Aclaración: la abuela Corally no es una Médium. Alguna vez me lo han comentado, y en general, como la novela se parece a muchas series/libros existentes en muchos aspectos, pero os aseguro que es distinta y resalta con un poco de brillo propio. La abuela Corally simplemente puede sentir cosas que la mayoría no: energías, etc. Pero no puede comunicarse con los muertos, que es lo que una Médium haría.
¡Votad y comentad!
¡Besos! ;*
-Keyra Shadow.
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