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Capítulo X. La abuela Corally





                                                                      El miércoles por la tarde, tras una mañana llena de hojas de papel, bolígrafos que se quedaban sin tinta y ganas de arrancarse el cuero cabelludo, absolutamente toda la población estudiantil de último año en el instituto se quedó en sus casas descansando. Solo una pequeña minoría, los que parecían haber recobrado las ganas de vivir nuevamente, eran lo suficientemente atrevidos como para querer salir de fiesta aquella noche y, lo que era seguro, coger la resaca del millón.

     Lucas se encontraba en casa de Max jugando con Sugar y Pepper cuando escuchó las voces de su mejor amigo y su madre resonar por toda la cocina. Mantenían una discusión bastante acalorada en la que Mary le recriminaba a Max haber encontrado algunos condones sin usar en uno de los cajones de su mesita de noche; por si no fuera poco, Vanessa había ido a visitarlo el día anterior y Mary había sido la que le había abierto la puerta.

     Lucas había vivido tantas veces aquel tenso panorama en casa de los Feraud que ya había acabado por acostumbrarse. Mary y Max tenían personalidades demasiado parecidas, y aquello, inevitablemente, siempre los acababa llevando a inminentes discusiones en las que sus formas de ser chocaban estrepitosamente. Lucas había presenciado las suficientes como para saber que aquello les dolía a ambos, a pesar de que Max no se lo dijera.

     Que el padre de Max los hubiera dejado tampoco ayudaba en absoluto. Mary y su hijo habían intentado seguir adelante, pero los problemas entre ambos no habían hecho sino incrementar con el paso de los años. Afortunadamente, para alivio de ambos, habían encontrado en la rota familia de los Bellamy a dos amigos de vida que jamás imaginaron tener. La madre de Max y la de Lucas se habían hecho mejores amigas, y lo mismo había pasado con sus dos hijos.

     —Muy bien, ¡Lucas, nos vamos!

     La exclamación de Max lo dejó anonado y lo apartó de sus pensamientos de golpe. ¿Irse? ¿Irse a dónde? Mary tenía en su rostro una mueca indescifrable, incapaz de ocultar su crispada personalidad y los labios fruncidos en una línea recta. Max no distaba mucho del aspecto de su madre.

     —¿A dónde vamos? —preguntó después de unos segundos en silencio.

     Max le dedicó una mirada mordaz antes de soltar un suspiro. No podía pagar su mal humor con Lucas, él no tenía la culpa de que ahora estuviera cabreado. La culpa era de su madre, y de inmediato supo a dónde debían ir a continuación.

     —Nos vamos a la residencia de ancianos —se limitó a responder escuetamente.

     Lucas no se sorprendió al escuchar a Max confesando a dónde se dirigían. Era una costumbre que habían tomado desde la primera discusión de Max con su madre tras mudarse. Su mejor amigo había aparecido en la puerta de su casa, completamente empapado, y le había rogado que lo acompañara a la residencia de ancianos para visitar a su abuela, Corally.

     Corally Feraud era la madre del padre de Max, y había estado viviendo con ellos desde que su marido había muerto, meses antes de que se mudaran. Mary había considerado que lo mejor era llevarla con ellos, pues Michaello, el padre de Max, había dejado claro desde el primer momento que vivir aventuras con otra mujer era mucho más interesante que ocuparse de su familia, incluyendo los cuidados de su madre viuda.

     Sin embargo, la presencia de Michaello no había desaparecido por completo. Según sabía Lucas, solía mandarles dinero tres veces cada dos meses. Una suma considerable en total, teniendo en cuenta que el padre de Max era uno de los arquitectos más solicitados del momento.

     Pero el dinero no podría compensar la ausencia de su figura en la familia, o el error que había cometido al abandonarlos. Los Feraud que vivían allí eran plenamente conscientes de esto, y por eso, evitaban en la medida de lo posible utilizar ese dinero, o al menos, Mary lo hacía, El dinero acababa en el banco, desde luego, en la cuenta que Max tenía desde que había nacido.

     Salieron por la puerta en silencio, tras despedirse de Sugar y Pepper, y después de que Lucas le dirigiera a Mary una mirada de disculpa. La puerta se cerró tras ellos con un golpe seco y caminaron hasta el coche de Max sumido en un tenso silencio.

     —¿Quieres hablar de ello? —cuestionó Lucas, palpando el terreno.

     Max soltó otro suspiro y sus manos se tensaron alrededor del volante.

     —Parece que no entiende que ya no soy un niño, que he crecido y tengo necesidades.

     —Para ella siempre serás un niño, Max —razonó Lucas—, que tú no te sientas como tal no implica que ella vaya a cambiar su forma de verte tan rápido. Tenemos dieciocho años, pero para nuestras madres será como si siguiéramos teniendo doce.

     —Entiendo que piense de esa forma, que todas las madres lo hagan, pero joder. Me gustaría que me dejara más libertad, que intentara comprender según qué cosas. En cambio, no, tiene que dramatizarlo todo y llevarlo al extremo.

     —Sois más parecidos de lo que crees. Tú también tiendes a exagerarlo todo más de la cuenta, incluso aquellas pequeñeces que no deberían importarte tanto como lo hacen.

     —¿Estás de su parte o de la mía? —lo cortó Max, mirándolo de reojo con el ceño levemente fruncido. Lucas bufó.

     —No estoy de la parte de nadie. Simplemente no me gusta ver cómo peleáis.

     Max se quedó callado unos minutos mientras volvía a centrar su mirada en la carretera. La residencia de ancianos quedaba en la otra punta de la ciudad, cerca del centro comercial, por lo tanto, era una zona bastante concurrida, aunque entre semana la gente podía permitirse pasear más tranquila, sin la preocupación de tener que estar esquivando a los ansiosos compradores de las tiendas del centro.

     La residencia estaba ubicada en aquel lugar precisamente por el centro comercial. El fundador había creído conveniente que los ancianos tuvieran las tiendas lo más próximas posible. Había programas organizados a través de un contrato entre la residencia y el complejo de tiendas, además, que favorecía una serie de actividades con descuentos o directamente gratis, para los ancianos registrados en la residencia.

     Por aquella precisa razón, por lo tanto, no era extraño encontrarse de vez en cuando, dos días a la semana, con un grupo de ancianos encabezados por una serie de cuatro cuidadores que los llevaban a deambular por las tiendas, los spas e incluso al cine.

     Visitar la residencia de ancianos era algo a lo que Lucas también se había acabado acostumbrando. Si alguien había capaz de hacerle olvidar su enfado a Max, esa era la abuela Cora. Tenía una curiosa personalidad, demasiado jovial para alguien de su edad, pero otras veces, demasiado inquietante.

     Lucas nunca sabría determinar con claridad qué era lo que tenía una anciana tan encantadora como Corally de inquietante, pero simplemente sabía que había algo. Era un presentimiento que se había intensificado con el pasar de los años y al que, deliberadamente, había optado por ignorar.

     Gracias a estar entre semana, el pequeño aparcamiento de la residencia se encontraba medio vacío. No es que las personas tendieran a pasearse por los pasillos de la residencia de ancianos, de todas formas. Solía ser un lugar bastante tranquilo, en todos los sentidos de la palabra, y por desgracia, con muy pocas visitas salvo las ocasionales o las que eran de importancia.

     Era una pena que cosas como aquella sucedieran. Es decir ¿a nadie le importaba aquellas personas que debían conformarse con estar en residencias porque no podían valerse por sí mismas? Era triste ver que los familiares solo visitaban una vez cada tres meses —o incluso periodos de tiempo mucho más largos—, y no volvían a aparecer hasta la temporada siguiente.

     Si Lucas tenía algo claro, era que nunca dejaría que a su madre le pasara aquello. La abuela Corally era uno de los pocos afortunados, por no decir la única, que tenía visitas constantes por parte de su nuera y nieto. La residencia, no hace falta obviar, la pagaba el padre de Max.

     —Deberían cortar estas plantas —dijo Max en cuanto bajaron del coche, tras aparcar.

     —Pues sí.

     La pequeña y efímera conversación murió en aquel punto, de nuevo. Lucas caminó en silencio siguiendo a Max, verdaderamente preocupado por su mejor amigo. Era muy extraño que se comportara de aquella manera y empezaba a pensar que ni la visita a la abuela Cora solucionaría su mal humor.

     —Max, ¿qué pasa? —preguntó al fin.

     El pelinegro se pasó las manos por el pelo, revolviéndolo, antes de dedicarle una mirada derrotada.

     —Estoy bastante abrumado.

     —¿Por qué?

     —Por todo esto que está pasando, Lucas —admitió el otro—. No sé tú, pero yo hace un mes no me veía en esta situación. ¡Un mes! En un mes se ha ido todo a pique. Primero con la graduación a la vuelta de la esquina, la universidad en el horizonte, el hecho de que Serena oculta algo y tú estás convencido de que no es humana. Después está Hollie, que me está empezando a volver loco, y por si no fuera poco, ¡alguien quiere matarte! ¡Mi maldito gnomo de jardín quiso matarnos!

     Lucas retrocedió un paso con los ojos muy abiertos. ¿Realmente había estado tan centrado en Serena que no se había preocupado por su mejor amigo? Era cierto que la mayor parte del tiempo Max poseía una actitud despreocupada, pero eso no quería decir que no fuera humano y que las cosas no se estuvieran torciendo inesperadamente.

     Para él también era sumamente abrumador. Toda la situación en sí era irreal.

     —Lo siento, Max.

     Lo abrazó y el pelinegro aceptó el gesto de buena gana. No tendían a abrazarse, pero en casos como aquellos, dejaban de lado sus costumbres y se fundían en abrazos fraternales que calmaban tanto a uno como otro; o al menos, tenían la intención de hacerlo.

     —Está bien, está bien. —Max se separó de él y le dedicó una leve sonrisa. Lucas se la devolvió y le brindó un suave codazo que ensanchó la sonrisa de su amigo sin poder evitarlo—. Qué haría yo sin ti, Luke.

     —Probablemente no tener neuronas.

     Rieron, y por un momento, todo quedó olvidado. Por un momento, volvieron a ser Lucas y Max, los mejores amigos que preferían jugar a la PlayStation antes de salir de fiesta. Que eran fanáticos del género fantástico y unos adictos al cine de ciencia ficción.

     Retomaron la marcha y no pasaron más de cinco minutos cuando entraron en la residencia. El hombre de recepción les sonrió y les indicó que se acercaran un momento.

     —Hola, muchachos —saludó Gary. Sus gafas cuadradas se deslizaron por el puente aguileño de su nariz y se apresuró a colocarlas en su sitio—. Hacía tiempo que no os veía. Venís a ver a la dulce Cora, deduzco.

     Asintieron y después de saber que Corally se encontraba en la sala de recreativos, se despidieron de Gary, introduciéndose en los pasillos. Las paredes de la residencia les dieron la bienvenida con su empapelado de flores blancas y fondo celeste, algo desgastado en algunas partes de las esquinas.

     La residencia estaba dividida en cuatro sectores: habitaciones, enfermería, comedor y sala de recreativos. Los baños se encontraban ubicados en cada una de las habitaciones, y todo dentro de las mismas era individual. Lucas y Max se habían recorrido prácticamente toda la residencia de arriba abajo, por lo que encontrar la sala de recreativos no fue del todo difícil.

     La sala era una estancia amplia con grandes ventanales que daban a las macetas exteriores, repletas de flores que se cambiaban cada dos meses. Había diversas actividades, como parchís, juego de damas, ajedrez y más tipos de juegos de mesa. Además, una pequeña porción de la sala estaba destinada a clases de gimnasia, dentro de unos parámetros para que no fueran ejercicios muy complicados. En otra sección, unos cuantos ancianos jugaban al bingo con una cuidadora.

     —Treinta y dos —dijo la mujer, y como autómatas, todos se apresuraron a buscar el número y marcarlo. Si lo tenían, claro.

     —¡Bingo!

    Las miradas de los mejores amigos se centraron automáticamente en el lugar del que provino aquella voz. Observaron a la anciana que se había alzado de su asiento y empezaba a mover las caderas como si fuera una niña, bailando mientras alzaba también sus brazos y sacudía los lacios cabellos grises, que se escapaban de su moño improvisado. Vestía un vestido floral lila y unas chanclas blancas, además de un pañuelo rojo atado débilmente alrededor del cuello y unos labios arrugados pintados de carmín.

     La abuela Corally tenía una energía envidiable por todos sus compañeros de residencia, era un hecho que todos conocían y del que eran conscientes.

     —¡Já! ¡Te gané Ágnes! Ya puedes estar dándome esos cacahuetes de tu merienda.

     La anciana sentada enfrente de ella, pues todos estaban colocados en una mesa redonda, bufó negando con la cabeza.

     —Eres alérgica a los frutos secos, Cora —le recordó la cuidadora con voz colmada de paciencia. Max y Lucas se acercaron hasta allí apresuradamente.

     —Me da igual. Se ha apostado esos cacahuetes y yo los he ganado limpiamente. Por lo tanto, ¡son míos! —Entonces pareció notar a los jóvenes que se acercaban a ella y sus labios se curvaron de nuevo en una sonrisa resplandeciente, dejando ver su dentadura postiza—. ¡Pero mirad, son mi Maxi-Maxím y mi Luky-Luke!

     —¡Abuela! —exclamó Max, conteniendo la vergüenza que le causaba el apodo. A su lado, Lucas rio sin poder contenerse.

     —Oh, venga Maxi, no te pongas así —le recriminó ella.

     Max la abrazó entre quejidos, y a continuación fue el turno de Lucas. Los brazos delgados de la abuela Corally se envolvieron alrededor de Lucas y el muchacho tuvo que encorvarse levemente para poder abrazarla con tranquilidad.

     Los brazos de la anciana se tensaron a su alrededor y Lucas frunció el ceño, pues las extremidades empezaban a apretarse cada vez más a su alrededor. Los abrazos de la abuela Cora eran conocidos por ser revitalizantes, llenos de calidez y amor, pero mientras lo abrazaba, lo único en lo que Lucas podía pensar era en la extraña sensación que parecía estar embargándolo. En lo tensa que parecía Corally. En el leve temblor que sacudía sus articulaciones, rozando su piel entre pequeñas y a penas visibles convulsiones simultáneas; escalofríos.

     —¿Abuela Cora? —aventuró de manera dubitativa.

     La abuela se separó de él una milésima de segundo más tarde, con el rostro compungido por una mueca de incertidumbre. El ceño de Lucas se frunció más, y a su lado, Max le dirigió una mirada inquisitiva a su abuela.

     —Venga, chicos —dijo Corally. Su voz sonaba extrañamente seria, aunque temblorosa, casi como si... tuviera miedo—. Acompañadme a mi cuarto para que pueda dejar estos cacahuetes.

     No objetaron ante la proposición. Lucas miró a Max y su mejor amigo le devolvió la mirada a su vez. Parecían estar intercambiando unas palabras sin pronunciarlas, como si se estuvieran comunicando telepáticamente. Con un asentimiento por parte de Max, Lucas confirmó que él también se había dado cuenta de la actitud de la anciana.

     El nivel de las habitaciones era el segundo, justo encima de la recepción y la sala de recreativos. Entraron en el ascensor siguiendo a la abuela Corally. Parecía especialmente ansiosa por llegar hasta su cuarto, tarareando en voz baja una vieja canción de la que solo recordaba una parte de la melodía.

     —¿Crees que le ocurra algo? —le preguntó Lucas a Max en un murmullo.

     —No lo sé —admitió el pelinegro, observando a su abuela.

     Cuando el ascensor llegó a la planta indicada, bajaron y caminaron hacia una de las habitaciones al final del pasillo. Al abrir la puerta, Corally dejó que entraran primero antes de cerrar súbitamente. Lucas y Max, sobresaltados, la miraron.

     —Mis cosas —murmuraba la abuela—. Necesito mis cosas... ¿Dónde las he dejado...?

     El ambiente se tornaba más extraño a cada minuto que pasaba. La tensión era palpable entre los dos amigos y la anciana, y unas inexplicables ganas de preguntarle qué sucedía invadía a los primeros. No obstante, eran incapaces de pronunciar palabra alguna. La abuela rebuscó en la cómoda al lado de su cama, debajo del colchón y dentro del armario. Mientras revolvía sus cosas, los amigos se trasladaron hasta una de las esquinas de la habitación, al lado de una pequeña mesa con dos sillas y un jarrón lleno de flores en el centro.

     Cuando Corally acabó, el jarrón de flores había desaparecido de la mesa y en su lugar, Lucas y Max abrieron los ojos, sorprendidos, al contemplar una serie de crucifijos, péndulos de cuarzo blanco, un bote con sal gorda y una bolsa repleta de piedras preciosas tales como amatistas y ojos de tigre, entre otros. En el centro de la mesa, también colocó una vela blanca encendida.

     —Abuela —llamó Max—, ¿qué es todo esto?

     —¡Shh! —chistó ella en respuesta. Se acercó a la única ventana de la estancia y tras mirar por la cortina, bajó la persiana del todo—. ¡Sentáos, muchachos! ¡Deprisa!

     —¿Qué está ocurriendo? —cuestionó entonces Lucas.

     Los ojos de Corally se clavaron en él al instante.

     —¿Te han seguido? —fue lo que le preguntó. Pero no a ambos, sino únicamente a él. El ceño de Lucas se pronunció con más ahínco.

     —¿Qué?

     —Que si te han seguido, chico. —Los labios de la abuela se petrificaron en un rictus invertido—. Max, ¿cómo habéis llegado hasta aquí?

     —En coche —respondió el susodicho—. Pero no veo cómo eso es relevante.

     —Lo es, ya lo creo que sí. Y mucho. ¿Alguno ha notado que otro coche os siguiera? ¿Que pareciera ir a donde vosotros ibais o que tomaba los mismos cruces casi todo el rato? ¡Hablad, rápido!

     Los dos se miraron sin saber qué contestar. Estaban estupefactos y, ¿cómo no estarlo, si la abuela parecía estar completamente paranoica? ¿Qué era lo que ocurría? Aquello parecía sacado de una película de suspense de las que te dejaban con la intriga y los nervios a flor de piel con cada escena que pasaba.

     —Probemos otra cosa —optó la mujer, soltando un suspiro y acomodándose mejor en la silla—. ¿Ha ocurrido algo fuera de lo normal últimamente?

     Lucas miró a Max espantado y negó disimuladamente con la cabeza. Pero Max ya había abierto la boca antes de dedicarle otra mirada.

     —Sí —admitió.

     —¿El qué? ¿Cuándo? ¿Quién?

     Parecía un interrogatorio que no daba fin. Pregunta tras pregunta, los nervios no hacían sino aumentar en el interior de Lucas. Podía escuchar su corazón palpitando en sus oídos, ensordeciéndolo lentamente. Max pasó saliva antes de volver a hablar.

     —Fue este sábado pasado. Estábamos en casa de Lucas repasando para los exámenes de esta semana cuando escuchamos ruidos en la sala de estar. Bueno, escuché. Se lo conté a Lucas y de pronto aparecieron dos ojos rojos, pequeños y brillantes que nos miraban desde el salón. Corrimos escaleras arriba y atrancamos la puerta de su habitación una vez dentro. Estábamos muy nerviosos y no sabíamos qué hacer. Joder, qué puto miedo... perdón, Abu. —Max soltó un suspiro tembloroso antes de proseguir. A su lado, Lucas se dedicó a analizar, o al menos intentarlo, la expresión de la abuela Corally—. La cosa que había entrado dentro de la casa salió, pero se metió en el cobertizo y decidimos entrar para ver qué era. Nos hicimos daño intentando pararle, y se interesó especialmente por Lucas. Después le di con una pala y al encender la luz del cobertizo vimos que se trataba del Señor Red.

     —¿El Señor Red? -inquirió la abuela. Su voz sonó estrangulada.

     —Sí...

     —Lucas, acerca tu mano y colócala por encima de la mesa, con la palma arriba, así. —El chico obedeció, optando por sentarse en la silla delante de la abuela—. Bien. Lo que voy a hacer ahora va a ser muy sencillo. A raíz de unas preguntas, con ayuda de este péndulo, intentaré saber qué está ocurriendo.

     —¿Por qué no con la mano de Max? —preguntó, y el pelinegro asintió, intrigado.

     —Porque con Max no puedo percibirla.

     —¿El qué?

     La mirada de la abuela Corally se oscureció.

     —La intensidad de la vigilia. El acecho de la oscuridad que te ronda.






¡Hola!

Después de meses, la historia está de vuelta. Parece que la cuarentena va a ser más productiva de lo que esperaba. El siguiente capítulo, incluso, está ya empezado.

¿Qué os ha parecido? Hemos sabido más de Max y hemos conocido el peculiar personaje que es la abuela del mismo, Corally. No sé vosotros, pero con la parte final me he quedado bastante nerviosa. ¿Qué creéis que está pasando? ¿Qué pensáis de la abuela Corally y su forma de actuar? Dentro de unos capítulos, muchas cosas empezarán a encajar, os lo aseguro.

El próximo capítulo será bastante emocionante, en cierta forma.

¡Votad y comentad!

¡Besos! ;*

Keyra Shadow.

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