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Capítulo VIII. En la oscuridad




                                                 Dos semanas después de la desastrosa cita doble con Serena y Hollie, Lucas y Max habían intentado evitar hablar del tema todo lo posible. Pasaban las tardes en casa de los Bellamy, preparando los exámenes finales que ocuparían todo el martes y el miércoles. El viernes se celebraría la ceremonia de graduación y el sábado, una fiesta independiente organizada por los alumnos.

     Mientras repasaba latín en voz alta, Max dirigió su vista a la ventana de la habitación de Lucas y se puso pálido de golpe. Sin hacerle caso a su amigo hablando sobre los últimos momentos del Imperio Romano y lo que ello había comportado, Max corrió hasta la ventana y se ocultó tras las cortinas.

     Entre los setos del jardín, le pareció ver un gnomo de cerámica. Pero no cualquier gnomo.

     Su gnomo, el Sr. Red.

     —Max, ¿qué estás haciendo?

     La voz de Lucas lo sacó de sus pensamientos y le hizo una seña con la mano para que se callara y se acercara a la ventana. Lucas caminó hasta él totalmente extrañado y se asomó para mirar al jardín, pero no vio nada.

     —¿Qué ocurre? Ya sé que habría que podar esas flores y arrancar los cardos, pero...

     —He visto al Sr. Red.

     —¿Qué? —Unas octavas más altas que de costumbre se escaparon de la boca del rubio, preso de la sorpresa—. ¿Qué quieres decir con que has visto al Sr. Red?

     —Bueno, no lo he visto. Creo que lo he visto. —Max se estaba poniendo nervioso por momentos. Que hubiera visto la misma exacta sombra en su jardín tres semanas atrás no le daba una buena sensación.

     Al principio había creído que era una ardilla que correteaba por allí, pero la sombra había sido demasiado grande como para ser de un animal tan pequeño y a su vez, demasiado menuda como para pertenecer a una persona. Sugar y Pepper se habían alterado tanto que, por un momento, Max había creído que tirarían la puerta abajo.

     En su vida no paraban de ocurrir cosas extrañas últimamente. Primero Lucas le decía que Serena había intentado leerle la mente —¿quién se creería eso? Estaba loco, pero no tanto—, después iba a un pueblo supuestamente homicida donde una chica casi lo dejaba seco, y ahora le parecía que su gnomo de jardín había cobrado vida propia.

     —¿Lucas?

     —¿Qué?

     —Me estoy volviendo loco —le confesó con todo el pesar del mundo, sus ojos vagando por la habitación hasta encontrarse con los de su amigo—. No me digas que ahora tú eres un hombre lobo, por favor. No soy Stiles Stilinski (obviamente soy mejor), como para estar rodeado de criaturas sobrenaturales. Soy demasiado joven para esto, tengo un futuro por delante, una carrera como modelo y rompecorazones que completar con mucho éxito.

     Mientras Max divagaba intentando darle un nuevo sentido a su, según él, valiosa vida como famoso, Lucas se acercó con parsimonia hasta la ventana de su habitación y se asomó para mirar al jardín. Era un completo desastre, eso estaba claro. Hacía meses que no se arrancaban las malas hierbas y todo era más mustio y marrón que vivo y verde. Realmente era una pena que estuviera así, sobre todo cuando había vivido épocas doradas mientras su padre estaba vivo.

     Su padre había amado la jardinería más incluso que su trabajo como abogado. Se había encargado siempre él mismo de arreglar el jardín, arrancar los hierbajos, plantar nuevas y olorosas flores, de instalar aspersores automáticos y de pintar el cobertizo y las tablas de la cancela. Pero todo había acabado tras su muerte. Las malas hierbas habían crecido hasta cubrir las piernas por las rodillas, las flores se habían marchitado por completo, los aspersores se habían oxidado y nadie había pintado el cobertizo o las tablas de la cancela del jardín.

     Mirando de manera ausente el cobertizo y su pintura desconchada, algo le llamó la atención allí: la puerta estaba abierta ligeramente y el candado y la cadena que la cerraban estaban tirados en la hierba. El ceño de Lucas se frunció de inmediato y llamó a Max, apartándose de la ventana.

     —Max, ¿has abierto tú la puerta del cobertizo?

     —No —repuso el otro, parando de hablar por unos segundos—. ¿Por qué lo dices?

     —Está abierta, y no tiene los seguros puestos, alguien se los ha quitado —le explicó el rubio.

     —O algo —añadió el pelinegro como opción—, también puede haber sido un mapache, ¿lo has pensado?

     —Aquí no hay mapaches, Max.

     —Los gnomos de jardín tampoco se mueven y hace nada acabo de ver al mío.

     —No estás seguro de que haya sido el Sr. Red. —El ceño de Lucas se profundizó un poco más. Max se encogió de hombros.

     —Tu tampoco puedes estar seguro de que haya sido una persona la que haya entrado en el cobertizo.

     —Touché —suspiró el rubio. Max lo miró con curiosidad.

     —Oye, ¿vamos a echarle un vistazo?

     —Ni de coña —repuso Lucas, negando con la cabeza y volviendo a sentarse—. Venga, dime la tercera declinación.

     Rechistando por lo bajo, Max hizo lo que le pedía su mejor amigo a regañadientes; ambos acabaron llegando a la conclusión de que necesitaban estudiar más o, al menos, Max necesitaba hacerlo. Siguieron estudiando durante toda la tarde antes de que ambos decidieran hacer una pausa para ir a la cocina y cenar algo.

     A pesar de que la casa de los Bellamy era bastante pequeña en comparación a otras, cuando todo estaba a oscuras, fruto de haber pasado casi todo el día encerrado en una habitación, todo parecía mucho más grande y, por qué no, siniestro. Lucas se detuvo en la puerta de la habitación mirando el pasillo de lado a lado y Max, detrás de él, le dirigió una mirada extraña.

     —¿Qué haces? ¿Por qué no te mueves?

     —Está oscuro —se limitó a contestar Lucas, a lo que Max, por fin, pudo darse cuenta de lo que pasaba.

     Lucas le había cogido miedo a la oscuridad a los doce años a causa de un maratón interminable de películas de miedo. Para cualquiera aquello podría suponer una reverenda estupidez, pues está claro que muchos saben distinguir a esa edad lo que es real de lo que no, pero en parte, Max había tenido la culpa de ello. En resumidas palabras, ponerse con trece años una máscara de Jack el Destripador no había sido de las mejores ideas que se le habían ocurrido a Max. A pesar de que su mejor amigo se hubiera reído de él y posteriormente disculpado, Lucas no había emitido sonido alguno. Se había quedado paralizado, observando el rostro que mostraba la máscara surgir de entre la oscuridad, una mueca espeluznante a pesar de haber estado mal hecha.

     —Espera —Max encendió la linterna de su móvil y caminó a tientas toqueteando la pared, en busca del interruptor de la lámpara del techo. Una vez pulsado, la luz inundó el pasillo y Lucas pudo respirar tranquilo de nuevo—. Y se hizo la luz. Espabila, mi estómago clama comida a gritos. Me va a dejar sordo, el muy cabrón.

     Lucas esbozó una sonrisa mientras le daba las gracias, pasando detrás de su amigo al bajar las escaleras hacia la planta de abajo. Una vez allí, volvieron a encender la linterna del móvil y se escabulleron a paso rápido hacia la cocina. Max se puso manos a la obra de inmediato.

     —¿No has vuelto a hablar con Serena? —quiso saber el pelinegro de repente.

     —No, ¿por qué?

     —Es raro que una chica te invite a una cita y no te llame o te mande mensajes después.

     —Max, aquello no fue una cita, fue una trampa.

     —¿Por qué estás tan seguro de que Serena no es del todo humana?

     Lucas se talló los ojos con la yema de los dedos, suspirando sonoramente. Aquella conversación la había tenido cuatro veces más con Max desde la cita y, aun así, seguía preguntándoselo una y otra vez.

     —¿Por qué me da la sensación de que, desde que llegaste de Crimson Hills, intentas verle el lado normal a todo?

     —Es un pueblo muy raro, aunque la tía de la tienda de antigüedades estaba buenísima —atajó Max, batiendo un par de huevos para hacer una tortilla y posteriormente, picando unos ajos tiernos—. Creo que es por eso que intento encontrarle una parte humana a todo. A lo mejor Serena solo practica videncia o algo así.

     —Eso es demasiado absurdo.

     —Realmente, ¿qué esperas descubrir de Serena?

     La pregunta de Max lo pilló totalmente desprevenido. La mayor parte del tiempo Max podía ser un capullo integral o demasiado dramático, era por eso que a veces Lucas olvidaba que era más inteligente de lo que parecía y que, cuando le daba la gana, la racionalidad desbordaba por cada poro de su piel.

     ¿Qué esperaba descubrir de Serena? ¿Probar que no era humana? ¿Que era un telepate o algo por el estilo? Y, de todas formas, ¿eso sería siquiera posible? Si la ciencia y los científicos le habían enseñado algo era que las cosas tales como la magia y lo sobrenatural no eran ciertas, eran científicamente imposibles y nadie, jamás, había probado lo contrario.

     —No lo sé —admitió por fin, en voz baja—. No lo sé.

     —Bueno, pues mientras lo piensas, la cena está servida.

     Media hora más tarde, tras haber cenado y lavar los platos, los dos amigos se dirigían hacia las escaleras para subir a la planta de arriba cuando Max, de nuevo, vio una sombra que cruzaba rápidamente la sala de estar y se perdía de vista por alguna parte más allá. Se quedó paralizado y un escalofrío le recorrió la columna de pies a cabeza. Podía haber sido un efecto óptico, ¿verdad? Las sombras le estaban jugando una mala pasada, su imaginación haciendo de las suyas, No necesariamente tenía por qué ser una sombra de algo o alguien corriendo de aquí para allá en la casa de su mejor amigo.

     Se estaba volviendo loco de verdad, era definitivo.

     La sombra volvió a pasar a gran velocidad por el salón y el pulso de Max se aceleró ante la simple vista, otro escalofrío dejándolo congelado en el sitio. Estaba seguro de que ahora no había sido ningún efecto óptico. Parpadeó un par de veces antes de que la respiración se le entrecortara débilmente, viendo, detrás del sofá, dos óvalos anaranjados mirándolo fijamente.

     Max chilló de puro miedo.

—¡¿Pero a ti qué te pasa?! —le recriminó Lucas de golpe, mas su amigo no contestó.

     —Hay una cosa ahí, Lucas —balbuceó Max a duras penas, sus ojos fijos en los de «eso». Se tensó por completo cuando vio que lentamente se iban moviendo por el salón. Iba hacia ellos—. A la de tres corre.

     Lucas siguió sin entenderlo y aún confundido, observó como Max se quitaba un zapato de manera lenta y cuidadosa.

     —¿Qué?

     —¡Tres! —gritó Max, lanzándole el zapato a la cosa y saliendo disparado escaleras arriba, empujando a Lucas en el proceso para que avanzara, contagiándole la adrenalina al instante.

     En la planta baja se escuchó un gemido gutural y totalmente anormal antes de que unos golpeteos constantes en los escalones de las escaleras advirtieran a Max de que «eso» los estaba siguiendo. Aceleró aún más por el pasillo y los dos amigos corrieron hasta la habitación del anfitrión. Max cerró la puerta justo a tiempo para escuchar algo chocar contra ella de forma estridente.

     —¿Qué coño ha sido eso? —cuestionó Lucas en voz alta, intentando recuperar el aliento.

     —Ya te lo he dicho, hay algo aquí, tío.

     —¿Algo como qué?

     —¡¿Me ves pinta de saberlo?! —explotó el otro—. Solo sé que esto empieza a parecerse demasiado a una escena de Stephen King y que no quiero que lo que sea que hay detrás de esta puerta entre aquí, así que coge esa cómoda y ponla aquí de una maldita vez.

     Mudo como se quedó ante las palabras de Max, Lucas obedeció y situó la cómoda de tal forma que atrancara la puerta. Los golpes se intensificaron más todavía y el miedo los recorrió a ambos mientras se apartaban y se situaban al otro lado de la cama, de espaldas a la ventana. Miraron la puerta sintiendo sus corazones amenazando con salirse de los pechos.

     —¿Qué es eso? -preguntó el rubio por millonésima vez, revolviéndose el pelo.

     —No lo sé, pero no tiene pinta de ser un perro callejero con la rabia y lentillas de colores.

     —Max, no es momento para bromear.

     —No estoy bromeando, hablo enserio. ¿Quieres salir a comprobarlo?

     —¡Max! -exclamó el rubio, mirándolo pasmado—. ¿Quieres parar de una vez?

     —¡Estoy nervioso y asustado, ¿vale?!

     Lucas cerró los ojos y apoyó la frente contra el edredón de su cama, buscando calmarse un poco. Él también se sentía nervioso y asustado igual que Max, era normal que actuasen de aquella forma. Su vista se dirigió de nuevo a la puerta cuando otro golpe resonó y, esta vez, la cómoda se movió un poco, dejando una rendija abierta de dos dedos de tamaño. Por encima, con pasmo, los dos muchachos observaron dos ojos anaranjados que los miraban fijamente. Max y Lucas volvieron a gritar sin poder evitarlo y retrocedieron aún más.

     La cosa los observó antes de desaparecer por completo y lo único que escucharon después fue el sonido de algo rodando escaleras abajo a trompicones. Después, silencio. Los escalofríos envolvieron a Lucas a la par que buscaba calmar su errática respiración. En la planta de abajo, algo cayó al suelo con estrépito y, más tarde, escucharon la puerta de la entrada ser abierta con un sonoro golpe seco.

     —¿Qué acaba de pasar? —fue capaz de vocalizar Lucas, mirando de reojo a Max y a la puerta alternativamente.

     —No tengo ni puta idea —respondió de mala forma Max, todavía preso del susto—, pero creo que me he meado encima y todo.

     Lucas esbozó una mueca de asco, a pesar de que sabía claramente que Max lo estaba diciendo a broma, otra más para intentar aligerar el cargado y terrorífico ambiente que reinaba en la habitación. Se levantaron con cuidado y caminaron hasta la puerta para volver a poner bien el mueble que utilizaban como bloqueo para lo que fuera que estuviera allí fuera.

     —¿Crees que sigue ahí? —La voz de Max temblaba ligeramente, todavía a causa de la adrenalina del momento. Lucas se giró para mirarlo y negó mientras volvía a apartarse de la puerta, ahora cerrada por completo de nuevo.

     —No creo que-

     Pero sus palabras murieron en lo más profundo de su garganta cuando escucharon una puerta siendo azotada cerrada desde el exterior, en el jardín. Se miraron, perplejos, notando el pánico reflejado en los ojos del otro y se acercaron con cuidado a la ventana para mirar hacia fuera, intentando hacer el menor ruido posible.

     La puerta del cobertizo, aquella que había permanecido ligeramente abierta, ahora descansaba cerrada del todo y en el interior, Lucas y Max alcanzaron a oír el sonido de los trastos que allí se guardaban siendo tirados al suelo. Un caos permanecía formado en el interior de la estructura de madera mientras un alarido se alzaba por encima del ruido. Les heló la sangre y no hizo falta que se miraran para saber que ambos estaban muertos de miedo de igual forma.

     —Rectifico —dijo Lucas de nuevo—, está ahí dentro. —Y después, añadió, muy al pesar de Max—: debemos ir a ver qué es y pararlo.

     —¿Estás majara? —Max lo detuvo, cogiéndolo del brazo—; ¿quieres morir o qué?

     —¡Piénsalo! —exclamó el rubio—. Si vamos y lo paramos, no podrá hacerle nada a nadie. ¿Y si va entrando dentro de las demás casas, como ha hecho aquí? Esa cosa no puede andar suelta, Max.

     —¿Y qué pretendes hacer después? ¿Ponerle un nombre, un collar y construirle una casita? ¿Y si lo alimentamos también? ¡A lo mejor le encanta la carne de Max asada, quién sabe! O Lucas al horno, todo sea dicho. —La ironía y el miedo brotaban por cada rincón del sistema locomotor y nervioso de Max mientras hablaba. Miró a Lucas frunciendo el ceño y negó con la cabeza rotundamente—. Ves tú a ver qué mascota asesina te ha tocado. Yo no bajo allí ni loco.

     Media hora más tarde, después de muchas promesas y sobornos por parte de Lucas, Max se vio portando una espátula y una sartén como armas, mientras que su amigo lo guiaba a través de la hierba del jardín con sumo cuidado de no hacer ruido y pisar alguna hoja o rama que delatara su posición. Miró con envidia la olla que Lucas llevaba en la cabeza a modo de casco y el cuchillo de sierra en su mano derecha; después miró sus «armas» con una mueca de indignación y se mordió la lengua para no soltar ningún comentario al respecto. Aquello suficiente se parecía ya a una película de terror como para arriesgarse a hacer ruido.

     En el interior del cobertizo los ruidos habían disminuido considerablemente, pero, de vez en cuando, aún podían escuchar a la criatura en su interior, emitiendo algún que otro quejido por lo bajo, tanto, que casi parecía un gruñido sordo. La mano de Lucas se estiró hasta rozar la manija envejecida de la puerta. Los dos chicos se mentalizaron durante unos segundos, apretando en sus manos sus respectivas armas, antes de que el rubio diera un fuerte tirón hacia sí para abrir la puerta. Lo que pasó a continuación, lo recordarían como un borrón difuminado de quejidos, golpes y terror.

     El cobertizo era lo suficientemente grande como para que cupieran dentro una carretilla, palas, un rastrillo y algunas cajas y herramientas oxidadas, todo distribuido encima de dos armarios sin puerta, dejando a la vista sus estanterías. Estaba completamente oscuro y la única fuente de luz que había era el reflejo del fulgor de la luna contra el cristal de la bombilla que colgaba del techo, enviando sombras blanquecinas a diversas partes, balanceándose de un lado a otro acompasadamente; como si algo hubiera perturbado su calma.

     En el fondo de la estancia, en un rincón, Lucas adivinó que debía estar el colchón hinchable que Max había utilizado la última vez, aquel en el que le había hecho caer tras empujarlo por el balcón de su habitación. Sintió la respiración de Max pegada a su nuca, causándole otro escalofrío y avanzó lentamente hacia el centro de la estancia con su amigo pisándole los talones. Una vez allí, la puerta se cerró de golpe y volvieron a gritar ante el estruendo, solo para ser callados brevemente por una extraña risa que les infundió más miedo todavía. Max retrocedió de inmediato hacia la puerta e intentó abrirla, pero se había atascado. Empujó hacia afuera y adentro con nerviosismo y el corazón temblándole en el pecho.

     —¡Mierda, no se abre!

     Lucas volvió a girarse cuando escuchó el crujir de las maderas del suelo y el chirrío del cable de la bombilla al ser esta movida. Unos pasos resonaron por las cuatro paredes, correteando de manera desquiciada entre cajas caídas. Una de las palas cayó hacia delante y Lucas tuvo que apartarse de un salto al lado para que no le diera; Max corrió la suerte de encontrarse tan pegado a la puerta que por poco no le dio a él.

     Lucas miró la oscuridad intentando encontrar a la criatura, sus ojos danzando intranquilos por todos los rincones, sin éxito. Justo cuando iba a girarse para ayudar a Max, sintió que algo tiraba de su pie izquierdo, provocando que soltara un alarido y cayera al suelo de espaldas.

     —¡¡Max!! —gritó, alertando al otro.

     Max se dio la vuelta a tiempo para ver dos ojos naranjas abalanzarse sobre Lucas junto a un cuerpo pequeño pero pesado. Lucas, mientras tanto, sintió el frío de una superficie lisa y resquebrajada arañándole el rostro y los brazos a la par que intentaba cubrirse como podía. Durante la caída había soltado el cuchillo y la olla se había caído de su cabeza, golpeándolo en el rostro en el proceso.

     —¡Max, haz algo, joder! —volvió a gritar el rubio.

     El pelinegro miró a su alrededor en busca de algo con lo que ayudar a su amigo. Sus ojos se posaron entonces encima de una de las palas y se lanzó hacia ella, los quejidos y forcejeos de Lucas y la criatura resonando en sus oídos. Cogió la pala con ambas manos y se quedó mirando lo poco que veía de Lucas y la criatura con el reflejo de la luz de la luna y la bombilla. Si no tenía cuidado, un golpe en falso y podría darle a Lucas de manera fatal, pues estaba seguro de que, sin duda, una pala podía causar mucho daño. A pesar de que intentó acercarse, «eso» parecía más concentrado en Lucas que en él.

     El ceño de Max se frunció.

     Lucas dejó escapar un gemido de dolor cuando sintió que algo le cortaba la mejilla, solo para darse cuenta después que había sido a causa de un trozo de cerámica rota y punzante. La criatura no era de carne y hueso, lo supo en cuanto la luz se reflejó en una superficie barnizada y brillante, quebrada en algunas partes. Sin embargo, si aquello que tenía encima no era un animal o una persona, ¿por qué podía moverse? ¡Era imposible!

     Fue devuelto a la realidad cuando unos dientes duros y fríos se clavaron en su hombro con fuerza y en un impulso involuntario, rodó hacia un lado alzando una de sus piernas ligeramente para propinarle una patada con todas sus fuerzas a la cosa con vida propia, provocando que chocara contra la pared de madera del cobertizo. Se sentó y se retiró hacia atrás a la par que veía a la criatura volver a levantarse, esta vez más cabreada que antes, emitiendo un chirrido similar a la porcelana al romperse antes de lanzarse otra vez a por él.

     A continuación, no obstante, Lucas no sintió el peso del ser encima suyo, sino el sonido del metal llenando la estancia y segundos más tarde, el estruendo de la cerámica al romperse en añicos. Abrió los ojos y distinguió la figura de Max respirando aceleradamente, aferrándose a la pala que tenía en las manos con todas sus fuerzas. Le había dado a la criatura justo a tiempo. Max pareció despertarse de una ensoñación y parpadeando, se inclinó para ofrecerle a Lucas una mano y ayudarlo a levantarse.

     El rubio, aún en shock por lo que acababa de pasar, tanteó el aire en busca de uno de los armarios, donde estaba seguro de que había una linterna por alguna parte. Cuando la encontró, el foco de luz que emitió le hizo achinar los ojos por unos minutos antes de poder abrirlos con facilidad, más acostumbrados a la luz. Guió la linterna hasta el lugar en el que había caído la cosa al ser golpeada por Max con mano temblorosa.

     A su lado, escuchó a Max tragar saliva sonoramente mientras su boca se abría por la impresión y el horror surcaban las facciones de ambos.

     —La madre que me parió —musitó Max, sin saber qué más decir.

     En el suelo, cubierto del polvo blanco que se había desprendido de él y sus trozos rotos, el rostro desquebrajado del Sr. Red, el enano de jardín, los miró una última vez mientras sus ojos naranjas se apagaban definitivamente.






¡Hola!

¿Qué acaba de pasar?

¿Creéis que esto se está volviendo más interesante o sigue siendo un coñazo? Sed sinceros, por favor, necesito saber si tengo que mejorar esta historia antes de seguirla.

Primero Vanessa y ahora el Sr. Red: ¿qué está pasando en realidad? ¿Creéis que están conspirando contra Max y Lucas? ¿Quién está detrás de todo esto? ¿Os esperábais algo así?

Espero que os haya gustado el capítulo y que, mínimamente, hayáis podido sentir algo de lo que han experimentado Lucas y Max más arriba. Nos vemos la semana que viene, con suerte.

¡Votad y comentad!

¡Besos! ;*

—Keyra Shadow.

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