51. Epílogo: Cada latido
Es posible que, ocasionalmente, cuando soñamos estemos conociendo a alguien de un mundo distinto. ¿No sucede a veces que sentimos que conocemos a una persona que solo vemos en sueños?
La Noche Eterna es, después de todo, un mundo onírico. Siempre lo ha sido y siempre lo será. Nuestros mundos siempre permanecerán conectados por un hilo frágil pero irrompible. Muchos distantes lo saben pero prefieren no revelarlo. Y así es mejor.
Mil dudas me azotaron y por un instante vacilé de verdad, hasta el punto de considerar claudicar. Ignorar este llamado y regresar a lo que ya conocía, a mi mundo. Pero me recuperé y continué con mi decisión. Una que era descabellada, pero era mía al fin.
Me despedí de mis padres y de Sara de una manera propia de los dafezen: mediante sueños. Pero esa despedida más que nada fue para salvar mi propia consciencia, para tener un sentido de cierre definitivo. Era un recuerdo para mí, pues ellos no iban a poder rememorarlo. No podía condenarlos a una vida de dudas e intrigas sobre un misterio que nunca podrían ni deberían resolver.
Uno de los tantos objetos maravillosos que inventarié en el tiempo en el que trabajaba para Orbe fue el que me dio esa oportunidad. Una esfera de retrospección, y el recuerdo de quién fue Dala Mayo se borró para siempre de sus mentes. Era el último y definitivo acto de agradecimiento que les debía, y cuando sellé sus memorias de todos los momentos que habíamos compartido juntos, supe que estaba cerrando esa puerta para siempre. Fue un adiós inevitable a mi otrora hogar en mi mundo de nacimiento. Ya no podía volverme hacia atrás.
No fue algo sencillo, las despedidas nunca lo son. Tampoco podía decir que no me sentí como una egoísta al hacerlo. Pero tenía que mantener mi mente fría, tenía que tener presente porqué hacía lo que hacía. Y debía confesar que si yo hubiese sido la misma persona del inicio de todo este viaje, no hubiera podido afrontar esas pruebas. Hubiera pateado el tablero. Pero esa era la esencia del asunto: yo ya no era la misma.
La decisión estaba tomada y no tenía intención de traicionar mi promesa. Es una experiencia extraña el comprometerse con algo. Comprometerse de verdad. Es como realizar compras en otro planeta y luego volver a la Tierra. Ya no puedes devolver lo comprado. Por así decirlo.
Habían transcurrido tres años desde la irrupción en Orbe. La empresa ya no existía más y el dominio de los portales retornó nuevamente a la realeza de la Noche Eterna. O al menos, así fue por un tiempo.
Grandes cambios se habían suscitado para los dafezen. Cambios que reescribirían su historia y sus leyendas, y de los que jamás habría imaginado que sería parte. El día en que una chica encontró un portal hacia otro mundo había sido una casualidad concertada. Tal vez el mismo tipo de casualidad de cuando Arturo extrajo a Excalibur, o Frodo encontró el anillo, o a Peter Parker le picó una araña radioactiva o ese tipo de eventos algo fantásticos que aparentan ser fortuitos pero que terminan siendo bastante fatídicos.
Muchos de los príncipes y princesas de Dafez fueron declarados indignos y despojados de todas sus prerrogativas por el Consejo. Pero también, muchos miembros del Consejo cayeron en desgracia al haber apoyado secretamente a Orbe. Hubo un remezón político de la noche a la mañana. O mejor dicho, de un momento a otro, dado que aquí no hay día ni noche.
Y mientras el poder se reestructuraba en Dafez, me encontré con este nuevo sendero. Esta nueva petición que me proponía aquella voz, pero que, en esta ocasión, me solicitaba consagrar toda mi vida. Toda.
La caída en desgracia de varios miembros de la familia Fes y la aparición de un nuevo prospecto resultó ser un evento escandaloso, por decirlo menos. Hubo detractores, se formó una fuerte oposición, y también hubieron rodillas dobladas. Las creencias y la fe de los dafezen siempre habían sido algo de peso en su mundo. Algo que determinaba las decisiones que tomaban, incluso las políticas.
Todo ese aluvión de cambios explotó con estrépito en el reino y con el paso del tiempo fue apaciguándose hasta el punto en el que finalmente me encontraba. El momento en que pronunciaría mi juramento ante un Consejo que no estaba muy emocionado por mí. Digamos que tenía un público difícil.
Tal vez toda esa aventura, mi pasantía por Orbe, las misiones, los concursos, convocatorias, todo, sucedió con el fin de que mi corazón pudiera abrirse y comprometerse con una causa ajena a mí. Tal vez todo sucedió por eso. Tal vez todos mis encuentros tuvieron ese cauce final.
Hacía tres años también que Ovack había desaparecido. Y nadie lo había vuelto a ver o saber de él.
Esa era una astilla que me punzaba todo el tiempo, aunque atendiera otros asuntos o estuviera concentrada en otros problemas. Cuando me distraía, de pronto me encontraba rememorando los momentos que había vivido con él, o preguntándome dónde estaría o qué estaría haciendo.
Trataba de pensar lo mejor, por mi salud mental. Sin embargo, Lax había intentado buscarlo con sus habilidades de conector sin ningún éxito. Intentaba pensar que Ovack había aplicado algún método para no ser ubicado por esa vía. Conociéndolo, era muy probable que lo hubiera hecho. Ello solo quería decir que no quería ser encontrado, que quería estar solo, lejos de todo.
Con lo doloroso que era, prefería esa explicación a la otra alternativa, que era que, simplemente, dicha persona ya no existía en ningún mundo. No olvidaba el sacrificio que él había hecho para poder acabar con Orbe, y las consecuencias que esa misma acción había significado para Míro.
Mientras observaba la hermosa luna de la Noche Eterna, traté de sacudir esos pensamientos de mi mente. Sin pensar, me palpé mi muñeca de manera mecánica, donde tenía la pulsera blanca tornasolada. La observé por un momento, como si esperara que hiciera algo nuevo. Solo me reafirmaba en mi resolución.
La había llevado siempre durante esos tres años, pero había decidido también que ese sería el último día que la portaría. No era solo una pulsera, eran sueños, anhelos y deseos. Era algo que tenía que dejar atrás. Y con las nuevas responsabilidades que debía cargar, ya no podía dedicarme a vivir sueños que no podían ser.
Tenía que cumplir una promesa. Un llamado.
«La noche eterna tiene sus días contados».
Ese fue uno de los últimos mensajes que me confió la voz y había tenido que pasar mucho tiempo para que por fin pudiera entender el verdadero significado de esas palabras. Y aunque no había vuelto a escuchar su susurro claro y distinto, guardaba aún la seguridad de que aún estaba conmigo.
—Lisec da, idzel —pronunció una voz que me extrajo de mis cavilaciones.
Un joven alto de cabellos ondeados y castaños apareció por entre las columnas y se aproximó de forma casual hacia la terraza donde me encontraba. Cuando estaba del mejor de los humores, solo le faltaban las alas para que Lax pareciera un ángel, aunque su actitud distaba de ser el de uno. Aquellos años solo habían reafirmado esa aura angelical. A diferencia de mí, que no había tenido muchos cambios drásticos, salvo mi cabello, que ahora era tan largo que caía por sobre mis hombros.
Yo ya no contaba con la habilidad de entender el idioma de los dafezen, así que ese tiempo me había dedicado a aprenderlo de la manera convencional. Y en tres años, hasta el más lerdo aprende algo. Él había dicho «Aquí estás, princesa», lo cual era una broma personal entre nosotros, puesto que a mí no me gustaba que él me llamara así. Por lo que le lancé una mirada hostigadora.
—Te buscan para hacerte mil pruebas antes de la ceremonia —anunció él en el lenguaje susurrante. Yo escudriñé visualmente los atuendos que llevaba y le respondí en ese idioma también.
—Pareces un jedi —le solté—. No sé cómo saldrá esta ceremonia, parecemos Luke y Leia.
—¿Luke es el sujeto que se viste de murciélago?
—Ese es Batman.
—Oh. Tendrás que explicarme mejor sobre eso —terció él mientras apoyaba su espalda contra el respaldar de la baranda.
De manera distraída empezó a tamborilear con sus dedos en la barandilla, ya lo conocía suficiente como para saber que intentaba tocar un asunto serio, así que lo observé pacientemente hasta que se animó a hablar.
Él no estaba manifestando su verdadera inquietud pero los dos habíamos aprendido esos años a leer entre líneas en las palabras del otro. Remontándome a la primera vez que nos vimos, nunca habría imaginado que él terminaría siendo la persona en la que más depositaría mi confianza.
—¿Lo has pensado bien? —preguntó él—. El Consejo nunca olvidará esto.
—Seguramente se les pasará, tienen otros problemas de los que ocuparse —repuse con ligereza. Lax, sin embargo, no me siguió el juego.
—Después de que te rehúses a aceptar su autoridad, estarán más pendientes de ti —dijo, serio—. Para ellos, dejarás de ser una princesa, pero tampoco serás una ciudadana de Dafez. Y según mis fuentes... Si haces lo que piensas hacer hoy, buscarán la forma de regresarte al Mundo Distante. Eres demasiado peligrosa para ellos.
—Oh —murmuré. Aquella información era nueva. Y problemática, pero no me sorprendía—. Pues, entonces pasamos al plan B.
—Sí... sobre eso —titubeó Lax, de pronto incómodo e hizo una pausa—. ¿Estás segura? —preguntó por fin—. No es una garantía absoluta.
—Pero dijiste que mejoraría mi posición ante ellos.
—Sí, la mejorará. Es decir, estarás mejor que antes. Pero tampoco es que te vuelvas intocable.
—Si no estás de acuerdo...
—Estoy de acuerdo —atajó Lax de inmediato—...pero no sé si tú lo estás.
Supe qué mensaje se escondía detrás de ese enunciado. Lax me ofreció una mirada expectante y a la vez comprensiva, como si nos habláramos en silencio.
—No voy a cambiar de parecer —afirmé—, yo fui quien te lo propuso.
Él asintió lentamente. Un aire enrarecido se elevó entorno a nosotros.
Sí, sabíamos que iba a ser algo extraño al principio, pero las cosas iban a mejorar.
—Todo está listo para que partamos después de la reunión con el Consejo —dijo, y antes de retirarse se detuvo, como si hubiese olvidado decir algo más—: Dala, te quiero como a la hermana que no tengo. Seré un buen esposo, te lo prometo.
Me aguardaba un viaje desconocido y una búsqueda indefinida. Si debía compartir esa travesía con alguien, no podía pensar en alguien más que en él. Y estaba segura que él también estaba entregado a esta causa.
Pero si ya compartíamos el mismo fin, ¿por qué no unir nuestras vidas? De alguna manera, tenía la esperanza y certeza de que con algo de tiempo podríamos ambos encontrar una genuina y tranquila felicidad.
Lax siempre cumplía sus promesas y yo también cumpliría la mía.
Permanecí unos minutos más después de que él se marchó, cerrando mis ideas y dándome algo de aliento para la ceremonia de juramentación. Una donde, irónicamente, no iba a haber ningún juramento sino que iba a aprovechar la oportunidad para realizar una manifestación de voluntad. Sabía que Lax tenía razón: nunca iban a olvidar esto. Bastante les había costado aceptarme para que ahora yo los rechazara. Esta maniobra sería un antes y un después para mí.
Después de este día, todo sería diferente.
—Idzel.
Me erguí y paralicé al instante, como si hubieran pasado un cubo de hielo por mi espalda. Vacilé en volverme por el temor de no encontrar a nadie si es que lo hacía y a la vez, por la aprensión de encontrar al dueño de esa voz.
Cuando me torné, no pude evitar sacudirme ante la visión de una silueta difusa entre las sombras, unos ojos velados en la oscuridad me devolvían la mirada. Fue tal mi impresión, que no pude moverme, y me asedió la extraña sensación de tener varias emociones cruzando por mi mente. Sentirlo todo y a la vez, nada.
—Has cambiado, Dala.
Y él también. Se veía más maduro, su expresión carente de brillo, sus ropajes negros como la primera vez que lo vi en Orbe hacía años. A pesar de que su apariencia había variado en rasgos específicos, lucía muy distinto. Tan distinto como uno puede lucir antes y después de haber vivido algo trágico.
Los dos nos observamos en silencio, estáticos, como si nos reconociéramos en cada rincón, lo que había permanecido y lo que era diferente en nosotros. Verlo parado a unos metros de mí, era como ver a un fantasma y tuvo el mismo efecto que si lo fuera, porque no supe qué hacer, si irme corriendo y chillando como una despavorida o tratar de charlar con él.
Era extraño que él hubiera estado presente en el trasfondo de mi mente todo ese tiempo, pero una vez allí, no sabía qué decirle.
Antes de que me decidiera, él bajó la mirada y su rodilla se dobló hasta hincar el piso. Un gesto que había visto para ese momento miles de veces, pero que no me habría imaginado que él lo haría en frente de mí. Nunca él, de todas las personas de ese mundo.
—He venido a expresarte mi lealtad. —Su mirada aún recaía en el suelo pero su voz, aunque un suave susurro, era firme—. Y también... a que me sometas a la justicia que merezco.
—Ovack... por favor, levántate —atiné a decir por fin—. No voy a someterte a ninguna justicia... yo sé que tú...
—Si las cosas fueran a la inversa, yo no haría lo mismo —cortó él, aún sin mirarme.
—¡Pero yo no soy tú! —exclamé de pronto. Porque en serio, ¿Todo tenía que ser como él quería? ¿Incluso en estas circunstancias, después de tanto tiempo?—. Y ¿por qué sigues siendo tan terco? Si dices que estás expresando tu lealtad ¡Entonces levántate, rayos!
Él elevó lentamente sus ojos y de manera automática, se puso de pie otra vez. Verlo obedecer era algo inapropiado en él, tan fuera de lugar. Pero estaba sucediendo.
—Veo que te has ajustado al papel —comentó con un leve ademán formal. No obstante, eso solo hizo que las preguntas saltaran en mi cabeza, enardecidas.
—¿Por qué has venido hoy? ¿Por qué ahora? ¿Por qué no volviste antes?
—No tenía pensado volver nunca —confesó, como si muy a pesar de él, tuviera que hacerlo.
Su inflexión igual de calmada y medida, como lo conocía, pero había algo nuevo, se oía apagada, casi indiferente. Luego guardó un corto silencio antes de proseguir.
—Pero... escuché una voz que me pedía que regresara contigo. De no ser por eso, no estaría aquí.
—Y ¿qué te detenía de regresar? —Más que una pregunta, fue un reclamo.
—¿Por qué regresaría ante ti? Sabiendo lo que he hecho y que todo lo que he perdido ha sido por mi propia culpa.
Tuve que contener el aliento al escuchar esas palabras y ver en su mirada. Los ojos grises de Ovack eran tristes, tal vez por eso no quería que lo mirase. Eran tristes y derrotados. Eran lo opuesto a lo que él solía ser.
—No, Ovack. Lo estás entendiendo mal —empecé a decir, con una calma y certeza que había aprendido a manifestar con más confianza esos años.
Me aproximé a él, paso a paso, como quien se acerca con cautela ante un ave por temor a asustarla.
—Tu misión, nuestra misión, aún no ha terminado, no la has perdido. Esa voz que dejaste de escuchar nunca te abandonó, y te ha traído hoy aquí por una razón. Hay tantas cosas, tantas cosas que podemos hacer juntos.
Entonces, sin pensarlo, lo envolví en un abrazo. Y tuve esa nostálgica reminiscencia de cuando me colocaba en puntillas para poder alcanzarlo, como si el tiempo que nos separaba no hubiese sido más de un día. Él se estremeció, vacilante y confundido, pero luego también correspondió a mi gesto y hundió su rostro en mi cuello, su respiración temblorosa y afectada. La conmoción apabullante de saberse perdonado, como si hubiera esperado eso desde hacía mucho.
Vine a ese mundo para salvarlo a él y poder vivir allí, y él vino a mi mundo para encontrarme. De alguna manera tenía sentido y no podía ser de otra forma.
—Tienes que venir conmigo —le dije de pronto separándome de él con una sonrisa que sentí que no había podido esbozar en mucho tiempo—. Esta noche eterna tiene sus días contados, el sol volverá otra vez a este mundo, Ovack. Pero para eso, tenemos que hacer muchas cosas.
—¿Tenemos?
—¿No has venido aquí para eso?
Ovack me observó, indeciso, una pequeña y tintineante luz parecía querer asomarse para iluminar sus ojos grises que lucían tan acostumbrados a las penumbras de esos años. Y pude ver asomarse al chico sereno, sarcástico, obstinado y algo grosero, ese chico común y corriente que había en él.
Entonces, una sonrisa se desempolvó en sus labios, una sincera y real, que sabía iba a durar mucho tiempo.
—Por supuesto.
Después de todo lo que había acontecido, después de las ambiciones, traiciones y represiones, sentí, por fin, que las cosas volvían a ser como debían de ser. Que los engranes estaban, de nuevo, colocándose en su carril para funcionar de la manera correcta.
El sol debía alzarse otra vez, nos habíamos acostumbrado a su ausencia que ya lo dábamos por perdido. Pero esta oscuridad no estaba destinada a permanecer eternamente. Ese eterno plenilunio tendría que acabar. Y nuestros corazones debían palpitar con todo su ímpetu en nuestro pecho, en busca de un latido que nos hiciera realidad.
Así que tomé su mano y él pareció algo aturdido, pero finalmente, también la estrechó, y nuestros dedos se entrelazaron de forma natural. Ignoraba cuál sería nuestro nuevo destino. Solo sabía que marcharíamos a lo desconocido para vivir bien cada instante, cada error, cada acierto; para que nuestras vidas tuvieran un sentido.
Para que nuestros corazones valgan cada latido.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro