50. Devenires
Lo que sucedió después estuvo inmerso bajo un velo de cansancio y una suerte de niebla vaporosa. Estaba verdaderamente agotada, y como si me hubieran colocado en un modo automático, solo acaté a todo lo que Lax me solicitaba que hiciera.
El cataclismo y confrontación en Orbe cesaron paulatinamente, y los reemplazaron el barullo cadencioso de varias voces que iban de un lado a otro y un paisaje de desolados escombros. Era difícil reconocer de entre las ruinas y despojos remanentes a lo que había sido hacía unas horas la estructura sólida y compleja de una gran edificación. El monumento de la compañía que se encumbraba en el gran hall yacía hecho trizas por todas partes como residuos de una demolición.
Supe que nunca más iba a volver a alzarse.
Lax permaneció todo el tiempo conmigo mientras apresaban a los socios de Orbe y a Danlio. Tuve la sensación que Lax me decía algo de lo que no llegué a prestar verdadera atención y cuando él notó esto, dejó de hacer el intento. Únicamente reaccioné para responder una que otra pregunta. Pero sobre todo, para formular una petición.
—Quiero volver a la Noche Eterna —dije.
No le di mucha cavilación, lo único que consideré en mi mente era que necesitaba encontrarme con Ovack otra vez. Sabía que regresaría a la Noche Eterna, así que estaría allí cuando él llegara. Tenía que explicarle, tenía tanto que decirle. Sabía que esto había sido doloroso para él, pues lo que había perdido allí no había sido una batalla, era mucho más que eso.
«La base de toda creación es la convicción».
Esa había sido la primera lección que él me había impartido.
«Sin convicción, las creaciones son frágiles y fáciles de destruir».
Sabía que su mente había sido invadida por una serie de dudas en ese momento, sobre todo después de que su convicción más férrea se había venido abajo. Estaba segura también de que una de esas inquietudes había sido que, simplemente, no quería luchar contra mí. Lo había hecho pero él mismo se había estado midiendo.
Yo tampoco había querido hacerlo, pero la otra alternativa era dejarlo a su suerte. Me había aferrado a la certeza de que aún podría salvarlo, de que podía evitar un desenlace terrible. Aquella había sido mi convicción y a la vez, mi prueba. Y la había pasado. Y era una convicción que aún sentía correr como un torrente por mis venas, pero también revestía de cierto pesar.
Le había respondido al Creador en ese momento en un arrebato de furor, pero también había sido honesta. Había esperado por esa pregunta toda mi vida sin saberlo y solo entonces podía darme cuenta de ello. Pero ese «sí» tenía consecuencias, y no solo para mí.
¿Qué debía hacer ahora? ¿Qué se esperaba que hiciera? ¿Qué pasaría con mi familia, con mis amigos, con mi vida en el Mundo Distante?
En el fondo de mi mente, podía entrever las respuestas a esas preguntas, aunque eran difíciles de aceptar.
Pensaba todo eso mientras contemplaba la hermosa luna llena de la Noche Eterna. Aún no me libraba de la conmoción de lo que había sucedido y de la batalla misma. Lax me acompañó por algunas horas pero le pedí que me dejara un tiempo sola. Sabía que Ovack no se acercaría a mí si es que no era así.
Me pregunté también qué era lo que le iba a decir, qué era lo que él necesitaba escuchar. Pero no podía comprenderlo en su totalidad, solo podía imaginar qué cosas pasaban por su mente. Solo podía imaginar qué era lo que sentiría un muchacho que había seguido un fin probo toda su vida y lo había convertido en su razón de ser. En su misión, pero cuyo camino se torció en el viaje para ir tras una mentira. Y que, al final, la verdad lo había acabado de golpear como un muro despiadado e indoblegable.
Pero yo podía verlo, y sabía, siempre había sabido, que él era una persona noble, a pesar de todo. Y que cuando volviéramos a vernos, las cosas iban a cambiar. Todo iba a cambiar, porque él ya nunca sería el mismo. Y yo tampoco.
Así que las horas de espera y la luz azul de la Noche Eterna finalmente lograron adormecerme y en medio del sueño, mis preocupaciones e inquietudes por lo que vendría después se disiparon un poco.
Me había dormido recostada en un balcón de mi habitación en la residencia de Lax, esperando. Me sobresaltó un suave roce en mi mejilla. Desperté dando una sacudida, aún permanecía la estela de un calor ajeno y una sensación familiar de una última caricia, pero no había nadie allí.
Y de alguna manera entendí que él no volvería más.
Danlio Fes y Míro junto con varios agentes fueron apresados en Dafez y Lax me informó que era probable que el castigo más benigno sería para los subordinados. Lo cual sería la neutralización permanente de la habilidad de la creación y una limpieza de memoria. Danlio, no obstante, se debatiría entre el encierro perpetuo o la muerte.
Míro, sin embargo, no pudo experimentar ningún castigo, puesto que no soportó el efecto de haber creado un portal fuera de plenilunio. El chiquillo había sido parte de toda esta urdimbre, sin embargo, no tenía culpa de haber sido hijo de un traidor de la familia real. Lamenté su deceso, al igual que lamenté las vidas que se habían perdido a causa de Orbe.
La revelación de esta empresa en Dafez suscitó un golpe para todos los ciudadanos. Los príncipes y princesas corruptos pronto serían expuestos ante su propio pueblo para que cayera sobre ellos la implacable y dura justicia. Sin el apoyo de sus contactos, y sin el poder de los portales, la organización entera ya no tenía sustento. Toda aquella armazón que había existido por varios años llegó a su fin y el peso de sus consecuencias cayó sobre todos.
La diferencia en el transcurso del tiempo entre el Mundo Distante y el Mundo de la Noche Eterna pronto se restablecería. Las cosas volverían a ser como siempre debieron haber sido. Y eso me separaría de mi hogar de forma definitiva.
Lax le explicó a Aluxi los motivos que estaban detrás de nuestra aparición en medio de la alborotada irrupción en Orbe. Y Aluxi mismo se enteró después de todo lo que había sucedido. Aunque se mostró afectado por la suerte de Ovack, me sorprendió cuando se postró ante mí como los demás. Y su gesto vino también con un agradecimiento.
—Lo he contemplado por mucho tiempo convertirse en alguien que ya no podía reconocer —confesó y luego agregó en un tono esperanzador—. Espero que vuelva antes de que me marche.
—¿Te vas? —Él sonrió con su usual gesto afable y comprendí de pronto el trasfondo de esa sonrisa—. Ah... salúdame a Ulina, por favor. Y a Sétian, debe andar cerca para fastidiar.
La familia de Lax regresó. Sus hermanos pequeños permanecieron rondándome, carcomidos de curiosidad por los eventos acontecidos. No obstante, Lax les ordenó dejarme en paz, lo cual agradecí. Aunque sabía que esa tranquilidad sería un deleite raro de disfrutar en los próximos días.
Cuando de nuevo obtuve un momento de soledad, no pude evitar encogerme en mí misma. Aún no había terminado de aceptar todo lo que había sucedido. Y todo lo que había perdido.
—¿Te encuentras bien? —inquirió Lax, a lo que yo simplemente asentí, pero no era cierto del todo—. ¿Qué es lo que vas a hacer ahora... idzel?
Su voz era un tanto sugerente, definitivamente él tenía una opinión concreta al respecto, pero quería darme el espacio para que yo la respondiera por mi propia cuenta. Qué buen chico.
—Ah, por favor. No me llames así.
—Pero eso eres.
Ya antes había contemplado en los ojos de Lax el brillo de la lealtad, pero en ese momento lo acompañaba algo nuevo. Certitud y admiración.
Ver aquel centelleo me hizo rememorar las palabras que él me había dicho después de conocernos. Que todos tenían un propósito en la Noche Eterna. Y tiempo después, que nuestro encuentro estaba concertado, pues estábamos destinados a encontrarnos.
En verdad, había un sentido en nuestro encuentro. Comprendí que a partir de ese día no nos separaríamos nunca, que podría contar con él el día de mañana y todos los que siguieran. Y él también podría contar conmigo. El saber eso me suscitó el alivio y consuelo que tanto necesitaba en ese momento. Un aliento de afecto que hizo que sintiera una quemazón detrás de los ojos, pero no permití que las lágrimas salieran. Las necesitaría después.
Antes de que pudiera responderle, un viento nocturno levantó con suavidad mis cabellos, y con él vino una voz, un susurro arrullador y acogedor. Una voz sobrenatural que estaba conmigo en ese momento y sabía que estaría siempre. Un mensaje que me confiaba una petición secreta que solo podía compartirse cuando existe un vínculo especial.
—Ah, Lax. Creo que necesito pedirte un favor.
—Claro, lo que sea.
—Necesito de tus servicios... hay algo que no puedo hacer sola.
—Hay muchas cosas que no puedes hacer sola —contrapuso él, de repente con una sonrisa jactanciosa—. Pero tienes suerte de contar con alguien con mis características únicas.
—Muy gracioso.
—Pero bueno, ¿que debes hacer?
—Debo cambiar algo.
—¿Qué cosa?
Fue entonces mi turno de sonreír. Y aunque fue una sonrisa fatigada, fue genuina.
—El mundo.
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