46. Debacle
Tardé unos segundos en reconocer el gran hall de Orbe abrasado por columnas de llamas naranjas y rojas que desataban su furia en los cimientos de la edificación. A través del humo podía vislumbrar a sombras oscuras corriendo de un lugar para el otro, apareciendo y desapareciendo. Por sobre el crepitar salvaje del fuego escuchaba aullidos, órdenes, bramidos, gritos. Todos al mismo tiempo, todos desorganizados. Un caos apabullante.
El pequeño psicópata se desplomó a nuestro costado, y el sonido de su caída me extrajo de mi parálisis. Había conseguido anteponer las manos para no darse de bruces, pero me sobresalté al notar que había empalidecido súbitamente. Jadeaba con dificultad y su rostro lucía sudoroso y demacrado, como si estuviera sufriendo los efectos de un veneno inmediato.
No obstante, él levantó la vista para contemplar el espectáculo que estaba desarrollándose en las arenas de su empresa. Más allá de las secuelas de haber creado un portal de esta forma tan anómala, lo vi componer por primera vez un gesto afectado.
—No puede ser...
A pesar de su estado, Lax no se demoró en volverle a apresar con los grilletes. Sin embargo, dudaba que pudiera crear nada en esas condiciones.
A lo lejos, advertí a uno de los creadores de Ovack lidiando por su propia cuenta con una serie de agentes de Orbe. Se zangoloteaba en el aire entorno a ellos como un moscardón, generando revuelo y destrucción a diestra y siniestra. Más allá escuché órdenes en sisem, y vislumbré a otros miembros del grupo de Faztes demoliendo oficinas y barriendo contra aquel que se les opusiera. No podía creer que estaba de regreso en los pasillos de Orbe. No había imaginado que regresaría de esa manera y mucho menos para encarar aquel escenario bélico.
—Tenemos que seguir —me apremió Lax, ante lo cual reaccioné y lo seguí automáticamente.
Todos tenían ya suficientes problemas con los que distraerse. La atención no estaba sobre nosotros y no debíamos atraerla, ni la de los agentes ni la de los dafezen. Sobre todo teniendo en cuenta que yo aún me encontraba sometida bajo el contrato de Orbe, si alguien me reconocía, esto no podía terminar bien. En ese sentido, había sido algo bastante estúpido que yo viniera allí, pero no tenía una mejor alternativa.
—El príncipe Ovack está en los pisos inferiores —informó Lax mientras avanzábamos a trompicones, como ya había visto lo acertado de sus habilidades como conector, no lo puse en duda.
Advertí que detrás de nosotros, Míro nos seguía a duras penas. No tenía tiempo para preocuparme por él, pero adiviné que él quería conocer nuestras intenciones... Tal vez. O tal vez tenía algo más en mente. Sea como fuere, ahora estaba indefenso y no sería un problema.
Sin mediar palabra, seguí ciegamente a Lax. Nos introducimos entre los laberínticos y retumbantes parajes lívidos. Ya no estaba presente esa calma tediosa de las oficinas, sino que todo era un desorden explosivo. Lo que sucedió fue una especie carrera de obstáculos mortal donde no podíamos permitirnos ninguna vacilación.
Nos topamos agentes de Orbe a través de todo ese trayecto, algunos al ver nuestros atuendos, volteaban corriendo en dirección contraria, despavoridos. Otros intentaron crear algo para detenernos pero fueron suficientemente lentos como para que Lax o yo los empotráramos contra la pared y los inmovilizáramos.
Serpenteamos por despachos, salas de conferencia y pasadizos, sorteando recientes escombros, mueblería y agentes desbocados. Entonces, de pronto, el barullo estrepitoso de una explosión hizo retumbar el piso y las columnas de todo el complejo. Como si se hubiese desatado un terremoto. Había sido una detonación importante, sin embargo, por el caos reinante no tuvimos certeza de si había provenido del lugar hacia donde nos dirigíamos. Lax y yo compartimos una rápida mirada en la cual interpretamos al instante el mensaje escrito en el rostro del otro.
«Más rápido».
Entonces reanudamos nuestra carrera a paso más apresurado que antes, seguidos por el pequeño psicópata.
—¡Dala!
Estuve a punto de generar en el aire una caja de cristal gigante para que cayera sobre la persona que se había lanzado sobre mí, pero me detuve en el último instante. Ulina me abrazó con fuerza, toda su lacia cabellera flotó entorno a nosotras, inusualmente desordenada. Lax pareció desencajonarse ante aquella intempestiva escena pero luego se contuvo y observó, perplejo.
—¡Por todos los cielos! ¡Eres tú, Dala! —exclamó ella, con una genuina preocupación.
—Sí... gracias —musité, algo atolondrada.
—Y estás viva —agregó Sétian detrás de ella, no lo había notado hasta ese momento—. ¿Por qué no dijiste que ella había venido contigo?
Aquella última pregunta se la había dirigido a Aluxi. Me separé de Ulina de forma mecánica con un respingo. Ovack no estaba con él, pero aun así no dejé observarlo con cierto recelo. Y él me contempló con una expresión nueva: enojo.
—¿Qué estás haciendo aquí? —inquirió él en un airado reclamo.
Él era por lo general una persona apacible, así que al verlo arrugar el entrecejo, claramente furioso, me aturdió un poco y vacilé en responder. Aluxi no esperó por mi réplica, se dirigió a Lax con una mirada acusadora, y al notar a Míro detrás de él, su semblante se agravó supremamente, y le preguntó en el idioma de los antiguos:
—¿Por qué la trajiste aquí? ¿Por qué lo has traído a él? Escuchaste muy bien las órdenes del príncipe, esto es una desobediencia directa. Has pasado la línea.
Por toda respuesta, Lax se encogió de hombros en un gesto indolente y seco.
—Hice lo que tenía que hacer. Luego pueden someterme a un juicio por traición si quieren.
Aluxi estuvo a punto de protestar pero unas nuevas explosiones y el estrépito violento volvieron a tronar cerca de nosotros. Parecían brotar de todas partes. En cualquier momento nos iban a alcanzar.
—¡Aluxi, realmente no hay tiempo para esto! —le espeté antes de que él continuara—. Necesito llegar hasta Ovack, estés de acuerdo o no.
—¿Quién es Ovack? —inquirió Sétian, y miró de reojo a Lax con cierta desconfianza—. ¿Y quién es este?
Aluxi me observó con una clara reprobación. Pero luego pareció decidir asumir la realidad y su ánimo se tornó un tanto terciador.
—Aún tengo que desempeñar un papel aquí —dijo él. Y entonces, se dirigió a Ulina y Sétian—. Ustedes salgan de aquí, ya no tienen por qué obedecer a la empresa. Los contratos ya no existen, los acabamos de destruir todos.
Hice las conexiones con rapidez. Debió haber sido esa detonación que había movido el piso. Debían haber incendiado el almacén donde guardaban los contratos... Por supuesto, debían conservarlos en algún lado. Estuve por preguntarle eso a Aluxi, pero de pronto Ulina lo abrazó intempestivamente, y yo me quedé con el índice extendido en el aire. Comprendí que ese abrazo era algo un poco más que amical, por así decirlo.
Ulina y Sétian se despidieron de mí, a pesar de que quisieron que los acompañara yo insistí en quedarme. Y un par de explosiones cercanas los convenció de que era momento de que ellos se marcharan. Esta situación escapaba de sus posibilidades. Los vi perderse en el fondo de uno de los pasillos, donde se escabulleron por entre las sombras y ya no los vi más.
Aquello fue una espina menos, pero no pude demorarme mucho en ese momento.
—¡Dala, espera! —me retuvo Aluxi cuando me dispuse a reanudar mi camino—. ¿No escuchaste? Tu contrato ya no existe. El tuyo, el de los demás agentes de Orbe... Los que se queden a luchar en nombre de la empresa, lo hacen por su libre albedrío.
Una columna desplomándose a nuestro costado nos obligó a reemprender la marcha. Aluxi nos siguió sin mediar explicaciones.
—Ya no tienes por qué estar aquí. Este no es tu lugar, esta no es tu pelea —insistió él—. Podrías regresar a tu hogar ahora mismo.
La verdad fuera dicha, no se me había ocurrido esa opción siquiera. Él tenía un punto. Sin embargo...
—No puedo —repuse—. No puedo. Mi misión es...
—Tengo que seguir por aquí —indicó de pronto él, deteniéndose en un cruce de pasillos, no obstante, el camino de Lax y el mío era distinto—. Dala, ven conmigo y encontremos un portal de regreso a tu hogar. No tienes por qué estar aquí.
Comprendí que esa era mi última oportunidad. La mano extendida de Aluz representaba un mundo de significados. El último peldaño antes del abismo, luego de eso habría cruzado el punto en que ya no se puede regresar jamás.
Tomar su mano hubiera sido demasiado sencillo.
—Mi misión es salvar a Ovack —dije por fin.
Supe que Aluxi iba a insistir, pero no le di la oportunidad. No había tiempo y mi respuesta ya estaba dada. Lax y yo nos volvimos como si lo hubiésemos ensayado y proseguimos nuestro camino.
Cruzamos un ambiente donde a lo lejos vislumbramos a otro de creadores dafezen. Y atisbé la corta figura de Ditro por entre la bruma plomiza de la destrucción haciéndole frente. Era evidente a este punto que la tarea de los miembros de la comunidad era destruir la empresa de manera textual, y reducir a todos aquellos que se les oponían. Pero siendo así, ¿qué era lo que estaba haciendo Ovack?
—¿Es esa la encomienda del Creador? —me preguntó Lax al momento siguiente—. ¿De qué debes salvarlo?
—Chica estúpida —interrumpió de pronto la voz de Míro. De pronto, Lax y yo recordamos que aún nos seguía—. ¿Estás viendo este sitio? Él no necesita que lo salven de nada.
—Cállate, mocoso.
Pero él estaba en lo cierto. ¿Qué haría cuando lo encontrara? Él parecía tener bien dominadas las cosas allí, no necesitaba mi ayuda. Además, aunque la quisiera, estaría estratosféricamente furioso cuando se diera cuenta que lo había desobedecido.
En frente de nosotros se elevaban las altas paredes de estadio de la empresa y parecía como si la actividad de un concierto de rock pesado estuviera desarrollándose dentro de sus inmediaciones. Como si un gigante de hierro estuviera desatando una pataleta.
Hubo un sonido sordo pero contundente de un impacto. Fue entonces que Lax frenó de improviso ante mí, como si anticipara algo. Me estrellé de lleno contra su espalda y un instante después, él se volvió para cubrirme como si fuera un movimiento reflejo. Luego todo fue un revoltijo de humo, estruendos, escombros y pulmones llenos de polvo. Había sucedido tan rápido que si Lax no me hubiera protegido y no hubiera empujado a Míro, aquella serie de muros de concreto nos hubieran enterrado.
Cuando reaccioné y sacudí mis ojos para esclarecer mi vista, no tardé en comprender que lo que había sucedido eran las secuelas de una batalla entre creadores. La pared derribada había abierto una gruesa abertura hacia el gran espacio del estadio donde se había desarrollado la contienda de la convocatoria cerrada. Aquel, en ese momento, se me antojó un recuerdo de otro tiempo.
Pero esa batalla estaba terminando y era bastante evidente quién había salido victorioso. Ovack, secundado por un par de sus creadores levitaban sobre diferentes objetos, y en el suelo, entre piedras y desmonte, yacían inconscientes a los que reconocí eran los socios de Orbe. La única que aún, a duras penas, parecía contener la intención de contraatacar era la bruja de Krefala. Sin embargo, ella había sido inmovilizada por una creación masiva que la rodeaba en una prisión personal. Como si hubiesen fundido roca alrededor de ella.
Mientras me incorporaba pude distinguir que ella fulminaba con una expresión encolerizada a Ovack, y él le dedicó un frío gesto contemplativo, nada más. Ella no era el centro de su atención, sino otra persona. Aquella que aún permanecía en pie.
Nunca lo había visto antes, no obstante, por alguna razón, pude reconocerlo en el acto. Un hombre de edad intermedia, de cabellos negros y unas facciones que me hacían recordar bastante a Míro. Pero no solo a él. Aquel porte, aquel perfil. Había algo de Ovack en él. Ojos grises parecidos, un rostro familiar. O tal vez era que había un aire de autoridad en aquella persona. El tipo de talante de alguien que nunca se ha amilanado ante otro.
—Él forma parte de la familia real —escuché murmurar a Lax, a mi lado en un tono de sorpresa, pero también de sentencia—. Ya acabó todo.
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