44. Represalias
Fuegos artificiales.
Estaba soñando con ellos, pero cuando abrí los ojos me percaté que las explosiones provenían de la realidad. Las paredes de mi habitación reflejaban un extraño resplandor naranja. Cuando me asomé a la ventana para comprobar de dónde provenía, ahogué un exhalo de sorpresa y terror.
La ciudad nocturna de Ciaze estaba entintada en flamas naranjas y por doquier se desprendían columnas de humo negro. Escuché detonaciones consecutivas a lo lejos y el inminente gemido de las alarmas. Incluso en la lejanía, podía percibir el calor remoto de aquel desastre.
Arribé al patio principal al minuto siguiente para encontrar a todos los miembros de la comunidad en plena organización. Faztes y Ovack repartían órdenes, y entendí poco después que estaban dividiéndolos en grupos para ir a socorrer a los ciudadanos y neutralizar a los causantes de este ataque.
—Son ellos —me confirmó Lax cuando lo encontré por fin. Solo bastó que me dijera eso para que una sensación de alarma me embargara.
Este era el mensaje de Orbe.
—¿Pero cómo? —pregunté—. Aún no es plenilunio.
—Son los seguidores de Orbe en Dafez —esclareció, las continuas detonaciones se escuchaban como sonido de fondo—. Quieren a ese niño de vuelta.
No pudo decirme más, pues varios portales se encendieron al mismo tiempo en la sala. Los miembros de la comunidad crearon máscaras para cubrirse el rostro. Otros solo se encapucharon y ocultaron sus caras con un fular. Y se pusieron en movimiento, entreví a Aluxi entre ellos.
—Debo ir —dijo Lax, una tonalidad solemne en su faz como si lo llamara el deber. Y eso fue lo que dijo para mediar una suerte de despedida. Entonces se acopló también a su grupo.
—Ovack... —murmuré para mí misma, y me dirigí directamente hacia él antes de que se marchara en el portal que le correspondía. Fue como si él me hubiera intuido, porque se volvió incluso antes de que lo tomara por el brazo—. Ovack, yo puedo...
—No, Dala. Quédate aquí —atajó, sin dejarme terminar.
—Pero yo puedo...
—Es una orden.
Me dio la espalda, creó su propia máscara negra lustrosa y se sumergió en el luminoso portal que desapareció junto con el resto de su equipo. Todo el barullo de hacía unos segundos cesó como si alguien hubiese presionado el botón de silencio y de repente me encontraba sola en ese ambiente, con el ruido distante de las sirenas y el caos que arremetía contra la capital de Dafez.
La quietud súbita solo enfatizó la horripilante sensación de injusticia e impotencia. Entendía que él quería mantenerme a salvo y fuera de ese conflicto, que para sus parámetros yo no debería siquiera de estar envuelta en esto. Y que por ello no debía involucrarme más. Pero su ciudad estaba en llamas, y yo era una creadora. ¿Cómo podía negarse a recibir mi ayuda cuando ya estaba metida hasta la espina en el cruce de fuegos entre Orbe y Dafez?
Decidí desoír sus órdenes. Él no podía prohibirme esto. Estaba actuando como un imbécil. Lo primero que vino a mi mente fue buscar algún dispositivo portalizador. Encontré uno en la biblioteca de Lax, no obstante, reparé en que no entendía cómo activarlo y mucho menos programar la dirección del portal. El sistema era muy diferente a cómo estaba cifrado en Orbe. Y al parecer, la facultad que me había concedido el Creador no funcionaba con escritos.
Deseché ese intento y lo único que se me ocurrió fue desplazarme manualmente hacia las zonas siniestradas. No había otra forma, y ya había perdido minutos valiosos. Así que generé una placa vidriosa circular y me elevé sobre ella en los aires, sobrevolando por encima del espacio aéreo de la residencia de Lax hasta que esta se convirtió en una diminuta maqueta de puntitos brillantes bajo mis pies.
El viento frío nocturno azotó mis cabellos, y me paralicé al contemplar el paisaje de siluetas remotas de los edificios en contraste con la luz naranja de las flamas. Muchas de las columnas de humo negro habían amainado y ya no escuchaba las detonaciones consecutivas. Comprendí que, o bien la situación estaba controlada, o bien habían cesado los ataques. Tal vez había sido lo segundo... Una acometida relámpago... Tal vez Ovack lo sabía y por eso la prontitud a la hora de reaccionar.
Me quedé brevemente suspendida en el aire, debatiendo en lo que debía hacer a continuación. Y entonces escuché aquel sonido. Todo Ciaze lo escuchó, pues se extendió en ondas como un eco sobre la urbe.
Fue la resonancia de algo rompiéndose, como si un bloque sólido de partiera en dos y sus mitades se desfasaran. Un crack que pareció provenir de todas partes en el cielo. Pero detecté la fuente, más por intuición que por certeza.
Una de las islas flotantes. Desde donde me encontraba lucía cercana, como si pudiera llegar hasta allí en cuestión de minutos. No obstante, supe que era la misma ilusión que nos hace pensar que la luna está a nuestro alcance. Era poco más que una silueta en la lontananza, rodeada de nubes, su superficie terrestre tenía la forma de un trompo y flotaba en los cielos de la ciudad.
Pero reparé que algo estaba sucediendo en esa isla. De pronto, al unísono, las luces de sus innumerables edificios cupulares parpadearon al mismo tiempo, como si estuviesen sufriendo el mismo desperfecto. Una fracción de tierra se desprendió de la isla, cayendo como una masa indistinguible sobre los residencias de la ciudad. La isla tembló y crujió como un navío viejo, permaneció así durante unos terribles minutos. Y finalmente, comenzó a descender de manera irregular, como si intentara mantenerse a flote antes de abandonarse al vacío.
Escuché entonces ese terrible y ominoso rumor. Fue un único sonido, se escuchó como un solo grito, pero estuvo compuesto de miles de voces. Retumbó por encima de la noche mientras la isla se desmenuzaba en el aire y caía como pedazos de un cuerpo sin vida sobre Ciaze.
Fue como ver el florecimiento de un botón de rosa en cámara acelerada. Una rosa gris. Un domo de un espeso humo de desmonte, tierra y rocas se extendió sobre el área de impacto. Se extendió y creció en todas las direcciones a una velocidad abrumadora. Incluso a lo lejos atisbé como pestañeos fugaces los resplandores blanquecinos de los portales de conducción de los ciudadanos desesperados por huir de la catástrofe.
No supe cuánto tiempo permanecí levitando, como suspendida en el tiempo, solo contemplando aquella escena de terror. Sabía lo que acababa de suceder, pero una parte de mi cabeza no conseguía procesarlo a pesar de que lo había visto. No podía creer que alguien fuera capaz de planear algo así y ejecutarlo. Quise pensar que había sido testigo de un triste accidente... Pero no había sido así.
Había sido Orbe.
El ruido de las sirenas volvió a atronar como un murmullo fúnebre y angustiante sobre Ciaze, y me despertó de ese estado patidifuso. Advertí entonces que había movimiento abajo, en los patios de la casa de Lax. Los portales resplandecían y los miembros de la comunidad regresaban.
Aterricé en una segunda planta y reparé algo había sucedido... Algo además de la caída de una de sus ciudadelas flotantes. Todos corrían de un lado a otro con caras de desconcierto, alarma y consternación.
—¿Es cierto? —escuché que murmuraban entre ellos.
—Pero, ¿dónde está? ¿Por qué no podemos comunicarnos?
—No lo encuentran. Lo están buscando.
Me hubiera gustado preguntarle a cualquiera de ellos de qué rayos estaban hablando, pero no me entenderían. Sabía que todos ellos sostenían una misma línea de comunicación mediante sus brazaletes inteligentes, pero algo había sucedido con su conexión. Y no estaba segura de que quisieran revelármelo.
Los miembros de ese selecto grupo me conocían de vista y me tenían como la protegida distante de su príncipe. Básicamente, ignoraban mi presencia y el máximo gesto de reconocimiento que habían tenido conmigo algunos de ellos había sido saludarme con un gesto breve. Dudaba que de eso saltaran a compartir sus preocupaciones conmigo.
No veía a Aluxi, ni a Lax por ningún lado. Ni a Ovack. No quise adelantar suposiciones, y no pude hacer más que pulular en medio de la incertidumbre junto con los que estaban retornando.
No registré el transcurrir del tiempo. Pudo haber sido una hora o tres. Solo supe que después de una indeterminada espera, un portal se encendió en medio del patio abierto, haciendo saltar a los estaban sentados, aguardando. Y de él emergieron los miembros faltantes del grupo.
Estaban espolvoreados por una gruesa capa de ceniza en todo el cuerpo. Un cofre negra flotaba junto a ellos... Aunque no era eso. Era un féretro.
Se produjo un silencio afectado. Fue Ovack quien se retiró por fin la máscara y dio la noticia.
Los agentes de Orbe se habían repartido entorno puntos específicos de la ciudad para generar catástrofe y destrozos. Pero el culmen de aquel terrorismo planificado había sido atentar contra la Recámara suspensiva de una de las ciudadelas flotantes de Ciaze.
De mis misiones de Orbe, sabía que la tecnología de la Recámara suspensiva era la que mantenía levitando cada una de esas islas como por arte de magia. Recordaba un disco plateado flotando en medio de una habitación circular y, en realidad, escapaba de mí entender cómo era que funcionaba aquel sistema.
Faztes llegó allí. Pero no pudo frenar la misión de esos agentes. Fue entonces que él soportó el disco plateado con sus propias creaciones. De alguna manera, aquel disco era el que sostenía magnéticamente a la isla. Faztes había sido la razón por la que aquella enorme fracción de tierra voladora no se había venido abajo al instante. Dio la oportunidad para que muchos de los dafezen, tanto en tierra firme como en la flotante, pudieran generar portales para escapar. Fueron solo apenas minutos de gracia. Fue un tiempo vital para muchos. Pero no fue suficiente para todos, incluyéndolo a él.
Desde una esquina observé la palpable nube de desaliento que abatió a todos los presentes. El silencio que siguió a las palabras de Ovack fue tan lúgubre, tan fatalista. Era el silencio de la derrota.
—¿Qué hacemos ahora, príncipe? —murmuró uno ellos. Y aquella frase fue la materialización de lo que pensaban los demás.
Ellos esperaban algo. Faztes los había reunido a todos ellos y había sido quien los había guiado y organizado en esa empresa. Pero por lo que había podido apreciar desde mis observaciones lejanas, Ovack era su segundo al mando. Y ahora que Faztes había caído, lo miraban a él, expectantes.
La expresión de Ovack, no obstante, nunca había sido más hermética. Si había pena o duelo, o desconsuelo siquiera, debajo de aquella máscara, era imposible adivinarlo. Sus ojos eran dos pozos negros sin brillo, pero su expresión era llanamente impasible.
Me pareció tan insensible que le pidieran una respuesta inmediata luego de lo que acababa de suceder. Sin embargo, incluso antes de que terminara de formular aquel pensamiento, el habló:
—Ahora es nuestro turno —dijo, su voz engañosamente calma guardaba algo que no podía descifrar pero que me sobresaltó. Cierta fiereza que no le había escuchado antes—. Atacaremos hoy.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro