Me sentí desencajada al abrir los ojos y encontrarme nuevamente en la oscura alcoba de la habitación de huéspedes de la casa de Lax. Sentí que había recorrido un largo trayecto, a pesar de que no había dado ni un solo paso. Pero una vez despierta, ya no pude dormir, permanecí tendida sobre mi cama como una zombi atontada.
Dediqué varios minutos en reflexionar sobre lo que había sucedido ese día y lo que había soñado. El umbral dorado, el mensaje del Creador, la historia de Ovack... Aquel incidente debía de ser ese que se rumoraba en Orbe, que había sucedido hacía años, y lo que Lax me había dicho anteriormente, que no era la primera vez que la empresa perdía a un miembro importante.
¿Aquello tenía alguna relación con la encomienda del Creador? ¿De qué se suponía que dbeía salvarlo? Solo sabía que sentía necesario conocer más sobre este mundo, sobre Ovack. Aquel sueño me había aclarado más sobre su pasado, y sus temores. Y también subrayaba con más insistencia el tipo de compromiso que él profesaba hacia su deber.
Era como si nunca hubiera pensado en otra cosa más que en su misión como príncipe. Sin embargo, antes él aceptaba la ayuda de los demás con más facilidad... No era que ahora hiciera todo solo. De hecho, tenía toda una comunidad trabajando como una suerte de resistencia a Orbe. E incluso en Orbe, se valía de las aptitudes de Ulina y Sétian... incluso de las mías... Él parecía siempre preferir el trabajo en equipo. Pero había algo que había cambiado. Él ya no era ese Ovack que había visto en su adolescencia.
Según el reloj era medianoche. Me estaba proyectando a trasnocharme pensando en esto indefinidamente. Entonces pensé en Lax y en sus palabras de compañerismo. Él debía saber más del pasado de Ovack... Tal vez podía esclarecerme las cosas. Además, la verdad fuera dicha, él era la única persona en ese lugar con la que podía sincerarme.
Estaba claro que tenía que conversar con él. Con esa idea me dispuse a buscarlo, aunque no tenía ni la primera pista de en dónde podría encontrarse en toda la inmensidad de su mansión. No obstante, cuando abrí la puerta por poco pegué un grito al encontrarme con una silueta.
—¿Qué haces aquí?
Ovack pareció también sorprenderse al verme emerger de pronto. Me dio la impresión de que había estado rondando mi puerta desde hacía unos minutos.
—¿Adónde ibas a estas horas? —me preguntó él a su vez.
—No, yo te pregunté primero.
Él me observó por unos segundos, calmo e inaccesible.
—Pasaba por aquí.
Jamás había sido tan evidente que decía una mentira, de hecho, las veces en las que mentía lo hacía muy bien. Pero luego como si hubiese preferido no hacerlo, dijo:
—Vine a verte.
Fue difícil lidiar con la marea de emociones que suscitaron esas palabras y mantenerme con un semblante normal. No era solo el hecho de que la última vez que habíamos estado solos nos habíamos comido los labios como descocidos, sino también las palabras del Creador que me atenazaban como clavos en la cabeza. Fuera por una o por otra razón, no pude verlo a los ojos y la mirada se me cayó.
Unos minutos después, los dos caminábamos por los alrededores del extenso jardín interno a un paso enrarecido y a una distancia un tanto exagerada el uno del otro. A pesar de ser la situación lo que era, Ovack lucía como siempre, sereno e incólume, con sus manos unidas detrás de su espalda en aquella posición un tanto militar propia de él.
Viéndolo bajo la luz de lo que había escuchado en la catedral y lo que había visto en ese sueño revelador, era difícil pensar que había algo retorcido en él. Pero la verdad era que él sí guardaba un aspecto oscuro, uno que yo había vislumbrado asomarse en contadas ocasiones, como cuando amenazó a Míro. Pero esa dimensión de él se mostraba en momentos tan específicos, como si aguardara en un escondite íntimo. No sabía si era algo que debía tomar realmente en serio, si era algo pasajero o que tenía un contenido más hondo.
Pensé también en él de niño, contemplando la luna con embeleso. Ese niño que creía aún en el Creador. ¿Qué tan lejos estaba Ovack de ese recuerdo?
Estábamos amparados bajo la pérgola del jardín, con una cortina de enredaderas brindándonos cierta privacidad.
—Dala —inició él, deteniéndose—. Quería decirte que volverás a tu mundo pronto.
—¿Cómo?
Él me ofreció una mirada que fue indescifrable para mí, como si contuviera varios sentires juntos.
—Cuando vuelva a ser luna llena en el Mundo Distante, desapareceré a esa organización y tú podrás recuperar la vida que tuviste antes.
Permanecí muda contemplando sus ojos grises y un inevitable vacío ahondó en mi pecho. ¿Había escuchado bien? ¿Orbe iba a desaparecer? Viré mi vista al suelo, ya incapaz de sostenerle la mirada. Ovack iba agregar algo pero yo hablé primero.
—¿Qué es lo que vas a hacer? —me animé a preguntar—. ¿Vas a tomar la empresa por asalto?
Realmente no esperé que me respondiera, pero por su leve parpadeo entendí que había dado en el clavo. Me balanceé ligeramente en mis pies antes de hacer la siguiente pregunta:
—¿Puedo ir contigo?
—No.
Su respuesta fue tan inmediata que sentí una punzada de frustración ineludible, pero no me sorprendió.
—Preferiría que te mantengas lejos de esto —agregó al notar mi desazón.
—¿Lo dices para estar tranquilo por mi seguridad? —cuestioné ya un tanto fastidiada—. Qué gracioso, precisamente yo tampoco estoy segura de que salgas de esta.
—Puedo manejarme solo —replicó él, entornando su mirada.
—¿Cómo en la última misión en el palacio?
Él me ofreció una elocuente expresión recriminadora que yo encontré graciosa.
—Esta vez será distinto —atinó a decir luego de que yo soltara una risa disimulada—. Y luego podrás volver a tu hogar.
Mi sonrisa se desvaneció de inmediato al oír lo último y me produjo un sentimiento contradictorio. En realidad, yo deseaba volver, claro que sí. Quería reunirme con mi familia y mis amigos. Quería volver a mi hogar. Pero al mismo tiempo, no.
Ovack me contempló mientras yo experimentaba ese pequeño debate mental, como si fuera un resultado que ya había anticipado. Pareció vacilar por unos momentos y entonces, casi como si quisiera y a la vez no quisiera hacerlo, él estiró su mano para posarla sobre mi cabeza, en una suerte de caricia torpe.
Estaba esperando, deseando más bien, algún arranque de afecto de su parte. Sin embargo, cuando este sucedió, no pude evitar paralizarme. Él deslizó sus dedos por mis cabellos de una forma diferente a las veces anteriores, y cuando sentí el cálido tacto del dorso de su mano acariciar mi mejilla, un estremecimiento me invadió entera.
—Yo... voy a... Yo... —balbuceó y me causó cierta gracia que lo hiciera, entonces pareció poner en orden las cosas en su cabeza para luego decir directamente—: Te extrañaré.
Entonces entendí que lo que él estaba tratando de hacer era dejar zanjado nuestro asunto. Y era algo raro pensarlo como «nuestro». Él podía ser tan tajante y seguro en muchas cosas pero para este tema se veía tan perdido como yo. Por varios segundos no se me ocurrió replicar nada, solo permanecí tiesa mientras él recorría suavemente mi mejilla.
Era tan inverosímil pensar que quien me estaba acariciando pudiera ser alguien perverso. Debía tratarse de un error.
—Entonces, me extrañarás —dije, intentando mirarle a los ojos y era difícil hacerlo sin que me sintiera abochornada, sentía mis mejillas ardiendo y no podía evitarlo—. ¿Y eso qué significa?
Él cesó su gesto en el acto y conservó la distancia que teníamos entre nosotros, como si temiera cruzarla.
—¿Por qué esto no está bien?
Me refería a lo último que él había dicho luego de lo que había sucedido la noche anterior entre nosotros, y él entendió mi pregunta. Supe que él también estaba comenzando a azorarse cuando me percaté de que los cabellos de su cerviz se erizaban.
—Esto no tiene futuro —respondió finalmente—. Tú... yo. Cuando termine mi misión, permaneceré en mi mundo y tú volverás al tuyo.
Por alguna razón, no me sorprendió su resolución. Aunque hubiera emociones comprometidas, él era de las personas que tomaba decisiones lógicas. No creí que iba a decepcionarme tanto la razonable frialdad con la que él había hablado, como si le hubiera dedicado unos minutos al problema en sí y hubiese arribado a esa brillante conclusión como un ejercicio matemático. Sin embargo, no podía decir que esperaba una confesión romántica con chocolates y globos en forma de corazón. No esperaba nada de él, realmente.
—Eso no pareció importarte mucho ayer —solté con cierto fastidio, él pareció querer decir algo pero yo me apresuré—. Te lo estás tomando todo muy en serio. ¿Qué pasa si no tiene futuro? ¿Vamos a morirnos acaso?
Él alzó sus cejas en un gesto sardónico.
—Pasa que nada de esto tendría sentido.
—¿Y acaso esperas casarte conmigo o algo parecido? ¿Solo así sí tendría sentido?
—Mm... Me has abierto los ojos. Deberíamos besuquearnos en cada esquina y tomarnos esto a la ligera —ironizó él de repente. Y luego agregó con un tono sarcástico pero también con una genuina crítica velada: —Ustedes, los distantes, a veces pueden ser demasiado liberales.
—Por favor dime que todos los antiguos no son así.
—No todos. Solo los que conservamos la sana costumbre del cortejo.
—Mojigatos.
—Libertinos.
Los dos soltamos una armoniosa carcajada al mismo tiempo como si hubiera sido algo concertado. Deseé que ese instante durara para siempre.
Desde el principio había quedado evidenciado que los dos éramos muy distintos, demasiado distintos, pero de alguna manera, nos compenetrábamos bien. Aunque había sido difícil acercarse a él. Pero después de tantas aventuras juntos no me había dado cuenta cuánto nos habíamos acercado.
—Dala... —dijo él enfocando de nuevo sus ojos grises en mí, con un ánimo más distendido pero serio—. Nosotros... Esto no puede ser. —Entonces apartó su mirada por un instante, y cuando volvió a verme un brillo sugerente iluminaba sus ojos. Uno que no supe cómo interpretar—. A menos que... te quedes aquí, conmigo.
El camino de regreso fue bastante silencioso, aunque era de esos silencios cargados de miradas esquivas y palabras que se querían decir. Un silencio bullicioso. Por un instante, pensé que él iba a tomar mi mano, pero fiel a esta susodicha mojigatería, no lo hizo. Ovack se despidió en la puerta de mi habitación, y quiso decir algo pero también se contuvo.
Supuse que quiso pedirme que pensara en su propuesta, pero ya bastante inusitado había sido que me la planteara. Él me había ayudado todo ese tiempo para que pudiera volver a mi vida normal, a mi mundo. Y ahora me daba la alternativa de que renunciara a todo eso. Sabía que incluso él tenía sus reparos.
No supe si fue una buena idea, pero antes de que él se volviera para retirarse, lo tomé del brazo y lo atraje hacia mí, lo tomé desprevenido. Cosa rara. Así que los dos compartimos un beso antes de partir caminos, solo por el mero hecho de que se me había antojado.
No sabía qué pensar sobre su propuesta. Tampoco quería meditarla. Sabía que si iniciaba, terminaría decantándome por una u otra alternativa y en ese momento no quería decidir. Tenía la sensación de que no estaba aún en condiciones para hacerlo, que había asuntos más importantes por resolver antes de tomar una opinión al respecto. Asuntos como la encomienda del Creador. Asuntos como el próximo enfrentamiento contra Orbe, el que, sabía que de una manera u otra sería el último y definitivo.
Pero aun así, hubo algo que no dejé de notar. Él me estaba ofreciendo una vida allí, con él. En su mundo. Supe que en ningún momento había considerado siquiera que él viniera conmigo al mío. Él no pretendía abandonar su hogar... o más que nada, su deber para con los suyos. No supe qué sentir sobre ello, lo único cierto fue que no me sorprendió. Él ya tenía fijas sus prioridades y yo aún estaba en camino de formar las mías... Sin embargo, fue una proposición sincera. Un compromiso para algo duradero.
Uno que siempre atesoraría, independientemente de mi respuesta. Siempre lo atesoraría sin importar el desenlace de toda esta historia.
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