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36. Refugio bajo la lluvia

Me había cuestionado reiteradas veces sobre mi resolución de seguir a Orbe. Había hecho cosas que nunca pensé que haría. Había mentido, había invadido propiedad ajena, había robado... Y sí, lo había preferido a gastarme toda la vida dentro de sus oficinas. Era desagradable tener que aceptar que uno mismo no es la persona intachable que cree ser hasta que es sometida a prueba. Aun así, lo acepté y lo hice. Pero aquel fue el punto de quiebre.

Había accedido a robar para recuperar la vida que tenía antes de toparme con ese portal, pero ante la posibilidad de abandonar a un amigo, no tuve que detenerme a pensarlo. Tomé mi decisión y con eso lo había perdido todo.

Tal vez no me había dado cuenta, pero en el momento en que me zafé de Ulina para seguir a Ovack, ya había elegido mi camino.

—¿Por qué regresaste? —balbuceó él en un resquicio de voz, y aunque fue débil, claramente no era recriminatoria. Tampoco era animosa, era simplemente carente de emoción.

Yo no tenía idea de cómo responderle, pero después de un rato agregó en un tono casi incipiente:

—Gracias.

Esa palabra era la última que había esperado escuchar. Pero no había tiempo para pequeñas conmociones. No era la primera vez que incursionaba en una ciudad de Ciaze. Sin embargo, lucía un tanto diferente a la última vez que la había visitado. Sus calles pavimentadas con losetas lisas y pulidas y sus edificios inspirados en diseños antiguos y enrevesados de alguna mezcla arquitectónica moderna y añeja eran los mismos. Pero las calles estaban prácticamente vacías y un ambiente de intranquilidad y desasosiego circundaba en el entorno.

Anduvimos por horas sin intercambiar palabras. Ovack y Aluz, parecían decidir el mismo proceder sin ninguna comunicación, o tal vez era que ambos ya habían ensayado aquella situación. De cualquier forma, Ovack solo me había advertido que no intentara crear nada pues los lectores de los alrededores podrían rastrearnos. Debíamos buscar un escondite pronto y debíamos hacerlo de la manera convencional.

Nos escurríamos entre las sombras y recovecos de los edificios, evadíamos las avenidas principales las veces que fuera necesario, y esperábamos en las esquinas a que los alrededores se liberaran de transeúntes. Y en varias ocasiones, a que los vigilantes encubiertos pasaran de largo.

Definitivamente, estábamos siendo buscados. Por el silencio de Ovack y Aluz, tuve la certeza de que el peligro aún se cernía sobre nosotros. Mientras los seguía con obediencia, no dejaba de acudir a mi mente la seguridad de que pronto en unas horas, todos notarían mi ausencia en mi hogar, luego en mi escuela y ya no tendría coartada que sostener. Aún si regresaba tendría que dar explicaciones, pero no habría nada que dar.

Sin embargo, jamás hubiera podido volver y haber dejado las cosas como estaban. Aunque me estaba ardiendo en lo más profundo, no me arrepentía de lo que había hecho. Y sabía que iba a pagar por eso, pues aún estaba sujeta a Orbe, y me había revelado contra ellos.

Quise distraer esas inevitables preocupaciones con otras. No dejaba de observar de reojo a Míro, quien colgaba como un muñeco de trapo en la espalda de Aluz, con algunos moretones y las manos, los pies y la boca sellados con algo parecido al metal. Ovack, a mi costado, estaba tenso y serio, su sangre se había secado en su rostro, su brazo izquierdo tendía como si estuviera entumecido y esporádicamente se lo palpaba. No sabía decir si le dolía o no, pues su desenvoltura era la misma que la de una máquina, sus movimientos parecían medidos y entrenados, como los de Aluz. No obstante, a pesar del silencio, no dejaba de lanzarme unas sigilosas miradas enigmáticas. Sabía que había palabras en su cabeza para mí, y no estaba segura si es que las quería escuchar.

Unas gotas gélidas de agua golpearon mi nariz, y entonces noté que la luna de la Noche Eterna de pronto se cubría de nubes negras. Unos minutos después una lluvia pronunciada comenzó a arreciar. En cierta forma era algo bueno para nosotros, pues de repente las pocas personas que aún circulaban por calles decidieron esfumarse, dejando solo largos pasajes iluminados de losas relucientes y sin testigos. Y por otro lado, nos dejaba claramente expuestos.

El repiqueteo de varios pies corriendo bajo la lluvia calles abajo, junto con vociferaciones lejanas en sisem no nos ayudó a tranquilizarnos. De pronto tuvimos que acelerar el paso, aunque el ruido que producíamos en los desiertos pasajes nos pudiera delatar. Corrimos por callejones estrechos, alejándonos del bullicio, esperando encontrar un refugio.

La terrible sensación de ser un ratón que estaba siendo acorralado me punzaba como un tábano. ¿Cuántos vigilantes estaban tras de nosotros? No estaba segura de poder salir airosa de un nuevo enfrentamiento, y Ovack estaba herido. Tal vez podríamos sortear tres o hasta cinco atacantes entre los dos, pero si se cernían sobre nosotros en turba... Si al menos él estuviera ileso, tendría la esperanza de que pudiéramos salir de esa. Él valía por varios creadores juntos. Pero no teníamos las de ganar.

—¡Dala! —Aquel susurro me hizo frenar tan abruptamente que me deslicé sobre los adoquines húmedos. Ovack y Aluz respingaron al unísono y asumieron una postura defensiva—. ¡Idzen! ¡Por aquí!

Aquella silueta no permaneció quieta y me instó a perseguirla. No pude contener una sonrisa e inicié la carrera; sabía quién era. Aunque dudó un segundo, Ovack también le siguió secundado por Aluz. Nos filtramos por atajos y callejuelas, zigzagueando. La lluvia arreciaba y nos golpeaba la cara, obstaculizando nuestra vista. La diminuta puerta a la que arribamos apenas lucía para mí como un hueco en la pared, parecía ser una entrada falsa, pero no me detuve a preguntar, solo la penetré con estrépito dejando atrás el aluvión que acaecía.

—¡Lax!

Debió de ser la mezcla de acabar de escapar de las garras de la muerte, haber perdido a mi familia, tener un futuro incierto y el genuino gusto de volver a verlo, que no pude evitar abrazarlo. Lax pareció sobresaltarse pero me devolvió el abrazo y cuando nos apartamos, ambos estábamos sonrientes y empapados hasta los huesos.

—¿Cómo me encontras...?

—Me diste tu nombre —atajó él antes de que terminara mi pregunta, con sus usuales palabras sazonadas con un leve deje sibilante—. Puedo encontrarte donde sea, aunque estés debajo de la tierra.

Estuvo por agregar algo más pero cuando Ovack y Aluz emergieron de la puerta, se irguió de una forma un tanto exagerada, como si fuera un soldado raso y acabara de entrar su general. Y aunque evidentemente nos estaba ayudando, Ovack no disimuló una mueca al verlo. Adivinaba que el trato que él le dirigía era uno frío y severo, pues una de las cosas que más cabreaban a Ovack (por no decir la que más), era la desobediencia a una orden directa. Sin embargo, a decir verdad, técnicamente Lax no le había desobedecido.

Idzen... —dijo Lax haciendo una leve reverencia—. Bienvenido a mi casa.

Las inusuales sirenas de ese mundo aún resonaban esporádicamente en la ciudad, lo que indicaba que la búsqueda se proyectaba a extenderse toda la noche, y tal vez días. O semanas. La perturbación de mi pecho fue amainando hasta serenarse.

Me encontré en una de las habitaciones de huéspedes de esa mansión de incontables estancias. Me dio la impresión de pertenecer a alguna ilustración de arquitectura antigua. Era un enorme espacio con altas columnas marmoleadas y amplios ventanales sin vidrio que daban una magnífica visión de Dafez. Ver la ciudad a través de esos anchos alfeizares por encima del chisporroteo de la lluvia, daba la falsa impresión de que ese caos era algo lejano.

Unas jóvenes vestidas de un uniforme grisáceo entraron silenciosamente y dejaron sobre el lecho blanco varios juegos de ropas nuevas. Unos ropajes de un corte dafezen.

El vestido con el que debía ataviarme me hizo recordar mucho al disfraz que me había agenciado Orbe en mi última misión con la división de Ovack. Verlo allí, tendido y saber que debía usarlo me devolvió a la realidad que estaba viviendo, lo que significaba esa nueva vestimenta. Solo cuando estuve sola, la angustia regresó a mí con toda su fuerza.

¿Cuánto tiempo iba a quedarme en la Noche Eterna? ¿Días, semanas, meses? Aunque pudiera regresar a mi mundo, no era recomendable que lo hiciera. Aún estaba bajo contrato con Orbe y algo me decía que ellos no iban a perdonar mi traición. De repente, una sensación quemante me asedió detrás de los ojos y me mordí el labio para contener las lágrimas. Sobraba decir que era oficial, que estaba jodida hasta el tuétano. Ni siquiera Houdini saldría de esta, o al menos a mí no se me ocurría cómo.

Me distrajo el repentino bisbiseo de una conversación lejana que provenía de afuera de mi alcoba. El pasillo de las habitaciones de huéspedes que estaba en la segunda planta colindaba con un patio circular que contenía una pileta gris que representaba una forma orgánica indefinida.

Fue allí que vi a una comitiva reunida con Lax. Una mujer y tres niños. Los cuatro portaban ropajes idénticos a los de él. La mujer debía de rondar los cuarenta años, pero parecía la materialización de una estatua griega. Aún desde la lontananza pude notar su cuidada silueta que transmitía una belleza sencilla y natural, sus cabellos atados en un esmerado arreglo eran del mismo color castaño claro que los de Lax. El mayor de esos chicos parecía ser un adolescente y los otros lo secuenciaban en edad, también guardaban un evidente parecido con él. Todos ellos intercambiaron unas palabras y luego unos abrazos. Después, un portal apareció y ellos se sumergieron en él. Lax permaneció un momento mirando el vacío que habían dejado, y luego, de una manera fluida, se giró hasta que sus ojos se clavaron con precisión en mí.

—Lo lamento —dije cuando él arribó hasta la puerta de mi habitación—, no quería...

—No te disculpes —me interrumpió, con un gesto pausado.

Entonces, apenas esbozó una mirada extrañada al notarme vestida en aquellos atuendos. Dudó un instante, y luego dijo:

—Me da tranquilidad que mi madre y mis hermanos no estén presentes para lo que viene.

Para lo que viene.

Escuchar eso me hizo ser aún más consciente de la gravedad del asunto en el que me había metido. Pero ya estaba hecho, ya formaba parte de esto y debía asumirlo. Lax, al menos, había tenido tiempo para despedidas, pero no se estaba encasillando en eso.

—Puedes quedarte aquí todo el tiempo que necesites —dijo él, seguidamente, como adivinando el rumbo de mis pensamientos—. Ven conmigo, es hora de algunas respuestas.

Me sentí un tanto reconfortada por su amabilidad, no obstante, fueron sus últimas palabras las que terminaron por despertar un sentimiento de urgencia. Yo tampoco podía encasillarme en lo que había pasado. Debía de entender la dimensión del problema en el que estaba ahora, para averiguar cómo salir de él.

Lax me condujo por los pasillos de su residencia hasta llegar a la antesala de un umbral cuyo interior lucía pobremente iluminado, pero del que podía percibir cuchicheos y murmullos. Había un grupo de personas adentro. Pero Lax se detuvo a distancia de la puerta, evitando así que yo también entrara.

—Va a haber una reunión —me informó—. Les hemos informado de ti y saben que estás aquí. Pero no estás invitada para participar.

—¿Reunión? ¿De qué? —inquirí sin comprender.

—Los que estamos detrás del espionaje encubierto en Orbe —respondió—. El príncipe ha regresado, así que todos nos hemos reunido.

Comprendí entonces que se trataba de las personas con las que había estado trabajando Ovack todos esos años... Por supuesto, no había hecho esto solo. Lax también formaba parte de ellos... Claro, logró adicionárseles luego de conocer a Ovack en Orbe.

—Aluz. —Había aparecido en el umbral envuelto en ropas dafezen. Su expresión afable de siempre cuando me encontró con la mirada me transmitió algo de calma.

—Aluxi, pequeña Dala —me corrigió él con un asentimiento calmo, y comprendí que ese era su verdadero nombre—. No es apropiado, pero de todas maneras debo agradecerte que hayas regresado a ayudarnos. De no haber sido por ti, hubiéramos fracasado y el trabajo de todos se habría perdido.

—Ah... De nada —repuse. Era lo único que se me ocurría decir.

—Ulina... ¿pudo escapar? —preguntó él de repente. Una pregunta que me descompaginó un poco.

—Sí... debió hacerlo. Sétian también.

Era casi una certeza, pues ambos se quedaron fuera del conflicto. Él asintió, pero me pareció curioso que solo hubiera estado preocupado por ella.

—Ellos estarán bien —me aseguró—. Orbe los interrogará y ellos no podrán mentir. Como no sabían nada, están fuera de peligro.

A pesar de que dijo esto con una tranquila lógica, sus propias palabras parecieron ensimismarlo un poco. Sabiendo cómo funcionaban los contratos, estaba segura de que él tenía razón. Antes de que Aluxi pudiera agregar algo más, quise aprovechar ese momento para aclarar mis dudas.

—¿Por qué huimos? Ya hicieron lo que tenían que hacer, ¿por qué Ovack no se anuncia como el príncipe en lugar de ser correteado por todo su reino?

Aluxi aguardó un par de segundos antes de responder, sin embargo, fue Lax quien lo hizo.

—La existencia de Orbe ni siquiera está probada en Dafez. Para la mayoría de la población es como un mito urbano.

—¿Pero no ven acaso los robos y todo lo que hacen?

—Todo eso se ha considerado aquí como hechos aislados, no como un solo gran problema. Orbe se ha encargado de eliminar a los agentes rezagados en sus misiones, y cualquier prueba que los comprometan. Ellos también tienen gente trabajando para ellos en Dafez. Incluso se han preocupado de neutralizar la habilidad de los agentes que han terminado siendo conectores. Orbe ha sido cuidadoso de no dejar testigos ni fuera ni dentro de ellos.

Nunca me había detenido a preguntarme por qué no había ni un solo conector en Orbe. Había inferido que habían tenido la suerte de que ninguno de sus agentes resultara ser uno. Pero ahora que Lax decía esto, tenía sentido. La prueba a la que me habían sometido al ingresar en la empresa era para detectar si pertenecía alguno de los tres arquetipos, y a cuál. Si acaso alguien resultaba ser un conector, entonces era bastante probable que esta persona pudiera comunicarse, si es que lo intentaba con insistencia, con algún antiguo. Y eso sería problemático.

Nunca lo había pensado. Orbe había calculado todas las aristas.

—Pero ya podrían probar que existe, ¿no? —insistí—. Ya tienen al niño.

Y a propósito de esto, ¿dónde lo habían metido? No era que yo aprobara el secuestro... Pero no podía decir nada al respecto. Yo los había ayudado a secuestrarlo.

—Si lo hiciéramos, se descubrirá que Míro tiene sangre real —respondió esta vez Aluxi, lo cual me sorprendió—, y nuestro Consejo e incluso los otros príncipes apelarán por que tenga las garantías de un miembro de la familia Fes. Si eso sucede, Orbe sabrá dónde está localizado, y hará todo lo posible por llevárselo de regreso. Y si eso sucede el esfuerzo de estos años será en vano.

Sangre real... La familia Fes. Entonces, ese niño estaba emparentado con Ovack de alguna manera.

—¿Qué? Pero ¿cómo sabrían dónde está localizado? —repliqué al instante.

—Te dije que hay partidarios de Orbe en todas partes —intervino Lax—. Hay infiltrados en el Consejo, en los nobles y tienen la complicidad de algunos príncipes.

En eso, Aluxi le lanzó una mirada de soslayo a Lax.

—Pero aún tenemos aliados leales —dijo con una inclinación leve de agradecimiento y luego dirigió una mirada a la sala donde permanecía el resto de su grupo—. Más allá de nosotros, no sabemos en quién confiar. Todos los han respondido al llamado de hoy no están arriesgando solo su reputación si es que somos revelados antes de tiempo, sino también su libertad, y sus vidas.

El que Lax y Aluxi demostraran plena apertura de responder por fin mis preguntas me estaba diciendo algo. Ya habíamos llegado a la altura en el que esas censuras ya no importaban. Había cruzado el punto de no retorno.

—¿Pero por qué el Consejo y estos príncipes traicionan a su reino? —proseguí.

—Porque muchos están de acuerdo con lo que hace Orbe.

—¿Qué? ¿Robar cosas de su mundo?

—Incitar una guerra.

No dejé de parpadear ante esa afirmación y la maquinaria de engranes en mi cabeza empezó a girar y a ligarla con la leyenda que había escuchado. Sobre conquistas, guerras y otros mundos.

—Es claro que Orbe busca una posición de poder —me explicó Aluxi—. Han robado incontables objetos de nuestro mundo para tener un poder económico sólido en el Mundo Distante. Pero ellos se preparan para extender su dominio también aquí. Y esas intenciones coinciden con las de algunas personalidades importantes en Dafez.

Un conflicto bélico. Nunca había considerado esa alternativa. Un conflicto entre ambos mundos. Por eso Dafez no había hecho nada al respecto. Simplemente habían dejado ser a Orbe hasta que una guerra fuera inevitable.

Por eso Ovack se había introducido en el interior de todo ese enjambre. Para desmantelarlo desde sus entrañas. Por se había creado este grupo de antiguos, todos partidarios de la paz entre ambos mundos, para salvar a su reino y también evitar una catástrofe en el Mundo Distante... Y todos ellos, entendí, habían tomado a Ovack como baluarte de lo que realmente representaba los ideales de un príncipe de Dafez.

De repente, me sentí un tanto pequeña e inadecuada. Yo había llegado allí de casualidad, pero ellos llevaban arriesgando no solo tiempo, sino sus propias vidas para ello. ¿Qué sucedía si Orbe los descubría? Ya sabía que Orbe era implacable con sus propios agentes si es que acaso se convertían en un estorbo. Con mayor razón lo serían con un enemigo declarado.

—¿Pero cómo podría Orbe recuperar a Míro? —Aquello era algo que no podía entender—. Ellos ya no pueden crear portales, ¿no es así? De hecho... ¿cómo han hecho los socios para regresar al Mundo Distante si ya no tienen a ese niño?

Esta vez, la respuesta no vino ni de Aluxi ni de Lax, sino de alguien detrás de mí.

—Ese chiquillo no es el único que puede crear portales. —Cuando me volví, por un instante me quedé absorta. Era la primera vez que veía a Ovack de blanco—. Él es la punta de la madeja.

Asumí que aquellos debían ser sus ropajes originales. Sus ropajes de príncipe. Pero no dejaba de ser un shock para los ojos. Y la verdad fuera dicha, le sentaba muy bien. Su rostro estaba limpio y su brazo estaba envuelto en una escayola blanca y flexible. A pesar de que se le veía más compuesto, reconocí en él un hálito de consternación.

Él pareció querer decirme algo, no obstante, Aluz lo interrumpió:

—Te esperan —dijo, señalando a la puerta.

—Vayan, debo atender algo primero —dijo Ovack sin miramientos, y luego se dirigió a mí—: Tengo que hablar contigo.

Fue un mensaje directo de que quería que esta charla fuera privada. Lax me lanzó una mirada de apoyo, la cual no supe si mejoró o no las cosas. Y Aluxi y él se dirigieron a la sala donde el misterioso grupo aguardaba.

Ovack realizó un ademán para indicarme que lo siguiera, y ambos nos dirigimos al patio interno, sumergidos en un silencio contenido, solo interrumpido por el discurrir suave del agua de la pileta central.

«Ah, rayos. ¿Otra puñetera pelea?».

Sin embargo, cuando nos detuvimos, y me animé a verlo, la expresión de Ovack no manifestaba ninguna severidad. No pude evitar restregarme las manos.

—Lo siento —dijo, y ante eso, no hubo mayor reacción que quedarme desconcertada—. No puedo enviarte de regreso ahora, y dadas las circunstancias, no sería lo más conveniente, pero buscaré la forma de que vuelvas sana y salva. Yo... lo siento. No deberías estar inmersa en esto. Volverás a tu hogar. Haremos lo necesario para que tu familia ni siquiera recuerde que desapareciste. Te prometo que...

—Sé que lo harás, Ovack.

Aunque lo que dije fue con el ánimo de reconfortarlo, esas palabras parecieron tener el efecto contrario. Por un segundo vislumbré un velo de lástima que ensombreció sus ojos grises.

—Ya he fallado una vez —confesó. Y esos eran los traumas de un príncipe, sabía a qué se refería. A un recuerdo del pasado, a un amigo perdido que había acabado involucrado también en el fuego cruzado con esta empresa diabólica—. Pero no voy a fallarte a ti. Lo mejor será... quiero arreglar tu situación lo más rápido posible, antes de que este conflicto se torne más peligroso.

—¿Más peligroso? ¿Qué hay más peligroso que el que te busque Orbe por un lado y tu reino por el otro?

Ovack no se inmutó, pero supe que había algo más que no quería decirme. Y si él no me lo revelaba, dudaba que alguien quisiera hacerlo. Estaba conmovida por su gesto, pero a pesar de que su intención era noble, no quería que tuviera una idea errada.

—Eso es muy lindo de tu parte y te lo agradezco... pero ¿no te has dado cuenta de que no soy una damisela en peligro? —le solté—. De hecho, quien ha estado en peligro hoy fuiste tú.

Él entornó ligeramente los ojos.

—Y te dije «gracias». —Entonces liberó un suspiro de resignación—. Hiciste un trabajo... un tanto impresionante. Sé que no eres una damisela en peligro. Te enseñé yo, después de todo.

—¿Sabes qué? Acabas de malograr ese «gracias» por completo.

Un silencio ligero nos rodeó y luego se deshizo cuando los dos nos reímos al mismo tiempo. Y fue una risa deliciosa, pues toda aquella tensión, adrenalina y desazón acumulada por la fuga y los embates de una mala noticia tras otra se desvanecieron en ese momento. Un instante de descanso entre tanta atribulación.

Temí que esos segundos pasaran, pues luego tendría que regresar a una realidad terrible.

No obstante, cuando la risa cesó, sobrevino un silencio más relajado. Los dos habíamos estado bajo un abominable estrés y el compartir la misma situación, de alguna manera nos brindó un consuelo reconfortante. Nos miramos en silencio... Fue extraño. De pronto, sentí que no eran necesarias las palabras. Solo estar ahí, en la presencia del otro, bastaba. Estos momentos habían sucedido antes aquellos meses, sin haberme dado cuenta. En cada uno de estos, pude sentir aquella lámina delgada de indecisión. No sabía si mía o de él.

Entonces, se me erizó todo el cuerpo cuando sentí el dorso de su mano palpar mi mejilla, como si la acariciara suavemente. Permanecí tiesa y estupefacta. Asumí que estaba experimentando la misma sensación de parálisis que sufren las presas cuando están cerca a sus depredadores. Mi cerebro se nubló por completo y solo fui consciente del leve temblor de mis manos. Había algo en sus ojos. Ya lo había visto antes, una ternura que por alguna razón hizo que me estremeciera aún más.

—No es necesario que hagas más, ya te has arriesgado suficiente —musitó él, lo cual me extrajo de mi burbuja.

—Pero... puedo ser útil. Ya estoy en esto, y soy una creadora y...

—Esta es mi batalla, no la tuya —atajó con calma—. Descansa, ha sido un día largo.

Se giró sobre sus pies para encaminarse a la reunión con su comunidad del anillo, dejándome aún aturdida y con las mejillas ardiendo. Estuve entonces segura de que él no tenía idea de lo que significaban estas caricias para mí y que a lo más, esta había sido solo una muestra de gratitud.

«Eres un baboso, Ovack».

Me apresuré a acercarme al umbral de aquella sala, procurando mantener una distancia prudente. Y desde cierto ángulo pude reconocer aquel recinto como el despacho en el que habían sucedido algunos de mis encuentros en sueños con Lax. Lo divisé a él y a Aluz... y a varios otros antiguos que nunca antes había visto.

Eran alrededor de diez personas. Había imaginado, por alguna razón, que serían más. Todos luciendo ropajes largos, como túnicas. Rostros ancianos y otros no tanto, hombres y mujeres. Y cuando Ovack ingresó en el ambiente, hubo una reacción unánime. De repente, todos los presentes realizaron una inclinación con la cabeza al verlo aparecer. Un innegable sentimiento de respeto.

Aquel gesto fue lo único que atisbé de aquella reunión, pues unos momentos después, la puerta se cerró lentamente, guardando los secretos de aquella cofradía solo para ellos.

Lo había sospechado, pero ahora era una certeza. Sabía que él no permitiría que me involucrara más, a pesar de que ya no tenía caso mantenerme a raya. Una parte de mí había esperado que me invitara a aquella reunión. De hecho, estaba segura de que si él lo proponía, no le iban a decir que no. Sin embargo, cuando simplemente se retiró sin hacer ninguna alusión a esta, no pude evitar sentirme decepcionada.

Pero también, ¿cómo esperaba que descansara?

Era un chiste. No pegaría un ojo en toda la noche, figuradamente hablando pues la noche era interminable. Dudaba que pudiera dormir en los días que siguieran. No solo por lo que acababa de suceder, sino por todo.

La habitación que estaba ocupando era el triple de grande que la que había dejado en el Mundo Distante. Me pregunté si para este momento mis padres ya habrían notado mi desaparición. Me pregunté si ya se habían comunicado con las autoridades para buscar como enloquecidos a una chica que nunca iba a aparecer.

Permanecí contemplando por horas el amplio cielo salpicado de estrellas y las siluetas de los edificios de Dafez. No dejaban de atacarme los recuerdos de todo lo que acabábamos de vivir. La realidad de que estaba durmiendo bajo un techo distinto.

Mis pensamientos, que no eran precisamente positivos, fueron interrumpidos por el crujido de la puerta. Como estaba despierta, me levanté de un salto y por reflejo estiré mi brazo para crear algo de ser necesario.

Me aproximé con cautela a la puerta. No se trataba de ningún umbral metálico futurista, sino que era una puerta que se me antojaba bastante convencional, con una manivela de un diseño antediluvial. Una puerta que podía ser derribada de una patada. Sin embargo, quien estaba afuera no era ningún sospechoso.

—Soy yo —susurró la voz de Lax, ante lo cual, liberé el aire que había contenido.

—Acabo de salir librada de una persecución ¿y quieres matarme de un ataque cardíaco?

Se asomó desde el umbral, sin abandonar las sombras, como si no se atreviera a entrar por completo sino que esperaba que yo me acercara a él, así que eso hice.

—¿Por qué tanto secreto? —inquirí en un susurro, a lo que él desvió ligeramente su mirada.

—Ponte un casieri —me indicó.

—¿Un qué?

Él señaló con el índice a una bata celeste que reposaba sobre una silla. Recordé entonces que me había cambiado de ropa a un camisón, así que estaba usando básicamente, un pijama. Me hubiera dado vergüenza de no ser porque este atuendo me hacía recordar al hábito de un monje. Sin embargo, Lax insistió.

—Pero si me has visto en peores fachas —repuse, regresando ya con la bata puesta.

—Las cosas no son así aquí —dijo él—. Es... no decoroso.

—Indecoroso —corregí—. ¿Tampoco puedes entrar a las habitaciones de tu propia casa?

Lax arrugó ligeramente su entrecejo.

—¿Acaso en el Mundo Distante sí se puede? —replicó con una nota de censura—. No sé cómo sea, pero aquí esas cosas no están bien vistas.

—Pero si tú entraste en mis sueños, ¿qué hay más indecoroso que eso?

—Bueno, ¡eso no importa! —espetó de repente como si se percatara que estábamos divagando. Entonces agregó con un aire más serio—: Hay algo de lo que necesitamos hablar.

Ladeé la cabeza. A pesar de la innumerable retahíla de eventualidades que nos habían sucedido, fue sencillo recapitular la última conversación que había sostenido con él. Era la misma preocupación que me hostigaba desde hacía tiempo, que insistía en regresar por más que todo a mi alrededor intentara que la olvidara. Y, por alguna razón, supe que él también pensaba lo mismo que yo.

—La puerta dorada... la puerta del Creador.

Él asintió lentamente.

—¿No crees que es hora de que entres allí?

Lax y yo anduvimos por los caminos enlosados de los jardines. Los vigías que resguardaban las inmediaciones de su mansión permanecieron impertérritos ante las andadas de su amo, como si fueran estatuas decorativas. No pude evitar notarlos y rememorar que la primera vez que había irrumpido en el hogar de Lax, había sido atacada por ellos.

Solo en ese momento supe cuánto había extrañado mis reuniones con él. Aunque esta vez, todas las cosas que estaban a mi alrededor, incluyéndolo a él, eran reales.

—Existen historias... mitos, mejor dicho, en donde el Creador llama a personas del Mundo Distante para encomendarles algo. Nunca he visto ni oído hablar de alguien a quien le suceda, pero creo que este es tu caso, tiene que serlo —continuó él—. La mayoría de los que se presentan ante la puerta del Creador nunca han escuchado o visto nada. Se sabe que la puerta sí ha reaccionado ante la familia Fes, más que nada para anunciar a algún nuevo príncipe. Pero pocas veces la puerta reacciona ante gente común. De lo que no se sabe es que se haya activado para una distante.

Aquella parecía una mezquita rodeada de un cuidado y tupido jardín. Un pequeño edificio alejado de su planta principal. Ni bien entramos en él, Lax hizo un movimiento con la mano para que las luces se encendieran. El ambiente nocturno se esfumó en un instante en esa instalación, el techo refulgió con una luz blanquecina como estuviéramos en pleno día. Se trataba de una biblioteca. O una versión de ella de la Noche Eterna.

Había estanterías de libros, pergaminos y hojas sueltas ordenadas todas de una manera esquemática y pulcra. Pero también había archivos holográficos en forma de tabletas, que esperaban ser desplegados para reproducir el contenido tridimensional que guardaban.

Lax tomó un libro que estaba previamente apilado junto a otros sobre un escritorio negro y me lo mostró, como si fuera algo que él había estado leyendo con anterioridad. No pude reconocer los ideogramas que estaban impresos en esas páginas pero sí reconocí la ilustración de la puerta dorada y una diminuta figura humana ante ella.

Ilustraciones de los dos mundos separados, uno con un sol y una luna, y otro con solo el astro nocturno. Una representación con la puerta dorada abierta, con un hálito blanquecino que emanaba de ella, como un mensaje, y de una persona que lo recibía en una postura solemne.

Un mensaje de parte del Creador. Una encomienda. No supe qué pensar ante esa idea.

—¿Has visitado esa puerta alguna vez? —le pregunté mientras ojeaba otro de los tomos que estaba colocando a mi disposición.

—Todos aquí lo hacemos. La primera vez que visité el umbral era un niño.

—¿Y se abrió? ¿O te llamó por tu nombre?

—No —dijo, y titubeó—. Pero... tuve una visión.

—¿Qué viste?

Lax pareció por primera vez algo reservado, yo enarqué una ceja ante su vacilación mientras ese silencio era solo interrumpido por el sonido cadencioso de un reloj lejano. Él hundió su mirada en uno de los libros pero supe que no lo estaba viendo realmente.

—Te vi a ti.

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