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35. La pieza clave

Diez minutos. Era lo que iba a tomar esta misión.

Si todo salía bien, ni siquiera íbamos a tener que cruzarnos con la vigilancia encubierta. Una pretensión que debía equivaler a no encontrarte con una hormiga en un hormiguero. No obstante, el entramado de esta misión era el más complicado que había visto que se aplicara hasta esa fecha, así que había probabilidades de éxito. Aun así, en todas mis incursiones al otro mundo, nunca habían faltado los giros inesperados. Solo me quedaba esperar lo mejor, pero estar lista para lo peor.

Por alguna razón, sentía que estaba más centrada que en veces anteriores. Tal vez era porque ya estaba bien concientizada de que estaba por mi cuenta. Mi división era la que poseía más número de agentes, sin embargo, cada uno se preocupaba por sí mismo. Y eso era claro para todos. Pero tampoco quería arruinar mi participación en la misión. Tenía que aprovechar esto al máximo. Cuidar mi propia espalda y también cuidar mis intereses. Podía hacerlo. Ahora contaba con un manejo bastante más confiable de mis habilidades y más experiencia.

Sin embargo, la verdad era que nada de lo que había aprendido me había preparado para lo que sucedería.

Reconocí de inmediato el panorama azulado de la ciudad moderna e ilusoria de Ciaze. Sus luces titilantes, su sonido rítmico y lejano de movimiento y tumulto, sus fantásticas islas flotantes y sus siluetas de remotas edificaciones que desprendían un ostentoso arcaísmo y a la vez fluidez actual. Domos ancestrales, altos torreones añejos, un horizonte de una ciudad próspera donde lo moderno y lo pretérito parecían converger de manera armoniosa.

Pero aquel paisaje perdió pronto el foco de mi atención al percatarme dónde me encontraba parada. Habíamos aterrizado en la cúspide cupular de un mastodóntico edificio... Un palacio. Una construcción portentosa que comprendía una serie de torreones que se sobresalían por encima de la ciudad entera.

A nuestra llegada, ya nos aguardaban otros agentes. Nos posicionamos justo al costado de la división de Ovack. Reconocí con agrado a Ulina, Sétian, Aluz y a Ovack bajo el uniforme negro. En realidad, fue sencillo identificarlos, pues ni bien me vieron aparecer Ulina y Sétian agitaron sus manos saludándome sin reparos. Sin embargo, también detecté que varios de los agentes de Ditro intercambiaron con ellos un notorio aire de recelo.

No obstante, en esta misión cualquier aspereza que sostuviéramos entre cada una de nuestras agrupaciones debía ser guardada en el interior de nuestros sensibles corazones y punto. Pues debíamos cooperar entre nosotros, dado que el objetivo consistía en servirle de guardaespaldas a alguien. Sin embargo, Orbe no nos había revelado la identidad de nuestro protegido. Aunque, claro, la mayoría podía adivinar la identidad de este susodicho.

Los cinco últimos miembros en emerger pertenecían a una división que no pude reconocer. Portaban unos uniformes furtivos como los nuestros pero sus cascos eran de un plateado distintivo. Cuando ellos se lo retiraron, sucedió un momento general y unánime de estupefacción en todos los agentes. Solo cuando reconocí entre ellos a Mirida Krefala, caí en cuenta que esas cinco figuras que la acompañaban eran los mismísimos socios de Orbe.

Había asumido que sería solo uno, ¿pero todos? ¿Qué estaba sucediendo? ¿Qué habían venido a hacer en la Noche...?

—¿Estas son las dizque divisiones más confiables?

Aquella desdeñosa voz juvenil cortó mi desconcierto y la de todos los presentes. Había una sexta figura que se entreveía a través de los socios. Una figura más pequeña... Un niño. De hecho, era ya un adolescente, debía tener doce o trece años y desplegaba un porte exigente y petulante. Debido a que estaba uniformado de la misma manera que los socios no se podían distinguir las facciones de su rostro protegido por el casco, solo que tenía un corto cabello negro.

Su presencia me pareció casi irreal y me acribilló de preguntas, y no era la única conmocionada, incluso Ditro pareció un poco desencajonado. ¿Por qué los socios traían a un niño a la Noche Eterna? ¿Lo estaban escoltando o algo así? ¿Qué relación tenía con ellos?

Por inercia, miré de soslayo a Ovack, pero no pude atisbar ningún amago de emoción en él. No me ayudaba que no pudiera verle el rostro. ¿Acaso él ya lo sabía? Solo yo pude notar el breve intercambio de miradas que sostuvo con Aluz. Fue breve, pero me dejó desconcertada. Fue el inicio de la sospecha.

Y el preludio de una catástrofe.

—Su prioridad en esta misión es proteger a él —anunció Krefala señalando al niño. Este pareció no prestarle atención e hizo un recorrido visual general por todos nosotros, como si nos evaluara—. Por ningún motivo debe sucederle nada, de lo contrario pesará sobre sus cabezas. ¿Está claro?

Asentimos de manera coordinada. Estaba segura que todos, al igual que yo, se estaban tragando sus dudas y preguntas. Pero, después de todo, hacer gala de discreción ante las peticiones de Orbe era una norma no dicha.

El brazalete inteligente que cronometraba cada fase de la misión nos dio el aviso de que había culminado una etapa. A pesar de que ya sabía lo que iba a suceder, no pude evitar una tensa sacudida. De pronto, se escucharon unas lejanas detonaciones en diversos puntos de la ciudad, que estallaron como fuegos artificiales. De inmediato, unas columnas de humo gris se abrieron camino hacia el cielo. Y apenas unos segundos después, unas sirenas estridentes resonaron en la lontananza y se escucharon los gritos y barullos lejanos de un caos naciente.

Justo como habíamos ensayado.

—¡Se ve mejor que en las fotos! —exclamó de repente el niño—. ¡Qué arda todo!

De alguna manera se había escurrido hasta el borde liso de la cúpula y se inclinó peligrosamente mientras observaba indolente toda la desorganización reinante, como si se tratara de una escena morbosa de una película de terror. Los socios se apresuraron para replegarlo a una zona segura, pero él estuvo algo reticente a recibir órdenes. E incluso respondió con un manotazo y una patada a quienes procuraron tocarlo.

—¿De dónde sacaron a ese engendro? Llamemos a una niñera S.O.S. —musitó por lo bajo Sétian. Estaba tan próximo a mí que pude escucharlo.

¿Quién era ese niño? Esa era la pregunta del millón y al menos para mí, estaba claro que ese mocoso era un psicópata en potencia. Aprovechando la cercanía entre nuestras divisiones, retrocedí unos pasos hasta estar a la altura de Ovack. Él lucía impávido como siempre, y extrañamente un tanto apartado en la retaguardia del grupo.

—¿Se te ocurre quién puede ser? —le pregunté. Él no se inmutó ante mi pregunta y por un momento creí que no me había escuchado.

—Dala —dijo él en un susurro incipiente y me llamó la atención que su inflexión contuviera cierta gravedad—. Recuerda lo que te dije. Cuando el portal de regreso se abra, ve hacia él y no te detengas.

La certeza de que algo no muy bueno iba a suceder se ensartó en mi mente. Pero ya no pude preguntarle más. El brazalete marcó el inicio de una nueva etapa del plan.

De repente, como si se hubiera pronunciado una orden silenciosa, todos los lectores de las divisiones presentes se encaminaron a la orilla del tejado y se deslizaron mediante cuerdas hacia los pisos inferiores del edificio en el que nos encontrábamos. Ulina, Sétian y Aluz también se unieron a esa labor coordinada, como si se tratase de un baile acompasado y armónico.

Esta era una misión de una escala diferente. Divisiones distintas estaban esparcidas por toda la ciudad, con la tarea de generar caos e incluso atentados explosivos en un orden específico. Pero todo ello estaba encaminado a un solo objetivo: que nosotros pudiéramos asegurar la integridad de nuestro protegido con más eficiencia. Todo apuntaba a ello. Desde los lectores que estaban registrando el perímetro para comprobar que no hubieran creadores cerca, hasta nosotros, que estábamos presentes de ser inevitable un enfrentamiento.

Se me antojó terriblemente exagerada toda la faena que se estaba desarrollando para proteger a ese muchachito. Como si él fuera una pieza importante en este juego. Pero, si lo era ¿qué papel desempeñaba?

Cuando uno de los lectores emergió para darnos luz verde, los creadores nos dispusimos a facilitar el descenso de los socios y de nuestro pequeño protegido mediante un piso flotante que había generado un agente que no logré identificar. Y los demás creadores lo seguimos de la misma manera, con creaciones propias.

Cada vez que observaba crear a cualquier agente de Orbe, en mi cabeza marchaba la letanía de estamentos con los que Ovack me había taladrado la cabeza hasta el hartazgo. Sobre todo los principales: el que si uno albergaba alguna duda, las creaciones serían torpes y frágiles.

Tal vez este agente estaba ejecutando la creación de manera correcta. No obstante, a mí se me antojaba lento. Por el leve temblor de la plataforma creada, me parecía evidente que este tenía ciertos reparos. Ciertamente, el que el pequeño psicópata estuviera moviéndose de un lado para otro para tener una mejor vista (a pesar de las continuas advertencias de sus guardianes), no ayudaba mucho.

—Ah, tú eres uno de los pocos que parece que entiende esto de la creación —escuché que le soltó de repente el muchacho a Ovack como si lo identificara. Él no hizo ningún amago de responderle ni de haberlo escuchado, sino que continuó con su descenso—. Te he visto cuando le rompiste el brazo al otro en la contienda. Como partir una galleta —prosiguió con una curiosidad algo perturbadora—. Te estoy hablando ¿eres sordo?

—Míro, presta atención a tus alrededores —le espetó uno de los socios.

El tal Míro acató esa orden a regañadientes. Y en realidad, también había sido una orden prudente, pues nuestra intención era ser silenciosos, no entablar cháchara social.

Así como la catedral de Ciaze era inmensa, el palacio real era una edificación que se correspondía a aquella ciudad tan ostentosa. Para empezar, no se trataba de un complejo de una o dos torres. Sino que era una pequeña ciudadela entera. Se trataba de una serie de edificios que terminaban todos en torres cupulares y una que otra puntiaguda. Formaban una circunferencia gigantesca y encerraba un territorio que contenía edificios y parques extensos.

Pero nosotros nos habíamos replegado solo en una de sus torres más altas y equinadas, y habíamos arribado a un salón amplio, de columnas inmensas y marmoleadas que se elevaban para sostener un alto techo que contenía grabados de representaciones ostentosas, de escenas diferentes con seres fantásticos. Se suponía que esa zona debía ser revisada esporádicamente por la vigilancia encubierta. Sin embargo, los distractores de la ciudad había reclamado la atención de ellos por el momento.

No dejé de darle algunos vistazos a Ovack para detectar alguna señal de afectación, pues sospechaba que él ya debía conocer ese lugar. Sin embargo, él continuaba desplegando una postura impasible.

En un momento la sala dejó de ser silenciosa. A lo lejos resonó el eco de apresurados pasos organizados. Replegada en una ventana, pude atisbar a un escuadrón de la vigilancia encubierta atravesando uno de los recintos inferiores como una sombra. Los lectores habían advertido un instante antes para ponernos a todos en resguardo. Y todos aguantamos la respiración en quietud, hasta que el sonido de esas pisadas se perdió. El rumor recóndito de más detonaciones seguía desencadenándose como un ruido blanco.

Uno de los socios entonces desplegó con su brazalete un plano tridimensional brillante del palacio entero. Ninguno de los nuestros podía realizar tal cosa, así que supuse que los de los socios eran diferentes. Por supuesto. Ellos se quedaban con la mejor tecnología. Pero me extrañó que ellos de pronto rodearan al engendro de Míro para explicarle en qué lugar nos encontrábamos exactamente, y entre ellos cuchichearon algo que no llegué a captar.

Una vez terminado esto, los socios y el mocoso procedieron a ordenarnos asegurar el siguiente piso para poder descender a él, y nosotros repetimos el mismo ejercicio inicial. Una vez en el nuevo destino, volvieron a realizar la misma secuencia de mostrarle el mapa del complejo para que el niño pudiera identificar con exactitud en qué punto se encontraba.

No entendía en lo absoluto por qué hacían eso o qué buscaban lograr.

—Con esto es suficiente —anunció de repente el mocoso luego de descender por unos pisos más.

Como si hubiera dicho una sentencia, sus guardianes nos ordenaron replegarnos. El tiempo de la misión se estaba cumpliendo, y no habíamos sufrido ningún encuentro desafortunado. Lo cual era un record loable. El barullo del desorden provocado en los suburbios se convirtió en una cadencia nimia. Solo faltaban unos segundos para que apareciera el portal de regreso.

No había sido tan terrible... Pero a decir verdad, tenía la sensación de haber estado conteniendo la respiración todo el tiempo. Tal vez por la infausta advertencia de Ovack... Tal vez había sido una preocupación exagerada. Por cómo se estaban desenvolviendo los eventos, podía exhalar con alivio.

Las divisiones volvieron a reagruparse entre sus miembros, y aproveché esa ligera desorganización para aproximarme a mi anterior grupo. Tal vez Ovack estaba esperando eso, puesto que ni bien lo hice, se dirigió a su división.

—Escuchen —murmuró él de pronto solo para nosotros, en una entonación de orden—. Corran hacia el portal ni bien se abra. Permanecerá abierto unos segundos por sí mismo. Será suficiente para ustedes.

No necesité ver sus rostros para percibir la perplejidad de Ulina y Sétian. Aquellas palabras ahondaron en mi pecho como una renovada ansiedad. Me confirmaban la sensación extraña que me había transmitido el comportamiento de Ovack durante esa incursión y en ese instante tuve una terrible corazonada. Entonces él se volvió a verme, como si quisiera decirme algo.

—¿Qué...?

—¿Estás seguro? —me cortó Aluz en una suave pero imperiosa voz.

Las divisiones aún rodeaban a los dueños de Orbe y a Míro. No pude evitar atisbar al niño por encima del hombro de Ulina, en medio de nuestra cadenciosa conversación. De pronto, él permaneció quieto, bien quieto. Cerró los ojos, y pareció concentrarse. Extendió su mano derecha hacia el frente, como si quisiera asir algo invisible. Y una luz tornasolada comenzó a brotar desde la yema de sus dedos, como si palpitara.

—No habrá vuelta atrás —siguió Aluz.

—Lo sé —replicó Ovack con una evidente acidez.

—¿De qué demonios están hablando ustedes? —intervino Sétian en un susurro ofuscado, pero Ovack y Aluz lo ignoraron.

—Si no tomamos esta oportunidad no habrá otra igual, pero si fallas podríamos perderlo todo —continuó Aluz, sosegado pero contundente.

Yo no podía dejar de dividir mi atención entre aquella conversación secreta y lo que estaba aconteciendo en frente de los agentes. Un portal circular se dibujó a unos pasos de Míro, su luz resplandecía de la misma manera que la de la palma de su mano, como si hubiera provenido de allí. Era un portal hacia el Mundo Distante. El portal del plenilunio.

Como si fuera un gesto de rebeldía, el niño se quitó el casco en un movimiento jovial, una sonrisa satisfecha adornaba su rostro. Él era quien creaba los portales, un niño. ¿Cómo era posible?

¿Cómo?

—Podríamos perderlo todo —repitió Aluz en un hilo de voz apenas audible—. Ovack.

Apenas estaba computando lo que acababa de presenciar cuando un tremendo BOOM estalló con un eco estridente en la sala y la resonancia pareció esparcirse como una onda por toda la torre.

Aquello sucedió con la contundencia y velocidad del disparo de bola de demolición. Una secuencia de hechos y descargas me dejó tan aturdida que apenas pude cubrirme. Por el humo que nos inundó y los escombros que caían, tardé unos segundos en darme cuenta que un muro se había materializado en medio de nosotros y había dividido a todos los que estábamos en la sala. La luz del portal aún brillaba en medio de la humareda, y los aullidos de los agentes prorrumpieron por encima de la algarabía.

—¡¿Se volvió loco?¡ ¡¿Qué está haciendo?! —escuché a Sétian barbotar desde algún lugar.

A nivel auditivo, fue como si en una sala silenciosa alguien hubiese encendido el televisor para dar con un partido de fútbol americano muy violento y a todo volumen. De inmediato resonaron choques e impactos estrepitosos de los ataques de los creadores, gritos de agentes, órdenes y algarabía.

La lámina de mi casco estaba hecha añicos, así que me deshice de ella para poder buscar por todas partes, tratando de encontrar a Ovack o a mis amigos pero todo era caos. Escuché a Ditro vociferar algo y por encima de todos, escuché la reconocible voz del bramido de Krefala.

—¡Mátenlo! ¡Traigan a Míro con vida! ¡Mátenlo!

¿Mátenlo?

«Ovack».

Entonces comprendí lo que él estaba pretendiendo. Sin pensarlo, materialicé un disco sólido de vidrio bajo mis pies y me elevé unos centímetros para seguir la dirección que él había tomado. Pero, de repente, sentí que alguien me tomaba del brazo.

—¡Dala, no! —La quebradiza voz de Ulina hizo que reparara en lo que estaba a punto de hacer. Ella tenía la placa del casco quebrada y podía ver por la abertura el fulgor turbado de sus ojos. —¡Tenemos que regresar! Escuchaste a Leo. Estoy segura que...

—Leo...

Él no se llamaba Leo, ni siquiera había nacido en nuestro mundo. Todo este tiempo había estado embaucando a Orbe... Si lo atrapaban...

—Ulina, voy a regresar —dije antes de formular esa respuesta en mi mente—. Ve hacia el portal cuanto antes, yo tengo que ayudarlo primero. Pero voy a regresar.

Me deshice de su enganche para salir disparada a toda velocidad. Él no podía estar muy lejos, no podía realizar una huida muy abrumadora porque los vigilantes encubiertos estaban cerca, además tenía capturado a ese mocoso. Jamás me habría imaginado que toda su estancia encubierta en Orbe era con el fin de secuestrar a alguien.

Ovack se había elevado hacia los pisos superiores y no había utilizado las escaleras. Fiel a su estilo, simplemente había perforado las paredes de los techos y había dejado que los escombros se encargaran de sus perseguidores. Pero no los había derribado a todos.

Con el ímpetu arrollador con el que ascendí, logré rebasar a un par de agentes que también estaban en plena persecución. Tal vez era la adrenalina que corría por mis venas la que me daba ese empuje, tal vez mi dominio en la creación. Tal vez ambas.

Ni siquiera me puse a meditar si lo que iba a hacer estaba mal, pero decidí que ellos no debían alcanzar a Ovack si yo podía evitarlo. Así que me giré con ligereza y generé un granizo abundante de rocas que los derribó a los dos. Y al tiempo en que el último caía pude percibir los chillidos escandalosos del pequeño psicópata unos pisos más arriba y también vislumbré las siluetas celestes de una humareda de antiguos que se elevaron desde varios de los pisos inferiores atravesados por la hecatombe.

Agentes de Orbe y guardias antiguos. Todo estaba resultando de la peor forma posible. Pero lo último que podía hacer en ese momento era dudar. No podía habitar ninguna vacilación en mí. Eso sería después.

Así que tomé un breve suspiro, sabía que podía hacerlo. Con un movimiento firme de mis manos, una gruesa capa de cemento se materializó para cubrir el agujero por el que acababa de atravesar. Y repetí lo mismo con el siguiente, y con el siguiente. Pero aún con el ánimo y la ansiedad ardiente en mi pecho, se cruzó por mi mente un pensamiento inevitable.

«¿Qué rayos estoy haciendo?».

Estaba sellando mi camino de regreso. Pero, ¿acaso tenía alternativa?

Emergí a la cúpula del palacio como escupida del interior de la edificación. Aquel había sido nuestro punto de encuentro inicial en esa misión, sin embargo, aquel escenario había cambiado radicalmente. Pues fue como si hubiera aparecido en pleno bombardeo de esos documentales de la Segunda Guerra Mundial. Tuve que crear una burbuja de vidrio grueso que me envolviera para que esta recibiera el impacto de unos proyectiles perdidos que venían a velocidad de una bala y que sin duda me hubieran volado la cabeza. Pero no tenía forma de saber quién lo había lanzado, pues lo que estaba ante mí era un escenario de todos contra todos.

Apenas pude distinguir por un lado a la silueta de Ditro, otros agentes creadores y los socios. Ellos también eran creadores. Del otro lado, a una turba de vigilantes encubiertos también enfilados arrojando toda clase de creaciones filosas. Y en el fuego cruzado, en la localización menos agraciada de ese encuentro, resistiendo todas las embestidas que le lanzaban a diestra y siniestra, estaba Ovack.

Ambos brazos extendidos, protegiendo su flanco derecho e izquierdo al mismo tiempo. Aunque su pose era firme y no vacilaba al repeler los ataques, no dejaba de retroceder, no contaba ya con su casco y un hilo de sangre corría desde su frente hasta su barbilla. Detrás de él estaban Aluz y un inconsciente Míro, entonces comprendí que Ovack estaba dividiendo su atención entre el ataque a los agentes y a los guardias mientras protegía a Aluz y al niño. Y eso le daba una clara desventaja, además de la que ya tenía. Pero en esa tónica no iba a resistir por mucho tiempo.

—¡Te estoy dando una orden, Leo Vargo! —rugió Krefala sin cesar de atacar—. ¡Ríndete, te lo ordeno!

Fue en ese momento que nuestras miradas se cruzaron, fue tan solo una fracción insignificante de segundo pero fue la distracción que sus atacantes estaban esperando. Apenas tuvo tiempo para protegerse y reducir el impacto de una especie de saeta que golpeó de llano su pecho y lo despidió varios metros hacia atrás. Cayó haciendo un sonido seco mientras rodaba cuesta abajo por la superficie curva del techo hacia el abismo.

—¡Mátenlo!

Aquella escena se presentó ante mí como si yo la contemplara en tercera persona. Fue una extraña sensación de libertad, como si mi cuerpo reaccionara por voluntad propia y no fuera completamente consciente de lo que hacía. Aunque la verdad, sí lo era. Solo tenía en claro algo en mi mente.

«Tengo que salvarlo».

De la superficie cupular brotaron a una velocidad abrumadora ramificaciones de un material plateado y estas se convirtieron en segundos en árboles tupidos, en un bosque frondoso que se interpuso entre Ovack y el espacio en el que se encontraban los agentes y los guardias. Bloqueando la vista de todos ellos.

Entonces, volví a crear mi placa flotante, salté sobre ella para atravesar esa distancia, catapultada por una fuerza invisible, y alcancé a Ovack, quien se sostenía a duras penas de las irregularidades de la estructura. No tuve que mediar palabra para que Aluz abordara mi creación voladora junto con el pequeño engendro inconsciente.

Dejamos atrás el barullo del inevitable enfrentamiento de la vigilancia encubierta y los agentes de Orbe. Y nos precipitamos juntos al vacío.

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