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30. Amonestación

Al terminar mi recuento de los hechos, Aluz me observó con una extraña amalgama de reprimenda, preocupación y asombro. Se dejó caer en el respaldar de su asiento y meditó unos momentos.

—¿Realmente escuchaste una voz? —Asentí automáticamente y su semblante se tornó meditabundo. —Eso es... significativo.

Por la cara que había puesto, «significativo» sonaba a una palabra que se quedaba corta.

—¿Idzen te dijo su nombre? ¿Él mismo? —Asentí otra vez. —Y a pesar de lo que te dijimos, has estado husmeando en nuestros asuntos.

Aunque aquella era una acusación, asentí de nuevo, no sin bajar la mirada. Sin embargo, realmente no me sentía culpable. Un silencio expectante acaeció en la blanca sala de conferencias donde solo estábamos nosotros. No había sido difícil acudir a él, pero sí que se había extrañado que lo llamara.

Aluz enfocó su mirada en la mesa, sin mirarla realmente, y sus dedos tamborilearon como si estuviera considerando algo, tal vez asimilando todo el bodoque de información que le había soltado. Él era reservado; sabía que no iba a revelarme tantas cosas como Lax. Pero al menos, era más receptivo que Ovack.

—Dala, no has hecho bien y entiendo que idzen esté molesto por este asunto... sin embargo, es muy posible que tu amigo, Lax, tenga razón —dijo, la calma había regresado a su compostura—. Esa es la puerta del Creador, es una reliquia especial y sagrada de siglos, tal vez milenios, de antigüedad. Se ha abierto ante pocos, y cada vez que lo ha hecho ha sido por una razón importante. Si te ha llamado por tu nombre, debe ser porque tiene un mensaje sólo para ti. Y me sorprende que sea así... Tú no eres una de nosotros.

—Oh... —atiné a emitir, realmente no sabía si maravillarme o preocuparme.

Y en realidad, estaba algo sorprendida, pues no esperaba que él me dijera algo nuevo, ni que aquella experiencia tuviera algo que ver con esas leyendas que me habían narrado antes. Pero tenía sentido. No sabía que el Creador tuviera una puerta, pero tenía sentido que esta estuviera allí, en el templo dedicado a él.

—Entonces... Aluz, ¿tú podrías conversar con Ovack?

De repente, él esbozó una sonrisa como si acabara de decir un buen chiste, y aquel gesto me indicó cuál sería el desenlace de esa conversación.

—Debes saber que idzen puede ser muy razonable de acuerdo a diversas situaciones —dijo él—. Pero también puede ser muy intransigente...

—No me digas... —comenté con sarcasmo.

—Sobre todo si es que alguien ha contravenido sus órdenes. —Aluz compuso una mueca, como si recordara algún evento no muy agraciado. —Siempre ha sido así, esa es una de las cosas que más detesta. Pero si hay algo que aborrece más que eso, es poner en peligro a alguien más.

Entonces me dedicó un gesto enigmático, como si estuviera viendo algo que yo no.

—Dudo que pueda disuadirlo —emitió, con una certeza desalentadora—. Que escuches un llamado no es algo usual y en principio, deberíamos intentar descubrir el porqué, pero eso implicaría que deberías entrar en el umbral dorado; si Ovack ya se ha negado, será muy difícil hacerlo cambiar de opinión y él tiene la última palabra. Según lo vemos, esto no forma parte de nuestra misión, así que él no va a mover un dedo para exponerte a los peligros de nuestro mundo. Además, tal vez ya te has dado cuenta, a él le desagrada que lo persiga con sugerencias.

Aquel comentario me pareció algo curioso, pues a pesar de que a Ovack le importaba un rábano las voces que cualquiera pudiera escuchar detrás de puertas doradas, había intuido que Aluz sería el único que podría hacerlo reconsiderar. Aluz parecía conocerlo muy bien, y aunque a veces había presenciado ciertos roces discrepantes, era evidente que se tenían confianza.

—¿Y por qué?

—Porque soy uno de sus guardias —respondió con una circunspección medida—. Lo he sido desde que él era niño y nunca le ha gustado la idea de tener a alguien cuidando de él.

No era necesario que Aluz dijera más. Podía leer claro entre líneas que mis pretensiones no tendrían frutos, no pude hacer más que dibujar una mueca de frustración. Al menos hubiera querido que Ovack recapacitara la prohibición de que conversara con Lax, pero me estaba dando cuenta que él era un príncipe terco. Terco como una mula onírica de la Noche Eterna. Sólo habían pasado un par de días, pero no había vuelto a ver a Lax en sueños, y dudaba que me encontrara con él otra vez. De haberlo sabido, le hubiera hecho más preguntas.

—Ovack te aprecia mucho, lo sabes ¿cierto? —soltó de repente Aluz, no había notado que él estaba observándome detenidamente. Me tomó tan desprevenida que sentí cómo una gruesa roca se materializaba en mi estómago.

—¿Por qué crees eso?

—Porque sólo se relaja cuando está contigo, entre otras cosas —dijo con una sonrisa sincera, como si le diera gusto; pero luego, su gesto se tornó contemplativo—. No te tomes a mal su negativa, Dala. Él lo hace porque te guarda mucha estima. Y, si lo conozco bien, no va a ceder.

Aunque entendí que estaba intentando animarme con esto último que decía, antes que maravillada, me sentí muy desalentada. De alguna manera, sólo conseguían completar la idea que ya tenía y que tanto me sulfuraba. Que Ovack me veía como a una hermana pequeña, y encima una insoportable pero una hermana al fin.

Ni siquiera había hecho ningún comentario o amago de reacción sobre aquel beso. Era como si no hubiera sucedido, de hecho, por momentos ante tanto silencio, me pregunté si lo había imaginado. Tal vez en realidad me desmayé e imaginé todo. Pero no, estaba segura que había sido real. Y también estaba segura de que si en lugar de un beso, le hubiera dado una patada, al menos allí sí me hubiera merecido un comentario.

No obstante, era consciente que él de verdad trataba de ayudarme. El informe de la relación de los hechos que habían acontecido en la última misión estaba todo alterado. En él, Ovack había omitido por completo el hecho de que había sido temporalmente capturada y había diseñado una historia menos aparatosa y más conveniente. Y claro, sin beso ni nada.

También sabía que luego de que se había abierto el portal, había resistido allí más tiempo para esperar a que regresara. No podía negarlo, él era alguien noble. Sí. Y ayudar a los demás desde las sombras era su estilo. Pero esta necedad de querer ahorrarme suplicios y evitar que me inmiscuya me estaba pareciendo sofocantemente injusta.

¿Qué tal si de verdad había un propósito en mi encuentro con este otro mundo? ¿No tenía acaso derecho a descubrirlo? ¿Qué era lo que quería decirme esa bendita voz? ¿Quién rayos le pidió a él que me protegiera como si fuera su hermana perdida al nacer? ¿Quién le había dado el derecho de ser tan idiota, tan autoritario y tan autosuficiente?

Para coronar mis horrores, mis exámenes habían comenzado. Y mi desempeño en ellos estaba apenas arañando el promedio, pero tenía esperanza de mejorar. O al menos, eso era lo que creía. Así que nuevamente, obtuve una suerte de tregua entre mi incursión en aquel mundo azul y oscuro y mi vida común y corriente.

Por unas semanas la situación pareció volver a mi antigua seudo normalidad, en donde no conversaba con Lax por sueños y continuaba con mis clases de creación de manera distendida y esporádica. Parecía algo ficticio. Pues sabía lo que había debajo de ese cascarón. Aunque Ovack pareció sumergirse con éxito en una fachada de impavidez, yo no podía dejarlo pasar. Me resultó imposible abandonar aquella intranquilidad.

Pero la realidad, era que estaba en un impase.

Sin darme cuenta, llegó el momento en que Orbe liberó la lista de las misiones. Y por nuestra participación en la misión especial de la convocatoria cerrada (que por cierto, era conocida ya por toda la empresa) teníamos un cien por ciento de probabilidades de obtener la misión que quisiéramos. Ovack nos anunció que estaría eligiendo una que tenía una jugosa cotización e índices de peligrosidad bajos. Lo mejor de dos mundos. Aquello era una rareza que podíamos permitirnos solo por el historial que habíamos logrado.

Al menos una buena noticia entre tanto desastre. Así que fue una lástima que no durara tanto.

Aquel día regresé a la oficina luego de hacer lo que correspondía en la revisión previa a las misiones. Me estaba acostumbrando a levantar miradas recelosas por dondequiera que fuera, pero después de lo de la convocatoria, aquello pareció haberse maximizado hasta el nivel Dios.

Ovack yacía desparramado en su silla, revisando unos folios con un gesto aburrido e indolente. Me ofreció un leve vistazo y continuó con su entretenida labor; el resto de la sala estaba inusualmente vacía. Aluz y los demás debían aún estar en una de las largas filas, esperando su turno para la revisión.

Un ambiente particular se alzó en la habitación. Si había algo que debía reconocerle a Ovack, era que sus enojos eran breves y no tenían secuelas. Como si pasara la página de un libro y solo se enfocara en la actual, nunca en la anterior. Cosa un poco diferente de mí. Yo aún seguía algo fastidiada. Luego de nuestra discusión, él y yo habíamos vuelto a ser cordiales y luego a actuar con normalidad. Sin embargo, con todo lo que me frustraba su comportamiento, entendía que lo movían unas anómalas buenas intenciones; así que aunque lo encontraba exasperante, no lo resentía.

A pesar de que sus palabras habían sido contundentes, debía admitir que me alegraba recuperar nuestro usual desenvolvimiento.

—¿Sabes? —emitió él de repente de una manera distraída—. Si quieres convencerme de algo, tal vez tendrías más suerte intentando con Ditro que con Aluz. —Su voz era una cadencia sosegada pero salpicada de mordacidad y picardía—. Hasta Ditro podría enternecerme más.

Y para demostrar que había pasado exitosamente la página, él no tenía pegas en mofarse de manera abierta de esto. No me sorprendió saber que Aluz no había conseguido cambiar su opinión, pero en cierta forma, me fastidió que Ovack me echara en cara el intentarlo. Lo miré con los labios fruncidos y él enarcó ambas cejas, tentativamente.

—No deberías ser tan obstinada —dijo con un tono anecdótico.

—Le dijo la sartén al cazo... —No sabía si a él le divertía seguir dándome negativas como el gato que juega con el ratón moribundo o si lo hacía simplemente para matar el tiempo. —No entiendo, no te entiendo... tú me contaste esto del Creador y esa susodicha leyenda, ¿no deberías darle importancia a este... «llamado»? —dije dibujando las comillas con un movimiento de mis dedos—. Sobre todo tú... tú eres... un príncipe, deberías darle algo de validez.

—Tú misma lo has dicho —dijo enarbolando una ligera sonrisa ladeada como si acabara de decir una ridiculez—. Es una leyenda, nunca dije que fuera verdad.

Parpadeé varias veces antes de caer en cuenta de lo que quería decir con eso.

—Tú no crees en esa historia.

—Claro que no, es sólo un cuento —dijo con un evidente timbre burlón—. En la historia de tu mundo también se han inventado cuentos para justificar la superioridad de los poderosos, pero son sólo historias, no tienen ninguna validez.

—Pero... pero tú mismo me contaste esa leyenda. Y tu familia es parte de ella. Y Lax y también Aluz lo creen.

—Pues son unos idiotas —sentenció con total desparpajo—. Claro que conozco esas leyendas, son parte de mi historia y las respeto. Me las sé de memoria como tú te sabes de memoria tu himno nacional. Según he leído, aquí hubo culturas cuyos monarcas decían descender de los dioses. En mi mundo es lo mismo, si hay otros mundos, también harán lo mismo. Y por supuesto, hay estúpidos que se lo creen.

—¿Y tú eres tan listo que no te lo crees?

—Soy, lo que llaman, escéptico. Pero también soy tolerante con la diferencia de opiniones. Sobre todo si es que a quienes tengo que tolerar son a mis súbditos.

Aquello sonó tan cínico, sobre todo por el brillo sardónico en sus ojos.

Lo observé, incrédula. Él abandonó sus papeles y comenzó teclear en su computadora. Por su forma de ser, no podía decir que me sorprendía esta posición que tenía, no obstante, no podía compaginarlo del todo.

—Pero... tú eres el príncipe —repetí—. ¿Cómo puede ser?

—Son ironías que son. —Hizo un gesto con la mano, como si no le diera importancia. —No porque sea un glorioso príncipe debo creer esa ridícula historia, y no porque encontraste un portal a mi mundo, debe existir una razón para ello.

La seguridad con la que lo decía me desconcertaba. Pero algo en mi mente vibraba como una alarma, se negaba a creer lo que él me explicaba.

—Pero... esa voz...

—Histeria —atajó, sin sutileza y sin levantar la vista de la pantalla; y luego agregó con una voz mucho más queda de lo normal—: Y eso explica tu comportamiento de ese día.

«¿Qué?».

En ese instante, estuve segura de que con eso último se refería a otro tema muy alejado de escepticismos o creencias.

—¿Acaso...? ¿Acaso crees que...?

—Dala. —La inflexión grave con la que pronunció mi nombre me hizo percatarme que algo acababa de suceder, y sólo entonces noté que su usual semblante se había endurecido. Él no levantaba la vista del monitor, como si estuviera releyendo una suerte de sentencia.

Cuando se volvió a verme, en sus ojos grises había un centelleo opaco de resquemor e impotencia.

Minutos después estábamos andando por los pasillos resplandecientes de Orbe, a nuestro paso, muchos giraban sus miradas y se sembraban cuchicheos mal disimulados. Yo seguía a Ovack en un andar pausado, como si nos estuviéramos dirigiendo a un patíbulo y no tuviéramos prisa por llegar.

—Mirida Krefala es temperamental. No te dirijas a ella a menos que ella lo haga primero —me sugirió en un tono neutral—. No la observes directamente, y sobre todo, no la contradigas.

Para cualquiera que lo observara, Ovack no manifestaba la menor perturbación. Pero yo, que ya lo conocía mejor, sabía que estaba tenso, y eso no me estaba ayudando a tranquilizarme.

El que una de las socias de Orbe nos hubiera citado, a mí y al líder de mi división en específico, no era una buena noticia por cómo fuera que se le mirase.

Nos adentramos por un ancho pasillo por el que no había estado antes y donde el flujo de personas se redujo significativamente. Tuve la sensación de que abandonábamos una nube de ojos que seguían aún prendados en nuestras espaldas.

Al final del pasillo había una gruesa y enorme puerta de vidrio velado con el logotipo de la empresa en relieve y aquella imagen fue más elocuente que cualquier amenaza. Un leve escalofrío me recorrió la espalda y tragué saliva inconscientemente.

En verdad, había ocasiones donde me sorprendía lo ridículamente cínica que podía ser la disposición de Orbe por pretender ser una empresa como las demás. Una secretaria nos recibió en aquel límpido y anguloso vestíbulo, y aguardamos mientras ella confirmaba nuestra cita previa. Al menos la falsa cordialidad de la secretaria coincidía con lo artificial de aquella estructura.

Al poco rato, arribamos nuevamente ante una puerta negra lisa y sin picaporte que me recordó mucho al mismo material con que estaba hecho el escritorio de Lax. Tuve la impresión que habíamos recorrido un largo camino, pero en realidad habían sido sólo unos minutos. Antes de entrar, Ovack pareció quererme dar un último consejo, pero lo pensó mejor y no dijo nada. Eso no hizo más que apretar más a esa bola arrugada en la que se había convertido mi estómago.

Krefala vestía un sastre gris, detrás de aquel amplio escritorio ofrecía una imagen espeluznante y de alguna forma, imponente. Tendría entre treinta y treinta y cinco años, era de cara alargada y cabellos cortos con varias canas prematuras. Por alguna razón, su rostro daba la impresión de ser el de una estatua, era casi como el de Ovack en cuanto a la carencia de emociones, con la excepción que el de ella estaba permanentemente congelado en una expresión de aspereza.

La mujer apenas alzó la mirada y dejó a un lado la laptop en la que estaba escribiendo.

—Leo Vargo —musitó a modo de saludo, su voz era metálica pero aparentaba la misma tranquilidad que la de Ovack al hablar—. Y Dala Mayo ¿es así?

Ella ni siquiera esperó a que asintiera para proseguir.

—Esto será breve. —Y se reclinó mecánicamente en su asiento. —Su desempeño en la última misión ha cumplido las expectativas, no tengo ninguna palabra en contra. —Hizo una pausa en la que me lanzó un vistazo gélido. —Sin embargo, no puedo dejar pasar la falta de tu subordinada durante la convocatoria. Si no se castigan estos comportamientos, se estaría enviando un mensaje incorrecto a las demás divisiones. No podemos permitirlo ¿no te parece, Leo Vargo?

—Es usted quien decide. —Fue la réplica inmediata de Ovack, yo lo miré de soslayo con cierta sorpresa ante su impavidez. —¿Y cuál será ese castigo?

—Voy a tomar en cuenta el trabajo excelente de tu división, así que seré generosa. —Entonces viró sus ojos para dirigirse hacia mí, con un aire impositivo. —El próximo mes vas a pertenecer a otra división. La R3M09, dirigida por Ditro Krags. Gestionaremos tu traslado estos días.

A esas palabras sobrevino un silencio quebradizo, donde sólo resonó un tic tac de algún lugar indefinido.

—¿Qué? ¿Traslado? —balbuceé. Me volví nuevamente a Ovack y me percaté que él le sostenía la mirada a la mujer, de repente ensombrecido y con la misma aspereza que ella.

—¿Acaso estás en desacuerdo conmigo? —inquirió ella y una desagradable sonrisa mordaz se dibujó en sus delgados labios.

Y el silencio volvió a imponerse, fueron unos escasos segundos. Pocos segundos, pero parecieron dilatarse más de lo normal y por un instante, por un brevísimo instante, imaginé que la respuesta de él sería diferente.

—No. Por supuesto que no.

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