29. Necedad
No reconocí el techo de la enfermería de Orbe. Permanecí tiesa y algo desorbitada cerca de un minuto. Entonces, de manera inevitable acudieron a mí una sucesión de hechos como si fuera una proyección de diapositivas. Una catedral, derrumbe, creadores enmascarados, explosiones, más explosiones, Lax, Ovack, y...
—¡Dala! —chilló Ulina y su rostro se materializó a mi costado, luego se le sumaron el de Aluz y Sétian. Todos aún con el atuendo negro y un marco de preocupación en sus expresiones.
Intenté incorporarme por inercia, pero la secuela del golpe directo que había recibido en el costado me hizo aovillarme. Noté que tenía vendajes y gasas en mis brazos como si alguien me hubiera atendido. Ulina se prestó para ayudarme a sentarme en la camilla.
—¿Estás bien? ¿Qué fue lo que pasó?
Eso era lo que yo quería saber. Estaba bastante más descansada que cuando me había abandonado a la inconsciencia, pero aún seguía algo aturdida. Ni siquiera supe en qué momento había atravesado el portal, lo último que podía recordar era haberme estrellado con Ovack, que él me sostenía para que no cayera y...
Entonces levanté mi mirada de forma súbita. Mis compañeros que me observaban como si esperaran respuestas, respingaron al unísono ante mi reacción.
—Am... ¿Dónde está... Leo? —balbuceé recorriendo la resplandeciente y blanca sala con los ojos.
—Está informando los pormenores de la misión a los socios —respondió Sétian—. Tú sabes, como eso es lo más importante de todo.
Lo último lo agregó con un evidente doble sentido. Las miradas ceñudas de Aluz y Ulina no se hicieron esperar.
—No seas mezquino —replicó ella—. Él se quedó para esperar a Dala aunque ya estaba por vencerse el tiempo.
—Ulina no seas tonta. No me digas que crees que lo hizo por la bondad que hay en su corazón. Es obvio que fue porque no quería perder a una creadora en el equipo.
—Si eso fuera así, entonces no nos hubiera ordenado que regresáramos, sino que...
—¡Solo somos lectores! ¿Qué rayos podíamos hacer? ¡Nada!
—¡Él estaba arriesgándose! Y creo que lo hubiera hecho por cualquiera de nosotros.
—¿En serio? ¿Entonces por qué no vamos todos juntos al Vaticano para canonizarlo y...?
—Ya basta —lo interrumpió Aluz, y aunque no hubo alteración en su voz, la firmeza bastó para que Sétian se desanimara a continuar.
Yo solo había estado alternando mi atención a cada uno de ellos, recogiendo los pedazos de información que pudieran rellenar el agujero que tenía sobre la situación. Luego de que los humos se calmaron un poco, me pusieron al tanto de la versión que ellos manejaban de los hechos.
Aparentemente, aún con los reveses e imprevistos, la misión había sido exitosa, lo cual significaba una disminución considerable en mi deuda. Era bueno saberlo.
Después de haber provocado aquellas explosiones, Aluz y los demás no encontraron difícil mantenerse escondidos hasta el momento en que en teoría debieron reunirse conmigo y Ovack en el punto acordado para la aparición del portal de regreso. Sin embargo, solo encontraron a Ovack y el portal se abrió en medio de una debacle de ataques de creadores antiguos.
Aunque Ulina y Sétian estaban ávidos por saber qué había sido de mí en ese lapsus de tiempo, no pude hacer más que soltar respuestas vagas, alegando sufrir aún estragos de la conmoción. Y me sentí tremendamente aliviada cuando noté la hora y tuve que regresar a mi hogar mediante un portal. Aliviada, pero también atolondrada.
Aquel subterfugio providencial también fue una preocupación real, pues poco después de arribar a mi cuarto, mi mamá golpeó mi puerta para despertarme para un nuevo día de escuela. Apenas tuve tiempo para deshacerme de mi uniforme negro y montar una escena creíble de un día cotidiano más.
Y esa situación pintoresca fue preámbulo de lo precipitado fue todo. De repente, estaba siendo bombardeada por el desayuno de mamá, las preocupaciones de mis compañeros de clases antes de los exámenes, las disertaciones matutinas de los profesores y lidiar con disimular el dolor en todo el cuerpo, como si acabara de escapar de una batalla con ninjas, y encima hubiera perdido.
De manera curiosa, ese día se me antojó trivial, es decir, acababa de salir una experiencia intensa donde estuve a punto de decirle adiós a mi hogar y a todo lo que conocía, y de pronto me veía sumergida en un día común y corriente. A pesar de que generalmente ansiaba días como esos, no pude dejar de encontrarlo extraño. Como si yo no perteneciera allí de pronto.
Y también, aunque no quise, aunque intenté dejar ese tema en lo más recóndito de mi mente, pensé en el beso. El que le había dado a Ovack.
¿Qué rayos había pasado por mi cabeza? ¿Por qué hice algo tan demencial? ¿Qué le iba a decir la próxima vez que lo viera? ¿Qué se me antojó y nada más?
Tal vez podría alegar locura temporal, tal vez podría hacerme la amnésica, tal vez me creería. Sin embargo, una gruesa parte de mí quería saber qué le había parecido a él. Porque, la verdad fuera dicha, no podía decir que me había disgustado. ¿Desde qué momento había empezado a verlo de esa forma?
Qué horror. Y sin embargo, era lo que era. No podía negarlo.
Así desperdicié el resto de mi día, en medio de cavilaciones que no me llevaban a ningún lado y que solo me hicieron lucir algo abstraída para los demás. A eso tuve después que agregarle que me había estado mortificando sin sentido, pues Ovack envió un correo general anunciando un día libre para descansar de la reciente misión, e intuí que no lo vería sino hasta el día siguiente en que reanudáramos las clases de creación. Claro, si es que no las suspendía.
Con todo lo que me estaba traumando sobre el asunto, el silencio de Ovack al respecto estaba siendo muy elocuente.
—Veo que no te falta ningún miembro. Mis felicitaciones —opinó Lax a modo de saludo.
Esta vez, el sueño había iniciado en una especie de sala iluminada por unos faroles en forma de espiral que colgaban como si fueran una escultura luminosa y moderna. Asumía que era otro ambiente de su casa... o mejor dicho, mansión. Dejé de prestarle importancia y tomé asiento en uno de los muebles angulosos de aquella estancia.
—Gracias de nuevo —dije con sinceridad, Lax asintió con una complacencia evidente—. Fue una suerte que estuvieras allí.
—¿Suerte? —Soltó una sonrisa breve. —Estaba al tanto de lo que sucedería allí.
Lax enarcó sus cejas, como si me invitara a analizar lo que acababa de decir, y eso hice. Arrugué mi entrecejo de manera involuntaria.
Qué tonta, claro que no había sido una casualidad. Debí haberlo sospechado desde antes.
—Has estado conversando con Ovack también —dije, un tanto sorprendida de mi propia afirmación. Lax asintió con una sonrisa—. ¿Por qué no me lo dijiste?
—Estos planes son secretos. Y no puedo faltar a mi palabra.
—Pero me lo estás diciendo ahora —repuse.
—Ahora ya no son secretos —repuso él con simpleza.
—Ustedes... ¿acaso buscaban frustrar la misión? —inquirí—. Pero cumplimos con ella.
—Esa era la idea. A idzen Ovack le conviene que sus misiones tengan éxito. Pero no podíamos permitir que esa compañía lograra su cometido. Así que ustedes completaron lo que les habían mandado, pero nosotros por nuestra parte, nos infiltramos entre los guardias y los alertamos para que desmantelaran esos aparatos a tiempo.
Parpadeé un par de veces. Nosotros. ¿Cuánta gente había metida en esto? Nunca supe quién había sido quien lo acompañaba. ¿Cuántos más estaban ayudando a Ovack en su cometido? Y por otro lado...
—¿Qué era eso? Esos paquetes que nos encargó Orbe.
La empresa nunca nos dio explicaciones, solo órdenes. Y no podíamos objetar nada. Lax calló por un momento. Pensé que no respondería esa pregunta, no obstante, me percaté que lo detenía la falta de una palabra adecuada.
—No sé cómo lo llaman ustedes... O si tienen algo similar —dijo llevándose la mano a la barbilla—. Se trata de un dispositivo que emite ondas que pulverizan materia... Es como una destrucción contagiosa. Todo lo que está cerca y que es inorgánico se deshace. Buscaban destruir nuestro templo hasta los cimientos.
—¿Una especie de bomba? —musité con cierta aprehensión.
—Creo que algo parecido a eso. Sí. —convino Lax sin darle mucha importancia a mi conmoción.
Una cosa eran las explosiones calculadas que habían utilizado Ulina, Sétian y Aluz, pero otra era la destrucción de un edificio icónico... ¿En serio Orbe nos mandó a colocar eso en el templo principal de Dafez? ¿Qué cosa imaginaba que era? La verdad, me había abstenido de hacer conjeturas, pero ¡esto era vandalismo! No, ni siquiera eso. Un escalofrío recorrió mi espina y no pude agregar nada.
—Fue neutralizada, así que no hubo daños —reiteró Lax—. Pero el mensaje ha sido enviado.
—¿Mensaje? ¡Un mensaje terrorista! —espeté, desencajonada—. ¡Yo... no tenía idea!
Lax me dedicó una expresión algo divertida, lo cual me pareció inadecuado para el tema que estábamos tratando.
—El desconocimiento es más peligroso que las peores intenciones ¿no te lo dije?
Lo observé con más detenimiento, y me percaté entonces que su sonrisa era en realidad irónica y contemplativa, sin ninguna pizca de gracia. Claro, él estaba en verdad preocupado por el giro que estaba tomando la situación. Pero tanto él como Ovack estaban enterados de todo lo que iba a suceder. Y sin embargo, Ovack no me había dicho nada.
Me mortificaba cómo era que esto subrayaba más los secretos que él se guardaba. Aunque, la verdad, no sabía por qué me decepcionaba. Él no tenía por qué compartir nada conmigo.
—Lax... ¿le has dicho a Ovack que mantenemos estas charlas?
Fue una pregunta inevitable. Y lo tomó desprevenido, su sonrisa parpadeó y de repente pareció incómodo, como si se tratara de un tema sensible.
—No —dijo. Solté un suspiro involuntario de alivio, pero mi incertidumbre no se quedó allí.
—¿Y por qué no le has dicho nada?
—Sé que si es que se lo digo, me ordenará dejar de hacerlo y no le podría desobedecer.
Me quedaba bastante claro donde se encontraban las lealtades de Lax. No podía negar que era un antiguo fiel a su mundo y a la realeza de su reino, pero aun así, la fe ciega que le tenía a Ovack me pareció exagerada. Como si las palabras de este fueran ley.
Tal vez yo aún no podía comprender en su totalidad la figura del idzen. Pero entendiendo el férreo respeto que Lax le tenía a su idzen, había algo que no podía comprender.
—¿Por qué quieres seguir manteniendo comunicación conmigo? ¿Tan buena es mi conversación? ¿O es porque te agradan estos intercambios culturales? —pregunté, disimulando mi curiosidad, o haciendo el intento. Lax frunció los labios.
—Ya te lo he dicho antes —dijo y de pronto, adoptó una postura formal—. Creo que tú juegas un papel en este conflicto. Realmente lo creo, aunque idzen Ovack piense que es inconcebible. Quisiera demostrarle que tengo razón, por eso quiero conocerte más y confirmarlo por mí mismo.
Lax era sincero. Del tiempo que llevaba conociéndolo me daba cuenta que él era de los que prefería la apertura y que, de hecho, guardar cosas le costaba. Debía reconocer que era confortante que alguien me hablara con la verdad en ese enrevesado entramado de conspiraciones y mentiras. De alguna manera, lo había estado pidiendo a gritos.
Pero aun así, no entendía la raíz de su seguridad en aquella aseveración. Tal vez él estaba en lo correcto. Tal vez existía una razón para mi presencia allí. Estaba comenzando a desear que la casualidad no fuera la protagonista en esa historia. Pero aunque quisiera creerlo, había una diferencia titánica entre querer y la realidad.
—Si es que yo jugara un papel... cualquier papel en este problema entre tu mundo y Orbe, lamento decirte que no sé cuál es —manifesté con un resoplido—. Y... a decir verdad, dudo que pueda hacer algo siquiera. Tal vez deberías pedir ayuda a la gente de tu reino. ¿Tienen policía? Yo los llamaría.
—¿Policía? —inquirió él sin comprender.
—Amm... gente que se encarga de mantener la seguridad.
—Oh, claro. Ibraz zain... —Dejó ese término en sisem a medio decir y lo pensó brevemente. —Creo que sería... Vigilancia cubierta... No. Vigilancia encubierta. Los que casi te matan. Ellos obedecen órdenes reales. Pero no pueden hacer nada contra Orbe porque ni siquiera su existencia está confirmada en Dafez. Es un secreto a voces, pero hay miembros del Consejo, e incluso de la realeza que son partidarios de esta empresa... Es un juego de intereses.
—¿Miembros de la realeza a favor de Orbe? —Aquello se me antojó tan ilógico—. ¡Pero ellos están atentando contra su reino!
Lax se encogió de hombros. Conforme averiguaba más de Orbe y la Noche Eterna, surgían más dudas y complejidades... Era como escarbar en el hoyo de un cangrejo.
—Pero si es así... ¿Por qué Ovack decidió confiar en ti? ¿Y por qué decidiste confiar en él? Si es que como me dices, nadie puede confiar en nadie.
—Si fuera partidario de Orbe, no hubiera intentado convencerte para que me dieras información —dijo con simpleza, y luego agregó con una sonrisa confiada—. Además, soy alguien con muchas cualidades. ¿Sabes que los conectores somos más escasos que los creadores? Pero yo soy ambos. Además, soy el miembro más joven de la Asamblea de conectores desde su fundación.
Siempre me había parecido que Lax era un tanto consentido. En un sentido positivo. No pude evitar que me diera algo de gracia verlo regodeándose de sus bondades.
—La historia de mi familia se remonta desde la formación de Dafez y nosotros siempre hemos defendido las causas justas —siguió—. Y también...
—Sí, ya entendí. Eres más bueno que el pan —repuse y no pude evitar esbozar una sonrisa ladeada ante su exceso de seguridad—. No sé por qué estás orgulloso. Drogaste a tu adorado idzen.
—Es que tenía que estar seguro de que él era quien decía ser —refutó él al instante en tono defensivo.
—Está bien, está bien. Al final todo ha sido para bien —tercié con cierta mofa pero él dibujó una mueca ligera—. Solo una duda, ¿siempre andas cargando drogas por ahí?
—Mi familia desarrolló esa fórmula —dijo—. Esa y otras más. Así que sí, puedo andar con ellas todo lo que quiera.
No pude evitar soltar una risita por su modo de defensa ofendido por no tomarme en serio todo su bagaje. Él era de los que tenía la mecha corta. Detecté que también quiso reírse conmigo pero hizo un esfuerzo por mantener su mueca refunfuñona, y luego liberó un resoplido de gracia para terciar el asunto.
—Los demás príncipes y princesas no han hecho mucho, por no decir nada, en lo que respecta a Orbe —continuó, para responder mi pregunta—. Sin embargo, idzen Ovack ha sacrificado mucho para enfrentar este problema. Puedo ver que él sí es un príncipe que se toma en serio sus votos. Así que me resulta sencillo confiar en él.
Por un momento me pregunté cuáles eran estos sacrificios que estaba mencionando Lax, pero él prosiguió:
—Según veo, él cree firmemente que muchos de ustedes, agentes de Orbe, son víctimas en este conflicto entre mundos. Y que el fin de tu contrato será tu liberación —dijo él—. Por eso quiero saber ¿qué harías si es que se extingue tu contrato con esa empresa?
Medité por unos segundos pues no pude sino tomarme en serio esta pregunta. Y el ambiente distendido que habíamos compartido hacia unos segundos se tornó más formal.
—Volvería a mi vida normal... supongo. Dejaría de ser una creadora porque me quitarían esa habilidad y regresaría a lo que se supone que debo hacer. Terminar la escuela, ir a la universidad, trabajar...
De alguna manera, enumerar ese proyecto de vida sonó en ese momento muy lejano.
—¿Aun sabiendo que hay una razón desconocida para haber llegado a mi mundo?
Le devolví la mirada a Lax. Por un instante, mientras nuestros ojos estuvieron conectados en ese silencio expectante, me pareció percibir que esa respuesta era importante para él en alguna medida que yo no podía comprender.
—Pero... no estoy segura de que en verdad haya una razón.
—Imagina que sí. Por un momento, imagina que las casualidades no existen. ¿Qué harías?
—Yo... —No pude evitar mirar a mi regazo—. Creo que... la averiguaría primero. Y luego regresaría a mi mundo... No podría ser indiferente.
Lax apoyó su mentón en su mano y se quedó contemplándome con un semblante analítico. Como si quisiera desentrañar las premisas detrás de esa respuesta. Era mi turno para preguntar, y se me ocurrían muchas preguntas. Pero había una que se elevaba por sobre todas las demás.
—Esa puerta dorada... —dije de repente cortando aquel silencio meditabundo—. ¿Qué hay ahí? Yo... —En ese instante dudé, en mi cabeza esas palabras sonaban provenientes de una loca—. Yo escuché que algo... alguien me llamaba.
Por un momento, él pareció suspendido en el tiempo y pensé que tal vez no había sido una buena idea habérselo revelado.
—¿Es eso cierto? —musitó, ligeramente boquiabierto.
Vacilé pero ya no podía retractarme, así que asentí. Entonces, él se incorporó de un salto tan de repente que me estrellé con el respaldo de mi asiento.
—¡Eso es! —exclamó enarbolando una expresión de triunfo—. ¡Eso lo demuestra!
—¿Qué demuestra?
—Que tengo razón. —Y me apuntó con su índice—. Con esto, idzen solo tendrá que reconocerlo. ¡Esto lo cambia todo!
Realmente no podía entender la exaltación eufórica de Lax, pero el sueño estaba ya desvaneciéndose y yo solo tenía más cuestionamientos que cuando había iniciado.
—Tienes que decírselo al idzen —apuntó él, apremiante—. Recuerda que soy tu amigo, puedes contar conmigo para lo que sea.
Aunque apresuradas, aquellas palabras las sentí honestas. Ni siquiera pude despedirme adecuadamente. Hubiera deseado hacerlo pues en ese momento reparé que en verdad, él era más que un aliado, era un amigo.
De haber sabido que ese iba a ser el último sueño que compartiría con Lax, le hubiera dedicado un apropiado «hasta luego», pero no lo hice.
Sus palabras me infundieron cierto ánimo y a la vez, intriga. Tal vez era posible que hubiera algo escrito para mí en el otro mundo. Tal vez, de verdad, había un sentido en toda la letanía de suplicios a los que había estado expuesta después de que me había topado con ese portal aquella noche. Tal vez había una razón y yo tenía que saber cuál era. Si eso era cierto, tenía que llegar al fondo de todo.
Cierta aprehensión se arremolinó en mi pecho, pues eso no era lo único que quería conversar con Ovack. Fue algo gracioso en cierto sentido cómo me asaltó un sentimiento vacío al día siguiente, antes de cruzar el portal para verlo. Me percaté de que realmente no tenía ni idea de cómo abordar ninguna plática con él.
Con todo lo que me había azotado al pensar y repensar, no había decidido al final qué hacer. Y una suerte de ataque de pánico se hizo presente, similar al temor que me había abordado cuando recién lo conocía y tenía que hablar forzosamente con él.
Así que no se me ocurrió mejor forma de reaccionar que paralizarme cuando al atravesar el portal, me encontré con que Ovack estaba inusualmente sentado en el sillón de la sala, con los brazos cruzados, esperando.
De pronto mi mente se empecinó en funcionar con una extrema lentitud. Definitivamente, mi predisposición para ese momento no me estaba ayudando; pero había un factor que no me esperaba. Era él.
Ovack clavó sus ojos grises en mí, con un aire juicioso, reservado y algo receloso. Hacía tiempo que no le veía con esa compostura. Antes de que formulara un saludo, él empezó a hablar.
—Fue Lax quien te ayudó ¿cierto?
Su tono era el que utilizaba siempre pero cortó el aire como una navaja. Ni siquiera me había esperado aquella pregunta y antes de que me lo propusiera, ya estaba asintiendo. Entonces su semblante se tornó grave y exasperado; de repente, toda la sala adquirió el ambiente de un interrogatorio policial.
—Has frecuentado a ese conector por sueños. —La voz de Ovack era más suave de lo usual y esataba embadurnada de irritación. Y aun así, lucía controlado—. Si fue tan sencillo para él encontrarte durante la misión, debes de haberle dicho tu nombre.
No supe si debía asentir otra vez, pues lo que decía ni siquiera eran preguntas, sino afirmaciones.
—Lo que pasa...
—Siéntate.
Tal vez fueron un par de segundos o tal vez medio minuto. No tuve una cierta noción del tiempo en ese momento. Contemplé a Ovack, con ese aire sulfurado y sus ojos chispeantes y recriminadores; y algo debió suceder en mi cabeza. Algo no muy bueno.
Tal vez había estado esperando tener una conversación larga y tendida, repleta de sinceridad, ponis y arco iris. Y era claro que no la iba a encontrar ahí. Permanecí parada en el mismo lugar donde había aterrizado y sin ser consciente, cerré mis puños con fuerza.
—No sé si te has dado cuenta pero si es que Lax no me hubiera ayudado, no lo hubiera logrado —espeté, imitando el tono que él había aplicado.
—No, si hubieras seguido mis indicaciones, no hubieras corrido peligro —replicó Ovack, impávido pero sus cortos cabellos negros parecieron erizarse—. Te dije que salieras de allí. ¿Por qué es que siempre haces lo opuesto a lo que te digo? ¿Tanto te gusta contradecirme? ¿Acaso tengo que hablarte al revés?
—¿Se supone que no debía cubrirte? ¡Te estaba ayudando! Me parece que lo que deberías estar diciendo es «gracias». Y por cierto, en ningún momento dijiste que no contactara con Lax.
—Te dije que no indagaras y no necesito que me cubras, puedo apañármelas solo. Siempre he podido.
—¿Es eso lo que creen los príncipes de tu mundo? —Ante la mención de esa palabra, los ojos de Ovack se dilataron de manera evidente—. Pues eres un príncipe estúpido, todos necesitan ayuda siempre.
Él me observó, inmóvil, sus ojos parecían dos pozos oscuros y profundos. Era difícil creer que hacía pocas horas, esos mismos ojos me habían contemplado con una vívida preocupación, muy de cerca.
Se incorporó con lentitud, pausado y prudente.
—¿Qué más te ha dicho ese idiota?
Sabía que Ovack era extremadamente diligente con sus secretos, lo sabía. Pero eso no llegaba a explicarme la forma cómo estaba reaccionando, me atreví a pensar que había una razón más, aún escondida.
—Sé que vienes de Dafez... —solté fríamente—. Sé que tu familia tiene una leyenda. Sé que buscas ganarte la confianza de Orbe para descubrir cómo pueden generar portales a tu mundo. Ese poder le pertenece a tu familia, por eso estás aquí.
Él parpadeó y en sus ojos se asomó un brillo punzante. Alrededor de nosotros se había levantado una hirviente nube de tensión, casi palpable. El silencio que sobrevino pareció ficticio, como si detrás se ocultara una resonancia aparatosa.
—Y creo... sé que puedo ayudarte a...
—¡No necesito tu ayuda! —atajó él, de repente exasperado, como si hubiera dicho las exactas palabras que no quería escuchar—. No necesito la ayuda de nadie. No quiero que nadie se entrometa más. Este es mi deber, es mi misión y de nadie más.
—Ovack...
—No necesito que nadie más aparezca para morir por mi causa. Estuviste a punto de ser capturada, ¿acaso sabes qué te hubieran hecho? Solo busco ayudarte para que vuelvas a tener la vida que tuviste antes. ¿Por qué no colaboras también?
De pronto, no supe qué responder. Él aspiró profundamente, como reponiéndose de aquel exabrupto y retomando su usual postura impertérrita. La sala pareció también lanzar un suspiro. Esta charla no estaba marchando ni más remotamente cerca de cómo había esperado que fuera. Y ante eso, aunque me sentí un tanto impropia, se me ocurrió lanzar todo lo que tenía.
—Ovack, yo... Durante la misión, yo escuché una voz de la puerta dorada que... —Mi entonación fue decayendo conforme veía que él no dibujaba ninguna reacción en su rostro. Tan solo un parpadeo mientras me escuchaba—. Una voz que me llamaba.
Sonaba como un último intento porque lo era. Y él lo ignoró soberanamente. Su postura se tornó más calmada, pero aun así, mantuvo cierta rigidez.
—Dala, no quiero que te entrometas en mis planes. Sé que puedes tener las mejores intenciones, pero eres una distante. No tienes ninguna injerencia en esto, y eso es definitivo. —Liberó un suspiro más tranquilo, su voz regresando a su usual cadencia—. No vas a volver a hablar con ese conector, me encargaré de eso. Te seguiré instruyendo, te ayudaré a cumplir con tu contrato, dejarás Orbe y luego, nunca más nos volveremos a ver. Esto es lo mejor para ti, créeme.
Aquellas palabras me atravesaron como un bólido. Sobre todo porque las había pronunciado con su acostumbrada quietud. Una falsa apariencia de serenidad.
—Pensé que éramos amigos —repliqué, ya sin argumentos.
—Y no estoy haciendo nada para perjudicarte. Todo lo contrario —repuso él. Aunque aún había resquicios de su reciente cólera, sabía que hablaba con sinceridad—. Te he ayudado muchas veces y lo sigo y seguiré haciendo. Eres mi amiga, pero esta es mi misión.
—Pero... —Mi mirada cayó a mis zapatillas—. Pero... la voz...
—¿Escuchaste una voz? —repitió él enarcando ambas cejas, como si de repente hubiese recordado aquel detalle. Y a pesar de que había recobrado su imperturbabilidad de siempre, cuando habló hubo una clara nota de mordacidad—: ¿Y eso qué?
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