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26. Tardes de instrucción

—La fortaleza del creador es tener la certeza de que no existen imposibles. Mientras más fuerte sea la duda, más débil será la creación, y más fácil serás de doblegar.

—Ya.

—Entiendes a qué me refiero ¿verdad?

—Claro, no debo dejarme intimidar —reiteré agitando la mano en el aire. Ovack arrugó tenuemente el entrecejo ante mi aparente falta de seriedad—. Solo una duda, ¿no sería más simple crear una pistola y acabar con esto rápidamente?

—Puedes intentarlo, pero dos cosas: Primero, tienes que hacerlo adecuadamente, sino te estallarán en las manos. Y segundo, esas armas son muy arcaicas, son fáciles de neutralizar. —Esto último lo dijo con un desdén evidente, y cierto airecillo de superioridad. Me pregunté si es que sabía esto por experiencia, pero él continuó: —Ahora, atácame.

Más fácil decirlo que hacerlo.

Ambos flotábamos sobre bases vidriosas a varios metros de la superficie de lo que suponía debía ser un punto perdido del océano Atlántico. O tal vez el Pacífico. No tenía plena certeza de en qué parte del mundo nos encontrábamos. El viento azotaba mis cabellos sin tregua y la idea de caer en cualquier momento al mar me preocupaba. Sin embargo, Ovack opinaba que esas distracciones eran positivas, pues en una batalla real entre creadores, no sucedía seguido que ambas partes se pusieran de acuerdo para elegir el escenario más cómodo.

Habíamos iniciado con el entrenamiento verdadero, lo que sería un combate. Había estado un tanto ansiosa ante esto, no sabía si es que estaría a la altura de ese nivel de instrucción. Pero era evidente que Ovack no compartía esa preocupación.

Realmente no había esperado que él fuera un caballero y que se negara a atacar a una chica. O tal vez no me veía como a una chica. La consideración más notoria que tuvo hacia mí fue dejarme lanzar el primer ataque, pero luego de eso... Podría decirse que si hubiera sido un combate real, yo hubiera perdido.

En un combate entre creadores valía todo. El otro te podía arrojar su creación más pesada, más afilada, más monstruosa y uno debía, o bien esquivarlas, o bien destruirlas con creaciones propias. Y lo que las hacía especialmente peligrosas era la velocidad a la que eran lanzadas. Podías acribillar a una persona creando diez perdigones diminutos y dispararlos todos al mismo tiempo a una rapidez más mortífera que una bala, pero si no estaban bien creados, esos pequeños proyectiles no iban a causar mayor daño.

Y si bien la creatividad y la habilidad del creador eran importantes, también lo era la agilidad. Un creador combativo talentoso era uno que no se dejaba tocar. Que tenía la suficiente presteza para evadir todos los ataques y reducir a su contrincante sin un rasguño. Me alegró que fuera así, porque al menos por ese lado este deporte, en teoría, me caía como anillo al dedo. El tema era hacerme ducha en esto. Y sabía que con Ovack no estaba entrando a un nivel básico. Él se mandaría de frente con el avanzado.

Y sí. Él no tenía contemplaciones cuando se trataba de un enfrentamiento. Era simplemente brutal. Acabó en menos de medio minuto, conmigo encerrada en una esfera de un material sólido, soportando sus embates consecutivos.

—Si haces eso, estás perdida —comentó—. Si te enclaustras así, me das la ventaja. La defensa es siempre algo temporal. No puedes reducirte a eso, sería mejor que te rindieras. La mejor defensa es un buen ataque.

—Ya.

—No dudes. Solo ataca sin miramientos.

—Pero... no quisiera hacerte daño.

Ante esto él soltó una repentina carcajada, como si hubiera escuchado lo más chistoso del mundo. Pero luego se recompuso al momento siguiente, y trató de disimular ese exabrupto. Pero el daño estaba hecho, yo lo miré con una mueca, ofendida.

Sin embargo, aquella confianza que él se tenía a sí mismo estaba justificada. Lo ataqué con una avalancha de creaciones, de todo lo que se me pudiera ocurrir. Cubos de rubik, palos, piedras geométricas, estatuas sólidas de R2D2 y BB8... Era como si estuviera tomando todo tenía en mi habitación mental y tirándoselo por la ventana. Pero el condenado de Ovack las evadió en el aire con una presteza casi líquida, como si bailara. Y las que no podía evitar, las neutralizaba con creaciones propias.

Aunque era un entrenamiento, me daba la impresión que él no se reprimía. Sus creaciones eran veloces, instantáneas, precisas y angulosas; y todas eran negras. Me di cuenta que cada creador tenía un estilo distinto, pues mis invenciones obedecían a formas más curvas y coloridas.

Cada día era más hábil en levitar en el aire. Tenía que serlo porque tenía que contrarrestar el condenado talento de Ovack. Parecía que levitar en las alturas era uno de sus fuertes; nunca había estado en primera fila para ser espectadora del despliegue crudo de sus destrezas y debía admitir que era algo sorprendente de ver.

Y esos días me fue sencillo percibir algo a pesar de que él no era muy expresivo... o tal vez era que él se permitía más esos despliegues de espontaneidad, pero pude darme cuenta que estas prácticas lo divertían. Y en el mismo grado que a él le entretenían, a mí me extenuaban. Terminaba cada clase sudando y con una sensación de ligereza y entumecimiento en todo el cuerpo. Llegaba a casa cansada para tomar un baño y reposar, pero después tenía esta sensación placentera luego de ejecutar un deporte. Y al día siguiente estaba lista para más.

Había sucedido que no soporté el ritmo de las susodichas clases sin una buena dosis de comida y había acudido a mí la salomónica e ingeniosa idea de proponerme a mí misma como cocinera.

Incluso yo me sorprendí con aquel ofrecimiento, pero si lo hice fue porque, primero, me moría de hambre, y segundo, sabía que al final él no se negaría. Además, él me lo había propuesto antes. Al principio estuvo un poco reacio, porque era una perfecta evocación a su comportamiento errático de la vez pasada. Sin embargo, su oposición se sintió un poco impostada, y solo bastó que insistiera un poco más para que aceptara. Y como un detalle interesante, él empezó a agenciarme los ingredientes. Tal vez lo hacía para retribuir un poco el favor de cocinarle, pero sospeché que también con ello me instaba a no limitarme en el menú, porque podía pedirle lo que sea y él lo conseguía. Me causaba gracia la idea de él en medio de un supermercado con una canasta a medio llenar. Y necesariamente debía comprar esos ingredientes porque no los podía crear.

Había una corta lista de cosas que un creador jamás podría lograr. Una de ellas era conseguir crear alimentos que tuvieran buen sabor y además que fueran propiamente comestibles. Si uno creaba alimentos, estos podían tener una apariencia impecable pero sabían a diversas cosas, menos a comida. Y además, podías terminar envenenado por ingerir tu propia creación. Y aquella no era la única limitación de esta habilidad.

—Pero eso es ridículo, yo creé insectos ¿recuerdas? —le contrapuse un día, durante un almuerzo, en que él me señaló que era imposible crear vida.

—No estaban vivos, ¿qué insectos has visto que tuvieran esa sustancia viscosa y verde en el interior? —desestimó él con cierta condescendencia—. Los creaste por inercia y los hiciste moverse, pero no estaban vivos.

Lo pensé un poco. Sí... tenía razón, pero...

—¿Qué tal si lo que falta para crear algo con vida es convicción? ¿No que la convicción es importante?

Ovack levantó una ceja.

—Debes saber que existe una gran controversia sobre este tema en las universidades de la Noche Eterna —dijo a modo de anécdota—. Pero hasta ahora nadie ha podido crear vida funcional e independiente. A menos no una que sea orgánica.

—¿O sea que sí hay creaciones con vida inorgánica?

Ovack me miró brevemente, y por la lucecita enigmática que brilló en sus ojos grises, supe que había algo que quería mostrarme. Entonces, dejó los cubiertos a un lado, pues ya habíamos terminado de almorzar y me hizo una seña para que lo siguiera.

Nunca antes me había adentrado en su apartamento. Es decir, sólo conocía su sala y su cocina, el resto permanecía detrás de una puerta que siempre estaba cerrada. No había tenido curiosidad por esa zona hasta ese momento en que él me condujo al interior. Atravesamos un corto pasillo oscuro, el cual exhibía un único umbral, el que supuse, debía tratarse de su habitación. Porque ¿qué otra cosa sería?

Sin embargo, al abrir la puerta me golpeó una inundación de luz. Y luego de reponerme, me percaté que aquello no era una alcoba. Aquel recinto era más amplio que la sala y era evidente que se trataba de un taller... Un taller bastante peculiar.

Las paredes estaban tapizadas de anaqueles rebosantes de oscuras creaciones inidentificables. Había también una hilera de mesas largas, y en cada una estaban expuestas lo que a primera vista parecía ser chatarra, pero luego entendí que eran partes de un todo más grande, como si fueran construcciones a medio hacer. Eran todas creaciones negras, algunas eran metálicas, otras eran vidriosas, otras eran de materiales que no reconocía. Y mi atención aterrizó en la parte posterior del taller, pues detecté cierto movimiento. Como si hubiese allí un conjunto de animales negruzcos y relucientes.

Aquellas... cosas se contornearon al ver aparecer a Ovack, como un perro que se alegra al ver a su dueño, y se aproximaron a nosotros. Y a medida que se acercaban pude reconocer algunas de aquellas figuras... Unos colibríes, serpientes, cuervos y unos otros que correspondían a las formas de varios animales fusionados, como pequeñas quimeras.

—Descuida, no están programados para hacer daño —me dijo él cuando respingué al ver cómo aquella serpiente, que había atravesado toda la sala a una rapidez asombrosa, trepó por su pierna, rodeó su cintura y luego se enroló en su brazo.

Él parecía tan acostumbrado a eso que no dibujó el más mínimo atisbo de incomodidad. Los demás animales oscuros revolotearon entorno a nosotros, un rumor en sus movimientos se percibía ligeramente metálico. Y la serpiente negra observó brevemente a su creador y luego su atención se dirigió a mí.

De lejos hubiera parecido una víbora real. De carne y hueso. Pero de cerca, podía identificarla como una creación de Ovack. De hecho, me había sorprendido que él pudiera haber elaborado a seres que tenían formas tan orgánicas y curvas. Pero en una visión más minuciosa, detecté que aquella criatura, así como las demás, estaba hecha de escamas geométricas. De creaciones más pequeñas, rectas y angulares. Era un trabajo tan fino, tan meticuloso y cuidado.

Los ojos de la creación viperina eran de un iris completo y brillante, sin pupila. Como una pantalla de computadora. Y parecieron analizarme.

—Vaya... —musité—. ¿Las has hecho tú? Nunca he visto que hagas algo así en Orbe.

—Es creación sospechosamente demasiado avanzada para Orbe —dijo.

Intuía desde hacía un tiempo que él medía su propia destreza en frente de Orbe. Y tenía todo el sentido del mundo si lo último que quería era levantar suspicacias. No supe por qué, pero el talante de la serpiente se me antojó amigable. Entonces estiré la mano para tocarla y ella bajó obedientemente la cabeza para dejarse acariciar.

—Es... una obra de arte.

Al tacto, la piel escamosa de esa creación era fría y se sentía escalonada, como si se trataran de cuadraditos de mármol.

—No es arte —declaró él—. Es un aparato con fines domésticos. Pero arte, no. La creación artística no es mi fuerte.

—La sensibilidad no es tu fuerte, ¿cómo dices que es un aparato doméstico? Está bonita —opiné.

—No es bonita, es funcional.

Entonces la creación empezó a rodear mi brazo, pero lo hizo de una manera dócil y educada, luego me observó de cerca y ladeó su cabeza. A pesar de que yo era más una persona de perros, esta serpiente se me antojó una mascota simpática. Hasta parecía que sonreía.

—Creo que me quiere más a mí que a ti —dije.

—No tiene capacidad de sentimientos. No está viva realmente —repuso él con su objetiva tranquilidad—. Está bajo una programación, como te dije.

—¿Cómo es eso?

—Lo que les da movimiento y cierta inteligencia es la intención que les he impreso a la hora de crearlas. Es una programación. Y esta está programada para limpiar mi apartamento.

Aunque de nuevo había sonado objetivo, había una nota divertidamente odiosa en su explicación. Esa que buscaba siempre tener razón, una razón innegable por estar abalado por la lógica. Me dio ganas de bajarlo un poco de su nube.

—¿Por qué no haces una que te cocine entonces?

Él levantó ambas cejas ante ese ataque velado.

—¿Para qué si alguien ya ocupa ese puesto?

Luego de un segundo, ambos rompimos a reír al unísono. 

Tal vez nadie más que Aluz había visto aquella habitación. Me gustó que me incluyera en ese círculo. Su taller era la muestra más clara de lo mucho que le encantaba la creación. Es decir, si había inventado sus propios pokemons en su tiempo libre, debía amarla. Él podía ser muy serio y objetivo, pero era también alguien muy apasionado. Y a mí me agradaba esa parte de él, se sentía más genuina.

Me preguntaba cuál de las tantas profesiones que me había mencionado hubiera estado estudiando en la Noche Eterna. ¿Arquitectura? ¿Invención de nuevas tecnologías? ¿Diseño industrial? ¿Biorobótica? Algo me decía que con sus capacidades, podría hacer lo que quisiera, de no ser que se dedicaba a estar de encubierto en Orbe.

La verdad, me divertía pasar las tardes con él. Es decir, en realidad, entre entrenamientos y pláticas, nunca llegaba a aburrirme. Me di cuenta que él se comportaba conmigo como un chico normal, y no como el personaje frío y distante que pretendía ser. El gran contraste se daba en la oficina; lo había observado esos días, y parecía como si se colocase una máscara ante los demás. Ante todos.

Pero conmigo no era así, por alguna razón. Tal vez porque me percibía como alguien inofensivo, conmigo abandonaba los reparos que tenía con todo el resto. Cuando solo estábamos los dos, el ambiente se tornaba de pronto más relajado, más sencillo. Nuestra interacción nunca había sido tan distendida. Tal vez porque yo era una suerte de protegida, como había dicho Lax. Aunque, por la forma como Ovack me trataba, esos días había venido a mí un atisbo de revelación. Una hedionda revelación.

A menudo tenía la fuerte impresión de que él me veía como a una hermana menor. Una pequeña desvalida que no podía evitar ayudar. Y tenía que emplear toda mi entereza para soportar esa consideración. Era verdaderamente mortificante y no podía definir bien por qué rayos me enfurecía tanto.

—Si percibes que no puedes ganar, solo ríndete —me dijo otro día en referencia a los enfrentamientos.

Su plato estaba ya limpio, sus modales en la mesa eran siempre impolutos y no podía negar que eso me causaba algo de gracia. Mientras él esperaba que yo terminara de comer, se dedicaba a cubrir el silencio con rumas de recomendaciones y disertaciones teóricas.

—¡Cuánta confianza! ¿No que yo era una excelente aprendiza?

—Tienes talento —admitió, no sin cierta reticencia en su voz—. Pero solo tenlo en cuenta. En principio, no dudes en que puedes lograrlo, pero si pierdes la confianza, mejor ríndete.

—¿Tú te rendirías?

—No hay forma de que yo pueda perder. —Y nuevamente, centelleó ese atisbo de petulancia y convencimiento en sus ojos.

—¿Sabes qué, Ovack? Sospecho que cuando te tiraron de ese precipicio, no esperaban que sobrevivieras.

Él contuvo una repentina risa ante mi comentario.

—Entonces debió haber sido una sorpresa agradable —dijo. Y los dos volvimos a reír.

Me encontré deseando que todas esas tardes fueran así, aun con la inminencia de los enfrentamientos con las otras divisiones en Orbe o las mentiras en mi coartada. O las cosas que yo me guardaba para mí.

Era difícil sincerarme con él. ¿Cómo podía decirle que estaba averiguando sus secretos a sus espaldas? ¿Cómo podía decirle que sabía más de lo que debería saber? Él era demasiado celoso con su deber. Y ya sabía cuál era. Había estado en frente de mí todo ese tiempo. Desde el principio, desde el primer momento.

Y sabía que él estaba cada vez más cerca de cumplir su cometido.

Aquella sala reducida estaba destinada a ser un ambiente de espera antes de salir a la arena. Contaba con unas bancas y unos casilleros para dejar pertenencias, como si se tratara de un vestíbulo para encuentros deportivos. Ovack y yo vestíamos de negro con equipos de protección, como si estuviésemos por realizar una misión en el otro mundo.

Sabía muy bien que si triunfábamos en esta trifulca, vestiríamos nuevamente así para cumplir una misión de verdad.

—Lo harás bien, no importa el resultado. Tranquila ¿sí? —me confortó Ulina, con su usual sonrisa empática.

—Solo recuerda que esta misión está bien cotizada. Sin presiones —comentó Sétian y Aluz lo golpeó disimuladamente con el codo para que se callara.

—Esto no les tomará más de quince minutos —me informó Aluz, con un ademán alentador—. Cada confrontación no demora más de un par de minutos, en el peor de los casos. Así que tómalo con calma.

Los tres nos dedicaron semblantes entusiastas (más a mí que a Ovack, que parecía no necesitarlos o quererlos), nos dejaron en la entrada del vestíbulo y se fueron a ocupar los lugares que estuvieran disponibles entre los espectadores. A pesar de que la convocatoria era cerrada, el desenlace de esta era público. Recibir esa noticia no hizo más que aumentar mi creciente desasosiego, pero apreciaba que mis amigos intentaran darme ánimo.

Sin embargo, cuando se marcharon. Ovack y yo no dijimos nada y el silencio reinó en el vestíbulo, mientras esperábamos la llamada que nos indicara que saliéramos.

A decir verdad, esperaba que él me dirigiera algunas palabras consoladoras. Aquellos días no había dejado de abarrotarme de consejos y críticas interminables sobre mi desempeño, pero en ese momento él no parecía tener la menor intención de realizar ninguna última sugerencia.

—Recuerda lo que te dije —murmuró Ovack, como percibiendo el rumbo de mis pensamientos.

—¿Lo de rendirme o lo de no dudar?

—Todo.

Bien, aquello no era precisamente lo que esperaba. Sin embargo, él no parecía compartir mi inquietud. Solo estaba reclinado en la pared, con los brazos cruzados, esperando. Parecía incluso algo aburrido de la espera y el notarlo, me hizo sentir como si esta fuera una práctica más. No pude evitar suspirar para aliviar mi tensión.

Entonces la luz de un foco rojo se iluminó, dándonos a entender que era el momento para emerger.

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