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16. Vínculos

Volví a recostarme en el lavabo, a espaldas del espejo. Me había encerrado en el baño y Sara ya había tocado dos veces, la primera para avisarme que Rob ya había llegado y la segunda, para preguntar si es que todo estaba bien. Barboté cualquier excusa, pero la verdad era que nada estaba bien.

Me froté las manos por la tensión. No sabía qué era lo que estaba sucediendo, si era yo la que estaba alucinando o si este era en efecto, un evento sobrenatural. Estaba esperando con todas mis fuerzas que Leo me confirmara que estaba loca, porque la otra alternativa me causaba pavor. Si es que de alguna manera ese antiguo me había encontrado... pues, no sería una reunión amistosa. Solo lo había visto en el reflejo de la ventana, o eso fue lo que me había parecido, pero no podía pasar por alto lo que había sucedido. No sabía si era inteligente seguir escondida ahí, si iba a haber un enfrentamiento con un creador, no era conveniente que hubiera gente cerca.

Por poco pegué un grito cuando mi celular vibró de repente. Leo me había respondido. No había tardado tanto como había pensado.

Genial, Leo. Cuando quiero que respondas una simple pregunta, me escribes esto. Pensé, entre la irritación y la desesperación. Le adjunté mi localización mediante el gps de google maps y mis dedos volaron sobre el teclado táctil.

Esperé un par de minutos a que el condenado de Leo me respondiera. La música de la sala era ahora estridente, estaba imaginando que varios ya se habían animado a bailar. Definitivamente, no podía quedarme allí, pero si es que Leo estaba por enviar un portal, suponía que no debía moverme. Aunque volviéndolo a pensar, él no podía simplemente aparecer un portal en medio de la sala de una casa ajena. Era ridículo.

Pegué un saltito cuando la puerta volvió a sonar, pero lancé un suspiro cuando escuché la voz de Sara.

—En seguida salgo —mascullé, más calmada de lo que en realidad me sentía.

—Ammm... Dala, hay un chico que te busca.

Se me cayó el alma a los pies.

—¡Dile que no me conoces! —carraspeé antes de pensarlo.

—¿Qué?

Pero entonces lo medité un par de segundos. El antiguo no sabía cómo me llamaba, no podía ser él. No podía ser él. Entonces...

Abrí la puerta y asomé la cabeza, como un conejo que teme salir de la madriguera. Me encontré con una interrogante escrita en la cara de Sara acompañada de una sonrisita sugerente. Detrás de ella casi al final del pasillo, apoyado en la pared, con los brazos cruzados y un aire tranquilo y resoluto, estaba Leo.

Me quedé como tonta, mirándolo, como si esperara que se desvaneciera en el aire porque su presencia allí era algo irreal. Cuando él se fijó en mí, casi me pareció que su cabeza giraba como la de la chica poseída de El exorcista.

—Hola, Leo —saludé en un hilo de voz, con las orejas rojas. Él entornó ligeramente sus ojos pero no dijo nada, sólo respondió con un ademán de saludo un tanto formal. A mi lado, noté que Sara lo barrió con una mirada de arriba a abajo, disimuladamente. O lo más disimulado de lo que ella fue capaz.

Aún no cabía en mi entendimiento que Leo estuviera allí, en medio de una reunión llena de amigos míos, él resaltaba como una mancha negra entre un crisol de colores y parecía esperar pacientemente, mirando alrededor con un aire distraído. Además de Sara, varios ojos más le lanzaron vistazos escondidos y curiosos, tal vez porque él era un desconocido o porque tenía el semblante de un jedi a punto de pasarse al lado oscuro o por ambas razones. Traté de volver a la realidad, si él había venido, significaba que lo que estaba sucediendo no podía ser algo bueno. Así que suspiré y tomé aliento para asumir aquella situación algo bochornosa.

—Es lindo, aunque muy serio. ¿Pero ahora que hago con Rob? No importa, luego me cuentas todo ¿está bien? —me murmuró Sara a toda velocidad con una sonrisa pícara.

Aunque era mi mejor amiga, en ese momento deseé que la tierra se la tragara.

Luego de inventarle una serie de excusas rápidas y de despedirme de ella, salí casi trotando y tuve que empujar un poco a Leo para evitar la multitud que se había formado en la sala, aunque pude notar que más miradas fisgonas saltaron de manera inevitable.

—¿Así que esto es lo que tú calificas como un «asunto importante»? —soltó por fin él cuando estuvimos ya lejos del bullicio.

Me mordí el labio al recordar lo que había escrito en el correo, pero no parecía que él lo hubiera dicho con ánimo de reproche, sino más bien con sorna e ironía.

—Eh... en realidad es más complicado que eso, lo que pasa...

—No importa —cortó con algo de apremio—. Tienes que explicarme primero qué es exactamente lo que viste.

La calle estaba quieta y tranquila, la única fuente de algarabía era la casa donde, a todas luces, una fiesta estaba cobrando vida. Leo no tardó en localizar un punto ciego, sumido en las sombras entre el límite del muro de un jardín y un arbusto que necesitaba urgentemente una poda, y sin ningún preámbulo extrajo su tableta para crear un portal. Y nos escurrimos sin ser vistos con la sutileza del ingenio adiestrado de un ladrón.

Le expliqué todo lo que pude recordar sobre el sueño, lo que había visto ese día y por la seriedad con la que escuchó todo, supe inmediatamente que no se trataba de algo normal o bueno.

—¿Y? —lo apuré luego de haber terminado.

Nos encontrábamos en una de las blancas e impolutas salas de conferencia de Orbe, totalmente vacía salvo por nosotros. Fuera la razón que fuere por la que él había elegido ese lugar, sólo parecía aumentar la confidencialidad del asunto. Él no había hecho objeciones mientras atendía a mi relato e hizo gala de su capacidad de mantener una imperturbable neutralidad; así que su cara carente de expresiones no me ofreció ninguna pista sobre qué tan mala era la situación.

—Mm —emitió por fin, apoyando su mentón sobre una mano y enfocó sus ojos grises en mí—. No has hablado de esto con nadie más, ¿cierto?

Asentí de inmediato.

—No lo comentes con nadie —ordenó y a pesar de que hablaba con calma, no pude evitar sentirme más nerviosa ante el secretismo en el que todo esto estaba envuelto—. Se trata de un conector.

—¿Cómo?

—Tal vez esa no sea la traducción correcta —comentó, casi como algo anecdótico—. En el idioma de los antiguos, se define como aquel que tiene la facultad de crear un puente. Así que podríamos llamarlo conector o vinculante.

—¿Conector? —barboté casi con exasperación—. Entonces hay creadores, lectores... ¿y ahora conectores? ¿Qué más hay? ¿Promotores, doctores, estafadores?

—Nada más, esos son los tres grandes arquetipos en la Noche Eterna —explicó con serenidad y antes de que yo pudiera estallar en más imprecaciones, continuó—: Él está tratando de establecer contacto contigo. Pudo ver tu rostro en el otro mundo, eso es suficiente para que un conector pueda encontrar a otra persona, incluso si esta se encuentra en otra dimensión.

—¿Por eso era todo ese asunto del casco?

—Ha habido problemas anteriormente en Orbe con respecto a los conectores —atinó a decir pero no se explayó más. Asumí entonces que dichos problemas no habían acabado del todo bien.

Guardé silencio, asimilando lo que él acababa de decir, y como no hice ningún amago de pregunta, él prosiguió:

—¿Recuerdas la leyenda que te narré? ¿Recuerdas que mencioné que la Noche Eterna es un mundo onírico?

Asentí de nuevo, sin querer empecé a juguetear con las pulseras de mis muñecas ante la expectación.

—Lo que has visto no fue una alucinación pero nadie más puede verlo, fue un remedo de la conexión que ya existe. Pero esta será más fuerte mientras no estás consciente.

—Es decir... mientras duermo. En los sueños —completé con un leve temblor.

Leo hizo un ademán afirmativo. Esperé a que continuara hablando pero sólo se quedó mirándome con una expresión extraña, como si de repente empezara a calcular una operación complicada que estaba escrita en mi cara.

—¡¿Y?! —repetí un tanto exaltada—. ¿Voy a tener a un acosador en mis sueños? ¿Eso me estás diciendo? ¿Es peligroso? ¿Por qué está haciendo eso? ¿Qué puedo hacer? ¿Dejar de dormir? ¿Por qué no me dijiste desde un principio lo del casco?

Él arrugó ligeramente el entrecejo, como si estuviera algo fastidiado por esa lluvia de preguntas, pero finalmente, se reclinó en el respaldar de su asiento con un vago talante de resignación.

—Tendrás que soportarlo por tres días —sentenció—. Él no podrá hacerte nada... por ahora. Trata de dormir sólo lo necesario, no le reveles información de nada. De hecho, procura no hablar con él. Por contrato no le podrás revelar información sobre Orbe así que eso no será un problema, pero lo principal es que no debes decir ninguna información de ti misma.

Lo miré con la boca abierta, sin poder creer lo que me estaba diciendo. ¿Hablaba en serio? Estuve a punto de replicar de una manera no muy amable a todo lo que acababa de señalarme pero él debió verla venir porque agregó:

—Tres días es lo que me va a tomar para conseguir lo que necesitas para romper esa conexión.

—¿Tú... lo vas a conseguir? —mascullé sin evitar la inflexión de sorpresa en mi voz. Leo hizo deslizar suavemente su silla giratoria, como si quisiera pasar rápidamente ese asunto—. ¿De dónde vas a conseguir lo que sea que necesito?

Él desvió su mirada con cierta indiferencia, pude reconocer un atisbo de escrutinio debajo de su máscara impertérrita.

—Es mejor que no lo sepas —dijo y volvió clavar sus ojos grises en mí—. Recuerda no hablar de esto con nadie. Ni siquiera con Ulina ni Sétian.

Lo último lo dijo con la calma usual con la que sobrellevaba una simple conversación, pero vislumbré un destello de confidencia en aquellas palabras. Comprendí entonces que esta había sido la razón por la que se había apersonado a buscarme de manera tan presta. Quería ser el primero en hablar esto conmigo, mantener controlada la situación y asegurar mi confianza.

No era la primera vez que me ayudaba, pero era la primera que lo veía haciéndolo. Tal vez se me pudieron haber ocurrido palabras elocuentes de gratitud pero un súbito nerviosismo nubló mi mente, así que solo asentí con la cabeza como si fuera un niño al que le habían encomendado un pequeño secreto.

Regresé a casa relativamente temprano de lo que debí haber demorado, pero mi mamá, que me esperaba, aceptó sin objeción mi excusa de un repentino dolor de estómago. Una pequeña joya más para mi coartada.

El verdadero problema acaeció a la hora de dormir; estaba verdaderamente muerta de cansancio, del tipo que solo se da cuando uno ha tenido impresiones fuertes. Ya había tenido una buena dosis de ellos esos días. Las horas pasaron con gran lentitud mientras observaba el techo como una zombi desvalida y procuraba llenar mi mente de cavilaciones para evitar la somnolencia.

Lo gracioso fue que ni siquiera supe el momento en que me quedé dormida.

En un parpadeo, reparé que unas estrellas lejanas fulguraban con unos colores distintos, y en el cielo una enorme luna resplandeciente desprendía diferentes destellos casi arco iris. Ladeé mi cabeza con extrañeza, aquel escenario mágico me traía agradables e intranquilas evocaciones al mismo tiempo.

—¿Qué estoy haciendo aquí? —me pregunté en voz alta sin darme cuenta.

—Esa es mi pregunta —repuso una voz diferente pero familiar.

Me volví para verlo, observándome con una mezcla de severidad y curiosidad. Sus ropaje era distinto, como una combinación entre una túnica y una levita. Un enterizo igual de blanquecinos, su porte era erguido y orgulloso; por la luz lunar sus cabellos casi parecían celestes. Pero sus ojos brillaban de un verde intenso y me fulminaban con una interesante combinación de recriminación, recelo e interés.

—Saludos, ladrona.

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