11. Respuestas y sonrisas
Orbe se había molestado en elaborar también folletos informativos para los que pretendían usar los portales de la luna llena. Ulina me había entregado uno. Aunque más que un informativo, era marketing puro y duro.
"Guía del agente de división: Consideraciones a tomar en cuenta para hacer de tu próxima misión un éxito", así ponía el título.
"Punto uno, debes tomar en cuenta que el idioma más usual de los habitantes de la Noche eterna es el sisem. Contamos con un curso completo de sisem para que puedas hablarlo con la fluidez de un habitante de otro mundo. Su costo es...".
"Punto dos, el bagaje cultural de la gente de la Noche Eterna distinto al nuestro. Contamos con un curso extenso de su cultura, cuyo costo es...".
Y así seguían los puntos. Y uno de ellos era la publicidad del programa para creadores novatos. Leo había olvidado avisarme el pequeño detalle de que tenía un costo. Si lo hubiera dicho desde el principio, no hubiera puesto tantas pegas en aceptar su asesoría gratuita porque no estaba en condiciones de gastar ni para un caramelo con mi paga de Orbe.
Pero ¿qué idiota se metía en estos cursos? Es decir, ¿trabajabas para ellos y encima te querían sacar más dinero con estas bobadas? Estaba claro que no debía subestimar la capacidad de Orbe por encontrar más formas de explotar a su personal. Ni tampoco debía subestimar la estupidez de los que les seguían el juego.
Hice un comentario por el estilo y Sétian me señaló con el índice hacia la pared detrás del escritorio de Leo. No me había percatado que estaba tapizada de diplomas y certificados enmarcados por haber superado con honores cada uno de los cursos de la empresa.
Nivel superior en sisem... Excelencia en Costumbres e historia del Mundo de la Noche Eterna... Y así.
No podía quejarse de que lo llamaran lameculos, si es que sabía que lo llamaban así. Aunque supuse que para él era una inversión para agregar más reglones a su currículo. Definitivamente, él se tomaba en serio esto de las misiones al otro mundo y eso no hizo que me tranquilizara. ¿Qué rayos me esperaba allá?
La incertidumbre estaba hinchando mi pecho cuando arribé a casa de Leo a las dos de la tarde. Encontré de nuevo su perfectamente limpia sala, igual a como la había dejado. Estaba, de manera literal, igual. La pequeña montaña de cubos de rubik aún seguía allí, desparramada en medio de la estancia como si fuera una escultura pop-art.
Leo yacía acomodado en el mismo sofá, tecleando en su laptop gris con una caja de comida rápida a medio acabar a su costado. A diferencia del día anterior, su área estaba inundada de la luz que se filtraba por las ventanas y daba menos la impresión de ser un cubil.
No podía decir que me estuviera esperando, más parecía que aquella era la forma como pasaba el tiempo en su casa. Desparramado como una orca varada en la arena. Por un momento imaginé que de todo su espacioso departamento, ese entorno era el único que utilizaba. Por alguna razón, no me pareció descabellado para alguien raro como él. En ese momento tenía un aire soñoliento y apenas hizo un ademán de saludo cuando aparecí.
—Siéntate —ordenó sin despegar su mirada de la pantalla—. Empieza a crear mil hojas de papel de tamaño A4: quinientas cuadriculadas, quinientas rayadas —emitió en su usual voz neutral—. De una en una.
No me extrañó que fuera escueto pero, de alguna manera, aquella tarea hizo que me suscitara una perpleja incomodidad. Estaba esperando algo más... avanzado.
Luego de la publicación de la lista, se podía percibir la animosidad en el aire en todo Orbe. Era algo casi palpable, todo el mundo iba de aquí para allá, todos con algo urgente que hacer y con caras pálidas de desvelo. Yo no podía dejar de notarlo y tenía que admitir que aquella ansiedad que circundaba en el ambiente era contagiosa. Y ¿Leo me ordenaba hacer papeles?
—Mmm... Leo... —dije luego de quince minutos de silencio. Un pequeño bloque de hojas rayadas se estaba formando en frente de mí. —Quisiera saber...
—No dejes de crear —apuntó él cuando se percató que había cesado. Al instante, volví a concentrarme en mi tarea. —¿Cuál es tu pregunta? —dijo luego de un momento en que el silencio volvió a asentarse.
—Es difícil hablar mientras estoy haciendo esto.
—Mejor aún. Así podrás dividir tu mente en dos quehaceres y te saldrá más natural. Pregunta.
Tenía millones de preguntas. Millones. Con el inminente concurso de las misiones cayendo sobre nosotros, la emoción de mis compañeros en la división, el desdén competitivo de ese tal Ditro y mi falta de dominio sobre la creación, (entre otras cosas) me estaba dando cuenta de que me había tomado aquel asunto muy a la ligera. Había huecos en la información que manejaba; de hecho, más era lo que no sabía que lo que tenía claro.
—Amm... —balbuceé manteniendo el enfoque en mi labor. Era como estar escribiendo una asignación y escuchando rock pesado al mismo tiempo—. Si voy a la Noche Eterna, ¿voy a crear hojas de papel o cubos de rubik? —inquirí sin evitar una nota de sarcasmo.
—Estos ejercicios son para mejorar tu motora fina. Es un paso necesario, al menos con esto podrás pasar la revisión del sábado.
—Y ¿qué es lo que voy a hacer en el otro mundo si es que viajáramos?
Esta vez él demoró unos segundos en responder.
—Sólo seguirás mis órdenes. Tu papel será sólo de apoyo y no harás mucho, realmente.
No estaba segura si esa explicación me hacía sentir tranquila o no. El sujeto extrañamente estaba haciendo conversación, aunque era evidente que lo hacía porque eso estaba dificultando mi concentración. Hubo otro silencio donde solo se escuchó el sonido del teclado de Leo.
—¿Qué es lo que tu división ha hecho anteriormente en el otro mundo? —solté de repente. No me volví a ver a Leo por prestar más atención a mi tarea pero pude advertir que él sí se volvió a observarme.
—Robamos objetos —dijo, su voz sosegada—. Aunque también hemos seguido misiones de recolección o tareas especiales, pero la mayoría de veces robamos.
A pesar de que se trataba de él, me dio cierto escalofrío escuchar que no hubo ningún sentimiento de culpa o afectación en su voz. Es decir, él era un ladrón entonces. No era que no lo supiera, pero ahora que lo decía con todas sus letras, me sorprendía que no mostrara ninguna emoción al respecto. Tal vez si era cierto eso de que era un lameculos.
—Y... si vamos este fin de mes, ¿vamos a robar algo?
—Probablemente.
No sé qué otra respuesta esperaba, ya me había imaginado eso. La incomodidad por la idea de que yo también debía colaborar con un delito volvió a asaltarme. La hoja de papel que estaba materializando en ese momento se arrugó, pareció emanar una chispa extraña y se desvaneció.
—Concéntrate. Si permites que tus emociones alteren tu voluntad, no vas a lograr nada —señaló Leo, nuevamente con seriedad—. Sigue hablando. ¿Qué otras dudas tienes?
Me tomó un minuto volver a recuperar la concentración, Leo pareció fastidiarse con cada intento fallido, pero sólo me observó con una ceja arqueada y no dijo nada.
—Sigue hablando —repitió. Estaba claro que este sujeto no tenía ninguna intención de socializar. Pero estaba respondiendo preguntas, eso ya era demasiado. De todos en la división, él era quien me decía las cosas tal y cuáles eran y parecía que era quien más conocía de todo.
—Entonces... ¿a quienes les vamos a robar?
Esta vez él cerró el monitor de su laptop antes de responderme.
—A los antiguos. Sigue creando y más aprisa —exigió y yo procuré obedecer. Me dio la impresión de que estaba accediendo a soltar información a cambio de un mejor desempeño. Sospecha acertada.
—¿Quiénes son los antiguos?
—Son las personas que viven en la Noche Eterna, en Orbe los llamamos así.
—¿Y por qué «antiguos»? ¿Acaso son unos viejos?
Leo pensó un poco su respuesta.
—Son como nosotros, pero digamos que tienen un tiempo de vida muy largo —resumió, pero antes de que pudiera pedirle que ahonde en esa explicación, él prosiguió—: Tú estás aprendiendo a ser una creadora, pero muchos de los antiguos nacen siendo así. Sus costumbres, medios y armas son diferentes a las nuestras. Ellos pueden hacer cosas que serían para nosotros imposibles. Son altamente peligrosos.
Aunque lo explicó seriamente, una voz en mi cabeza repuso que estos susodichos antiguos estaban en su derecho de ser peligrosos. Después de todo, las divisiones de Orbe invadían cada mes su mundo para tomarlos por asalto.
«Y yo también lo haré pronto». Me dije a mí misma.
Esos días me fui acostumbrando al continuo dolor de cabeza y el agotamiento mental que me dejaba estar horas de horas creando y creando cosas. Leo me abarrotó de una serie de ejercicios extenuantes, ridículos y simples a la vez; como replicar caramelos, juegos de naipes o canicas pero por cientos. Su sala empezó a llenarse de esas chatarras que no parecían fastidiarle y no le vi la más mínima intención de arrojar a la basura.
Él casi nunca se movía de su sillón, y si lo hacía era para servirse más café o traer una lectura diferente. Al principio era espeluznante que ni siquiera lo escuchara moverse, simplemente de pronto me percataba que había desaparecido y cuando me volvía a distraer, ya había regresado. Con el tiempo me acostumbré a sus costumbres ninja. Supuse.
Yo por mi parte, me moría de hambre por el horario que había elegido este tipo para esas sesiones. Nunca me daba tiempo para comer algo y no tenía dinero para pedir comida rápida.
—No estás lista para eso —sentenció él cuando se me ocurrió sugerir la idea en voz alta de crear billetes para comprar algo que me llenara el estómago.
—Está bien... ¿y sí creo algo de com...?
—Ni siquiera lo intentes —volvió a sentenciar. Le encantaba hacer eso. —La creación tiene límites... Sigue con tus ejercicios y luego te explico.
Pero se olvidó explicarme esa parte, y yo me olvidé de recordárselo. Apenas podía procesar que pronto asaltaría a gente de otro mundo. Decidí soportar el hambre con honor, era otro de los suplicios con los que tenía que lidiar a la hora de mis clases de creación.
Mientras creaba, él me iba explicando en qué consistían las misiones, cuáles eran las reglas que operaban en el bendito mundo de la Noche Eterna y cómo eran sus características. Obviamente, lo hacía con un doble propósito; para que estuviera al tanto de las cosas y para poner a prueba mi concentración.
Las veces en que me distraía ante sus explicaciones, él cesaba de hablar e insistía en que volviera a empezar.
«¡Intenta, intenta, intenta!», casi sentía que me taladraba esas palabras en la cabeza.
En realidad, sabía que el sujeto era estricto, estaba prácticamente escrito en su cara, pero debía darle la razón en esto. Yo sabía que fallar no era una alternativa para mí. Sabía que tenía que hacerlo bien. Esto de la Noche Eterna no sería exactamente un paseo por el parque de los ponis. No iba a hacer turismo. Tenía que tomarme esto en serio.
De manera esporádica, yo también le hacía cuestionamientos. Lo bueno de tenerlo de instructor era que el sujeto parecía una enciclopedia de esas de preguntas y respuestas. Era claro, conciso y directo, suponía que de no ser un agente de una empresa diabólica, tal vez podría ser un profesor. Uno muy serio.
—Si tú eres un creador y yo también —dije un día—, ¿qué son Ulina, Sétian y Aluz?
—Son lectores.
—¿Lectores? —Una designación común y engañosa para algo que revestía un carácter sobrenatural. Sospeché que aquel concepto, como muchas de las cosas que Leo me estaba esclareciendo esos días, sería nuevo para mí— ¿Qué leen?
—Energía. Ellos pueden sentir en qué lugar se ha abierto o se va a abrir un portal, también detectan cuando un creador está utilizando sus habilidades. O las ha usado. Entre otras cosas.
—¿Y no pueden... crear nada?
—No. Ellos básicamente sienten.
Asentí con parsimonia. En realidad, ya no me costaba nada de esfuerzo aceptar aquellas cosas que hacía unas semanas me hubieran sonado a algo sacado de una película de fantasía. Ulina, Sétian y Aluz esos días se habían consagrado a avanzar sendas investigaciones en sus computadoras como si el tiempo estuviera en contra de ellos y apenas había podido cruzar palabra al respecto. Además, esos días la oficina era una suerte de continuación de la instrucción de Leo. Yo me recluía en una esquina para continuar creando tonterías como una descocida.
—Muy bien. Ahora ya dejarás de crear cosas —dijo aquel día Leo cuando arribé a su casa y yo esbocé una temprana sonrisa—. Y empezarás a desaparecer toda esta basura —ordenó calmosamente señalando su atiborrada sala cubierta de chucherías—. De uno en uno.
Ese ejercicio vino conjuntamente con una pequeña novedad. Sólo el creador podía hacer desaparecer la creación que había realizado. Por supuesto, Leo se pudo haber deshecho de todas esas chucherías, pero había esperado a que se acumularan para que yo limpiara ese desastre como parte de mi entrenamiento.
Desaparecer algo que uno había creado resultó más sencillo pero igual de aburrido y extenuante que crearlo. Y tenía mucho trabajo por delante, sin embargo, me sorprendí avanzando velozmente. El tiempo de la tortura mental no había sido en vano. Leo estaba escribiendo algo en su máquina, confinado en su sofá, de nuevo con lo que yo sospechaba que era su pijama.
Lo miré de soslayo y dudé. Ya le había hecho muchas preguntas esos días, y me las había respondido todas. Todas. ¿Qué tenía que perder?
—Oye, Leo... —inicié, sentí sus ojos grises fijarse en mi faena y supe que tenía su atención—. ¿Por qué no me dijiste que me estabas ayudando?
Él curvó sus cejas. Yo continué desapareciendo los ítems de uno en uno sin vacilación.
—¿Cómo?
—¿Por qué no me dijiste que me estabas ayudando? —repetí y sin querer imité la forma un tanto incisiva que él usaba cuando repetía una orden, pero luego me enderecé y me expliqué mejor—: Cuando llegué a Orbe y me hiciste firmar el contrato, hiciste parecer que estabas obligándome a eso pero en realidad me ayudabas ¿cierto?
Me volví para mirarlo directamente sin descuidar mi ejercicio. Y fue muy afortunado que lo hubiera hecho porque me encontré con una expresión extraña en él. No era una tarea sencilla definir qué era lo que estaba pasando por su mente pero podía decir que me estaba mirando con una mezcla de reflexión e inseguridad.
—¿Por qué no lo dijiste en ese momento? —pregunté de nuevo.
Sus ojos grises parecieron despejarse y me miró como si me sopesara de alguna forma.
—¿Cuál es el punto de ayudar a alguien y luego restregárselo en su cara? —me respondió, aunque aquella era una pregunta en sí misma.
—Y ¿por qué me ayudaste?
—Estabas en un problema que escapaba de tus posibilidades. A veces las personas no pueden solucionar sus propios problemas y en esos casos, necesitan de alguien más que los ayude. Y muchas veces, esa persona nunca aparece.
Me dio la impresión por un instante de que no estaba hablando de mí sino de alguna otra experiencia.
—No te detengas —enfatizó cuando dejé de desaparecer los objetos. Volví a empeñarme en mi labor pero no dejé de notar que su voz era más suave.
Antes de volverme pude ver por una fracción de segundo algo interesante en sus ojos grises, algo que antes me había parecido percibir. Leo había sentido lástima por mí aquel día, ahora estaba segura de eso. ¿Por eso me había ayudado? ¿Sintió pena al saber que iba a morir?
Sabía que todos en Orbe pensaban que era un adulador, que él era frío, calculador como una máquina y él realmente parecía consagrado a esa empresa malévola. Pero ese sentimiento de gratitud que había sentido días atrás estaba volviendo a brotar desde mi pecho. Me mordí el labio para que no se me humedecieran los ojos ante la realidad de que tal vez no hubiera podido estar allí sentada de no ser por él.
—Leo...
—Dime.
—Gracias. —No dejé de mirar los cubos de rubik que estaba desvaneciendo en el aire pero sabía que él me observaba. —Debí decírtelo desde hace algún tiempo.
Él no respondió. Desde mi visión periférica, él parecía estar fundido con la ambientación del lugar, totalmente tieso. Cuando me animé a echar un vistazo, me sorprendí al encontrar casi por primera vez a un muchacho de mirada tranquila.
—De nada.
Una diminuta sonrisa se dibujó en su rostro y no era como esos gestos tenebrosos que hacía. Se veía muy diferente. Más real.
—No te distraigas —volvió a señalar y yo volví mi atención nuevamente a mi tarea.
—Claro.
Y mientras continuaba con aquella tediosa actividad, me asaltó la repentina certeza de que estábamos empezando a ser amigos.
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