37. Sin precedentes
—No voy a regresar —afirmó la juvenil voz de Ovack, a pesar de que él lucía tan joven como en el anterior sueño, había algo distinto en su voz y en él mismo. Como si algo acabara de romperse para siempre.
Entendí de inmediato que el espacio de ese recuerdo no era ningún lugar material, sino que era el mundo onírico de Ovack, así era como ellos se comunicaban. Era el recuerdo de un sueño, un escenario tan difuso y nebuloso como enrevesado.
—Príncipe ¿Qué ha...? —objetó Aluz componiendo un semblante preocupado, pero se contuvo. Pareció percibir que algo no estaba bien, Ovack lo miraba, inflexible e indiferente.
—Voy a tomar esta oportunidad —dijo—. Entraré allí. Arregla todo para que no noten mi ausencia, inventa cualquier idiotez...
—Ovack —intervino Aluz con un evidente tono conciliador—, con la información que tienes podríamos organizar un enfrenta...
—¿Y qué? ¿Qué ganaríamos de una guerra? Siempre que ellos tengan el poder de los portales podrán hacer lo que quieran. Sería una pelea eterna... No.
A pesar de que su entonación era fina, lo había dicho con una vehemencia inusitada, la sombra de la persona que él sería después se asomó de forma contundente e inevitable: la persona que vi el primer día que llegué a Orbe, aquel que siempre controlaba sus emociones y permanecía frío e inaccesible.
—Destruiré esa organización desde la médula —musitó el Ovack joven de forma calmada, como si acabara llegar a una conclusión lógica—. Y a esos traidores de mierda, les ahorraré la prisión perpetua.
—¡Ovack! —Por primera vez Aluz pareció algo perturbado. —No hablas en serio... eso no es algo que te pediría el Creador.
—¡No existe ningún Creador! —vociferó él. Aluz enmudeció repentinamente, sobresaltado por esa inesperada reacción.
Era la primera vez que lo escuchaba levantar la voz, y tal vez también Aluz. Ni siquiera había llegado a ser un grito pero tuvo el mismo resultado que si hubiera bramado con todo el ímpetu de su garganta.
—No existe ningún Creador, nadie guía mis pasos. Yo no escucho ninguna maldita voz en mi condenado corazón. Todo lo decido yo, ¡Yo! —Sus ojos parecían arder mientras enfatizaba la última palabra. —Mi compromiso no está basado en ningún ridículo cuento para niños. Soy un príncipe y trazo mi propio camino.
Cuando abrí los ojos aún pude escuchar sus palabras como si me las estuviera susurrando a mi oído. Con esa inflexión dura y acerada.
"Trazo mi propio camino". Pero ¿adónde te está llevando ese camino, Ovack?
Mis pensamientos se interrumpieron de inmediato cuando me percaté que en el techo de mi habitación se reflejaba un extraño resplandor parpadeante naranja que provenía de la ventana. Y cuando me asomé a esta, ahogué un suspiro de sorpresa al ver columnas de humo negro provenir de varias partes de la ciudad. La posición de la mansión de Lax, daba un vistazo casi panorámico de esa ciudad, así que aquellos incendios no podían pasar desapercibidos.
—Son ellos —me confirmó Lax cuando lo encontré por fin en la sala del comedor. O mejor dicho, él me encontró a mí mientras vagabundeaba en busca de alguien que me diera respuestas.
—¿Orbe? Y... ¿por qué?
—¿No lo ves? Es una advertencia —dijo, y por su semblante y andar apresurado mientras me conducía a algún lugar para que pudiéramos conversar en privado, supe que traía unas noticias urgentes —. Quieren a ese niño de vuelta... Esto ya se ha salido de control.
Entonces guardó silencio por un instante y lanzó un vistazo al exterior, con el entrecejo levemente fruncido.
—¿Estás...? ¿Estás segura de lo que vamos a hacer?
Me hubiera gustado responder con firmeza o al menos tener la oportunidad de fingirla, pero la preocupación genuina de Lax me retuvo de ello. Por alguna razón me recordó a la mirada de confianza sincera de los perritos.
—Tiene que ver con la petición del Creador... ¿cierto? —preguntó ante mi titubeo y yo asentí—. Eso es lo único que necesito saber.
La fe ciega de Lax tal vez nunca dejaría de sorprenderme, pero la agradecía, y de hecho, tal vez era la principal razón por la que podía tener esa confianza y complicidad con él. Algo que no compartía con nadie más, ni siquiera con Ovack. Mucho menos con Ovack.
—Dala... —continuó y esta vez disminuyó su voz a un susurro—. Idzen Ovack va a ejecutar su plan hoy.
—¿Qué? —Por un momento, tuve la sensación de que mis pies se hundían en las losas, pero procuré componerme. —Pero ¿por qué?... aún faltan días para que sea luna llena en mi mundo.
—Lo acaba de decidir así. Estos incendios los ha hecho esa organización, él dice que es el mejor momento para tomarlos por sorpresa... incluso si trasgrede la norma de no viajar sin ser luna llena.
—No sabía que eso fuera posible.
—Lo es... pero no es algo sencillo.
Realmente, las normas no eran algo que detuvieran a Ovack, así que no me sorprendía. Pero esto era demasiado pronto, demasiado. Lax mismo parecía algo abrumado ante aquello.
—Los de la realeza que pueden crear portales lo saben mejor. Crear portales entre dos mundos es siempre más seguro en plenilunio. Hacerlo en un momento distinto es peligroso. Se requiere mucha... convicción.
Convicción. Aquel requisito parecía estar cumplido de sobra.
—¿Estás segura de lo que vamos a hacer? —volvió a preguntar.
Sabía que luego no habría marcha atrás, sabía que muchas cosas podrían salir mal y también que estaba comprometiendo a Lax en esto. "Lo que vamos a hacer".
Si de convicción estábamos hablando, entonces también podíamos competir en este juego.
—Sí.
Lax me examinó brevemente y asintió con calma, casi como si hubiera recibido una orden solemne. Me aturdí un poco ante eso, pero correspondí su gesto con una sonrisa.
Le hubiera podido revelar la encomienda del Creador en ese momento, pero ya no era la reticencia la que me prevenía. Simplemente, no quería verbalizarla, casi con miedo de que si lo decía en voz alta, esa fatalidad se volvería real. Y no podía suceder así, no debía suceder.
Los disturbios del exterior parecieron apaciguarse al cabo de unas horas. El ruido de las extrañas sirenas era ya un eco distante y nimio, sin embargo, había una expectativa creciente que se arremolinaba en mi pecho. La sensación... no, la certeza de que pronto iba a suceder algo sin precedentes. Algo que atravesaría más allá del punto de retorno.
Dejé de vislumbrar a través de las ventanas para espiar por la rendija de la sala. Un portal se había materializado y observé que Aluz y Lax recibían a seis figuras con uniformes celestes. Eran los seis de la vez anterior, pero no veía a Ovack por ninguna parte.
—¿Algo interesante?
Su súbita voz hizo que respingara como un gato asustado y casi me golpeo la cabeza con el marco de la puerta. Ovack levantó una ceja y esbozó una imperceptible sonrisa. Vestía de forma distinta, un traje parecido al de los uniformes de misión de Orbe pero con el evidente estilo de los blancos ropajes de los de Noche Eterna. Pero lo que más me llamó la atención fue el escudo trazado en hilos dorados que lucía en el pecho, aquella espiral rodeada de esas hojas que había visto anteriormente en los sueños. Era la primera vez que lo veía portándolo en la realidad.
—Es el escudo de mi estirpe —explicó él al captar mi interés en ello y luego compuso una extraña expresión que no supe definir—. No lo he usado en años.
Lo sé. Pensé, y por un momento no pude evitar mirarlo con cierta lástima, sabiendo que él era el niño que había visto en mis sueños. Eran los mismos ojos grises que había visto, pero que ahora ya no estaban atravesados por la desesperación y el abandono.
—¿Te vas? —inquirí para llenar ese silencio. Él asintió con ligereza, de repente, con un semblante serio—. ¿Puedo acompañarte?
—No.
Tenía que preguntarlo una última vez. No podía dirigirme a la alternativa drástica que tenía pensada sin intentar una última vez, aunque supiera de antemano que iba a negarse.
—Podría serte de...
—No, Dala. Ni siquiera tú puedes pedirme algo respecto de mi misión.
Ni siquiera yo. Me pregunté qué significaba específicamente eso para él. Ovack me observó por un momento y pareció querer decir algo pero haber olvidado cómo se hablaba.
—Yo... quisiera... —tartamudeó.
Pero antes de continuar diciendo algo con evidente bochorno, me extendió su mano para entregarme un objeto. Y ladeé mi cabeza al identificar una pulsera blanca tornasolada; sin querer dibujé una sonrisa en mis labios y la tomé con delicadeza, como si fuera de vidrio.
—Siempre podrás encontrarme, si decides...
Pero no terminó su frase. Esa aura extraña volvió a rodearnos, anhelos callados y estremecimientos escondidos. Aunque no lo aparentaba la mayor parte del tiempo, él era sólo un chico, casi de mi edad.
Cuando él acarició mi mejilla, yo cerré los ojos sólo para disfrutar de su suave tacto, y cuando nuestros labios se unieron, el tiempo pareció detenerse, como si todos los sonidos y los alrededores hubieran desaparecido y sólo estuviéramos los dos.
Ese fue el último beso que nos dimos.
Seguí a Ovack hasta la estancia donde todos lo esperaban, un ambiente sobrio y cargado de una animada tensión se había asentado alrededor de todos esos antiguos. Entonces pude apreciarlos mejor, era un anciano que no tenía ni una sola mancilla de fragilidad, de hecho, parecía que era la severidad personificada. Adiviné que ese era el maestro de Ovack... y deduje que él había sido quien lo había lanzado desde un acantilado. Los demás eran cuatro jóvenes y una chica, todos oscilaban la edad de Aluz y parecían tener cierta familiaridad con él.
Los ojos se posaron en Ovack y lo recibieron con un erguido asentimiento casi de veneración, y casi de inmediato, los ojos se posaron de una manera un tanto recelosa en mí.
—¿Quién es ella? ¿La distante? —preguntó la chica, que tenía un talante un tanto resuelto. Como lo había hecho en la lengua de los antiguos, me limité a pretender desconocimiento.
—Ella es la protegida del príncipe —atajó Lax de inmediato, como si se lo hubieran preguntado.
Y tal vez su intervención fue oportuna o tal vez no, pues Ovack pareció haber estado a punto de contestar, y me pregunté cuál habría sido su respuesta. La réplica de Lax calmó la desconfianza de esos creadores, y entendía por qué se mostraban así. Ésta era una operación secreta después de todo y yo era una extraña para ellos.
No obstante, el grupo no perdió más el tiempo conmigo; luego de un intercambio de especificaciones de las cuales no entendí nada (no por el idioma sino porque el contexto me era totalmente desconocido y a nadie le parecía importar explicarme). Los seis asintieron y le lanzaron una mirada significativa a Ovack, como si esperaran una resolución por parte de él.
Ovack, sin embargo, dio unos pasos para apartarse de todos nosotros y extendió su mano en el aire, no contempló a nadie más que el vacío que estaba en frente de él y de repente, de la punta de sus dedos comenzó a brotar una luz tenue que fue intensificándose y expandiéndose por el contorno de su brazo. Era como la primera vez que había visto a Míro hacer eso, pero era Ovack quien estaba generando un portal con sus propias manos.
Siempre había tenido esa capacidad, sólo ahí caí en cuenta de eso. Él era parte de la familia que protegía los portales, él también podía hacerlo.
—Pequeña Dala. —Se dirigió Aluz a mí de pronto. —Volveremos pronto, todo saldrá bien, me encargaré de que nuestros amigos también salgan bien de esto.
Se refería a Ulina y Sétian. Cada segundo que sucedía era más consciente de lo que estaba a punto de suscitarse y sentí que el vacío que se había instalado en mi estómago se hacía más y más grande.
El portal que conducía a mi mundo, el Mundo Distante, fulguraba iluminando el recinto, con una luz fría y azulada. Los creadores y Aluz observaron el portal y a Ovack de una forma contemplativa, como si aguantaran la respiración. Lax y yo nos apartamos de aquella escena, como si fuéramos dos espectadores lejanos.
—Adelante —musitó con serenidad Ovack en ese lenguaje sibilante. Y antes de sumergirse él en ese haz de luz, me dedicó una última mirada, concisa pero que contenía una serie de palabras que no pude llegar a descifrar. Y luego ya no estaba.
El portal se cerró tras ellos y se llevó con él toda la atmósfera templada, dejando un silencio hueco.
Lax y yo nos miramos al mismo tiempo y no tuvimos que hablar para saber lo que teníamos que hacer. De inmediato los dos emprendimos la carrera a través de los pasadizos inferiores de su mansión, atravesando el ambiente frío y húmedo de su prisión, hasta llegar a la celda de ese niño extraño, que no pareció sorprenderse al vernos llegar.
—Así que sostienes tu palabra... Dala ¿cierto? —soltó Míro con una sonrisa ladeada carente de gracia. Era hasta un gesto desagradable, lo cual era algo desconcertante en un niño... aunque él tildaba más para ser un adolescente. —Está bien, puedo recompensarte por esto, pero no pidas mucho.
—No quiero nada —le corté—. Sólo llévanos al Mundo Distante.
Míro se encogió de hombros aún con esa mueca dibujada en su rostro. Entonces, realizó un gesto más serio, un tanto impropio de un niño.
—Ya debes saber que esto puede salir muy mal. No es luna llena en el Mundo Distante —advirtió, pero no fue para resguardarnos a Lax y a mí. Fue casi un gesto que pretendía encubrir su propia inseguridad ante aquella situación tan desesperada.
—Están invadiendo Orbe en este momento —le informé sin ningún amago de empatía—. Si quieres volver a ver lo que es tuyo, te conviene hacer que esto salga bien.
Míro endureció su expresión hasta convertirla en algo indescifrable.
Ésta era una apuesta y ya estaba hecha. Todo o nada. Lax y yo intercambiamos un vistazo, fugaz pero firme. Entonces él procedió a crear una masa vidriosa que se aferró a las manos del niño al mismo tiempo que procedía a liberarlo de los brazaletes que le impedían ejercer sus habilidades de creador.
No todos los de la familia real tenían la capacidad de crear portales, esto era sólo una habilidad de unos pocos. No obstante, todos los que podían hacerlo, eran creadores y si se neutralizaba esa habilidad, tampoco podrían generar portales.
Míro rompió en una carcajada estridente para sí mismo, y me ofreció una mirada divertida, como si estuviera contemplando un chiste que yo no podía ver. No obstante, una vez libre de esas esposas, pareció apaciguarse. Se enserió de repente y respiró de manera profunda, concentrándose. Como si procurara encontrar la confianza que necesitaba para lo que estaba a punto de hacer.
Nuevamente, sucedió el mismo espectáculo, sólo que era ese niño quien estaba forjando un portal. Lax y yo lo observamos, impacientes pero ceñudos y percibí que él tomó mi mano casi de forma vacilante, en un ademán confortante. Entendí qué quería decir con eso.
—Los masacraran a los dos —afirmó Míro, la luz del portal rebotaba en sus ojos—. Pero igual, gracias, idiotas.
Cuando los tres penetramos el círculo luminoso, apenas podía creer lo que estaba contemplando.
Habíamos sido transportados al infierno.
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