36. La calma previa
Permanecí en silencio contemplando sus ojos grises y un inevitable vacío ahondó en mi pecho. ¿Había escuchado bien? ¿Orbe iba a desaparecer? Viré mi vista al suelo, ya incapaz de sostenerle la mirada. Ovack pareció querer agregar algo pero yo hablé primero.
—¿Qué es lo que vas a hacer? —me animé a preguntar—. ¿Vas a tomar la empresa por asalto?
Realmente no esperé que me respondiera, pero por su leve parpadeo entendí que había dado en el clavo. Me balanceé ligeramente en mis pies antes de hacer la siguiente pregunta.
—¿Puedo ir contigo?
—No.
Su respuesta fue tan inmediata que casi me sentí ofendida pero no me sorprendió.
—Preferiría que te quedes lejos de esto —agregó cuando notó mi desazón.
—¿Lo dices para estar tranquilo por mi seguridad? —cuestioné ya un tanto fastidiada—. Qué gracioso, precisamente yo tampoco estoy segura de que salgas de ésta. Tal vez haces que te maten.
—Puedo manejarme solo —replicó él, entornando su mirada.
—¿Cómo la ultima vez?
Ovack me ofreció una elocuente expresión recriminadora que yo encontré demasiado graciosa.
—Ésta vez será distinto —atinó a decir luego de que yo soltara una risa disimulada—. Y luego podrás volver a tu hogar.
Mi sonrisa se desvaneció casi inmediatamente al oír lo último y me produjo un sentimiento contradictorio. En realidad, yo deseaba volver, claro que sí. Quería reunirme con mi familia y mis amigos. Quería volver a mi hogar. Pero al mismo tiempo, no.
Ovack me contempló silenciosamente mientras tenía ese pequeño debate mental, como si fuera un resultado que ya había anticipado. Pareció vacilar por unos momentos y entonces, casi como si quisiera y a la vez no quisiera hacerlo, él estiró su mano para posarla sobre mi cabeza, en una suerte de caricia torpe. Me sorprendió ese leve arranque de afecto viniendo de él después de lo que había pasado y no pude evitar paralizarme cuando deslizó sus dedos por mis cabellos de una forma diferente a las veces anteriores.
—Yo... voy a... —balbuceó y me causó cierta gracia que lo hiciera—. Te extrañaré.
Entonces entendí que lo que él estaba tratando de hacer era dejar zanjado nuestro asunto. Y era algo raro pensarlo como "nuestro". Él podía ser tan tajante y seguro en muchas cosas pero para este tema se veía tan perdido como yo. Por varios segundos no se me ocurrió replicar nada, sólo permanecí tiesa mientras él recorría suavemente mi mejilla.
Él no podía ser esa persona de la que me habló el Creador: quien tenía algo retorcido dentro de sí. Él no era así.
—¿Estás despidiéndote antes de tiempo? —inquirí, intentando mirarle a los ojos y era difícil hacerlo sin que me sintiera abochornada.
Él cesó su gesto en el acto y conservó la distancia que teníamos entre nosotros, como si temiera cruzarla. De pronto sentí mis mejillas ardiendo sin poder evitarlo.
—¿Por qué no está bien?
Me refería a lo último que él había dicho luego de lo que había sucedido la noche anterior entre nosotros, y él entendió mi pregunta. Supe que él también estaba comenzando a azorarse cuando me percaté de que los cabellos de su cerviz se estaban erizando.
—Esto no tiene futuro —respondió finalmente—. Tú... yo. Cuando termine mi misión, permaneceré en mi mundo y tú volverás al tuyo.
Por alguna razón, no me sorprendió su resolución. Aunque hubiera emociones comprometidas, él era de las personas que tomaba decisiones lógicas. No creí que iba a decepcionarme tanto la razonable frialdad con la que él había hablado, como si le hubiera dedicado unos minutos al problema en sí y hubiese arribado a esa brillante conclusión como un ejercicio matemático. Tampoco era que esperaba algo de él. No esperaba nada.
—Eso no pareció importarte mucho ayer —solté con cierto fastidio, él pareció querer decir algo pero yo me apresuré—. Te lo estás tomando todo muy en serio. ¿Qué pasa si no tiene futuro? ¿Vamos a morirnos acaso?
Él alzó sus cejas en un gesto sardónico.
—Pasa que todo esto no tendría sentido.
—¿Y acaso esperas casarte conmigo o algo parecido? ¿Sólo así sí tendría sentido?
—Mm... Me has abierto los ojos. Deberíamos besuquearnos en cada esquina y tomarnos esto a la ligera —ironizó él de repente con un tono mordaz. Y luego agregó con uno más satírico:— Ustedes, los distantes, a veces pueden ser demasiado liberales.
—Por favor dime que todos los antiguos no son así.
—Nos gusta fingir mojigatería, por eso están restringidos los viajes al Mundo Distante, la gente que regresa de ahí lo hace con costumbres peligrosas.
Los dos soltamos una armoniosa carcajada al mismo tiempo como si hubiera sido algo concertado, y hubiera querido que durara para siempre. Desde el principio había quedado evidenciado que los dos éramos muy distintos, demasiado distintos, pero de alguna manera, nos compenetrábamos bien. Aunque había sido difícil acercarse a él, sin embargo, no me había dado cuenta cuándo los dos habíamos llegado a tener tanta confianza.
Debía haber un error, Ovack no podría ser alguien peligroso. ¿Por qué me pediría esa voz que le hiciera daño a una persona como él? Simplemente no tenía sentido.
—Dala... —dijo él enfocando de nuevo sus ojos grises en mí, con un ánimo más distendido pero serio—. Esto no puede ser... —Entonces un brillo sugerente iluminó su mirada, uno que él pareció querer esconder. —A menos que... te quedes aquí, conmigo.
El camino de regreso fue bastante silencioso, aunque era de esos silencios cargados de miradas esquivas y palabras que se querían decir. Un silencio bullicioso. Por un instante, pensé que iba a tomar mi mano, pero fiel a su susodicha mojigatería, no lo hizo. Ovack se despidió en la puerta de mi habitación, y quiso decir algo pero también se contuvo.
Supuse que quería pedirme que pensara en su propuesta, pero ya bastante raro había sido que me la soltara. Él me había ayudado todo ese tiempo para que pudiera volver a mi vida normal, y era impropio que ahora me pidiera que renunciara a eso. Sabía que incluso él tenía sus reparos.
No sé si fue una buena idea, pero antes de que él se volviera para retirarse, lo jalé del brazo y lo tomé desprevenido. Cosa rara. Así que los dos compartimos un beso antes de partir caminos, solo por el mero hecho de que se me había antojado.
Debe ser cierto eso de que uno colecciona días especiales en una suerte de caja de recuerdos, pues ese para mí fue uno que estaba segura que nunca iba a poder olvidar. Y casi me hizo dejar de lado por completo las palabras del Creador.
¿De qué debía salvarlo? Se veía bastante sano. Tal vez lo debía salvar de la creencia de que podía lidiar sólo con todo. Eso tal vez un día lo iba a matar.
Me encontré en un lugar totalmente distinto. Era una habitación que daba a un amplio balcón desde donde se podía apreciar la magnífica imagen de la luna llena de la Noche Eterna. Y dos siluetas permanecían quietas en medio de una conversación.
Ovack era un niño de unos doce o trece años, estaba ataviado con atuendos blancos sencillos y portaba sobre su pecho el escudo dorado que había visto en el anterior sueño. Quien estaba junto a él era Aluz y me sorprendí al encontrarlo ligeramente más joven de cómo lo conocía, a diferencia de Ovack. ¿Cómo podía ser?
—...definitivamente no. Hay muchas cosas que pueden salir mal —barbotó Aluz y me sorprendí de que pudiera entenderlo. Él aún hablaba el lenguaje de los antiguos, pero las palabras se plantaron en mi cabeza con su significado.
—Y es por eso que te lo digo a ti —explicó Ovack con un ademán cansino—. Además ¿dónde está tu sentido de la aventura?
—Esto no es una simple aventura, Ovack. Estamos hablando del mundo de los distantes y de esa organización. ¿Qué sucede si es que te encontraran?
—Si me encuentran ¡tanto mejor! —opinó haciendo un gesto con la mano para dar más énfasis.
Me sorprendía ver que de joven él era más efusivo, como si lo motivase un ánimo temerario y confiado. Me pregunté qué había pasado con ese lado jovial de él.
—Los imbéciles de los consejeros dicen que no existe esa tal... Orbe. Los demás príncipes y el rey no saben qué creer. Si me capturaran al menos ya se habría resuelto la duda y esos desgraciados deberán hacer algo al respecto. No hacen ni una mierda.
—Ese no es ningún buen plan desde ninguna perspectiva. Y deja de ser tan grosero.
Ovack soltó una risa sardónica y medida.
—Ese no es un plan, es cierto. Sólo iré a investigar, no tengo planeado que nadie me atrape. Les demostraré a todos aquí que esa maldita organización existe. —Aluz pareció querer contraponer algo pero el Ovack joven levantó un índice en advertencia. —Mira, voy a hacer esto contigo o sin ti, no vas a poder retenerme. Soy un condenado príncipe, obedéceme.
Aluz lució contrariado y después de un breve momento liberó un suspiro de resignación.
—Si estás tan decidido, debería ir contigo...
—No, Alluxi. Te necesito aquí. Ya lo he pensado todo. Si es que me atrapan por idiota, tú serás el primero en saberlo, pero lo dudo —declaró él con una evidente impetuosidad—. Después de todo, me guía una voz sobrenatural ¿no es así?
De repente, aquella visión cambió bruscamente como si alguien que no podía ver hubiera corrido la cortina del sueño y me hubiera sumergido en otro. Casi me lastimé los ojos cuando la luz de la mañana desbordó abruptamente en ese escenario. Había una casa de apariencia descuidada, podría decir hasta humilde y dos niños que hablaban en un idioma que desconocía pero que me sonaba familiar, como uno de los que pertenecían a mi mundo.
Uno de ellos tenía el cabello cobrizo y tez bronceada, y era más joven, pero sus ojos estaban velados, totalmente carentes de luz. Ovack, que estaba en frente de él, envuelto en los ropajes de los antiguos, lo observaba con una fría curiosidad y ladeó con cierta descortesía la cabeza en frente de él para comprobar que realmente no podía verlo.
El niño de cabellos cobrizos sonrió, como si se hubiera percatado de ese movimiento, pero no le prestara importancia. A pesar de que no conocía ese lenguaje, nuevamente, lo entendí.
—Me llamo Leo. ¿Cómo te llamas? —dijo con una sonrisa que se traslucía como sincera.
—No puedo decírtelo, debo tomar precauciones, niño —repuso Ovack sin desmedro—. Pero para tal caso, llámame Leo.
—¿Cómo yo?
—Sí, ingenioso ¿no?
Él nunca había tenido un amigo que oscilara su edad. De repente aquella certeza acudió a mi mente como una voz paciente que me susurraba silenciosamente, para que yo pudiera comprender.
Siempre había enfocado todos sus sueños y su corazón en desempeñar el papel que se esperaba de él y nunca había tenido un amigo. Siempre pensó que con esa guía sobrenatural sería infalible. Por eso cuando cometió un error que le costó la vida a alguien más, lo que lo marcó fue que esa persona fuera su único amigo y que eso sucediera por su culpa.
No tenía que ser un genio para entender que la voz del Creador aún insistía en que yo asimilara la amplitud de su encomienda. Esos sueños me esclarecían algunas cosas y reafirmaban otras que ya sabía. Pero aún me resistía a creer que el final del encargo que pesaba sobre mí, portaba una acción siniestra.
Si fallo... si fallo... pero ¿de qué debo salvarlo?
Los días que sucedieron de pronto estuvieron envueltos por una calma que parecía irreal, aunque todos teníamos presente que dentro de poco iba a suceder un evento sin precedentes en Orbe. Y yo sabía que aquellas personas que habían acudido ante Ovack tenían mucho que ver con esa decisión.
Aunque quise tener un momento privado para intercambiar información, se hizo algo difícil poder entablar una conversación sincera con Lax sin que Ovack estuviera en las inmediaciones. Y debía admitir que en una gruesa parte, yo tenía la culpa de ello.
Luego de los desayunos, los almuerzos y a veces, las cenas, él y yo nos comprometíamos en largas conversaciones. A veces simplemente practicábamos algunos ejercicios de creación, como solíamos hacer antes. Y otras veces, él me enseñaba algunos juegos extraños propios de los creadores de la Noche Eterna. Me daba la impresión de que estábamos dentro de una condenada película de Disney (hasta él era un príncipe), con la salvedad de que por nada en el mundo Ovack iba a ponerse a cantar.
Fue extraño y algo escalofriante darme cuenta de que eso era lo más parecido a que estuviésemos teniendo varias citas. Él no volvió a besarme ni a mencionar el tema de quedarme en su mundo, pero en contadas ocasiones rozaba mi mano con la suya y me acariciaba el cabello, como si de repente le hubiera sido imposible evitarlo.
—Ovack... ¿alguna vez has escuchado la voz del Creador? —pregunté en uno de esos días mientras ambos creábamos miniaturas arquitectónicas sólo por diversión. Él parpadeó extrañado ante la mención de ese tema.
—No se puede escuchar algo que no existe.
Fue su simple respuesta, pero luego entornó casi imperceptiblemente su mirada.
—¿Por qué lo preguntas?
—Porque yo...
Estuve a una milésima de segundo de decirle todo. Y me refería a todo. A la puerta dorada, la voz, el plan de Lax, la petición y lo que se suponía que debía hacer. Pero me detuve en seco. ¿En qué rayos estaba pensando? Si se lo decía, iban a rodar cabezas, y la de Lax iba a ser la primera en hacerlo. Así que no demoré en distraerlo con otra cosa.
Hubiera querido decir que toda esa niebla de eventos hizo que me olvidara de lo que debía hacer. Pero no fue así, aún tenía que desentrañar algunas cosas en ese mundo. Aún debía averiguar qué era exactamente lo que quería el Creador de mí. Y aunque la atmósfera que me rodeaba era agradable, tenía que ponerme en movimiento.
Si no lo hacía, nadie lo iba a hacer por mí.
Hacía tiempo que no veía la expresión de reserva y recelo en la cara de Lax, de hecho, sólo lo había visto así cuando nos habíamos conocido.
—¿Sabes? Las relaciones entre antiguos y distantes son escandalosas, son casi un... —Pensó brevemente en la palabra que necesitaba. — ... un tabú.
Ni siquiera me había saludado y lucía algo fastidiado; estaba cruzado de brazos, sentado en el sillón de su vestíbulo.
—Y más aún si el antiguo en cuestión es un idzen.
—Pues díselo al idzen. Y no estoy en una relación con Ovack.
No estrictamente.
—Claro, seguro que en tu mundo los amigos se tratan de esa manera.
Eso último lo había barbotado en su lengua madre y obviamente, esperaba que yo no lo entendiera. La verdad, no me gustó nada la forma como lo había expuesto, y aunque estaba con un semblante mosqueado, sus resoplidos fueron reemplazados por una honesta perplejidad cuando le dije:
—Tú qué sabes de mi mundo.
Lax abandonó su actitud reticente para escuchar lo que no había podido decirle esos días. Él era él, después de todo, así que no tenía ninguna necesidad de ocultarle información... o de sincerarle que se la estaba ocultando. Así que cuando por fin me preguntó sobre la encomienda del Creador, le respondí que aún no podía confesársela y también que aún no la entendía por completo.
Él pareció más confundido que esclarecido, sin embargo, quién sí recibió respuestas fui yo. Lax me confirmó que quienes habían visitado a Ovack eran cinco de sus mejores creadores y su propio maestro. Aparentemente, eran todas las personas que necesitaban para desmantelar toda una organización.
A pesar de haber pasado los días en su compañía, Ovack era hermético en soltarme sus planes. Insistía en que yo no debía involucrarme en eso más de lo que ya estaba y había tenido el usual cuidado de siempre en no revelarme más información de la que necesitaba saber. Así que ignoraba por completo qué era lo que estaba planeando y cómo pensaba ejecutar su tentativa.
—Aclárame una cosa —le interrumpí mientras me explicaba los pormenores de aquella reunión—. ¿Acaso hay una diferencia de tiempo entre la Noche Eterna y el Mundo Distante?
—Claro que sí —respondió al instante como si hubiera preguntado si existía el aire—. O al menos, la había... En tu mundo el tiempo corre más rápidamente. Un año aquí equivale a varios años en tu mundo, ¿por qué crees que ustedes nos llaman antiguos? La vida de uno de nosotros son varias generaciones para ustedes... o al menos así era. El manejo de los portales por parte de esa empresa ha desequilibrado las cosas, los portales no deben ser usados tan constantemente y mucho menos si no es plenilunio. Ahora nuestros tiempos son bastante parecidos. Pero una vez que esa organización deje de existir, el orden volverá a ser el que debe ser.
Me quedé absorta, observando a Lax. Entendí entonces porqué en el recuerdo que había soñado Ovack y Aluz tenían una diferencia de edad más amplia de la que tenían ahora. Ovack había viajado primero y Aluz lo siguió después. ¿Tanta era la desesperación de Ovack que no le había importado regresar a su mundo siendo alguien mayor? Su compromiso ante esa misión era algo que continuamente me sorprendía.
También entendí porqué Lax no lo había reconocido inmediatamente la primera vez que lo había visto. Seguramente, el idzen que Lax conoció antes era un niño y no un joven algo mayor que él.
Tratándose de su deber, Ovack era siempre férreo e inescrutable. Había dicho que no quería que viajara con él el día en que atacaría Orbe y yo estaba segura de que por más que sus ojos brillaran con ternura cuando me veía, jamás iba a permitir que me inmiscuyera en su labor. Nunca.
Pero yo también tenía un deber.
Lax me guió por entre las escaleras, descendiendo por esos rumbos que ya había recorrido previamente en su mansión y que no me traían muy buenos recuerdos que digamos. Aunque él sabía que lo que le había pedido era descabellado, sólo compuso una expresión de incertidumbre antes de acceder de inmediato a mi propuesta. Estaba cumpliendo su palabra y yo sabía que podía contar con él, incluso si él no entendía lo que le pedía o porqué.
Cuando penetramos esa fría prisión, un niño de cabellos negros y un talante demacrado por la pedantería y la irritación nos devolvió la mirada.
—Oh. Una de las agentes de mi empresa —emitió en un tono despectivo.
Sabía que él no conocía el idioma de los antiguos, pues había nacido en mi mundo. Eso era bueno para mí, al menos podríamos entendernos sin problemas.
—¿Qué quieres? ¿Venganza? —prosiguió aún con un refinado desdén—. Tendrás que hacer cola. Sólo te digo que después de que maten a ese psicópata, vas a seguir tú.
Era gracioso que se refiriera a Ovack como un psicópata cuando yo veía a Míro exactamente de esa manera.
—No he venido a hacerte daño —señalé de inmediato—. Quiero proponerte un trato.
Míro no dio ninguna señal de interés, pero continuó perforándome con su mirada, atento, así que continué.
—En unos días quiero que hagas un portal, te facilitaré las cosas para eso. —Pude constatar un brillo peligroso y expectante que nacía en sus ojos, como quien enciende una vela en la oscuridad. —y me llevarás de vuelta a Orbe.
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