35. Promesa
Él es el último, él que aún conserva el compromiso de antaño. Todos los demás me han abandonado. Él era mi último anhelo.
Las escenas giraban a mi alrededor y me envolvían como ráfagas, pasaban zumbando como estrellas fugaces sin darme el tiempo para comprenderlas, pero en cada una, podía distinguirlo, podía verlo a él.
—¿Qué significa esto?
No tenía una clara consciencia si estaba pronunciando esas palabras o si las estaba pensando. En medio de esa vorágine de imágenes, escenarios y sonido, sentí que un aluvión de destellos se encendió y de repente, todas las luces se apagaron y hubo una súbita calma, como si hubiera arribado al ojo de la tormenta.
Los cuadros se dispersaron ante mí como si fueran varias pantallas donde se desenvolvían distintos momentos, distintos tiempos. Tuve de pronto la clara certeza de que ese era su pasado. Estaba desconcertada por todo lo que estaba sucediendo, pero el tener aquellas escenas en frente de mí me despertó un anhelo vibrante por conocer más de él. Había sonrisas infantiles y momentos de soledad; un niño de unos aspirantes ojos grises.
Tiene el espíritu pero ya no tiene mi guía.
Él ya no escucha mi voz porque no quiere hacerlo. Pero sigue siendo mi príncipe, el último de todos.
El susurro de la voz hacía un eco embelesador en mi mente. Sin embargo, había una lástima casi palpable en su entonación, como si estuviera hablando con una herida sangrante en carne viva.
Sálvalo.
Sálvalo. A mi príncipe y a ambos mundos.
Él no debe cruzar esa línea.
Si lo hace, ya nadie podrá salvarlo.
Y él deberá perecer. Deberá perecer.
—Pero él... pero él es una buena persona —balbuceé, sin evitar deslizarme hacia atrás— ¿Por qué me estás pidiendo esto? ¿De qué debo salvarlo?
Hay nobleza en su corazón, pero también hay algo retorcido.
El veneno que él mismo ha alimentado me ha desplazado.
Y no puedo permitirlo. No puedo contemplar cómo el poder que le he conferido lo corrompe.
Yo lo hice poderoso. A él y a toda su estirpe.
Y sin mi guía, las consecuencias para ambos mundos serán nefastas. Él puede destruirlo todo.
—¡Pero él es una buena persona! —Mi grito resonó en el hondo del espacio inmaterial en donde me encontraba. —Dices que debo salvarlo pero si fallo.... ¡NO! ¡Es demasiado cruel! ¿Por qué? ¿Por qué tendría que hacerlo?
Porque ésta es su última oportunidad.
Su última esperanza. De él y de muchos.
Por eso te he llamado a ti.
Sálvalo.
Ésta es mi petición. Es una carga. Pero solo tú la puedes llevar.
No había tenido ni la más remota idea sobre el mensaje que estaba reservado para mí, pero jamás habría podido concebir lo que estaba escuchando. Tal vez había albergado alguna expectativa más simple, más ingenua... Pero esto. Todo menos esto.
—Me pides algo imposible. Me pides... Yo, yo jamás... —No pude evitar el temblor en mi voz. Todo mi ser rechazaba esa petición, sin embargo, por alguna razón que desconocía me estaba costando negarme. —¿Por qué yo? ¿Por qué a mí? Ni siquiera soy de este mundo.
No lo eres, pero tampoco lo era mi primera reina.
Te he elegido porque puedes escuchar mi voz. Eres quien desea que su corazón valga cada latido.
Puedes decidir. Debes decidir.
—Me pides algo imposible —repetí, cerrando los puños y con más énfasis. No había nada que decidir para mí. Pero aquella voz, dulce y contundente, pareció aproximarse más a mí como si eso fuera posible. Y cuando habló, no percibí en ella ninguna imposición, ninguna coacción, sólo comprensión.
Debes decidir, Dala.
Y si optas por sostener esta petición, no estarás sola, yo estaré contigo.
Estaré contigo.
Las últimas palabras que pude percibir quedaron grabadas en mí y su eco aún repicó en las paredes de mi mente cuando abrí los ojos.
Que tu corazón valga cada latido.
Estaba tendida en el suelo, con un leve aturdimiento en la cabeza como si hubiera estado dando vueltas en mi mismo eje, mi visión estaba un poco borrosa y tuve que parpadear varias veces para que todo se esclareciera.
—¿Cuánto tiempo...?
No pude evitar decirlo en voz alta como si esperara que alguien me respondiera, pero estaba sola en aquel espacio cerrado blanquecino y resplandeciente. Entonces, aún con el eco de susurros confusos en mi cabeza, me dispuse a salir a trompicones, apoyándome en las paredes.
—¿Estás... estás bien? —masculló Lax cuando me vio emerger del gran portón y se apresuró a prestarme apoyo. Aunque intenté estabilizarme, mis pies tropezaron y prácticamente me desplomé sobre él.
El camino de regreso fue aclarando mis sentidos, a pesar de nos rodeaba un silencio profundo sólo perturbado por el eco de nuestros pasos, no podía evitar sentir una maraña torrentosa en mi cabeza. Una jaqueca inevitable empezó a martirizarme, sin embargo procuré ignorarla. Por el paso apresurado de Lax, intuí que ya no disponíamos de mucho tiempo.
—¿Estás bien? —me preguntó por fin él, cuando arribamos a uno de los recintos de su mansión, que era un espacioso vestíbulo con amplias ventanas.
Apenas había sentido el camino de regreso y sólo cuando pude sentarme y dejar reposar mi cabeza en el respaldar de uno de esos estilizados sillones, pude permitirme un respiro para ordenar mis ideas. No era sólo el agotamiento físico lo que me trastornaba. No era sólo eso.
—¿Necesitas algo? —volvió a preguntar. Lax se veía preocupado, parecía no tener idea de qué hacer, y también había cierta expectativa. Supe que quería saber qué era lo que había visto o escuchado. Pero yo...
—No voy a hacerlo —solté antes de que mi mente se permitiera formularlo, Lax frunció ligeramente el entrecejo, confundido—. No voy a hacerlo. Ese tal Creador se ha equivocado de persona, no voy a hacerlo ¡No voy a hacerlo!
Lax me observó con cierta circunspección, como si intentara analizar algo que iba más allá de su comprensión. Entonces tomó asiento a mi costado y cuando habló pareció estar eligiendo especialmente cada una de sus palabras con un cuidado cauto.
—Quiero... quiero que sepas que sea lo que te hayan encomendado, yo estaré de tu parte siempre.
Él me miró directamente a los ojos, entendí que lo hacía para dejar en claro su seriedad en aquella aseveración. Y me estremecí al darme cuenta que le creía, pude notar un brillo solemne de sinceridad en sus ojos verdes.
—No sé qué es lo que te han pedido. Sólo sé que el Creador ha visto algo especial en ti... y yo también lo veo. No sé si es que vas a aceptar esta encomienda, pero sea cuál sea tu decisión, voy a servirte, incluso si tengo que contravenir los deseos de idzen Ovack. —Lax desvió la mirada por un momento, como si ya no fuera capaz de sostenerla; pero luego volvió a enfocar sus ojos en los míos casi como si se esforzara en hacerlo. —Te lo prometo, te serviré con mi vida.
No pude responder nada ante esa declaración, sólo lo contemplé por un momento, enmudecida. Él ni siquiera sabía qué estaba prometiendo pero no había dudado en hacerlo. Por un instante las creencias de Lax se me antojaron tan ingenuas y ciegas, pero luego, no puede evitar sentirme conmovida. Esa fe inocente y sin condición como la de un niño era tal vez la respuesta que el Creador había esperado en Ovack, y que aún seguía esperando.
Y yo, que lo conocía, sabía que tal vez ésta nunca vendría.
Un momento después, Lax se excusó para atender la reunión de Ovack y sus invitados misteriosos que debía estar por concluir, no sin antes dejarme bajo el cuidado de dos mucamas que aparecieron en la puerta de una manera casi subrepticia.
—Acompáñenla a su alcoba y llévenle algo de comer con una infusión caliente —les señaló Lax antes de retirarse. Y mi silenciosa meditación sobre todas las últimas revelaciones que me habían acuciado se interrumpieron como un baldazo de agua gélida cuando caí en cuenta de que había entendido lo que él acababa de decir en el idioma de los antiguos.
Lax no captó mi cara de perplejidad y desconcierto, y de forma casi autómata seguí a las jóvenes que me guiaron hasta mi recámara. Había escuchado claramente las palabras sibilantes de ese lenguaje extranjero, pero en mi cabeza se estableció inmediatamente el significado de cada una. Como una suerte de traductor involuntario.
De forma mecánica, me cambié a mi camisón de dormir a pesar de que recién debía estar comenzando a anochecer, aunque en aquel cielo siempre oscuro era difícil adivinarlo. Y permanecí tendida sobre mi cama como una zombi atontada.
Había ansiado tanto conocer la verdad, saber la razón por la que había venido a ese mundo. Me había convencido de que existía un motivo ulterior, había querido creerlo porque el venir a la Noche Eterna por nada me había parecido ridículamente injusto. Y al final, había estado en lo cierto.
Sin embargo, ahora que conocía esa razón, hubiera deseado permanecer ignorante. ¿Acaso encontré ese portal que marcó mi vida para esto? La única certeza que se plantaba firmemente en mi cabeza era que no me gustaba esa petición sobrenatural. Hubiera preferido pensar que no existía ningún Creador y que toda esta jodida situación era simplemente mala suerte, como había dicho Ovack.
Lo hubiera preferido. Pero no era así.
Que lo salve... ¿De qué lo debo salvar? ¿Qué línea no debe cruzar?
Y si fallo... Y si fallo...
Sus ropas eran blancas e impecables, parecían resplandecer con su propia luz en aquella sala al recibir la tenue iluminación de la lumbre lejana. Lo que lo diferenciaba de los atuendos del séquito que lo precedía era el escudo grabado en su pecho con hilos dorados, uno que era un símbolo que no había visto nunca antes pero que asemejaba a unas hojas de laurel con una espiral en el centro.
Debía tener nueve o diez años, pero desde esa edad, Ovack ya desplegaba aquel semblante imperturbable y sereno, como si estuviese en control de todas sus emociones.
Sin embargo, noté un leve temblor en sus manos. Y de alguna manera supe que aquella era la primera vez que él entraba en el umbral dorado. Supe entonces que ese era un recuerdo, algo que pertenecía al pasado.
La puerta áurea comenzó a abrirse y aunque el Ovack niño que yo estaba contemplando se mantuvo incólume, la luz de la expectativa brillaba en sus ojos grises. Me acerqué hacia él con paso vacilante, pero nadie allí reparó en mi presencia. Y el pequeño Ovack tampoco me miró cuando entró con una marcha firme y segura hacia el umbral.
En su rostro infantil se dibujó una evidente decepción y no era una cualquiera. De alguna manera supe que él había esperado demasiado ese momento, tanto que no había dormido bien por días, tanto que sólo había pensado en eso todo el tiempo, tanto que por un instante, pareció que iba a romper a llorar. Pero no lo hizo. Había ansiado conocer ese lugar mítico y había gastado horas imaginando qué sucedería.
Pero una vez allí, atravesando la puerta del Creador, no pudo escuchar nada.
Abrí los ojos de improviso y tardé varios segundos en recapitular en qué lugar me encontraba. Aquel sueño había sido tan vívido que por un momento pensé que aún me encontraba dentro de las inmediaciones del templo de los antiguos.
En la mesa de la estancia, estaban en una bandeja unos platos de comida y una taza y tetera con formas extrañas y estilizadas, todas frías como témpanos. Bebí un poco y por costumbre, contemplé el cielo para tentar qué hora sería.
Imaginé que sería la medianoche. Tal vez era por el sueño que había tenido, por todo lo que había sucedido ese día o porque me dormí temprano, que ya no tenía ánimo de volver a la cama. Así que rondé como un alma en pena por mi amplia habitación. Tal vez por eso las almas en pena rondan lugares, porque como yo no tenían ninguna jodida idea de qué hacer.
Había sido un día bastante agitado, pero estar ensimismada con lo mismo definitivamente no me estaba ayudando, y era bastante probable que a ese paso hiciera un hueco en el piso de esa alcoba. Entonces pensé en Lax y en sus palabras de confianza. La verdad sea dicha, él era la única persona en ese lugar en la que podía confiar.
Estaba claro que tenía que hablar con él, así que me dispuse a buscarlo, aunque no tenía ni la primera idea de en dónde podría estar en toda la inmensidad de su mansión. No obstante, cuando abrí la puerta casi pegué un grito al encontrarme con una silueta.
—¿Qué haces aquí?
Ovack pareció también sorprenderse al verme emerger de pronto. Me dio la impresión de que había estado rondando mi puerta desde hacía unos minutos.
—¿Adónde ibas a estas horas? —me preguntó él a su vez.
—No, yo te pregunté primero.
Él me observó por unos segundos, calmo e inaccesible.
—Pasaba por aquí.
Jamás había sido tan evidente que decía una mentira, de hecho, las veces en las que mentía lo hacía muy bien. Pero luego agregó casi como si hubiera preferido no hacerlo:
—Vine a verte.
Fue difícil lidiar con la marea de emociones que suscitaron esas palabras y mantenerme con un semblante normal. No era sólo el hecho de que la última vez que habíamos estado solos nos habíamos besado como descocidos, sino también las palabras del Creador que me atenazaban como clavos en la mente. Sea por una o por otra razón, no pude verlo a los ojos y la mirada se me cayó.
Unos minutos después, los dos caminábamos por los alrededores del extenso jardín interno a un paso un tanto enrarecido y a una distancia un tanto exagerada el uno del otro. A pesar de ser la situación lo que era, Ovack lucía como siempre, sereno e incólume, con sus manos unidas detrás de su espalda en aquella posición rígida.
Era difícil pensar que había algo retorcido en él, como había escuchado en la puerta. Pero la verdad era que él sí guardaba un aspecto oscuro, aquel que yo había visto. ¿Acaso a eso se refería esa voz?
Y ese niño que él había sido, ese que anhelaba escuchar al Creador ¿Qué tan lejos estaba él de ese recuerdo?
—Quería decirte que volverás a tu mundo pronto —dijo de repente él, sacándome de mi ensimismamiento.
—¿Cómo?
Ovack me ofreció una mirada que fue indescifrable para mí, como si contuviera varios sentires juntos.
—Cuando vuelva a ser luna llena en el Mundo Distante, desapareceré a esa organización y tú podrás recuperar la vida que tuviste antes.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro