33. Interrogatorio
Cuando posó sus ojos bosque en los míos, entendí que había estado esperando decirme eso desde hacía tiempo, y que guardaba un significado especial para él.
—Cuando asaltaron mi casa para robarme y te vi, te reconocí. He tenido tu imagen en mis recuerdos desde hace años y nunca había esperado conocerte de esa manera. Desde pequeño intenté contactarte teniendo tu rostro en mente pero fue inútil, y no fue sino hasta que te conocí en persona que el vínculo pudo funcionar.
No se me ocurrió nada para replicar, sólo venían a mi cabeza las primeras palabras que él me había dicho. "¿Quién eres?".
Entonces entendí el porqué de su sorpresa cuando nos vimos por primera vez y también su insistencia en querer mantener contacto conmigo.
—Por un tiempo pensé que sólo habías sido una... como se dice... ¿ilusión?, no, alucinación. Pero sí eras real, no pensé que la chica que había visto sería una distante. Estaba seguro que eras un mensaje del Creador, así que tenía que haber un motivo para nuestro encuentro. Estaba destinado que tú me encontrarías o que yo te encontraría a ti. Por eso tengo que ayudarte.
—Ah... ya veo —respondí estúpidamente ante su disertación.
En realidad, no creía que hubiera algo que agregar a eso. Sólo me encontraba algo impresionada ante la fe de Lax. Ya sabía que él era leal a su reino y creía en las leyendas del Creador, pero lo que me contaba resaltaba con un color indeleble lo último. Y eso era una marca distintiva contra el escepticismo de Ovack.
—Te aclaro que ésta no es una confesión romántica ¿está bien? —atajó Lax de repente apuntándome con el índice, como si le incomodara que creyera lo contrario.
—Yo no he dicho nada.
—Pero lo pensabas.
—En lo único que pensaba es que esto es lo más acechador que alguien me ha dicho jamás.
Él dibujó una ligera mueca ante mi comentario y barbotó algo en el idioma antiguo para sí mismo. Pero antes de que pudiera preguntarle qué significaba lo que había dicho, agregó:
—Entonces, sólo falta convencer a idzen Ovack para que nos dé su permiso.
—¿Qué? —mascullé sin evitar esbozar una sonrisa burlona—. ¿Permiso? ¿De Ovack? ¿Lo necesitamos?
—Él es el príncipe —aclaró como si me estuviera haciendo recordar mi propio nombre—. Tal vez... —balbuceó, incómodo de pronto— ...puedas conversar con idzen... y...
—¿Y por qué no conversas tú con él?
—Creo que tú tendrías más posibilidades. Le caes más en gracia que yo.
—¿Es que acaso le caes mal? —se me ocurrió preguntarle, y ante esto él arrugó su entrecejo—. ¿Es por lo de la vez pasada?
—Pensé que me golpearía —se quejó con una evidente reprobación—. Sabía que tal vez no lo iba a tomar bien, pero tampoco era para tanto. Sobre todo si todo el tiempo estuve en lo correcto.
Tal vez él no estaba exagerando al tomar tantas distancias. De alguna manera, podía imaginarme a Ovack descargando toda su cólera contra Lax. Pero aún así.
—Pues yo no pienso convencerlo de nada. ¡Al diablo con el idzen! —Lax pareció escandalizarse un poco por lo último. —No creo que necesite su permiso. De hecho, lo que no sabe no le hará daño.
Lax no respondió de inmediato, sino que lució algo perplejo ante lo que acababa de sugerir. Como si fuera una salida que jamás se le habría ocurrido, pero cuando estuvo por decir algo, el remoto tic tac del reloj pareció distraerlo repentinamente.
—Ah... —balbuceó—. Debo irme ahora
Lax volvió su mirada hacia la puerta con el ceño fruncido y dijo algo en su lenguaje nativo, ante mi expresión perpleja.
—Regresa a tu habitación —dijo mientras se dirigía a la salida.
—¿Qué? ¿Pero qué...?
—No es nada. —Era evidente que estaba mintiendo. —Nada.
Esas eran las exactas palabras que instarían a cualquiera a hacer lo contrario. O al menos tuvieron ese efecto en mí.
—Está bien...
Tal vez por las prisas o por un exceso de confianza o ingenuidad, Lax ni siquiera miró hacia atrás para asegurarse de que no lo estuviera siguiendo. Esperé medio minuto para recorrer el mismo camino que él estaba trazando por escaleras que descendían en una zona de su mansión que nunca había visitado antes, y lo perdí por completo de vista, por lo que tuve que tantear el resto del camino.
Fue en eso que se empezó a escuchar una serie de gritos lejanos, que parecían contenidos en el aire. Entonces tuve una idea de qué podría ser lo que estaba sucediendo y sólo me dispuse a seguir la algarabía.
Arribé a una abertura estrecha donde el aire se tornó súbitamente helado; las paredes lustrosas y blancas tomaron una apariencia oscura y algo metálica y siniestra. Parecía ser una suerte de prisión de alguna mazmorra moderna y me sorprendía hallar algo así en el hogar de Lax.
Una única luz amarilla provenía de la habitación al final de ese túnel. Y desde allí se podía oír una serie de vociferaciones confusas pero que al cabo de unos segundos, me percaté de que estaban en mi idioma. Estaba segura que Lax había entrado allí.
—¡Maldito imbécil! ¿Por qué crees que haría lo que me dices? ¡Voy a matarte! ¡No sabes con quién te has metido!
Era la voz de Míro sin duda. No eran sólo exclamaciones, sino también el barullo de forcejeo y berrinche, como si estuviera lanzando patadas contra todo lo que estuviera cerca de él.
Entonces oí una voz susurrante y suave. No podía quedarme allí sólo escuchando, no dejé de acercarme hacia el umbral, y lo hice lentamente casi como si temiera ver qué estaba aconteciendo. Sabía que era Ovack quién hablaba, y Míro respondió a lo que sea que hubiera dicho con más incordios y amenazas.
Asomé mi rostro con timidez, sólo para poder atestiguar sin ser notada. Aquella era evidentemente una prisión, sólo que no contaba con barrotes sino con una placa gruesa de vidrio, afuera del cual estaban Aluz y Lax. Y confinados en un estrecho espacio estaban Ovack y el niño, aún con las ropas negras de Orbe y con un par de grilletes en las manos, los cuales reconocí como unos idénticos a los que me colocaron los guardias antiguos cuando fui capturada por un lapso breve de tiempo.
—¡¿Quién te has creído, hijo de...?!
Pero Míro no terminó su oración. De repente, fue despedido con violencia contra la pared como si hubiese recibido un golpe invisible. Entonces noté que unas argollas negras sostenían al niño por las manos y lo mantenían suspendido, Ovack había levantado levemente su índice y su expresión no era impávida sino que estaba atravesada por una desagradable frialdad.
Unos relucientes pedazos triangulares de metal se materializaron en frente de Míro, y parecieron danzar en forma circular, como si aguardaran una orden. A pesar de que el niño no era santo de mi devoción, no pude dejar de estremecerme, él estaba desarmado y claramente reducido, después de todo. Pero lo que terminó de helarme la sangre fue escuchar a Ovack. Su voz fue fina, como una cadencia casi agradable, pero cargada de crueldad.
—Vas a obedecerme, maldita escoria. Y te digo algo: no te rebano el cuello sólo porque no me sirves muerto, pero puedo rebanarte otras partes y me importa una mierda que seas un condenado niño. ¿Está claro?
Si él estaba fingiendo rudeza para intimidarlo, alguien debía venir corriendo para entregarle un Oscar. Pero, para mi total pasmo y consternación, yo dudaba de que estuviera mintiendo y Míro también. El temblor en sus manos y sus labios era evidente y de pronto, abandonó su carácter petulante.
—¿Está claro?
—S... sí.
Como si lo soltara abruptamente, Míro cayó al piso de repente haciendo un sonido seco y aunque parecía más recatado, no dejó de perforar a Ovack con unos ojos rebeldes y desafiantes. Él, no obstante, colocó un frasco de vidrio en frente del niño con un movimiento mecánico. Adivinaba que lo que le había ordenado antes era que lo bebiese, y tenía una fuerte corazonada de qué era esa sustancia.
Las navajas de metal aún flotaban alrededor de Míro, como víboras que esperaban alguna señal de debilidad. Él les dio un último vistazo y bufó antes de tomar la pequeña botella y empujársela con cierto reparo. Luego tosió escandalosamente y compuso una expresión de asco.
Ovack sólo lo observó, estático y paciente, con un brillo calmoso pero férreo en sus ojos.
—Dime tu nombre completo —musitó él con un aire autoritario.
—Míro Fes Lifazem Dal... —respondió al instante Míro y aunó a su respuesta un rictus malintencionado—, y por si no lo estás registrando, tengo sangre real. Así que...
—¿Naciste en el Mundo Distante?
—Debes ser un genio al adivinarlo.
Ovack no reaccionó ante aquella mofa, pero un par de sus navajas flotantes se proyectaron hacia el cuello del niño y se detuvieron al ras de su piel. Una gota de sangre brotó generosamente.
—Responde sí o no —enfatizó Ovack.
—Sí, con mil demonios.
—¿Cuántos más en Orbe pueden crear portales?
—Sólo yo y mi padre, maldito estúpido.
Por la forma rápida con la que contestaba sin reparos y los comentarios innecesarios, no me cabía duda de qué era lo que le había dado a beber. Ovack pareció cavilar la información que había recibido y Míro se animó a llenar ese silencio momentáneo.
—¿Quién eres? ¿Un guardia del palacio? —barbotó de forma despectiva—. Pronto vendrán por mí y te matarán por haberme hecho esto y voy a asegurarme de que sea lento. ¿Acaso crees que te van a recompensar el imbécil del rey y esos inútiles príncipes? ¿O tal vez crees que puedes acabar con Orbe? Incluso si nos apresas, saldremos librados. Ni siquiera tu gente se atrevería a señalarnos en un juicio.
Ovack lo había escuchado con las cejas levantadas, como si se tratara de una disertación interesante, pero de pronto, esbozó una sonrisa. Era una de las que no había visto hacía un buen tiempo, un gesto macabro, casi vampírico.
—¿Y quién dijo algo de que tendrán un juicio?
No había sido mi intención y, de hecho, si hubiera podido acallarme, lo hubiera hecho. Pero no pude evitar soltar una exhalación de sorpresa y temor. Y fue verdaderamente estúpido que todos se percataran de mi presencia por eso, desde Aluz hasta Míro.
—Hola, ¿qué tal? —masculló el niño en son de burla con una sonrisa pérfida.
Y si agregó algo más no lo supe porque me fui corriendo como un bólido. Realmente no tuve una idea clara de cómo emergí de esos pasadizos oscuros hasta llegar al claro de los jardines. De todas las cosas de las que me había enterado por ser una metiche, ésta era tal vez la que hubiera preferido no saber.
¿Acaso estaba hablando en serio? ¿Sería capaz?
Era casi impensable, él no era así. Aunque era cierto que existían veces en las que Ovack podía producirme cierto temor, como si contuviera dentro de sí un tumulto de ira. Aún así, él era una buena persona, yo lo sabía.
¿Cómo podía ser gentil y a la vez perverso?
—¿Estás bien? —me preguntó Lax, cuando me encontró en una de las esquinas de su despacho, revisando uno de los libros sobre leyendas y mitos que él me había agenciado.
Había transcurrido al menos una hora después de aquella escena perturbadora y aunque el cansancio me pesaba en los hombros, no tenía el mínimo ánimo de dormir. Ante las palabras de Lax, asentí casi distraídamente; él se veía algo titubeante y confuso de cómo actuar, y probablemente era por mi aspecto sombrío.
—Te acompaño a...
—¿Vas a ayudarme a entrar al umbral dorado aun sin que Ovack lo sepa? —le corté de improviso. Su silencio me desanimó más de lo que hubiera esperado. —¿Al menos me dirás como llegar?
Él asomó ligeramente su rostro hasta que sus ojos estuvieron a la altura de los míos y esbozó una sonrisa.
—No bromees, por supuesto que voy contigo. No me lo perdería por nada.
—Gracias —musité. Y de verdad lo decía en serio.
Con lo que sabía que la lealtad significaba para Lax, le acababa de pedir algo altamente clandestino. Casi una felonía, pero aún así había accedido. Aún estaba algo aturdida por la conmoción, pero aún en mi ofuscación sabía perfectamente que sin su ayuda no podría hacer lo que debía.
Ahora entendía la desesperación de Ovack. El por qué él había sido tan osado al abandonar su hogar y su mundo e invertir años para inmiscuirse en Orbe. Ahora podía ver con claridad cuál había sido su estrategia todo ese tiempo.
Sin portales, Orbe no era nada. Y sin Orbe, no habría ninguna guerra. Era muy simple. Una estrategia infalible con el insignificante factor de que para eso debería mancharse las manos de sangre.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro