31. La pieza clave
Diez minutos. Era lo que iba a tomar esta misión.
Si todo salía bien, ni siquiera íbamos a tener que salir escapando de una manada de creadores guardianes. Una pretensión un tanto ingenua puesto que hasta esa fecha, todas nuestras misiones siempre habían tenido un giro inesperado que nos habían forzado a huir por nuestras vidas.
Por alguna razón, estaba más controlada que en veces anteriores. Tal vez era porque ya que iba a ser la última misión con mis amigos, esperaba estar a la altura, además ahora contaba con un manejo bastante más confiable de mis habilidades.
Sin embargo, la verdad era que nada de lo que había aprendido me había preparado para lo que sucedería.
—¿Éstas son las susodichas divisiones más confiables?
Aquella desdeñosa voz juvenil me despertó de mi desconcierto.
Habíamos aterrizado en la cubierta de un alto y ostentoso edificio desde donde se podía tener un amplio panorama de esa ciudad de la Noche Eterna. Daba la vívida impresión de tratarse de una ciudad moderna por las luces titilantes y el sonido lejano y raro del trasporte.
Pero no estábamos solos. Era la primera misión que realizábamos en conjunto con otras divisiones. Había cruzado por mi mente que esperaba que hubiera otras misiones así, tal vez de esa manera podría volver a trabajar junto a mis amigos. Aunque aquella iba a ser la última misión de Ulina y tal vez de Sétian, así que no sería lo mismo.
Cuando atravesamos el umbral luminoso, la división de Ditro y otras tres más nos esperaban. A pesar de que todos contábamos con un casco, no era difícil deducir que las miradas que nos lanzaban no eran precisamente amicales. Pero ésta era una misión y cualquier aspereza que tuviéramos debíamos guardarla en el interior de nuestros sensibles corazones y punto.
No tuvimos que esperar mucho rato para que un último portal hiciera su aparición en frente de nosotros. Era el desconocido a quien aguardábamos, pues la peculiar tarea que debíamos realizar era servir de guardaespaldas a cierto individuo. Orbe no nos había revelado su identidad, pero entre Aluz, Sétian y Ulina habíamos conjeturado que se trataba de un agente que tendría una labor especial.
Así que me sorprendí supremamente al ver emerger a cinco figuras del portal. Y a pesar de que estaba ataviada con nuestro negro uniforme furtivo, pude reconocer a la mujer que me había expulsado de la división de Ovack.
Por inercia, lo miré de soslayo, pero no pude atisbar ningún amago de emoción en él; el no poderle ver el rostro no me ayudaba. Hubo un silencioso revuelo general al darnos cuenta de que se trataban de los socios de Orbe, no obstante, lo que más llamó la atención fue aquel niño que había venido escoltado por ellos. Como si ellos fueran sus guardianes.
De hecho, era ya un adolescente, debía tener doce o trece años y desplegaba un porte exigente y petulante. Debido a que estaba uniformado como nosotros no se podían distinguir sus facciones, sólo que tenía un corto cabello negro.
Su presencia me pareció casi irreal y me acribilló de preguntas, y no era la única conmocionada, incluso Ditro pareció un poco desencajonado. ¿Qué hacía un niño en la Noche Eterna? ¿Qué relación tenía con los socios?
Me preguntaba si Ovack tenía alguna luz sobre la repentina aparición de ese mocoso que parecía tener una personalidad no muy adorable. Sin embargo, él parecía igual de impávido que siempre, de hecho, se le veía aún más medido, pero el breve intercambio de miradas que compartió con Aluz fue el inicio de la sospecha.
Y el preludio de una catástrofe.
—Su prioridad en esta misión es protegerlo a él —anunció la socia bruja señalando al niño. Éste parecía no prestarle atención e hizo un recorrido visual general por todos nosotros, como si nos evaluara—. Por ningún motivo debe sucederle nada, de lo contrario pesará sobre sus cabezas ¿Está claro?
Asentimos casi al unísono. Estaba segura que todos, al igual que yo, se estaban tragando sus dudas y preguntas. Pero, después de todo, hacer gala de cierta discreción ante las peticiones de Orbe era una norma no dicha.
La pulsera que cronometraba cada fase de la misión nos dio el aviso de que había culminado una etapa. Y apenas unos segundos después, empezaron a sonar sirenas y se escucharon unos gritos y barullos lejanos que parecían fuera de lugar en la imagen de la pacífica ciudad, como si fuera un caos naciente. Justo como habíamos ensayado.
—¡Qué arda todo! —exclamó de repente el niño.
De alguna manera se había escurrido hasta el borde de la superficie y se inclinó peligrosamente mientras observaba indolente toda la desorganización reinante, como si se tratara de una escena morbosa de una película de terror. Los socios se apresuraron para replegarlo a una zona segura, pero él parecía algo reticente a recibir órdenes.
—¿De dónde sacaron a ese engendro? —musitó por lo bajo Sétian, sólo para que nosotros escucháramos.
Esa era la pregunta del millón y al menos para mí, estaba claro que ese niño era un psicópata en potencia.
—¿Se te ocurre quién puede ser? —le pregunté a Ovack, quien permanecía callado y extrañamente alejado de nosotros. Él no se inmutó ante mi pregunta y por un momento creí que no me había escuchado.
—Dala —dijo él en susurro incipiente y me llamó la atención que tuviera cierta gravedad en su tono—. Cuando el portal de regreso se abra, ve hacia él y no te detengas.
—¿Qué?
Pero aquellas palabras quedaron en el aire.
De repente, como si se hubiera pronunciado una orden silenciosa, todos los lectores de las divisiones presentes se encaminaron a la orilla del tejado y se deslizaron mediante cuerdas hacia los pisos inferiores del edificio en el que nos encontrábamos. Ulina, Sétian y Aluz también se acompasaron a esa labor coordinada, como si se tratase de un baile previamente orquestado.
Desde las divisiones que habían armado un alboroto en la ciudad para que sirviera de distractor hasta los lectores que aseguraban el perímetro, se me antojó terriblemente exagerada toda la faena que se estaba desarrollando para proteger a ese muchachito. Como si él fuera una pieza importante en este juego.
Cuando uno de los lectores emergió para darnos luz verde, los creadores nos dispusimos a facilitar el descenso de los socios y de nuestro pequeño protegido mediante un piso flotante que había generado un agente que no logré identificar.
Cada vez que observaba crear a alguien de Orbe, en mi cabeza marchaban los estamentos con los que Ovack me había taladrado en la cabeza hasta el hartazgo. Sobre todo el que si uno albergaba alguna duda, las creaciones serían torpes y frágiles. Por la lentitud con la que se desenvolvía ese agente, me parecía evidente que tenía ciertos reparos. Y ciertamente, el que el pequeño psicópata estuviera moviéndose de un lado para otro para tener una mejor vista (a pesar de las continuas advertencias de sus guardianes), no ayudaba mucho.
—Ah, tú eres uno de los pocos que parece que entiende esto de la creación —le soltó de repente el muchacho a Ovack cuando aterrizamos en uno de los pisos inferiores. Él no hizo ningún amago de responderle ni de haberlo escuchado. —Te he visto cuando casi ahorcas a los otros en la contienda —prosiguió con una curiosidad arrogante y algo perturbadora—. Te estoy hablando ¿eres sordo?
—Míro, presta atención a tus alrededores —le espetó uno de los socios.
El tal Míro acató esa orden a regañadientes. Y en realidad, también había sido una orden prudente, pues nuestra intención era ser silenciosos.
Así como aquella catedral que habíamos asaltado era inmensa, ese lugar también lo era. Las columnas se elevaban para sostener un alto techo blanquecino con unos finos grabados, y cada paso que dábamos generaba un agradable eco que sólo se producía en los auditorios. Era el palacio real. No dejé de darle algunos vistazos a Ovack para detectar alguna señal de afectación, pues sospechaba que él ya debía conocer ese lugar, pero él continuaba desplegando una postura impasible.
Sin embargo, las salas no eran silenciosas. A lo lejos se oía el corretear de pasos por doquier, aunados a continuos tumultos y explosiones. Definitivamente era la labor de otros agentes para mantener el peligro lejos de nosotros.
Mientras nos internábamos rápidamente por los pasillos de aquella edificación, un círculo de creadores se formó alrededor de Míro, como si estuviéramos flanqueando cualquier repentino ataque que pudiera suceder.
No se me ocurría qué tanta importancia podría tener ese mocoso para Orbe, pero aparentemente, ostentaba alguna. Me llamaba la atención lo poco impresionado que se encontraba ese niño por viajar a otro mundo. Como si ya hubiera estado allí antes. Pero entonces ¿cuál era el motivo de esa misión que parecía sólo para hacerle un recorrido turístico por ese palacio?
Atravesamos unas salas hasta llegar al inicio de un enorme pasillo. De hecho, el más largo que había visto en toda mi vida, y al final de éste se enarbolaba una inmensa puerta blanca, adornada a cada lado por dos piletas de agua cristalina.
—Con esto es suficiente —anunció de repente el mocoso. Y como si hubiera dicho una sentencia, sus guardianes nos ordenaron replegarnos y regresar nuestros pasos.
El tiempo de la misión se estaba cumpliendo, y no habíamos sufrido ningún encuentro desafortunado. Lo cual era un record loable.
Ulina, Sétian y Aluz se agruparon con nosotros junto con el resto de los lectores. Y toda aquella comitiva que escoltaba a una sola persona regresó por dónde había venido, hasta encontrar un punto donde el barullo de los enfrentamientos se convirtió en una cadencia nimia.
—Así que, eso fue fácil —opinó con sorna Sétian en un hilo de voz.
A decir verdad, yo había tenido todo el tiempo la sensación de haber estado conteniendo la respiración, pero por cómo se estaban desenvolviendo los eventos, casi podía exhalar con alivio. Y por lo tensa que se mostraba Ulina a mi costado, podía decir que ella estaba pasando por lo mismo. Después de todo, ésta era su última misión. Debía ser sincera, yo quería que terminara esto de una vez, y a la vez, no. Ya no estaría al lado de mis amigos y tal vez cuando terminara esto, todos partirían caminos. Incluso Ovack... sobre todo Ovack.
—Escuchen —murmuró él de pronto sólo para nosotros, en una entonación de orden—. Corran hacia el portal ni bien se abra.
No necesité ver sus rostros para percibir la perplejidad de Ulina y Sétian. Aquellas palabras ahondaron en mi pecho como una renovada ansiedad; me confirmaban la sensación extraña que me había transmitido el comportamiento de Ovack durante esa incursión y en ese instante tuve una terrible corazonada. Entonces él se volvió a verme, como si quisiera decirme algo.
—¿Qué...?
—¿Estás seguro? —me cortó Aluz en una suave pero imperiosa voz.
Las divisiones aún rodeaban a los dueños de Orbe y a Míro y en medio de nuestra cadente conversación, él niño pareció concentrarse y una luz tornasolada comenzó a brotar de sus manos.
—No habrá vuelta atrás.
—Lo sé —replicó Ovack con una evidente acidez.
—¿De qué demonios están hablando ustedes? —intervino Sétian en un susurro ofuscado, pero Ovack y Aluz continuaron ignorándolo.
—Si no tomamos esta oportunidad no habrá otra igual, pero si fallas podríamos perderlo todo —continuó Aluz, sosegado pero contundente.
Un portal circular se dibujó en frente de Míro, su luz era de la misma intensidad y color que el fulgor que bañaban sus manos, como si hubiera provenido de allí. Era un portal hacia el Mundo Distante, de regreso a casa.
Como si fuera un gesto de rebeldía, el niño se quitó el casco en un movimiento jovial y una sonrisa satisfecha adornaba su rostro. Él era quien creaba los portales, un niño. ¿Cómo era posible?
¿Cómo?
Apenas estaba computando lo que acababa de presenciar cuando un tremendo BOOM estalló con un eco estridente en la sala y la resonancia pareció esparcirse como una onda por todo el palacio.
Aquello sucedió con la contundencia y velocidad con la que detonan los fuegos artificiales. Una secuencia de hechos y descargas me dejó tan aturdida que apenas pude cubrirme. Por el humo y los escombros que caían, tardé unos segundos en darme cuenta que un muro se había materializado en medio de nosotros y había dividido a todos los que estábamos en la sala. La luz del portal aún brillaba en medio de la humareda, y los aullidos de los agentes prorrumpieron por encima de la algarabía.
—¡¿Se volvió loco?¡ ¡¿Qué está haciendo?! —escuché a Sétian barbotar desde algún lugar.
Y casi inmediatamente resonaron choques e impactos violentos de los ataques de los creadores. La lámina de mi casco estaba hecha añicos, así que me deshice de ella para poder buscar por todas partes, tratando de encontrar a Ovack o a mis amigos pero todo era caos, se oyeron los gritos de los agentes, escuché a Ditro vociferar algo y por encima de todos, escuché la reconocible voz del bramido de la bruja.
—¡Mátenlo! ¡Traigan a Míro con vida! ¡Mátenlo!
¿Mátenlo?
Ovack.
Entonces comprendí lo que él estaba pretendiendo. Sin pensarlo, materialicé un disco sólido de vidrio bajo mis pies y me elevé unos centímetros para seguir la dirección que él había tomado. Pero, de repente, sentí que alguien palpaba mi brazo.
—Dala, no. —La quebradiza voz de Ulina hizo que reparara en lo que estaba a punto de hacer. Ella tenía la placa del casco quebrada y podía ver por la abertura el fulgor turbado de sus ojos. —Tenemos que regresar, escuchaste a Leo. Estoy segura que...
—Leo...
Él no se llamaba Leo, ni siquiera había nacido en nuestro mundo. Todo este tiempo había estado embaucando a Orbe... Si lo atrapaban...
—Ulina, voy a regresar —dije antes de formular esa respuesta en mi mente—. Entra al portal cuanto antes, yo tengo que ayudarlo primero. Pero voy a regresar.
Y me deshice de su enganche para salir impulsada a toda velocidad. Él no podía estar muy lejos, no podía realizar una huída muy abrumadora porque los guardias antiguos estaban cerca, además tenía capturado a ese mocoso. Jamás me habría imaginado que toda su estancia encubierta en Orbe era con el fin de secuestrar a alguien.
Ovack se había elevado a pisos superiores y no había utilizado las escaleras. Fiel a su estilo, simplemente había perforado las paredes de los techos y había dejado que los escombros se encargaran de sus perseguidores. Pero no los había derribado a todos.
Con el ímpetu arrollador con el que empecé a ascender, logré rebasar a un par de agentes que también estaban en plena persecución. Tal vez era la adrenalina que corría por mis venas la que me daba ese empuje, tal vez mi dominio en la creación. Tal vez ambas.
No lo pensé dos veces, y es probable que hiciera mal, pero decidí que ellos no debían alcanzar a Ovack si yo podía evitarlo. Así que me giré con ligereza y generé un granizo de rocas que los derribó a los dos. Y al tiempo en que el último caía pude percibir los chillidos escandalosos del pequeño psicópata unos pisos más arriba y también vislumbré las siluetas celestes de una humareda de antiguos que se elevaron desde varios de los pisos inferiores atravesados por la hecatombe.
Todo estaba resultando de la peor forma posible. Pero lo último que podía hacer en ese momento era dudar. No podía habitar ninguna vacilación en mí, no por ahora.
Así que tomé un breve suspiro, sabía que podía hacerlo. Con un movimiento firme de mis manos, una gruesa capa de cemento se materializó para cubrir el agujero por el que acababa de atravesar. Y repetí lo mismo con el siguiente, y con el siguiente. Pero aún con el ánimo y la ansiedad ardiente en mi pecho, se cruzó por mi mente un pensamiento inevitable: ¿qué rayos estaba haciendo? estaba sellando mi camino de regreso. Sin embargo, no tenía alternativa.
Cuando emergí a la techumbre del palacio, que era el lugar donde habíamos empezado, fue casi exactamente como si hubiera aparecido en pleno bombardeo de esos documentales de la Segunda Guerra Mundial. Tuve que crear una burbuja de vidrio grueso que me envolviera para que ésta recibiera el impacto de un par de proyectiles que alguien había expelido. Y no tenía forma de saber quién.
Sólo pude distinguir la silueta de Ditro, otros agentes que no reconocí y los socios, ellos también eran creadores. Y del otro lado, resistiendo todas las embestidas que le lanzaban a diestra y siniestra, estaba Ovack. Y aunque su pose era firme y no vacilaba al replicar los ataques, no dejaba de retroceder, no contaba ya con su casco y un hilo de sangre corría desde su frente hasta su barbilla. Detrás de él estaban Aluz y un inconsciente Míro, entonces comprendí que Ovack estaba dividiendo su atención protegiéndolos y eso le daba una clara desventaja, además de la que ya tenía. Pero en esa tónica no iba a resistir por mucho tiempo, estaba segura que los guardias del palacio estaban en camino.
Fue en ese momento que nuestras miradas se cruzaron, fue tan sólo una fracción insignificante de segundo pero fue la distracción que sus atacantes estaban esperando. Apenas tuvo tiempo para protegerse y reducir el impacto de una especie de saeta que golpeó de llano su pecho y lo despidió varios metros hacia atrás. Cayó haciendo un sonido seco mientras rodaba cuesta abajo hacia el abismo.
—¡Mátenlo!
Aquella escena se presentó ante mí como si yo la contemplara en tercera persona. Fue una extraña sensación de libertad, como si mi cuerpo reaccionara por inercia y no fuera completamente consciente de lo que hacía. Aunque la verdad era que sí lo era. La verdad fue que sólo tenía en claro algo en mi mente.
Tengo que salvarlo.
De la superficie brotaron a una velocidad abrumadora ramificaciones de un material negro brillante y éstas se convirtieron en segundos en árboles tupidos que se interpusieron entre Ovack y los agentes.
Y antes que todos los ojos terminaran de posarse en mí, antes de dejar mi estado de desapercibida, me lancé hasta alcanzar a Ovack, quien se sostenía a duras penas de las irregularidades de las losetas. No tuve que mediar palabra para que Aluz abordara mi placa flotante junto con el pequeño engendro que era sólo peso muerto. Y nos precipitamos al vacío.
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